Me di a la Tarea de investigar el por qué de la Revolución Palestina, sin duda este texto recoge un extenso y profundo análisis de esta Revolución. Recomiendo leer este texto a continuación, escrito por Rodolfo Walsh y publicado en Junio de 1974 en el diario “Noticias”. Es extenso, pero vale cada palabra, para entender un conflicto que parece inentendible. Transcribo también la polémica posterior entre Walsh y el entonces embajador del Estado de Israel en Argentina, quien hizo uso del derecho a réplica. Esta es la historia que los medios de comumicación no cuentan y jamás nuestros pueblos podrían conocer, es necesario difundir este texto y trasladarlo a los lugares mas recónditos de cada país que tiene en grandes cantidades influencia sionista, tal es el caso de nuestra querida y muy maltratada Guatemala. Interesante será pues el poder comprender en este texto y el verdadero existir de la Revolución Palestina
LA REVOLUCION PALESTINA.
Investigue que Rodolfo Walsh,
fue enviado de Noticias, estaba en Beirut el 15 de mayo cuando un comando
palestino golpeó en Maalot. Caminó al día siguiente entre las ruinas
de las aldeas libanesas bombardeadas por la aviación israelí. Entrevistó
a los principales dirigentes de la Resistencia Palestina; antes había
pulsado el sentimiento dominante en El Cairo, Damasco, Argel. En su
opinión, los acuerdos tramitados por varios presidentes no sellarán
la paz en Medio Oriente. La explicación está en el pueblo palestino
expulsado de su tierra y en la marea revolucionaria que sacude a ese
pueblo. Esa Revolución es el tema de la serie que empieza a publicar
Noticias.
Camilo Martiano
Fundador y Director
Proyecto V.E.R.
Secretario Relaciones Internacionales
Frente Popular SDS
TRES MILLONES DE PALESTINOS DESPOJADOS DE SU PATRIA CUESTIONAN TODO ARREGLO DE PAZ EN MEDIO ORIENTE
Rodolfo Walsh:
- ¿Cómo te llamás?
- Zaki.
- ¿Qué edad tenés?
- Siete.
- ¿Vive tu padre?
- Murió.
- ¿Qué era tu padre?
- Fedaí.
- ¿Qué vas a ser cuando seas grande?
- Fedaí.
El chico rubio de cabeza rapada
y uniforme a rayas que da estas respuestas en una escuela de huérfanos
al sur de Beirut,
Líbano, resume
la mejor alternativa, que tras 26 años de frustración resta a tres
millones de palestinos despojados de su patria: convertirse en fedayines,
combatientes de la Revolución Palestina.
“¿Palestinos? No sé lo que es eso”, declaró en una oportunidad
la ex primer ministro de Israel, Golda
Meir. Se conoce
la eficacia ilusoria del argumento, utilizado en Argelia, Vietnam, colonias
portuguesas, para negar la existencia de sus movimientos de liberación.
Muyaidín? Connait pas. Libération Front? Never heard of it. FRELIMO?
Nao conhece. El enemigo no existe y todo está en orden. Cada una de
estas negativas ha hecho correr un río de sangre pero no ha detenido
la historia.
Desde hace un cuarto de siglo la política oficial del Estado de Israel consiste en simular que los palestinos
son jordanos, egipcios, sirios o libaneses que se han vuelto locos y
dicen que son palestinos, pero además pretenden volver a las tierras
de las que se fueron “voluntariamente” en 1948, o que les fueron
quitadas no tan voluntariamente en las guerras de 1956 y 1967. Como
no pueden, se vuelcan al terrorismo. Son en definitiva “terroristas
árabes”.
Es inútil que en el Medio Oriente estos argumentos hayan sido desmantelados,
reducidos a su última inconsecuencia. Israel es Occidente y en Occidente
la mentira circula como verdad hasta el día en que se vuelve militarmente
insostenible.
La hoja 1974 de esta historia no ha sido todavía doblada y ya tiene
varios renglones sangrientos: Keriat Shmonet, Kfair, Maalot, Nabatyé.
Es difícil entenderla si se ignoran las hojas 1967, 1948, 1917, y aún
las anteriores, incluso las que se salen de la historia y se hunden
en la literatura religiosa.
EN EL PRINCIPIO FUE…
Primero –dicen– fueron
los caanitas y después fueron los hebreos. Faltaban mil años para
que naciera Cristo cuando Saúl fundó su reino, que
después se partió en dos. Hace casi 2700 años el reino de Israel
fue abatido por los asirios. Hace 2560 años el reino de Judá fue liquidado
por los babilonios, y en el año 70 de nuestra era los romanos arrasaron
Jerusalén. Estos son los precedentes históricos del Estado de Israel,
sus títulos de propiedad sobre Palestina.
El Sha de Irán podría alegar títulos análogos fundado en la invasión
persa del siglo VI antes de Cristo, la Junta Militar griega podría
recordar que Alejandro ocupó Palestina el año 331, Paulo VI acordarse
de que en el año 1099 los cruzados católicos fundaron el reino de
Jerusalén. Los propios historiadores árabes han señalado burlonamente
que los caanitas que ocuparon Palestina antes que los hebreos, venían
de la península arábiga y eran, en consecuencia, “árabes”.
Con la destrucción de Jerusalén –dicen– empezó la diáspora judía,
la dispersión. Desde entonces, según la leyenda moderna, el judío
anduvo errante por el mundo esperando el momento de volver a Palestina.
¿Cuántos volvieron realmente? Historiadores ingleses afirman que en
el siglo XVI vivían en Palestina menos de 4.000 judíos, en el siglo
XVIII, 5.000, y a mediados del siglo pasado, 10.000. Es recién a fines
de ese siglo cuando algunos judíos empiezan a plantearse el retorno
masivo, y cuando ese retorno asume una forma política y una ideología:
el sionismo. ¿Por qué?
UN FRUTO TARDIO DEL CAPITALISMO
Una respuesta posible a esa
pregunta surgió del campo de concentración nazi de Auschwitz. La escribió en 1944, su último
año de vida, un judío marxista de 26 años, Abraham León: “El sionismo, que pretende extraer
su origen de un pasado dos veces milenario, es en realidad el producto
de la última fase del capitalismo”
En esa fase todos los nacionalismos europeos han construido sus estados
y no necesitan ya de la burguesía judía que ayudó a construirlos,
pero que ahora es un competidor molesto para el capitalismo nativo.
“Repentinamente” surge en esos países el chovinismo antisemita, y se convierten en extranjeros indeseables
judíos integrados durante siglos a la vida de los mismos, que, como
dice León, “tenían tan poco interés en volver a Palestina como
el millonario norteamericano de hoy”.
Las persecuciones del siglo XIX afectan más a la clase media judía
que a la clase alta, cuyos representantes notorios iban a lograr una
nueva integración a nivel del capital financiero internacional.
Aquellos judíos europeos perseguidos que descubrieron en el capitalismo
la verdadera causa de sus males, se integraron en los movimientos revolucionarios
de sus países reales. El sionismo evidentemente no lo hizo y se configuró
como ideología de la pequeña burguesía, alentada sin embargo por
aquellos banqueros que –como los Rotschild– veían venir la ola y querían
que sus “hermanos” se fueran lo más lejos posible. A fines del
siglo pasado esa ideología encontró su profeta en un periodista de
Budapest, Teodoro
Herzl, su programa
en las resoluciones del Congreso
de Basilea de 1897
y su herramienta en la Organización
Mundial Sionista.
El retorno a Palestina tropezaba sin embargo con el inconveniente de
que el país estaba ocupado por una población –500.000 habitantes–
que desde la conquista islámica del siglo VII era árabe.
Los fundadores del sionismo negaron el problema. En 1898 Herzl hizo
un viaje a Palestina y preparó un informe donde la palabra árabe no
figuraba. Palestina era una tierra sin pueblo donde debía ir el pueblo
sin tierra. El palestino se convirtió en “el hombre invisible”
del Medio Oriente. Algunos alcanzaron sin embargo a descubrirlo. El
escritor francés Max
Nordau vio un día
a Herzl y le dijo asombrado: “Pero en Palestina hay árabes” y agregó:
“Vamos a cometer una injusticia”.
EN MEDIO SIGLO EL SIONISMO REEMPLAZÓ LA POBLACIÓN ÁRABE DE PALESTINA POR INMIGRANTES EUROPEOS
“Palestina es mi país”
dice Ihsan. “Nunca estuve en Palestina”, dice, “pero algún día
volveré porque nuestros comandos están peleando para que volvamos”.
“Mi padre murió en Abar el Djelili”, dice Naifa. “La muerte de
mi padre no me duele, porque murió por nosotros”.
“Mi padre se llamaba Salah”, dice Randa. “Estaba peleando y murió”.
Ninguno de los 480 huérfanos de la escuela de Suq el Garb, al sur de
Beirut, había visto Palestina si no era a través de los ojos del padre
muerto.
En el aula las muchachas se levantaron para saludar al visitante que
venía de tan lejos. En el pizarrón había una inscripción en árabe.
Pregunté qué decía. Decía: “Historia Palestina”.
La idea del Estado Judío surgió a fines del siglo pasado, como el
último proyecto de un estado europeo cuando ya no existía en Europa
lugar para un nuevo estado.
Ese estado debía en consecuencia instalarse fuera de Europa y el lugar
elegido resultó Oriente. La contradicción fue “resuelta” a través
de la ideología –el sionismo– y la ideología se alimentó en el
mito bíblico y en la simulación de que Palestina estaba deshabitada.
Históricamente, estas construcciones mentales producen víctimas. En
1900 había en Palestina 500.000 árabes y 30.000 judíos. Si en 1974
hay tres millones de israelíes y 350.000 árabes, no hace falta preguntarse
dónde están las víctimas: están afuera de Palestina, expulsadas
de su patria.
Conviene recordar –porque es la cuestión de fondo– cómo se produce
ese trasvasamiento sin precedentes en que la población de un país
es reemplazada por otra.
Los primeros inmigrantes no provocaron la desconfianza de los árabes.
En 1883 los habitantes de Sarafand recibieron a los colonos que llagaban
con estas palabras. “Desde tiempo inmemorial somos hermanos de nuestros
vecinos, los hijos de Israel, y viviremos con ellos como hermanos”.
Ocho años después sin embargo los notables de Jerusalén pidieron al imperio otomano, que gobernaba Palestina, que prohibiera
la inmigración judía, y en 1898 los árabes de Transjordania expulsaron violentamente una colonia
judía.
