Violencia y delito en las escuelas

Recientemente el Ministerio de Educación (MPPE) anunció un programa para disminuir, entre otros problemas, la violencia y delincuencia en los planteles educativos del país; se trata de un programa piloto que se aplicaría en 1.560 centros, equivalente al cinco por ciento del total de 29.151 existentes a nivel nacional. De acuerdo a la información de prensa emanada del ministerio (publicada en Aporrea.org el 10/12/2016), se trata de planteles en los que hay altos índices de delincuencia, tráfico de drogas y embarazo precoz, además de daños a la estructura civil, riesgos socio -naturales y falta de planes de emergencia. La acción se denomina "Plan Integrado de Seguridad Escolar en, por y para el Vivir Bien" y estará a cargo del MPPE y la Dirección de Prevención del Delito. La idea es transformar los centros en Escuelas Territorio de Paz. Se trata de una iniciativa que debe, en principio, ser saludada, así como también evaluada por toda la sociedad.

En lo que concierne específicamente al aspecto de la violencia, hay que señalar que la misma ha cobrado notoriedad creciente en los centros educacionales, sin que haya recibido la debida atención. Afecta el rendimiento académico y la seguridad emocional y física de los miembros de la comunidad educativa en general, al mismo tiempo que, más allá de la escuela, se conecta con el auge de la delincuencia existente en la sociedad venezolana, contribuyendo a reproducirla y agravarla.

La violencia en los planteles puede ser verbal, física, o psicológica, percibida como agresión, intimidación, amenaza, humillación o chantaje, tener su origen dentro del centro o fuera del mismo. En ella se identifica a la víctima y al victimario; si bien la tendencia es a tomar partido por la víctima, el problema (como lo sugiere Jesús Machado) se debe afrontar desde las dos perspectivas, en la medida que ambos se encuentran atrapados en una misma situación, en el entendido de que es la comunidad educativa como un todo la que ha de salir adelante.

En el caso de los adolescentes y los jóvenes hay que tener en cuenta que estos se encuentran en un ciclo de cambios biológicos y de efervescencia psicoafectiva, en medio de un proceso de elaboración difícil de una identidad propia, lo que coexiste con habilidades aún limitadas para procesar las dificultades de las relaciones interpersonales y grupales, condiciones que pueden favorecer la irrupción de conflictos. En este último sentido se debe distinguir entre conflicto y violencia; el primero es inevitable, incluso puede ser una oportunidad para crecer personalmente y con el otro, pero la violencia, especialmente cuando se torna crónica, vela la comprensión del origen del conflicto y su resolución constructiva.

Además de la dimensión interpersonal, hay condicionantes de índole social y socio-cultural que inciden en el problema. Uno de esos factores es el tipo de escuela que se quiere construir, la naturaleza del proyecto educativo del Estado y el debate público sobre la materia, lo que debe ser confrontado con la escuela realmente existente. A menudo nuestros planteles responden al esquema de lo que puede denominarse la escuela-cuartel, insolidaria, en la que los estudiantes, docentes y directivos se encuentran atrapados en una espiral de reglas y rutinas que obstaculizan asumir a la escuela como un espacio en transformación, sujeto a cambios, a la intervención y elaboración de consensos de trabajo por parte de los integrantes de la comunidad educativa. Las reglas son sin duda necesarias, pero la escuela no puede reducirse a un continuo proceso de fabricación de conductas y rituales, bajo un marco (como lo señala también Jesús Machado), de dominio y sumisión, algo que, hecho costumbre, se traduce en una pérdida de libertad para todos. Se requiere un tiempo para trabajar, pero también para detenerse, conversar, celebrar y corregir, para que las cosas puedan encajar de otra manera, en un marco de acción y retroacción, de interactividad constante. Como lo plantea el sociólogo jesuita Pedro Trigo, el tipo de escuela que tenemos pesa mucho sobre el nivel de compromiso de los muchachos, los padres y representantes, especialmente de los sectores populares. Además de los problemas socio-económicos acentuados que los mismos confrontan, este autor nos señala que la educación a menudo es vista por la gente del barrio como un espacio desmotivador, vacío, incluso sórdido. De esa forma, nos encontramos ante una problemática que desborda el ámbito de un organismo público en particular (en este caso el MPPE) y exige un compromiso de todo el Estado, de las comunidades, las organizaciones sociales y los estudiosos del área. La relación escuela-sociedad debe cambiar si se quiere sumar esfuerzos para superar las dificultades existentes, en particular para asumir el problema de la violencia en los planteles.

