El caso de los Roqueros: una alerta para el Presidente y para todos nosotros


Es duro tener hablar con propiedad a veces. Inclusive, me sorprendo de cómo la lógica de una política descarriada, novata, vuelve siempre a ser la misma de lo que se ha conocido hasta ahora, es decir, la lógica de la socialdemocracia adeco-copeyana.

Hay (creo que todavía está) un artículo firmado por Miguel Arteaga: “Las OLP va contra los Roqueros”, en el cual denuncia autor con muchos detalles y referencias, o sea, citas, de un allanamiento hecho en un local del centro, específicamente en la Avenida Urdaneta, llamado FrankGarden Bar, dónde se reúnen y comparten los roqueros de Caracas su cultura, cualesquiera que sean sus maneras de llevarla. Denuncia el señor Arteaga que todo fue calculado. Una puesta en escena liderada por el viceministro de política interior y seguridad, dónde se “capturaron” a varias personas sospechosas. Bien, habla de cómo se organizó todo para un “pase” con el presidente Maduro. Llegaron con cámaras, luces y acción. Quizás, esta denuncia, de ser cierta, cueste creerla.
Pero lo más triste es que es cierta. No necesitamos evidencias policiales, no hacen faltas jueces instructores ni fiscales. Yo sé que es cierta. Así como sé que es cierto el asesinato de Chávez.
Deportar 16.000 colombianos indocumentados es una locura. Independiente de toda la mierda que pueda decir Santos, es un disparate, un crimen lesa revolución. No existe manera de explicarle al mundo o a los revolucionarios, a los verdaderos socialistas, que 16.000 colombianos son paramilitares o agentes de las conspiraciones del gobierno fascista de Colombia. Pues, es así, nuestro gobierno ahora está extraviado, entrampado en sus contradicciones.

Puede que sea un gobierno de muchachos orgullosos, obsesivos con sus peos personales, de clase, de estatus. O puede que sea miedo y falta de confianza en los valores sembrados por Chávez en su pueblo, el cual no distingue o no distinguió nunca en venezolanos, colombianos, ecuatorianos; con cédula o sin cédula. Chávez siempre supo que un país tan rico como este era el cobijo de todos los desplazados y pobres de la región, y un poco más. De eso se trató su revolución bolivariana.
¿Qué hijo político de Chávez hace este despropósito? Las primeras excusas, las “incontinentes”, expuestas por el mismo presidente, en vivo y en una rueda de prensa, fueron que, en Venezuela, con el precio del barril de petróleo a treinta y cinco dólares (35 $), no podía sostener tal emigración en la frontera. Más adelante se ha dicho de todo. Pero la excusa incontenida, este “acto fallido” del presidente, es el que cuenta a la hora de entender esta locura. Es la auténtica y miserable excusa. Miserable por su impacto chauvinista y de trasfondo fascista. El cual, inclusive tiene el efecto de psicología de masas, de poner a los mismos colombianos contra sus paisanos más necesitados y más pobres. Una réplica exacta de aquellos judíos que delataron y se pusieron en contra de sus hermanos en época de la Alemania Nazi.

La historia de las claudicaciones y de los avances se repite siempre bajo el influjo del carácter humano. Hoy, ese carácter desapareció definitivamente con la muerte de Chávez. Han vuelto los adecos, con rostros renovados, con caras más frescas. Pero juntos a las prácticas que fundaron o fundamentaron al fascismo Nazi.

Después de la mentira y el engaño viene la delación, la represión, la muerte, en fin, viene el fascismo. El fascismo, encarnado en nuestros hábitos capitalistas. Y renovado, actualizado en el control total de nuestras emociones, miedos, deseo, necesidades, de nuestra voluntad.
¿Qué se conserva en estas terribles prácticas? La veneración por la autoridad, la voluntad de ser mediocres, el culto a la mentira, a la ignorancia, a la obediencia irracional, el estímulo a las emociones, odios, y sobre todo, frustraciones, a la violencia de masas, al terror. Es decir, se conserva los fundamental para destruir a todo un pueblo en muy poco tiempo en una guerra, en una matazón loca.
¿Quiénes están asignados a vencer? Los ricos, en abstracto. Los capitalistas, el capitalismo, los métodos capitalistas, el Sistema de vida capitalista. No vencen quiénes, vence una ideología, algo, un monstruo espiritual dominante.
El sistema capitalista, que a su vez, está condenado a desaparecer junto a la humanidad entera.
Los errores que ahora se comenten no comprometen a unas idiotas elecciones. Comprometen una de las más claras oportunidades de sembrar en la humanidad entera la esperanza cierta de conmover al planeta en una gran revolución humanista socialista salvadora.