A pesar de las prohibiciones oficiales la inmigración continuó, aprovechando
la corrupción de funcionarios turcos y de terratenientes árabes ausentistas
que vendían sus tierras. En 1907 se estableció el primer kibutz, granja colectiva que desde el principio
excluyó al trabajador árabe. Cuando en 1914 los turcos hicieron su
primer y último censo, resultó que había en Palestina 690.000 habitantes,
de los que 60.000 eran judíos. Ese año la guerra mundial dio al sionismo
su gran oportunidad.
INGLATERRA REGALA PALESTINA
Foreign Office, Noviembre 2, 1917.
Querido Lord Rotschild:
Tengo mucho placer en transmitirle, de parte del gobierno de Su Majestad, la siguiente declaración de simpatía con las aspiraciones Judías Sionistas, que ha sido sometida al Gabinete y aprobada por él.
“El gobierno de Su Majestad contempla con simpatía en establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo Judío, y usará sus mejores esfuerzos para facilitar el cumplimiento de ese objetivo, quedando claramente entendido que nada se hará que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de comunidades no-Judías existentes en Palestina, o los derechos y el status político de que disfrutan los Judíos en cualquier otro país”.
“Le agradeceré ponga esta declaración en conocimiento de la Federación Sionista”.
Este trozo de papel, en apariencia
inofensivo, es el fundamento moderno del Estado de Israel. Se lo conoce
como de declaración
de Balfour, y lleva
la firma del canciller inglés.
Dos años después Balfour aclaró lo que quería decir: “El sionismo,
bueno o malo, es mucho más trascendente que los deseos y prejuicios
de los 700.000 árabes que ahora habitan esa antigua tierra… En Palestina
no pensamos llenar siquiera la formalidad de consultar los deseos de
los actuales habitantes del país”.
Dos años antes de la Declaración, Gran Bretaña había prometido al Shariff Hussein, la independencia de los países árabes,
a cambio de su ayuda en la guerra contra Turquía, aliada de Alemania.
Y en efecto fueron soldados árabes los que liquidaron el dominio otomano
en Medio Oriente.
La declaración Balfour se conoció después y, finalizada la guerra,
sirvió de base para la resolución de la Liga de las Naciones que convirtió
a Palestina en mandato británico. En la redacción de ese documento
participó la Organización Mundial Sionista.
A partir de ese momento la inmigración creció inconteniblemente, organizada
por la Agencia
Judía, que formaba
parte de la administración británica.
Cuando los ingleses hicieron su primer censo en 1922 había en Palestina
760.000 habitantes, de los que algo más de 80.000 eran judíos: o sea
el 11%. Esa proporción había subido en 1931 al 16 y en 1936 al 28%.
Ese año se produciría la primera rebelión palestina contra los ingleses,
que duró tres años y costó millares de muertos.
MANUAL DEL COLONIALISMO
Todavía en 1917 David Ben Gurion afirmó que “en un sentido histórico
y moral” Palestina era un país “sin habitantes”.
Ben Gurion no ignoraba que el 90% de los habitantes eran árabes: decía
simplemente que no existían como seres históricos o morales. Por la
misma época, según relata Fanon, los profesores franceses de la Universidad
de Argel enseñaban seriamente que los argelinos eran más parecidos
a los monos que a los hombres.
Este tren de pensamiento, llevado a sus conclusiones prácticas, puede
encontrarse en el propio fundador del sionismo, Teodoro Herzl. “La
edificación del Estado Judío” escribió “no puede hacerse por
métodos arcaicos. Supongamos que queremos exterminar los animales salvajes
de una región. Es evidente que no iremos con arco y flecha a seguir
la pista de las fieras, como se hacía en el siglo XV. Organizaremos
una gran cacería colectiva, bien preparada, y mataremos las fieras
lanzando entre ellas bombas de alto poder explosivo.”
Algunos colonizadores admitían que los palestinos eran hombres, aunque
más parecidos a los pieles rojas. “¿Quién ha dicho –preguntaba
en 1921 la Organización Sionista de Gran Bretaña– que la colonización
de un territorio subdesarrollado debe hacerse con el consentimiento
de sus habitantes? Si así fuera… un puñado de pieles rojas reinarían
en el espacio ilimitado de América.”
UN GHETTO MÁS GRANDE
La mentalidad colonial marcó
profundamente el establecimiento de la inmigración judía en Palestina.
Se formaron comunidades cerradas, exclusivas, donde el árabe era un
intruso. La reventa de tierras a los árabes se convirtió en pecado
que las organizaciones terroristas judías castigaron sangrientamente.
Aún a nivel de la clase obrera se instala una perversión de la conciencia
que convierte al trabajador árabe primero en competidor del inmigrante,
después en enemigo, finalmente en víctima. La Histradut, central sindical judía, no admite
en su seno, los boicotea, prohíbe a las empresas judías que compren
materiales trabajados por los árabes.
David Hacohen, miembro de la Histradut y años después parlamentario
israelí, ha recordado las dificultades que tuvo para explicar a otros
“socialistas” ingleses que “en nuestro país uno adoctrina a las
amas de casa para que no compren nada a los árabes, se piquetean las
plantaciones de citrus para que ningún árabe pueda trabajar en ellas,
se vuelca petróleo sobre los tomates árabes, se ataca en el mercado
a la mujer judía que ha comprado huevos a un árabe, y se los rompe
en la canasta…”
La soberbia racial va moldeando esa sociedad en el más absoluto aislamiento,
como si todos los ghettos del mundo se juntaran en un ghetto más grande,
pero esta vez deliberadamente encerrado en sí mismo.
Simón Luvich, israelí exiliado en Londres, recuerda con asombro aquella
época de su infancia: “Para nosotros, los árabes eran una especie
de exótica minoría étnica, que a veces bajaba de las montañas con
sus kufeyas… Nunca entendimos de qué se trataba, porque no los veíamos.”
Galili, ministro de Información de Israel,
seguía sin verlos en 1969: “No consideramos a los árabes del país
un grupo étnico ni un pueblo con carácter nacional definido”.
Si es ceguera no ver lo que existe, a esa ceguera debe atribuirse la
sangre que ha corrido y seguirá corriendo en Palestina.
EN 1947, UNA RESOLUCIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS QUITÓ A LOS PALESTINOS EL DERECHO A TENER UNA PATRIA
El israelí se jacta ante el mundo de ser el máximo representante en la historia de la Diáspora… Pero quien posee en tal grado el sentimiento del destierro, llega a ser completamente incapaz de comprender que otros puedan tener ese mismo sentimiento. No es cruel que digamos que el comportamiento de los israelíes sionistas con el pueblo original de Palestina es similar a la persecución nazi contra los propios judíos. (Mahmud Darwis, poeta palestino).
El mandato británico sobre
Palestina después de la primera guerra mundial permitió cumplir con
la promesa, contenida en la declaración de Balfour de 1917, de establecer
un “hogar nacional” judío en un territorio poblado por los árabes.
Para el sionismo el Mandato era una etapa intermedia, necesaria antes
de establecer una población propia en Palestina como base del Estado
Judío, objetivo permanente detrás de la fachada del “hogar nacional”.
Gran Bretaña favoreció ese proyecto hasta que la inminencia de la
segunda guerra mundial le hizo ver que el riesgo de que los pueblos
árabes se alinearan junto a Alemania. Las falsas promesas de 1915 se
renovaron en 1939.
En mayo de ese año el gobierno británico publicó un Libro Blanco donde reafirmaba que no tenía el
propósito de imponer la nacionalidad judía a los árabes palestinos,
prometía limitar a 75.000 el número de inmigrantes en los próximos
cinco años y, a partir de 1944, no admitir nueva inmigración sin el
consentimiento explícito de los árabes.
El Libro Blanco fue un producto tardío e ineficaz del colonialismo
ingles. En los primeros 20 años de Mandato la proporción de habitantes
judíos en Palestina pasó del 10 al 30%. Solamente en 1935 habían
entrado más de 60.000 colonos: en 1940 la población judía se acercaba
al medio millón.
ACEITANDO EL FUSIL
Los jefes de la Agencia Judía
concibieron desde el principio la inmigración como una “colonización
armada” y construyeron una organización semiclandestina, el Haganah,
de la que en 1935 se separó un brote terrorista de ultraderecha, el Irgun, cuyo lema era un mapa de Palestina
y Transjordania atravesado por un brazo armado y un fusil con el lema
hebreo Rak Kach (“Sólo así”).
Inicialmente estas organizaciones se limitaron a asegurar mediante el
terror la vigencia del boycot antiárabe, pero a partir de 1939 empezaron
a prepararse para combatir, también a los ingleses. Curiosamente uno
de esos preparativos consistió en el ingreso masivo de judíos en el
ejército británico: al final de la segunda guerra su número llegaría
a 27.000 hombres, que serían el núcleo del ejército judío para la
confrontación final en dos tiempos: contra los ingleses y contra los
árabes.
EL EMPUJÓN NAZI
El estallido de la guerra llevó
a su paroxismo la persecución de los judíos en Alemania y brindó
un nuevo argumento para la inmigración en Palestina. Ben Gurion resumió
en estos términos el sentido y los límites de la alianza entre el
sionismo y Gran Bretaña: “Lucharemos junto a Gran Bretaña en esta
guerra como si el Libro Blanco no existiera, y lucharemos contra el
Libro Blanco como si no existiera la guerra”.
En la práctica esto significó desconocer las cláusulas restrictivas
del Libro Blanco e intensificar la inmigración clandestina, aún desafiando
el bloqueo inglés. Buques cargados de inmigrantes europeos fugitivos
del nazismo empezaron a llegar a las playas palestinas. Cuando en 1940
los ingleses pretendieron devolver el cargamento de dos de esos barcos,
el buque Patria que debía transportarlos confinados a la isla Mauricio,
saltó en pedazos en el puerto de Haifa. Allí murieron 250 personas,
en su mayoría mujeres y niños. Aunque el sionismo alegó que los propios
refugiados volaron el Patria, la opinión mundial se indignó ante la
insensibilidad británica.
Recién 18 años después un miembro del Comité
de Acción Sionista,
Rosenblum, reveló que el Patria había sido volado por la Haganah, sin consultar a las víctimas. “Con
nuestras propias manos asesinamos a nuestros hijos”, escribió Rosenblum.
LLEGAN LOS AMERICANOS
En 1942 el centro de gravedad
del sionismo se había desplazado de Gran Bretaña a los Estados Unidos.
El 11 de mayo de ese año la Organización Sionista Americana publicó
un manifiesto que luego fue conocido como el Programa de Baltimore. Planteaba cuatro exigencias: el fin
del Mandato, el reconocimiento de Palestina como Estado soberano judío,
la creación de un ejército judío, la formación de un gobierno judío.
En Jerusalén, la Agencia Judía adoptó el Programa de Baltimore como
política oficial del sionismo y se desligó del Mandato. Gran Bretaña
había cumplido su ciclo. Iba a librar aún acciones de retaguardia,
condenadas de antemano, pero dejaría en Medio Oriente –como en la
India, como en Irlanda– la semilla de un conflicto inagotable.
Los norteamericanos tomaron el relevo de los ingleses y no lo abandonaron
hasta hoy.
Cuando en 1945 se desmoronó el nazismo y se abrieron las puertas de
los campos de concentración –las cámaras de gas, los patéticos
restos de una infinita carnicería–, un sentimiento de horror sacudió
a Europa.
Los europeos tienen una singular capacidad para proyectar los propios
demonios a lejanos escenarios. Muchos franceses creen que las atrocidades
de Hitler son distintas de sus propios crímenes en Indochina y Argelia:
ingleses que no han oído de Kenya se asustan de las persecuciones de
Stalin, y algunos italianos están convencidos de que el fascismo nació
en la Argentina.
De acuerdo con este esquema, el exterminio de los judíos iba a ser
purgado no en el lugar donde ocurrió, sino en Medio Oriente: no por
quienes lo ejecutaron o lo permitieron sino por gente que no tenía
nada que ver.
El proyecto de un Estado Judío en Palestina se convirtió así en clamor
mundial y los dirigentes sionistas lo explotaron serenamente. Los 225.000
sobrevivientes de los campos de concentración fueron canalizados a
Palestina aumentando una población que ya al fin de la guerra ascendía
al 32%.
Entretanto se preparaba la guerra. No se había disipado el humo sobre
las ruinas de Berlín ni se había desenterrado el espanto total de
Auschwitz cuando David Ben Gurion, futura cabeza del Estado de Israel,
negociaba en Estados Unidos la compra de armamento pesado y la reorganización
de la Haganah por militares norteamericanos.
NACE UNA NACIÓN
Una fulgurante campaña de
terror contra los ingleses precipitó el epílogo. En febrero de 1947
Gran Bretaña anunció que, en esas condiciones, no estaba dispuesta
a seguir gobernando Palestina, y devolvió a las Naciones Unidas el
Mandato que le había entregado la Liga de las Naciones.
La Asamblea
de la UN discutió
siete meses el tema y finalmente elaboró una solución “salomónica”.
Palestina sería dividida en dos Estados: uno judío, otro árabe.
En ese momento había en Palestina 1.200.000 árabes y 600.000 judíos.
Los palestinos poseían el 94% de la tierra y los judíos el 6%.
El Plan
de Partición de las Naciones Unidas
dividió el país en dos. En uno, que se convertiría en el Estado de
Israel, y que abarcaba el 60% de las mejores tierras cultivables, había
500.000 judíos y 400.000 palestinos. En el 40% restante, que nunca
llegó a convertirse en Estado, y que hoy forma parte de Israel, había
800.000 palestinos y 100.000 judíos.
El mapa resultante es un notable ejercicio de topología en que ambos
países aparecen superpuestos, con pasadizos y corredores para comunicar
regiones separadas. Lo que no dice el mapa es que la mitad de las tierras
de propiedad palestina caían bajo jurisdicción israelí, y que en
millares de casos la aldea árabe quedaba separada de las tierras que
cultivaban sus habitantes.
El 29 de noviembre de 1947, por una mayoría de dos tercios que encabezaban
los Estados Unidos y la Unión Soviética, la Asamblea de la UN aprobó
el Plan de Partición y desencadenó la desgracia del pueblo palestino,
el genocidio, el éxodo y la guerra.
En la votación los norteamericanos presionaron hasta el límite a los
dóciles gobiernos asiáticos y latinoamericanos. Una empresa yanqui
compró a la vista de todo el mundo el voto de un país africano. El
secretario de Defensa norteamericano James
Forrestal, que
no era propenso a escandalizarse, pudo escribir: “Los métodos que
se han usado en la Asamblea General para presionar y coercionar a otras
naciones, bordean el escándalo”.
Así nació Israel. Pero la historia no terminaba. Al día siguiente
de la votación, el sionismo lanzó todo el peso del terror para despojar
a los árabes del territorio que le había dejado el Plan de Partición.
EL TERROR SIONISTA Y EL ÉXODO PALESTINO. LA MASACRE DE DEIR YASSIN SENTÓ UN MODELO DE ESCARMIENTO
“Durante tres días, del
11 al 13 de diciembre, atacamos en Haifa y en Jaffa, en Tireb y Yazur.
Atacamos y volvimos a atacar en Jerusalén… Las bajas enemigas en
muertos y enemigos fueron muy altas”.
De este modo describe Menajem
Begin, el jefe
del Irgun, el comienzo de la guerra que durante siete meses sacudió
a Palestina en 1947-48.
El objetivo de esos ataques no eran ya los ingleses. El 29 de noviembre
las Naciones Unidas habían votado la partición de Palestina y Gran
Bretaña anunció el 14 de mayo de 1948 que retiraba sus últimas tropas.
El blanco de la ofensiva en que participaron la Haganah, el Irgun y
la Banda
Stern era la población
Palestina, desarmada y desorganizada.
En septiembre de 1946 la Haganah había caracterizado al Irgun y la
Banda Stern como “organizaciones que se ganan la vida mediante el
gangsterismo, el contrabando, el tráfico de drogas en gran escala,
el robo a mano armada, el mercado negro”.
Esta suma de dicterios expresaba en realidad diferencias políticas
y de método. Mientras la Haganah, brazo armado de la Agencia Judía,
se definía como “socialista” y buscaba una imagen de respetabilidad,
el Irgun evolucionaba hacia las posiciones fascistas que hoy sostiene
el partido Herut, encabezado por el mismo Begin y la Banda Stern era
un grupo de desesperados de ultraderecha.
A pesar de las acciones espectaculares del Irgun, Haganah fue siempre
la organización de mayor peso y de ella surgieron los líderes, hasta
hoy, del Estado de Israel.
Como jefe militar aparecía Moshe
Sneh. La cabeza
real era Ben Gurion –luego primer ministro– y entre sus dirigentes
figuraban Moshe
Dayan, hasta hace
poco ministro de Defensa, y el actual primer ministro Itshak Rabin.
Un comité anglonorteamericano de investigación sobre la violencia
en Palestina describió en 1946 los efectivos de la Haganah: una fuerza
territorial de reserva de 40.000 colonos, un ejército de campaña de
16.000, y una fuerza de choque, el Palmach, que oscilaba entre 2.000
y 6.000.
El Irgun tenia de 3.000 a 5.000 combatientes; la Banda Stern alrededor
de 300.
Separadas por ácidas disputas, estas tres fuerzas confluyeron rápidamente
ante el anuncio de la retirada inglesa, aceptaron la hegemonía de la
Haganah y pusieron en práctica el llamado Plan D, que consistía en
aterrorizar a la población árabe en el período de vacío político
comprendido desde el voto de la UN y la retirada inglesa y limpiar de
árabes el Estado Judío y ocupar todo el territorio posible del Estado
Árabe previsto por el Plan de Partición.
DEIR YASSIN
Las primeras operaciones combinadas
de las organizaciones sionistas se desataron en diciembre de 1947 sobre
la carretera que unía los dos principales baluartes judíos: la ciudad
costera de Tel Aviv y el barrio judío de Jerusalén. La carretera estaba
flanqueada por aldeas árabes, lo que equivalía al bloqueo de Jerusalén.
La primera etapa consistió en operaciones de hostigamiento contra esas
aldeas, duró hasta marzo de 1948 y dejó 1700 muertos. La ofensiva
en gran escala comenzó el 3 de abril cuando el Palmach tomó por asalto la aldea de Qastall,
situada sobre un cerro que dominaba la carretera.
Seis días después el Irgun con el conocimiento de la Haganah, desarrolló
una operación que hasta el día de hoy aparece ante cien millones de
árabes como el símbolo del horror: el asalto y la masacre de Deir Yassin.
Deir Yassin era una pequeña aldea árabe situada cinco kilómetros
al oeste de Jerusalén. No tenía importancia estratégica alguna y
sus habitantes permanecían al margen de la conflagración. En la mañana
del 9 de abril, 200 efectivos del Irgun y la Banda Stern entraron a
sangre y fuego casa por casa, masacrando a 254 hombres, mujeres y niños,
saquearon, violaron, mutilaron cadáveres y los arrojaron a una fosa
común.
“El baño de sangre de Deir Yassin” –admitió después el escritor
judío Arthur Koestler- “fue la peor atrocidad cometida por los terroristas
en toda su carrera”.
DISCURSO DEL MÉTODO
En su libro La Rebelión, el
autor de la masacre, Menajem Begin, aclaró sus motivos. Después de
Deir Yassin, dice, “un pánico sin límites asaltó a los árabes,
que empezaron a huir en salvaguarda de sus vidas. Esta fuga en masa
se convirtió en un éxodo enloquecido e incontrolable. De los 800.000
árabes que vivían en el actual Estado de Israel, sólo quedaron 165.000”.
La opinión de Begin es confirmada por Koestler: “La población árabe fue presa
del pánico y escapó de sus pueblos y aldeas lanzando el lastimero
grito: Deir Yassin. Huyeron de sus casas dejando a medio beber el último
café en el pocillo de porcelana”.
Si los detalles de la masacre de Deir Yassin merecen un tratamiento
aparte cuando se discuta el rol del terrorismo en las luchas palestinas,
sus efectos políticos y militares se hicieron evidentes enseguida.
Tres días después el Palmach tomó Kolonia sin lucha y dinamitó una
por una las casas árabes. Cinco aldeas más fueron destruidas por la
fuerza de choque del Haganah antes del 17 de abril con un saldo de 350
muertos. El 21 de abril, dice Begin, “todas las fuerzas judías penetraron
en Haifa como un cuchillo entra en la manteca. Los árabes escapaban
aterrados gritando Deir Yassin”.
Haifa era la segunda ciudad de Palestina. En una semana su población
se redujo de 60.000 a 9.000.
El 25 de abril el Irgun atacó Jaffa, la ciudad árabe contigua a Tel
Aviv. Al principio hubo resistencia, pero después se repitió el fenómeno:
los árabes escapaban por decenas de millares. Aquí no fue necesario
el ejemplo de Deir Yassin: los últimos defensores de Jaffa fueron fusilados
sobre el terreno, los sobrevivientes expulsados con lo puesto, y las
casas dinamitadas una tras otra.
El mismo día la Haganah tomó Acre. Bastó un megáfono y el anuncio
de represalias, para que el éxodo se repitiera.
Mientras estos episodios se repetían en centenares de aldeas y decenas
de millares de familias palestinas ambulaban por los caminos que conducían
al Líbano, Siria, Jordania, las tropas británicas observaron con singular
indiferencia, limitándose a impedir que los incipientes ejércitos
de los países árabes violaran las fronteras del nuevo Estado de Israel.
El 14 de mayo las últimas columnas del ejército inglés desfilaron
al son de las gaitas por las calles de Jerusalén. En el primer minuto
del 15, una exclamación de júbilo brotó de las posiciones conquistadas
por los israelíes: era el Día de la Independencia.
Nathan Chowsi, un judío que emigró a Palestina en 1906, ha calificado
ese júbilo:
“Los viejos colonos de Palestina podríamos relatar de que manera
nosotros, los judíos, expulsamos a los árabes de sus ciudades y sus
aldeas… Aquí había un pueblo que vivió 1300 años en su propia
tierra. Vinimos nosotros y convertimos a los árabes en trágicos refugiados.
Y todavía nos atrevemos a calumniarlos y difamarlos, a ensuciar su
nombre. En vez de sentirnos profundamente avergonzados por lo que hicimos,
y tratar de enmendar todo el mal que hemos cometido, ayudando a esos
infelices refugiados, justificamos nuestros actos terribles, y tratamos
inclusive de glorificarlos”.
PRODUCTO DE TRES GUERRAS Y DE INNUMERABLES PERSECUCIONES EL PUEBLO DE LAS TIENDAS AGUARDA SU HORA
- ¿Usted de dónde es?
- Soy de Jaffa.
- ¿Y dónde vive?
- Yo vivo en una carpa. Y usted, ¿de dónde es?
- Soy de Bulgaria.
- ¿Y dónde vive?
- Vivo en Jaffa.
(Arlette Tessier. “Diálogo en Gaza”)
“Esta es una transmisión de la Haganah, intimidando a los árabes a que abandonen esta distrito antes de las 5:15 de la madrugada. Tengan piedad de sus mujeres y de sus hijos y salgan de este baño de sangre. Váyanse por el camino de Jericó, que todavía está abierto. Si se quedan, vendrá el desastre”.
Aún no había amanecido el
15 de mayo de 1948, Día de la Independencia de Israel, cuando decenas
de camiones equipados con altoparlantes transmitían este mensaje a
las poblaciones árabes.
El desastre que se invocaba no era una amenaza hueca. El recuerdo de
la masacre de Deir Yassin se unía en la mente de los palestinos al
de decenas de pueblos y ciudades ocupados a sangre y fuego.
El Plan Dalat o Plan D, puesto en ejecución por el alto mando de la
Haganah, al que se plegaron las otras dos organizaciones terroristas
–Irgun y Stern- incluyó trece campañas militares en regla entre
el 1º de abril (Operación
Nachshon) y el
14 de mayo (Operaciones Ben Ami, Pitchfork y Schfilon). Ocho de ellas
se desarrollaron fuera de Israel.
El resultado de estas operaciones fue la ocupación de Haifa, Jaffa,
Beisan, Acre, barrio residencial árabe de Jerusalén y otras poblaciones
menores, así como la “purificación” de Galilea.
Antes que Ben Gurion proclamara el Estado de Israel en un museo de Tel
Aviv, bajo un retrato de Teodoro Herzl fundador del sionismo, había
ya 400.000 palestinos fugitivos. Pero en la madrugada del 15 las fuerzas
israelíes cruzaron arrolladoramente las fronteras del Estado árabe
consagrado por el Plan de Partición de la UN que, de ese modo, no llegó
a existir.
Es entonces cuando se produce, según la historia oficial israelí,
pródiga en mitos, “la invasión de cinco poderosos ejércitos árabes”
contra el indefenso Estado de Israel.
EL COWBOY Y EL PIELROJA
Después de la guerra del 48,
cada bando hizo su balance militar. Solamente la Haganah, que en 1946
tenía 65.000 hombres (fuente británica) y en 1948, 90.000 (fuente
israelí), contaba un año antes de la guerra con 10.000 fusiles, 1.900
metralletas, 600 ametralladoras y 768 morteros: en este caso la fuente
es Ben Gurion. En los meses anteriores a la Partición, ese armamento
se multiplicó merced a la introducción “clandestina” de una fábrica
capaz de producir 100 metralletas y 50.000 balas por día. Y en vísperas
de la guerra, agentes israelíes contrabandearon por barco y por avión
millares de fusiles y ametralladoras checas.
Fuentes árabes estiman el total de sus fuerzas en 21.000 hombres mal
equipados, con largas líneas de comunicaciones. En Egipto reinaba el
corrompido rey
Faruk, cuyo primer
ministro Nokrashy no tenía el menor interés en mandar hombres a Palestina,
desafiando a los ingleses que aún ocupaban el Canal de Suez. En Irak
gobernaba un títere de los ingleses, Nuri
as Said. Siria
acababa de independizarse de los franceses y su ejército no superaba
los 3.000 hombres. El “ejército” libanés tenía apenas 1.000 reclutas.
La única fuerza militar atendible, la Legión Árabe, reunía 4.000
hombres adiestrados y conducidos por oficiales ingleses. El Foreign
Office llegó a un acuerdo con el rey Abdullah, por el que se impidió
a la Legión violar la frontera israelí. (Abdullah pagó después su traición a manos
de un refugiado palestino)
En estas condiciones la invasión de los “poderosos ejércitos árabes”
en apoyo de sus hermanos palestinos resultó apenas un gesto desesperado.
A pesar de todo, esas fuerzas consiguieron algunos éxitos iniciales,
cuyo eje era el bloqueo de Jerusalén, pero el 11 de junio aceptaron
una tregua que les hizo perder todas las ventajas conseguidas. En menos
de un mes la Haganah terminó de convertirse en un ejército regular,
y cuando el 7 de julio se reanudó la lucha, duró apenas diez días.
Ahora sí, los árabes estaban vencidos.
EL MASACRADOR DE LYDDA
En el contexto de la derrota,
cabe el estilo de la victoria. El 11 de julio de 1948, la población
árabe de Lydda, que se había rendido a los israelíes, se sublevó
al advertir la presencia de unos tanques jordanos. El tercer regimiento
del Palmach liquidó en horas la insurrección, entrando casa por casa
y disparando sobre todo lo que se movía. Según fuente israelí, hubo
250 muertos. Según fuente árabe, entre 500 y 1.700, de los cuales
150 fusilados en la Gran Mezquita convertida en prisión. El escritor
inglés Erskine
Childers dice que
una columna israelí entró en el pueblo disparando en todas direcciones:
“los cadáveres de hombres, mujeres y niños quedaron desparramados
en las calles, tras esta carga implacablemente brillante”.
Y dice quién iba al frente de la columna: Moshe Dayan, un nombre que
haría historia.
Tras la firma del armisticio, Israel se quedó con 3.500 kilómetros
cuadrados más de tierra palestina, Faruk se apropió la franja de Gaza
y la monarquía hachemita anexó la Cisjordania. Palestina había dejado
de existir. Casi 900.000 palestinos se amontonaban en los campamentos
de refugiados de Jordania, Siria, Líbano, Gaza, alimentándose con
las raciones de socorro de la UN. Una generación entera nació y creció
bajo las carpas. En 1954 eran más de un millón, en 1956, 1.300.000.
Otros 500.000 habían emigrado al Canadá, al Brasil y a otros países.
En 1956 esos desterrados vieron pasar entre columnas de polvo los tanques
israelíes que se lanzaban sobre el Sinaí, mientras los ingleses y
los franceses ocupaban el Canal. Meses después los vieron regresar.
En 1967 el dios de la guerra volvió a tronar en los escuálidos campamentos del Pueblo de las Tiendas.
LA PAZ ISRAELÍ
“Fue con repugnancia que vi por televisión las escenas de Israel en aquellos días; la ostentación del orgullo y la brutalidad del conquistador; los estallidos del chauvinismo; y las salvajes celebraciones del inglorioso triunfo, contrastando con las imágenes del sufrimiento y desolación árabe, las caravanas de refugiados jordanos y los cadáveres de los soldados egipcios muertos de sed en el desierto. Contemplé las figuras medievales de los rabís y los khassidim saltando de alegría en el Muro de los Lamentos; y sentí como los fantasmas del oscurantismo talmúdico –que bien conozco- se amontonaban sobre el país, y cómo la atmósfera reaccionaria de Israel se volvía densa y sofocante”.
Este es el comentario de un
escritor judío, Isaac
Deutscher, a la
fulgurante campaña de los
Seis Días que,
en junio de 1967, arrojó al ejército egipcio al otro lado del Canal
de Suez. Sus glorias han sido suficientemente cantadas. Entre ellas
no figura probablemente la expulsión de 250.000 palestinos que aún
quedaban en Cisjordania y Gaza.
En el vacío que dejó el largo éxodo palestino, se estableció la
Paz Israelí. El profesor de matemáticas italiano le sacó la casa
al tendero árabe. El lingüista inglés construyó la suya sobre un
espacio demolido. El pintor apátrida del Quartier Latin se rodeó de
un ambiente “oriental”. El ingeniero agrónomo argentino se fue
al kibutz donde ya no quedaba ni memoria del fellah que durante trece
siglos le preparó la tierra: como si no hubiera tierra en la Argentina.
EN LA RESISTENCIA ARMADA EL PUEBLO PALESTINO ENCONTRÓ AL FIN SU IDENTIDAD NEGADA POR LA OCUPACIÓN
“Yo soy de Djebelia, en la
franja de Gaza. Allí éramos 16.000 concentrados. Nos quitaron las
casas, destruyeron los campos y se repartieron todo. Quieren que todo
cambie de aspecto, que nada sea árabe. A la gente más vieja, la que
se fue en 1948, no la dejan volver para que no puedan reconocer los
lugares. Nos incitan a irnos, nos ofrecen dinero para que nos vayamos
a países más ricos. ¡Vayan a Canadá, a Argentina, allá van a estar
bien! Tal vez ellos han venido de allá, ¿no?”
“Djebelia tenía fama de brava. A los que éramos de Djebelia no nos
daban trabajo, decían que éramos peligrosos. Un día, en 1969, nos
bombardearon. Empezaron a las 10 de la mañana y nos cañonearon hasta
las 5 de la tarde. Hubo 500 muertos. ¿Por qué? Porque somos palestinos.
De noche rodean el campamento con tanques, no nos dejan salir. Y sin
embargo, tienen miedo: yo aprendí el israelí y los oigo conversar.
Cuando pasan en un jeep, van sentados alrededor del jeep, apuntando
en distintas direcciones”.
El muchacho se ríe. Estamos
en el campamento de Borje Barashne, al sur de Beirut, capital de Líbano,
a cuya Universidad ha venido a estudiar. Hay 20.000 refugiados en este
campamento que es en realidad un pueblo, una villa cuya copia casi exacta
son algunas manzanas de la villa de Retiro: pequeñas casas de bloques
con techos de chapa, pasillos de material con la canaleta por donde
circula el agua, canillas colectivas. E igual que nuestro villero, el
palestino pone una planta, aunque sea una maceta, en el mínimo espacio
libre: recuerdo del campo al que uno y otro pertenecen.