Hay que señalar otro elemento que incide en la violencia escolar: los cambios en la subjetividad que han tenido lugar en las últimas décadas, relacionados con la irrupción de la cultura neoliberal, que más allá del ámbito económico, favorece determinadas actitudes, conductas y estilos de vida: se observan rasgos de hiperindividualismo, de culto a la imagen personal, de la instrumentalización del otro, que tornan difícil la construcción del "nosotros". En general, se vive una época de debilitamiento del lazo social. Hacerse cargo de la violencia en las escuelas requiere dosis de desprendimiento y altruismo que, ciertamente se encuentran presentes, pero ocultos bajo capas de un narcisismo social que compromete con más fuerza a las generaciones emergentes, que han nacido y criado en ese ambiente. Un ejemplo de esa situación lo encontramos en las filmaciones que algunos estudiantes realizan con los teléfonos celulares, de las riñas que tienen lugar dentro y fuera del plantel, en lo que corresponde a una imitación del papel de las empresas mediáticas, que suelen tratar las "escenas" de violencia con criterios de indolencia y simple espectacularidad.

Los problemas de violencia en las escuelas se ven, asimismo, condicionados por lo que sucede en las propias relaciones familiares, entre padres e hijos y entre los adultos. El núcleo familiar, afectado por la violencia, propende a la construcción de los roles de víctimas y victimarios a los que nos referimos anteriormente. El maltrato físico o verbal consuetudinario, el trato áspero, o el abandono, predisponen a un resentimiento profundo, que desde la más temprana edad y/o la adolescencia, crea las condiciones necesarias para ejercer la violencia (o aprender a someterse a ella), ante un mundo que se percibe como hostil o miserable. Frente a eso, hay que preguntarse qué pueden hacer las comunidades en las que conviven las familias, y lo que a su vez puede hacer la escuela para tratar de restablecer formas más constructivas de encontrarse con el otro.

En algunos planteles, por otra parte, se observan situaciones que, más allá de la violencia, favorecen el delito propiamente dicho. Hay comunidades en las que existen bandas armadas constituidas, las que pueden reclutar adolescentes y jóvenes en los centros educativos, así como pueden darse casos de estudiantes vinculados a alguna de esas bandas, lo que hace más compleja la situación. Sucede que las bandas no sólo reclutan, como puede pensarse, a muchachos de bajo rendimiento académico o con dificultades de conducta, sino que incluso buscan atraer a jóvenes con buenas calificaciones y rasgos de líderes. A cambio les ofrecen acceso a una carrera delictiva que les permitiría tener dinero, objetos de lujo y poder frente a los otros, factores estos que son los mismos que la sociedad "legal" presenta como el sueño dorado para sentirse importante. Una ilusión de ascenso rápido que, asociada a un acceso fácil a las armas y en el marco del negocio de la droga, sostienen una opción de vida, tras el cual se esconde la probabilidad muy real de una muerte violenta y prematura.

Con base a los estudios de campo desarrollados por Alejandro Moreno, podemos conocer mejor cómo es la organización de la violencia en el barrio, concurrente con el proceso de conformación de las bandas delictivas, en estrecha relación con tres factores: los problemas en la estructura del hogar, la falta de oportunidades para insertarse en el mundo del trabajo y la temprana deserción escolar. Allí convergen: a) el abandono del niño, entendido sobre todo como abandono de madre (aunque esta, al igual que el padre, pueda encontrarse físicamente presente); b) el alejamiento de la escuela (en algunos casos desde la primaria y en otros a partir del bachillerato); y c) la dificultad para conseguir un empleo que afecta a los jóvenes que ni estudian ni trabajan. La conjugación de esos tres factores crea las condiciones para que el fenómeno de la violencia y la delincuencia se reproduzca sin cesar, más allá de lo que el sistema escolar puede controlar. El delincuente implacable (aquel que mata incluso sin remordimiento, y permanece dentro del delito hasta una muerte temprana), está fuertemente relacionado con el abandono (doloroso, cruel, que coloca al niño en el lugar del objeto de desecho), y se vincula a la deserción escolar desde la escuela primaria. Otro tipo de delincuente, el circunstancial, puede eventualmente entrar y salir del campo del delito y proviene de un hogar mejor estructurado; se trata de por lo general de muchachos que desertan en la secundaria y, a partir del hecho que se corresponden con aquellos que ni estudian ni trabajan, están disponibles para ser reclutados por los delincuentes "duros" que dirigen la banda. Cerca de unos y otros se encuentra un grupo de niños, que aún están en la escuela; se trata de niños entre 10 y 14 años que observan a los que ya se hicieron delincuentes, escuchan sus relatos, siguen sus hazañas, ven las armas, quieren tocarlas. Estos niños son aquellos sobre los cuales la escuela puede ejercer influencia directamente (en la medida que se ubican dentro de ella), antes de que el delito los arrope.