Parece una idea pendeja e ilusa frente a nuestros temores inmediatos. Pereciera un absurdo pensar en Colombia o en el planeta y el resto de sus habitantes muriendo y pagando con sus vidas la irresponsabilidad y la mezquindad de sus líderes. Sin embargo, no estamos muy lejos de ser las victimas miserables que a diario vemos en las redes sociales, en el Internet, en los noticieros, en la prensa, a pesar de ellos mismos.

Yo sé cuán poderoso es el egoísmo del pobre. Cuán poderos son los efectos disgregadores de la sociedad el no tener conciencia de ser una comunidad, una sociedad. Cuán pernicioso es para los desposeídos y serviles no tener conciencia de clase, de saberse explotado, engañado, traicionado. Y lo sé, por todas las veces que hemos estados tentados a justificar nuestras propias miserias.
Hay mucha, muchísima gente mejor, de más calidad humana que nosotros. Solo saber eso, descubrirlos, es suficiente para que rectifiquemos, para que nos avergoncemos de ese egoísmo ilegítimo, de pobres, de aspirantes, el cual no lo merecemos. Solo si alcanzamos ser conscientes de ser una clase social explotada, podemos conocer el valor superior del egoísmo verdaderamente humano, es decir, hacer de los menos, de los más necesitados, lo más parecido a nosotros mismo. Igualar a nuestros hermanos por lo mejor de nuestros empeños, de nuestras virtudes. Y dejarnos ser superar generosamente de aquellos con la pasión y voluntad ya disminuida en nuestros corazones, por los años o las enfermedades.

Fue el caso del gran egoísta socialista, de nuestro comandante Chávez. En él se aplica ser egoísta en virtud de su generosidad, gracias a su jovialidad y grandeza. A su intuición estratégica, a su terquedad, a su empeño.

El otro egoísmo es el mismo de cualquier cautivo del capitalismo. No importa cómo se venda como un Cristo, no importa cómo maquille en la televisión y en las tonterías de las tendencias en las redes y sus miserias. El otro egoísmo es mezquindad, la forma más pobre y miserable del egoísmo humano. Es decir, sin virtudes, sin ambiciones de querer ser fundadores de una nueva sociedad, de ser capitanes estelares en la historia sometida a voluntad humana.

Piensen. Jóvenes orgullosos, descarriados por las dudas, por confusiones, por la soberbia. Piensen que los pueblos están llenos de grandes capitanes, de artistas verdaderamente sabios y poderosos anónimos. Sin ventajas, pero más iluminados de conocimiento, de consciencia. Solo piensen que hay tantos en un pueblo como los hubo, como los ha habido, de verdaderos revolucionarios. Por ahí crecen y se hacen los verdaderos herederos de Bolívar, de Sucre, del mártir Anzoátegui, de Chávez. Fabricio, el Che, Fidel. Solo piensen que la historia se repite. Ahora le puede tocar a cualquiera de ellos.

Para quienes, siendo líderes, perdieron el sentido de la oportunidad, parece que se les acabó su tiempo. Parafraseando al “reloj” de Baudelaire: “se les terminó el tiempo, cobardes”.

Es solo una metáfora referida a los 10 minutos de fama que les tocó vivir a esta rara socialdemocracia. Ahora pasada de moda en este mundo globalizado.

Cada vez los métodos capitalistas obligan a una última batalla por la vida entre la vida que agoniza y la muerte, o sea, el triunfo definitivo de la estupidez sobre razón. Humanas los dos, pero en dimisiones espirituales distintas.

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Héctor Baíz

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