Después las diferencias. No hay calles, solamente pasillos, porque
en Medio Oriente el espacio es distinto que en Argentina: Líbano cabe
dos veces en la provincia de Tucumán. Pero otra diferencia que al principio
casi no se nota, va penetrando como la verdad esencial del campamento.
Son los hombres vestidos de caqui que sentados en alturas estratégicas
vigilan con el fusil
AK cruzado sobre
las rodillas, es el jefe de la milicia local que sale a recibirnos,
es la puerta de madera de una casa donde el refugiado que la habita
ha pintado todo a lo alto la bandera roja, verde, blanca y negra de
la Resistencia palestina, y adentro de la bandera su nombre en árabe.
Administrativamente, el campamento depende de la UN. Políticamente,
la palabra es Fatah.
LA LUZ DE LA ESPERANZA
En una oficina de Beirut, Abu Hatem, miembro del Comité Central de Fatah (sigla de Movimiento Nacional de Liberación Palestina) enumeró ante el enviado de Noticias las etapas de la Resistencia.
“La primera etapa, antes
de 1965, fue de preparación y organización. Llegamos a la conclusión
de que la lucha armada era la única salida para el pueblo palestino,
y desde ese año empezamos a ponerla en práctica. Fue una época llena
de dificultades: teníamos tantos enemigos… No eran sólo los israelíes,
sino también el imperialismo y los elementos reaccionarios en los países
árabes. Nuestro primer mártir, Ahmed Muza, fue abatido por el ejército
jordano al cruzar la frontera con Israel.
“Nuestras operaciones militares fueron una de las razones que alegaron
los israelíes para desencadenar la guerra de 1967. Pero allí los países
árabes fueron derrotados y se instaló un clima de derrota. Era importante
acabar con ese clima, y por eso, apenas terminada la guerra, nosotros
reanudamos las hostilidades. Eso fue el 28 de agosto de 1967.
“En cuatro meses, lanzamos 79 operaciones en el interior de Palestina,
pusimos fuera de combate a más de 300 sionistas, volamos dos trenes
militares, derribamos tres helicópteros, destruimos medio centenar
de vehículos, hicimos estallar el depósito de explosivos de Acre y
bombardeamos con bazukas los suburbios de Jerusalén y Tel Aviv.
“El precio fue duro: perdimos 46 hombres, de los cuales la mitad eran
cuadros de conducción.
“Pero en todo el mundo árabe esa actividad de Fatah fue percibida
como una luz de esperanza, que se agrandó el 21 de marzo de 1968, cuando
dimos la batalla
de Al Karameh”.
EL SIGNO DE KARAMEH
Si Deir Yassin es para los palestinos el recuerdo que sobrecoge y enfurece, Al Karameh simboliza la recuperación de la propia identidad negada tras la derrota, la confiscación, la persecución, el exilio. Dice un combatiente:
“En esa época, nuestro problema
era obtener bases permanentes. En la guerra de junio habíamos perdido
las bases de Gaza y Cisjordania. Entonces empezamos a filtrarnos en
Jordania, por separado, de a uno o de a dos. Así se formó la base
de Al
Karameh, en el
campamento de ese nombre que existía desde 1948. Juntamos 500 combatientes
en la zona. De allí lanzamos una escalada operativa.
“El gobierno de Jordania quería echarnos, pero no se atrevía. Los
israelíes empezaron a fastidiarse. Al fin planearon una operación
de represalia en gran escala, para aplastarnos. Concentraron 15.000
soldados, con tanques. Pero estaban tan orgullosos de la victoria de
junio, tan seguros de que nadie podía oponerles resistencia, que no
tomaron medidas de seguridad. Nosotros nos enteramos 48 horas antes
de la operación.
“Llamamos a todas las organizaciones palestinas para que discutiéramos
si debíamos enfrentar el ataque o retirarnos. Algunos dijeron que los
principios de la guerrilla prohibían el choque frontal, que si el enemigo
ataca en fuerza, nosotros nos retiramos, todas esas cosas.
“Fatah sostuvo que todo eso era cierto, pero que aquí lo fundamental
era el marco político: la derrota árabe, el pueblo desesperado. Fatah
decidió dar la batalla, a todo o nada. Sólo nos acompañó una pequeña
organización, el Ejército de Liberación Palestino.
“Con ellos distribuimos los 500 puestos de combate. No era una emboscada,
Al Karameh era terreno llano, con una población, una villa de emergencia.
Había que pelear como se pudiera. Durante toda la noche cavamos pozos,
nos enterramos, y esperamos el amanecer.
LA PICADURA Y EL BURRO
“A las 5 de la mañana empezaron
la preparación de artillería, después avanzaron los tanques. Venían
como para desfile. Traían periodistas y Dayan les dijo que iban a almorzar en Amán,
la capital de Jordania. Cuando les paramos un tanque con un bazukazo,
y después otro, se quedaron como sorprendidos. No esperaban eso. Retrocedieron,
después volvieron a avanzar. Ahora venían con aviones y helicópteros
además de los tanques. Les resistimos trinchera por trinchera, les
resistimos hasta el mediodía.
“Y en esas siete horas interminables, detrás nuestro estaba el ejército
jordano, inmóvil. Los oficiales miraban la batalla con sus prismáticos.
El rey Hussein había ordenado no intervenir, y los oficiales miraban:
oficiales árabes.
“No se sabe quién dio el grito, quién no aguantó más. Y de pronto
el ejército jordano avanzaba, desobedeciendo órdenes, se juntaba con
nosotros. Eso fue a mediodía.
“A las ocho de la noche la división israelí empezó a retirarse.
No podíamos creerlo, era la primera vez que sucedía, la primera vez
en la historia. Y cuando avanzamos vimos el daño que les habíamos
hecho: los tanques destruidos, los equipos abandonados.
“Al día siguiente Hussein se hizo fotografiar en un tanque capturado.
A Dayan le preguntaron para cuando era el almuerzo en Amán, y él contestó
que sólo el burro no cambia de opinión. A Levy
Eshkol le preguntaron
que había sucedido, y él dijo que el que busca miel, debe esperar
algunas picaduras.
“Aquella picadura la hicimos nosotros, y nos costó. Nos costó 90
muertos, que son muchos cuando sólo teníamos 500 hombres. Pero Al
Karameh cambió todo, fue un viraje decisivo. Les demostró a todos
los árabes que ellos podían derrotar al ejército israelí.
“Para nosotros, el resultado fue tremendo. Hasta entonces, Al Fatah
era una organización estrictamente secreta, un puñado de hombres.
La batalla de Al Karameh demostró a las masas que éramos sinceros,
que podíamos convertirnos en el cuchillo y en la víctima como dice
uno de nuestros documentos, “entrar en la batalla para crearlo todo
de la nada”, que los palestinos podíamos cerrar el puño sobre la
brasa ardiente, como dice nuestro hermano Abu
Ammar (Arafat)”
Después de la batalla de Al
Karameh millares de palestinos acudieron a incorporarse a Al Fatah,
que aún no estaba preparado para recibirlos, aunque tuvo que abrir
las puertas. Otras organizaciones se enriquecieron con ese flujo. Un
año después la Resistencia palestina se paseaba libremente por Siria,
tenía una estación de radio en El Cairo, dominaba prácticamente en
Líbano Jordania.
Sobre ese transitorio triunfo iba a abatirse la traición del rey Hussein.
La esperanza palestina ardería en las calles de Amán, en las montañas
de Jordania, antes de renacer poco a poco como una llama que no está
destinada a apagarse.
“EL SIONISMO NO ES SÓLO EL ENEMIGO DE LOS ÁRABES, ES EL ENEMIGO DE TODA LA HUMANIDAD” - FATAH
En la oficina de Fatah en Beirut, Abu Hatem, miembro del Comité Central de la Organización, refirió a Noticias las etapas posteriores a la batalla de Karameh, que en 1968 demostró por primera vez que una fuerza árabe podía enfrentar al ejército israelí.
“En Karameh, la Revolución
Palestina creó las circunstancias de su propio crecimiento. Todo el
mundo árabe se acercó a nosotros. Inversamente nuestros enemigos redoblaron
sus esfuerzos para destruirnos. Los israelíes atacaron nuestras bases
y nuestros campamentos, y los gobiernos árabes reaccionarios también.
Esas tentativas culminaron en Jordania, en setiembre de 1970. El ejército
de Hussein atacó nuestras bases y nuestros pueblos, con tanques y aviones.
“No consiguió aplastarnos pero mató a muchos miles de compañeros.
La masacre se reanudó en julio de 1971. Tuvimos que salir de Jordania.
“Con la pérdida de nuestras bases jordanas, empieza la cuarta etapa
de nuestras luchas. Al principio nuestra actividad disminuyó. Tuvimos
que adoptar una nueva política, concentrar la fuerza de Fatah en los
propios territorios ocupados. El resultado se vio después de un año,
con el aumento de las operaciones.
“También aumentamos la acción política, la duplicamos. El resultado
es que actualmente la opinión pública mundial empieza a comprender
que no hay acuerdo estable en Medio Oriente sin el pueblo palestino,
que no hay paz sin Revolución Palestina.
“Actualmente la totalidad de los países africanos, con excepción
por supuesto de los residuos coloniales, reconocen a la OLP como el único representante legítimo
del pueblo palestino. En la Conferencia
de Países no Alineados de Argel,
el año pasado, 72 estados reconocieron a la OLP. O sea que las relaciones de la Revolución
Palestina con el resto del mundo crecen día a día, y particularmente
con el bloque socialista encabezado por la Unión Soviética.
“Por supuesto que no nos quedamos en eso. En la última guerra, la
de Octubre, todo el mundo sabe –y principalmente los israelíes- que
no hubo dos frentes, sino tres: el egipcio, el sirio y el palestino”.
OLP Y CNP
Fatah es la fuerza hegemónica
de la guerrilla palestina. Su líder Abu Ammar (Arafat) preside la OLP
y, desde comienzos de junio de 1974, el Consejo Nacional Palestino.
Pero no es la única organización de la Resistencia.
En la OLP figuran, además de Fatah, el Frente
Popular dirigido por Habache,
el Frente
Democrático de Hawathme (escisión
del FP) y Saika, organización adiestrada por los sirios.
Después de Fatah, Saika es probablemente la de mayor capacidad militar,
y el FD, que se define como marxista-leninista, la de mayor capacidad
política, mientras que la estrella de Habache, inclinado al ultraizquierdismo,
parece declinar.
Fuera de la OLP se encuentra todavía el Comando General, escindido
del FP y dirigido por Ahmad
Jibril, que saltó
a la notoriedad a comienzos de este año con la operación de Kyriat
Shmonet.
El Consejo
Nacional Palestino,
CNP, la organización más amplia de la Revolución, incluye no sólo
a las organizaciones guerrilleras, sino a los frentes de masas, delegados
de territorios ocupados y de la emigración y de grupos financieros
y religiosos.
A los dirigentes de Fatah no les gustan las fotografías ni las autobiografías.
Trazar su historia no es fácil. Un documento de la Organización, fechado
en 1969, admite que sus creadores fueron un grupo de intelectuales que
publicaban la revista Nuestra Palestina, antes de optar por la lucha
armada. En ese punto su primera preocupación fue financiar la futura
Organización, sin pedir ayuda a los gobiernos árabes, y el camino
que eligieron fue heterodoxo:
“Ya no es un secreto que buscamos empleo o desarrollamos actividades comerciales en las regiones árabes ricas en petróleo, como el Golfo. Al principio esto creó una atmósfera particular alrededor de Fatah, pero eso no nos desalentó… porque nosotros sabíamos que nos privábamos hasta de lo esencial para ahorrar el máximo de nuestros ingresos y destinarlo al movimiento”.
¿Quiénes eran? Los nombres de guerra de alguno de ellos –Abu Ammar, Abu Iyad, Abu Ihad- son conocidos, pero salvo el primero (Arafat), poco se sabe de los demás. Los tres pertenecen sin embargo al grupo que fue al Golfo a trabajar. Cuando en 1965 decidieron lanzar la guerra, volvieron a suelo palestino. Abu Ammar operó allí, en Cisjordania, viviendo como un pastor a medias ciego, de gruesos anteojos negros. Su designación como “vocero” de Fatah fue una decisión en la que no participó.
“Necesitábamos un hombre que pudiera hablar en nombre de Fatah. La prensa israelí había empezado a concentrarse en el nombre de Abu Ammar, porque era uno de los líderes en territorio ocupado, y un combatiente de primera fila… La dirección se reunió y lo designó vocero. Era el único miembro de dirección que no estaba presente. La decisión se anunció y él tuvo que cumplir con la decisión”.
HABLA FATAH
A pesar del origen de sus fundadores, Fatah puso siempre el acento en la lucha de masas, además de la acción armada: “Si abordáramos solamente la lucha armada, estaríamos condenados al fracaso, porque en términos militares partimos de una situación de inferioridad. Pero si abordáramos solamente la lucha política, también estaríamos perdidos, porque tarde o temprano nos chocaríamos con la realidad de que el enemigo nos domina por la fuerza. La lucha armada es indisoluble de la lucha política, y el descuido de una o de otra equivale a convertir la guerra revolucionaria en una aventura.
“En consecuencia, nosotros no diferenciamos entre acción política y acción militar, ni mandamos a combatir a nadie que no haya pasado por la organización política”.
¿Cuál es el objetivo último de Fatah? Sus dirigentes lo vienen repitiendo desde hace años: la creación de un estado y no religioso en Palestina. ¿Cuál sería la situación de los judíos en ese Estado?
“Fatah no toma las armas contra los judíos. Aceptamos a los judíos como ciudadanos palestinos en absoluto pie de igualdad con los árabes. Fatah toma las armas contra el sionismo y se propone liquidarlo, porque el sionismo es el enemigo fascista y racista, el enemigo de toda la humanidad y no solamente de los árabes”.
Preguntó un periodista:
- ¿Qué harían ustedes frente a un judío perseguido en cualquier lugar del mundo?
Contestó Fatah:
- Le daríamos un fusil y pelearíamos a su lado.
EL BOMBARDEO DE ALDEAS LIBANESAS DESNUDA LA ESENCIA DE UN TERRORISMO QUE SE LLAMA “REPRESALIA”
Otra vez los rockets de los Phantom se han abatido sobre las aldeas del
Líbano, un país pequeño que no tiene ejército ni aviación y cuyo
pecado es dar refugio a 300.000 palestinos, una décima parte de los
expulsados de su patria por los israelíes.
Nuevamente los campamentos de refugiados son descriptos como “bases”
guerrilleras. Visité uno de esos campamentos, el de Nabatiyeh, al día
siguiente de su casi total destrucción por los aviones israelíes,
el 16 de mayo de este año. Vi las pequeñas casas arrasadas como por
una enorme topadora, los utensilios de cocina desparramados, ropa de
mujer colgando de los árboles calcinados.
Eso no era una base.
Esto no significa que en Líbano, en Siria, en cualquier país árabe,
no existan bases de fedaín. Existen pero ni están a la vista, ni albergan
una población civil de millares de almas, ni están indefensas, ni
son bombardeadas.
Desde hace 25 años Israel vive anticipando ataques, en perpetuo estado
de “represalia”. Una propaganda que empieza a volverse torpe describe
cada acción de sus fuerzas como respuesta a un acto de terrorismo.
En cada oportunidad se resucita la historia de ese terrorismo, se invoca
Maalot, Kyriat Shmoné, Lod, Munich. Entre esos actos y los campos nazis
de concentración se establece una continuidad, se retrocede a los pogroms
zaristas, a la intemporal persecución del judío. En este proceso se
ha perdido de vista toda la verdad: el palestino despojado de su patria
se ha convertido en agresor, la víctima en verdugo.
Se discute sobre los métodos. ¿Por qué los palestinos atacan escuelas?
He visto la escuela de Nabatiyeh, nivelada con la roca. ¿Por qué los
palestinos tiran granadas en un mercado? En Ain el Hue, la semana pasada,
no quedó siquiera el mercado, bajo las bombas israelíes de 250 kilos.
La discusión sobre los métodos es una de las formas de eludir la discusión
sobre el fondo, reemplazar el porqué por el cómo.
Pero aún esa discusión secundaria no debe ser rehuida.
¿DE QUIEN ES EL TERROR?
Hablemos de Maalot, por ejemplo.
Las cosas en Maalot no empezaron el 15 de mayo de 1974, con la matanza
de 22 estudiantes israelíes. Empezaron el 15 de mayo de 1948, con el
Estado de Israel. Porque Maalot no se llamaba Maalot, sino Tarchiha,
y no era un pueblo judío sino una aldea árabe. ¿Dónde está Tarchiha?
Arrasada, borrada del mapa.
Volvamos a Deir Yassin, otra aldea árabe hoy enterrada bajo Kfar Shaul,
un suburbio de Jerusalén. 9 de abril de 1948. Fuerzas de la Haganah
y del Irgun atacan la aldea, matan a 254 habitantes, descuartizan los
cadáveres y los tiran a un pozo. Escuchemos el testimonio del coronel
Meir Bail del ejército israelí, que tardó 24 años en hablar: “Los
soldados peinaron las casa, tirando explosivos en su interior y usando
todas las armas que tenían. Disparaban indiscriminadamente sobre todo
lo que había adentro, incluso mujeres y niños. Sus oficiales no movieron
un dedo para impedir las atrocidades que se estaban cometiendo. Junto
con otros residentes de Jerusalén, imploré que se ordenara a los soldados
detener el fuego. Fue inútil. 25 hombres fueron subidos a un camión,
paseados por Jerusalén en “desfile de la victoria”, llevados a
una cantera y fusilados a sangre fría.”
Retrocedemos al 30 de enero de 1948. La aldea se llamaba Sheikh. El
método fue el mismo. Los muertos, 60.
Sa´sa. 14 de febrero de 1948. 20 casas dinamitadas con sus habitantes
adentro. 60 muertos.
Recordemos a Lydda. 11 de julio de 1948. La Haganah reprime un alzamiento
popular: 250 muertos según fuente israelí, entre 500 y 1700 según
fuentes árabes.
14 de octubre de 1953. Bombardeo de aldeas jordanas, 75 muertos. En
Qibya se encierra a los vecinos en sus casas con fuego de ametralladoras,
luego se las dinamita.
Franja de Gaza. 8 de febrero de 1955. 38 muertos.
31 de agosto de 1955. Ataque a Khan Yunis en la Franja de Gaza, 46 muertos.
11 de diciembre de 1955. Ataque a aldeas sirias. 50 muertos.
Otra vez Khan Yunis, abril de 1956. 275 muertos.
10 de octubre de 1956. Ataque a aldeas jordanas. 48 muertos.
Octubre de 1956. Kafr Qasim. 51 aldeanos son asesinados por estar fuera
de su casa en un toque de queda del que no fueron avisados.
13 de noviembre de 1966. Ataque a las aldeas de Gaza y Jordania. 200
muertos.
Noviembre de 1967. Karameh, Jordania. Ataque con morteros a niños que
salían de una escuela.
La lista es interminable. Entre 1949 y 1964 los países árabes denunciaron
63000 actos de agresión, entre 1950 y 1966 las Naciones Unidas y la
Comisión de Armisticio condenaron 78 veces al Estado de Israel. Después
ya nadie llevó la cuenta, la “represalia” se convirtió en costumbre.
VUELTA AL ORIGEN
Si en el balance del terror
en Medio Oriente, Israel lleva una ventaja sobre todos sus adversarios,
si el Estado mismo de Israel fue la obra de organizaciones terroristas,
si esas organizaciones inventaron o reactualizaron la mayoría de los
modernos métodos del terror -recordar el asesinato de conde Bernadotte,
la voladura del hotel Rey David, la ejecución de rehenes ingleses,
las cartas explosivas- en eso no se agota la discusión sobre los métodos.
Para restituir el cuadro disociado, es preciso volver a relacionar los
métodos con los objetivos.
El terror es un método de lucha que han usado todas las revoluciones
y también todas las reacciones. Hechas las reverencias de práctica
a la actitud que prefiere condenarlo “en sí mismo” (como si algo
existiera en sí mismo), su humanidad o su inhumanidad depende de sus
fines. Nuestra Revolución de Mayo fue terrorista. El general Aramburu
también. Con estas precisiones es posible reenfocar el terror en Medio
Oriente, superar las barreras de una propaganda que –casualmente-
es la del imperialismo occidental, y decidir quién tiene la parte de
razón que las circunstancias le permiten tener.
El objetivo del terrorismo palestino es recuperar la patria de que fueron
despojados los palestinos. En la más discutible de sus operaciones,
queda ese resto de legitimidad.
El terrorismo israelí se propuso dominar un pueblo, condenarlo a la
miseria y al exilio. En la más razonable de sus “represalias”,
aparece ese pecado original.
La Embajada de Israel replica
El diario Noticias recibió
el 27 de junio último una extensa carta del señor Mario H. Sejatovich
a cargo de la oficina de prensa de la embajada de Israel, que se reproduce
a continuación. El propósito de la dirección del diario fue publicarla
íntegra y a la mayor brevedad posible. Lamentablemente cuando iba a
cumplirse ese propósito, se produjo la muerte del Teniente General
Perón y Noticias –como integrante del pueblo peronista- sumó su
duelo al de sus lectores consagrando varias de sus ediciones a informar
sobre la vida, la obra y la muerte del gran patriota desaparecido.
Ahora cumplimos ese pedido, formulando tres aclaraciones: 1º) la dirección
del diario efectivamente respalda las opiniones vertidas por Rodolfo
J. Walsh en su serie de notas sobre La Revolución Palestina aparecidas
en Noticias en la semana del 12 al 19 de junio último. Cabe recordar
al respecto que Walsh viajó a los países árabes como enviado especial
de este matutino; 2º) Walsh utilizará próximamente esta misma columna
para contestar a la embajada de Israel; 3º) La descripción objetiva
de la injusticia histórica que ha venido soportando el pueblo palestino
sólo con malicia puede interpretarse como una actitud antisemita o
persecutoria de la comunidad judía de nuestro país.
Este es el texto de la embajada de Israel:
“Señor Director:
Cumplo en dirigirme a usted con relación a la serie de artículos titulada “La Revolución Palestina” publicada en Noticias cuya representación invoca su autor en reiteradas oportunidades. Como de ello surge que el diario aparece respaldando las afirmaciones del señor Walsh entre las cuales s encuentran flagrantes inexactitudes y deformaciones de los hechos históricos, esta Embajada apela al derecho de respuesta, confiando que dará cabida al texto completo de esta carta en las columnas de su diario. Ella no intentará ser una refutación exhaustiva del extenso trabajo del señor Walsh, pero entendemos que urge restablecer la verdad acerca de algunos de los más gruesos equívocos en que incurrió el nombrado, a saber:
“1.- El problema de los refugiados
palestinos fue creado por los propio líderes árabes, al destacar la
Resolución de las Naciones Unidas del 29 de noviembre de 1947, que
determinaba la creación de dos Estados, uno judío y otro árabe, violando
así sus deberes como miembros de la Organización Internacional, y
al compeler a los pobladores árabes a abandonar sus lugares de residencia
para abrir paso a los ejércitos invasores, cuya intención proclamada
era destruir el naciente Estado de Israel.
“El señor Walsh intenta demostrar que la inmigración judía significó
el desplazamiento de los árabes. La verdad es diferente: al fin de
la Primera Guerra Mundial la Tierra de Israel era un país casi despoblado.
La población árabe era de 557.000 y la población judía de 100.000.
Menos del 30 por ciento de los árabes vivían en el área que es hoy
Israel. Hasta los comienzos de la década del 30 era una tierra de emigración
árabe, tendencia que revirtió en los años siguientes cuando el desarrollo
económico y social promovido por la comunidad judía atrajo la afluencia
de árabes de los países vecinos. Al proclamarse la independencia de
Israel, el número de árabes que habitaban su territorio era de 600
a 700.000. De éstos, permanecieron donde estaban 160.000. EN consecuencia
el número real de refugiados árabes salidos de Israel en 1948 puede
estimarse en 450.000 y aún dando margen a errores estadísticos, nunca
más de 550.000, cifra que equivale aproximadamente al mismo número
de refugiados judíos provenientes de los países árabes (97 por ciento
de la población judía total de estos últimos) que se vieron obligados
a emigrar a Israel. De hecho se produjo una transferencia de poblaciones.
Mientras Israel integró a estos hermanos venidos de los países árabes,
los refugiados palestinos fueron concentrados por los países árabes
en miserables campamentos, impidiendo hasta hoy día su integración
pese a su identidad étnica, cultural, idiomática y religiosa para
usufructuar esa situación como un arma política contra Israel.
“¿Quiénes provocaron el éxodo palestino? La respuesta está en
las propias palabras de los líderes árabes. Lo admitió explícitamente
el señor Emile Ghoury, secretario general del Alto Comité Árabe de
Palestina, el 6 de septiembre de 1948:
“El hecho de que existan estos refugiados es consecuencia directa
de la acción de los Estados Árabes al oponerse a la participación
y al Estado Judío. Los Estados Árabes acordaron unánimemente esta
política y deben participar en la solución del problema”. Ya antes
del 23 de abril de 1948, en el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas, el entonces presidente del Alto Comité Árabe, señor Jamal
Husseini, confesaba:
“Nunca hemos ocultado el hecho de que nosotros hemos iniciado la lucha”.
El diario jordano Al-Difaa aportó el 6 de septiembre de 1954 este testimonio
de un refugiado:
“Los gobiernos árabes nos dijeron: Salid para que nosotros podamos
entrar. De modo que nosotros salimos pero ellos no entraron”.
“2.- Fueron los Estados Árabes
de la región los que impidieron con su agresión y la secuela consiguiente,
la constitución del Estado Árabe Palestino previsto por la Resolución
de Partición de la ONU. El señor Trygve Lie, entonces secretario general
de las Naciones Unidas, dijo:
“Los Árabes habían afirmado reiteradas veces que resistirían la
partición con la fuerza”. Y así ocurrió: el 14 de mayo de 1948
los ejércitos regulares de Egipto, Jordania, Siria, Líbano e Irak,
y contingentes de Arabia Saudita y Yemen, invadieron el Estado de Israel.
El 15 de mayo de 1948 en El Cairo, el secretario general de la Liga
Árabe, Azzam Pachá, llamó a los árabes a una Guerra Santa contra
Israel, y declaró:
“Será una guerra de exterminio, una matanza de la que se hablará
como se habla de la matanza de los mongoles y de los cruzados”. El
señor Andrei Gromyko, entonces representante de la Unión Soviética
y actualmente su Ministro de Relaciones Exteriores, declaró en el Consejo
de Seguridad de la ONU, el 21 de mayo de 1948:
“La Delegación de la URSS no puede menos que expresar su asombro
ante la actitud adoptada por los Estados Árabes en la cuestión palestina
y particularmente ante el hecho de que esos Estados hayan enviado sus
tropas a Palestina a realizar operaciones militares encaminadas a la
supresión del movimiento de liberación nacional en Palestina” (Actas
Oficiales del Consejo de Seguridad, Tercer Año, Nº 71, 299 sesión
p. 4, mayo 1948).
“La agresión militar árabe fue derrotada, pero el Reino de Transjordania
anexó la mayor parte del territorio destinado a convertirse en un Estado
palestino, mientras Egipto hacía otro tanto con la franja de Gaza.
Fueron los propios árabes, pues, los que impidieron la creación de
un Estado palestino.
“3.- El señor Walsh afirma que el pueblo judío no tiene derecho a la Tierra de Israel. A esta altura de la historia ese es un tema fuera de discusión: La Tierra de Israel fue un estado independiente sólo tres veces en su historia y cada una de ellas fue un Estado Judío. Sólo cuando se la identificó con el pueblo judío entró en los anales de la humanidad como una unidad geopolítica e histórica. La ocuparon conquistadores extranjeros, pero sólo el pueblo judío alcanzó su independencia en esta tierra y la consideró el alma y el centro de su existencia nacional.
“4.- El señor Walsh afirma
que Gran Bretaña ‘regaló Palestina’ al pueblo judío, provocando
con mentalidad colonial, la creación del Estado de Israel. La verdad
es opuesta: el renacimiento de Israel, aspiración de siglos, se concretó
como movimiento de liberación nacional del pueblo judío a través
del sionismo, en la segunda mitad del siglo XIX y se afianzó con el
trabajo de tres generaciones de pioneros judíos.
“La Declaración de Balfour no fue otra cosa que el reconocimiento
de esa realidad histórica, consagrada por la comunidad internacional
cuando la Liga de las Naciones resolvió crear el Mandato sobre Palestina,
para instaurar el Hogar Nacional Judío.
“Era la primera vez que el sueño milenario del retorno a Sión recibía
el auspicio universal. Incluso de los más representativos caudillos
árabes de ese entonces, como el Rey Hussein, de Hejaz, quien escribió:
“Vimos a los judíos afluir a Palestina… El móvil no puede escapar
a los que tienen una intuición profunda; saben que este país ha sido
para sus hijos originales, pese a todas sus diferencias, una patria
sagrada y amada”. (Al Kibla, La Meca Nº 183, 23 de marzo de 1918;
George Antonius, Despertar Árabe pág. 269).
“Este reconocimiento a la formación del Estado Judío se integra
en el contexto de la creación de los Estados Nacionales árabes en
el Medio Oriente, al desintegrarse el Imperio Otomano, tal como en Europa
el desmembramiento del Imperio Austro-Húngaro dio lugar a la conquista
de su soberanía por los movimientos nacionales de los países sojuzgados.
“5.- El señor Walsh sostiene
en sus artículos los objetivos proclamados por la organización Al
Fatah: instaurar en reemplazo del Estado de Israel, un Estado árabe
con mayoría árabe, lo que implica liquidar totalmente la soberanía
y la independencia de Israel. El instrumento adoptado para este objetivo
es el terrorismo que elige deliberadamente como blanco a civiles inocentes,
en Israel y en el mundo, y que no trepida en asesinar a mujeres y niños.
El señor Walsh confiesa haber visitado esas bases terroristas, que
buscan abrigo en campamentos de refugiados instalados en territorio
del Líbano, cuyo gobierno tolera esa situación.
“Una de las expresiones más significativas de esta situación es
que el gobierno libanés ha suspendido el derecho de su ejército y
su policía a entrar en las bases de los terroristas y los campos de
refugiados que están bajo su control, hasta el punto de no tener siquiera
competencia en delitos comunes, o asaltos por parte de los ‘fedayines’,
a soldados libaneses, o ante enfrentamientos entre grupos terroristas
antagónicos.
“El señor Walsh da un testimonio dramático de lo que significa la
educación para el odio, sin repudiarla. Exalta el hecho de que los
niños sean adiestrados para matar. Y abunda en ejemplos parecidos para
atribuir un contenido ‘revolucionario’ al desborde criminal del
terrorismo árabe. De este modo, el señor Walsh aparece justificando
las matanzas de Lod, Munich, Fiumicino, Atenas, Zurich, Jartum, Kiriat
Shmone, Maalot, Shamir, y Nahariya, entre otras.
“La verdadera revolución en Medio Oriente es la paz”.
Saludo al señor Director atentamente.
Mario H. Sejatovich
Oficina de Prensa
Embajada de Israel
Respuesta
Flagrantes inexactitudes, deformaciones
de los hechos históricos, gruesos equívocos, son algunas de las virtudes
que la Oficina de Prensa de la Embajada de Israel en Buenos Aires atribuye
a mi reciente serie sobre Palestina, según la carta publicada en Noticias
el domingo 14.
En ella el señor Sejatovich, funcionario de esa oficina, se propone
“reestablecer la verdad” y lo intenta sosteniendo, en síntesis,
que Palestina era “un país casi despoblado” al fin de la Primera
Guerra Mundial; que el problema de los refugiados palestinos fue “creado
por los propios líderes árabes”, en 1948, “al compeler a los pobladores
árabes a abandonar sus lugares de residencia”; y que el 14 de mayo
de 1948 los Estados Árabes “invadieron el Estado de Israel”.
En mi serie de notas yo he sostenido que Palestina era desde el siglo
VII una tierra poblada por árabes; que el éxodo de 1948 fue provocado
por las organizaciones terroristas Haganah, Irgun y Stern; y que fueron
estas organizaciones las que desencadenaron la guerra.
Frente a opiniones tan dispares, un lector distante tiene derecho a
conocer las fuentes en que se basan para deducir dónde está la verdad.
EL MITO DE LA “TIERRA SIN PUEBLO”
Expliqué en mis notas que
ya a fines del siglo pasado la propaganda sionista convirtió al palestino
en “el hombre invisible” de Medio Oriente, a tal extremo que Teodoro
Herzl hizo un viaje a Palestina y escribió un informe donde no figuraba
la palabra “árabe”. El mito de la “tierra sin pueblo” era útil
para fomentar la inmigración del “pueblo sin tierra”. Ese mito
renace en la carta de la Embajada de Israel, como si no hubiera sido
refutado.
Según el escritor israelí Amos Elon, en un libro de 1971, cuando Herzl
viajó a Palestina en 1898, “debía haber allí más de 500.000 árabes
palestinos”. Esto se complementa con una observación formulada en
1891 por el judío Achad Haam, que conocía bien Palestina:
“En el extranjero solemos pensar que Palestina hoy es casi desierta, un páramo incultivado… Pero no es así, en absoluto. Es difícil encontrar tierras sin cultivar… En el extranjero solemos pensar que los árabes son todos salvajes, comparables a los animales, pero esto es un gran error”.
Cabe preguntarse si no es esa
forma racista de pensar, lo que volvía “invisible” al palestino
y lo que, todavía hoy, hace que la Embajada de Israel invente cifras
de población distintas a las que figuran en los únicos censos conocidos.
Así el señor Sejatovich afirma, sin citar fuente, que al fin de la
Primera Guerra “la población árabe era de 557.000 y la población
judía, de 100.000″.
La verdad es que en 1914 los turcos hicieron un censo que dio una población
total de 689.272, y el sionista Arthur Ruppin estimó que 60.000 eran
judíos.
El 31 de diciembre de 1922 el “Gobierno de Palestina” (o sea el
Mandato británico) hizo un censo que dio estos resultados:
Árabes 663.914
Judíos 83.794
Otros 9.474
Total 757.182
Es decir que cuatro años después
de lo que dice la Embajada, la población judía aun no llegaba a los
100.000. Tampoco acierta la Embajada cuando dice que Palestina “hasta
comienzos de la década del 30 era una tierra de emigración árabe”.
Si comparamos el censo de 1922 con el de 1931, vemos que la población
árabe creció el 28% y la población judía, el 108% lo que sólo se
explica por la política de inmigración que implantó el Mandato británico.
De las cifras que acabo de citar se deduce que los términos “Palestina,
país despoblado”, son una falacia en cualquier época que se considere.
En 1922, la densidad de población ascendía a 22 habitantes por kilómetro
cuadrado, cifra superior en ese momento a la de Estados Unidos o la
URSS, y que la Argentina no alcanzará en un siglo: lo que espero no
suministre argumentos a ningún colonizador.
EL MITO DE LA “AGRESIÓN ÁRABE”
Para explicar el éxodo palestino
de 1948, la Embajada de Israel apela a un argumento que el sionismo
ha dejado prácticamente de utilizar desde 1961, cuando fue pulverizado
por el investigador inglés Erskine Childers.
El argumento pretendía que “dirigentes árabes” habían hablado
por radio a los palestinos ordenándoles evacuar sus casas. Childers
viajó a Israel en 1953 y pidió pruebas de ese alegato, sin obtenerlas.
Acudió entonces al Museo Británico, donde se conserva la versión
grabada por la BBC de todas las emisiones de radiales de Medio Oriente
desde 1948, y no sólo no encontró un solo llamamiento árabe a la
evacuación, sino numerosas exhortaciones, e incluso órdenes, de permanecer
en sus casas.
Las razones que incitaron a los palestinos a huir al grito de “Deir
Yassin!” son la destrucción de aldeas y las masacres que precedieron
al 15 de mayo de 1948. Ello esta demostrado, en primer lugar, por uno
de los responsables de esas masacres, el dirigente de la Irgun Menajem
Begin, en su libro La Rebelión. Pero hay además centenares de testimonios.
El mediador de la UN, conde Bernadotte (asesinado por terroristas sionistas)
dijo en su informe:
“El éxodo de los árabes palestinos resultó del pánico causado por la lucha, de rumores sobre actos de terrorismo reales o supuestos y de la expulsión… Prácticamente toda la población árabe huyó o fue expulsada del área ocupada por los judíos”.
El periodista (y luego diputado) israelí Uri Avneri dice:
“En algunos casos, los dirigentes judíos trataron de persuadir a los árabes de que se quedaran, por ejemplo en Haifa. Pero por regla general los incitaron a abandonar sus ciudades y aldeas”.
El propio Yigal Allon ha referido
que para limpiar Galilea de palestinos, llamó a los alcaldes árabes
y les advirtió “que se van a quemar todas las aldeas de Huleh…
que huyan mientras hay tiempo”.
El mayor O’Ballance, historiador militar inglés, señala que “expeditivamente
los árabes fueron expulsados y obligados a huir, como en Ramleh, Lydda
y otros lugares. Dondequiera avanzaban en territorio árabe las tropas
israelíes, la población árabe era arrancada como por una topadora”.
El terror causado por las masacres tipo Deir Yassin, y no las inexistentes
exhortaciones de “dirigentes árabes” a quienes nunca se nombra,
fue pues la causa del éxodo.
La mayoría de esas masacres ocurrieron antes del 14 de mayo, fecha
de la “invasión” de Estados Árabes, y ocurrieron en zonas netamente
árabes, que aun dentro del Plan de Partición de la UN, figuraban dentro
del Estado Árabe.
Entre el 21 de diciembre de 1947 y el 14 de mayo de 1948, las organizaciones
terroristas israelíes montaron las siguientes operaciones de gran envergadura,
fuera de los límites de Israel, que en todos los casos significaron
ocupación de territorio, toma o destrucción de ciudades y pueblos,
y expulsión de árabes: Qazaza (21.12.47); Sása (16.2.48); Haifa (21.2.48);
Salameh (1.3.48); Biyar Adas (6.3.48); Qastal (4.4.48); Deir Yassin
(10.4.48); Lajun (15.4.48); Saris (17.4.48); Tiberias (20.4.48); Haifa
(22.4.48); Jaffa (26.4.48); Acre (27.4.48); Safad (7.5.48); Beisan (9.5.48).
La fuente es el New York Times.
Estas incursiones, y los extensos relatos que las documentan, prueban
que Israel no esperó siquiera el día de su Independencia, fijado por
la UN, para lanzarse a la conquista de territorio árabe; y que fueron
sus organizaciones armadas las que desencadenaron la guerra.
En este contexto, importan relativamente poco las citas de funcionarios
árabes que en su mayoría pertenecían a gobiernos corrompidos y reaccionarios,
de fuertes vínculos con el colonialismo. Lo que hayan dicho o dejado
de decir el rey Faruk, o el rey Abdullah, o el títere británico en
Irak, Nuri as Said, tiene tan poca importancia como lo que hayan declarado
los Comisionados designados por el gobierno británico, a quienes cita
la Embajada (Abdul Khader, el único dirigente amado y seguido por los
palestinos, murió en combate). Pretender que sobre esos testimonios
se pueda erigir el derecho a la dominación de un pueblo; suponer que
el relato de “un refugiado” (entre un millón), aparecido en un
diario jordano, justifique las infames Leyes de Expropiación dictadas
por el Estado de Israel sobre las tierras árabes; hablar de una imaginaria
“transferencia de poblaciones”; todo eso es defender lo indefendible.
Comprendo que el señor Sejatovich, lo haya hecho, por encargo de su
Embajada, con tan poca convicción.
PARA REFLEXIONAR
Con respecto a los datos verificables,
sólo me resta agregar que las cifras de refugiados que di en mi serie
de notas proceden de la UN.
La Embajada de Israel se permite, sin embargo, teorizar sobre mi actitud
frente al terrorismo y la violencia, que expliqué claramente en mi
serie sobre la Revolución Palestina.
Dije allí que apruebo la violencia de los pueblos oprimidos que luchan
contra sus opresores. Eso significa que el terrorismo que se inscribe
en esa lucha es –más allá del juicio particular sobre cada acción-
tan legítimo en el caso de los palestinos como en el caso de la Resistencia
francesa. Y que la insurrección de los palestinos frente a los ocupantes
de su patria es tan legítima como, por ejemplo, el alzamiento del ghetto
de Varsovia contra los nazis.
El testimonio de un escritor religioso judío ayudará a comprender
el paralelo:
“En lo que a mi concierne” ha dicho Moshe Menuhin “mi religión es el judaísmo profético y no el judaísmo-napalm. Los nacionalistas ‘judíos’, el nuevo tipo de guerreros ‘judíos’ no son judíos, sino nazis ‘judíos’ que han perdido todo el sentido de la moralidad y la humanidad judías… A pesar de todos los artificios de encubrimiento y la construcción de imágenes ficticias; a pesar de los torrentes de trucos sofisticados, publicidad astuta, retórica polémica, ocultamiento de los hechos, redacción tendenciosa de la historia, el hecho trágico es que los nacionalistas ‘judíos’ se apoderaron por la fuerza de las armas, del terror y de las atrocidades, de los hogares, la tierra y la patria de los campesinos, trabajadores y comerciantes árabes, en la vieja Palestina; construyeron una ‘Patria Judía’ y la expandieron durante los meses anteriores al 14 de mayo de 1948 por medio de masacres, despojos, terrorismo, entre el 10 de abril y el 14 de mayo, expulsando a los árabes de ciudades tan típicamente árabes como Deir Yassin, Jaffa, Acre, Ramleh, Lydda, etc.. Los nacionalistas ‘judíos’ son nazis ‘judíos’ y yo siento vergüenza que me identifiquen con ellos y con sus causas herejes”.