Como puede apreciarse, el sistema educativo es sólo un eslabón de una cadena de factores, en estrecha relación de dependencia con aspectos "exógenos" (familia, comunidad, realidades socioeconómicas), que reducen la posible efectividad de los programas que una institución, por si sóla, puede llevar a cabo. Habría que conjugar la atención simultánea sobre: a) los hogares cuyo carácter disfuncional representan la cantera inicial de una nueva generación de adolescentes y jóvenes delincuentes; b) a los jóvenes que, fuera de la escuela, no cuentan con una formación para abrirse paso en el mundo de la producción y proseguir su preparación; c) los niños escolares más pequeños, cuyo perfil psicosocial y desempeño en la relaciones interpersonales y grupales nos formulan demandas de atención que nadie escucha; d) el problema del fácil acceso las armas de fuego; e)el negocio de la droga; f)el entorno de un sistema de impunitario ampliamente extendido en las instituciones y la sociedad.

Por último, en lo que se puede hacer en la escuela, hay que destacar que poco se puede lograr sin la participación activa de los docentes. Si el educador no se compromete a jugar un papel activo en relación a la situación de la violencia en los planteles, poco o nada se conseguirá. Algunos ya hacen el esfuerzo a nivel individual con los muchachos, pero las legítimas preocupaciones que tienen como trabajadores, sus dificultades socio-económicas y la diversidad de las exigencias cotidianas, ocupan su atención. De manera aislada, por separado, es poco lo que pueden solucionar. De allí que nos parece necesario impulsar un movimiento que, tomando en cuenta los aportes de educadores como Simón Rodríguez, Prieto Figueroa, Paulo Freire y otros, levanten la bandera de un proyecto educativo liberador, en términos de una transformación social profunda que, en todos los ámbitos y más allá de la escuela, nos conduzcan a rehacer la patria, en un marco de igualdad, libertad y auténtica integración social, para que sea posible erradicar, progresivamente, las causas de la violencia y su secuela de miserias humanas.

_______________________

Fuentes consultadas:

Machado, J. (2010). Escuelas sin violencia, Centro Gumilla, Colección Quehacer Comunitario, N. 15 Caracas.

Moreno, A. (2011). Educación y Violencia en la Venezuela actual, Revista de Pedagogía N. 90, Esc. De Educación, UCV.

Trigo, P. (2008). La Cultura del Barrio, Fundación Centro Gumilla, Caracas

observatoriodeviolencia.org.ve: 2 de cada 10 jóvenes abandonan planteles para unirse a bandas, 13/6/2016



Esta nota ha sido leída aproximadamente 4345 veces.



Equipo de Marea Socialista sobre Violencia y Seguridad

Organización política venezolana de izquierda, de orientación marxista-leninista-trotskysta, con ancestros partidarios desde los años 70 del Siglo XX. Procede de una corriente crítica, fundamentalmente obrera, que participó en el PSUV en los tiempos de Hugo Chávez y se desprendió en 2014 en ruptura franca con el gobierno de Nicolás Maduro. También se enfrenta a la derecha opositora y al autoproclamado "presidente" Guaidó. Se articula internacionalmente con la Liga Internacional Socialista (LIS-ISL IV Internacional). Una de sus principales consignas distintivas es: "¡Ni burocracia, ni capital!" Su Web es: www.mareasocialista.org

 Msocialista89@gmail.com      @MareaSoc89

Visite el perfil de Marea Socialista para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: