Ella, sus dos lágrimas y un lucerito

Comenzaba el verano en el Cono Sur pero aquella noche parecía el mejor día de la primavera. Es que era diciembre, mes de celebración de su cumple, y Ella lucía animada. Destellos de felicidad salían por sus ojos, a pesar de estar lejos de su tierra. Allá, cerca de la Patagonia, encontró un lugar donde vivir, conoció del cariño bonito en sus amigas y amigos que la animaba a culminar sus estudios. A mitad de la celebración de su cumple, sus amigas, hermanas de la vida, cuchicheaban extrañamente en la cocina, algo se tramaban. Dos rings simultáneos se oyeron en la casita esa noche, uno era del intercomunicador, un servicio a domicilio que extrañamente llegaba, y el otro era el del teléfono fijo. Ella corrió a atender la llamada, esperaba que al otro lado de la bocina estuviese ÉL, su amor de siete años que estaba al otro lado del continente. Ciertamente le llegó aquel amor, pero hecho palabras y flores. Al responder el teléfono oyó la voz de Él, la felicitó y juró amor eterno. Paralelamente sus dos amigas recibían un ramo de flores que le mandó su amor, he allí la razón de las sonrisas cómplices de las chicas. Ella derramó una lágrima ámbar, como la miel. Fue muy extraño, lloraba sólo por su ojo derecho, como si sus ojos administraban las lágrimas dependiendo del sentir - ¿Pero, por qué lloras?, le preguntaban sus amigas, deseando tener su dicha. Ella dijo: --Lloro de puro amor.

Pasaron cuatro años y volví a saber de Ella. Estaba en su tierra natal, al sur de Venezuela, junto a parientes yekuanas, jivis y piaroas. Fue una tarde de otro diciembre que decidió guindar los sentimientos en las cuerdas del patio de su casa. Una buena forma de descansar de las penas. Ella contó, ya cayendo la noche, que creía que estaba en la felicidad plena pero realmente fue una pesadilla. Hacía un año había decidido romper sus planes individuales, de mujer aventurera y soñadora, para pasar a otra etapa de su vida que no tenía claro si quería asumirla. En mutuo acuerdo, Ella y Él – él es el mismo amor de las pasadas flores sorpresivas-, decidieron asumir el encargo de un hijo o hija. Se hicieron el amor por semanas. Varios amaneceres la consiguieron desnuda en la cama con el placer de sentirse mujer de piel y corazón entregado.

Su mamá cuenta que cuando estaba en su último mes de preñez le preguntada: - Mami, ¿Y cuando el bebé nazca, cómo voy a hacer yo? ¿Cómo se le da teta? ¿Y cómo hago para seguir con mi trabajo? Esas preguntas que siempre se hacen las mujeres al estar embarazadas porque no existe ningún manual que venga con él o la bebita incluido cuando salen del vientre en donde se le indique a las mujeres como asumir la maternidad. Pasadas par de horas, ya mucho más de noche siguió contando un poco más su mamá, “Juntos supieron el sexo del bebe. Ella escribía sus poemas…. (Sonrisa enternecedora) Esperaba que llegara su Él del trabajo para contarle sobre las pataditas de mi nieto, sus sueños y angustias… Recuerdo que Él cada día que pasaba también estaba emocionado, pero angustiado y luego comenzó a llegar tarde, sobre todo después que nació el bebé. Nunca pensamos que se fuera así, como si nada. Muy triste todo”.

Aquella noche ella derramó una segunda lágrima, pero esa vez lloró su ojo izquierdo. Dicen que cuando el ojo izquierdo llora, lo hace porque el corazón está lleno de desamor. Su lágrima era cristalina, muy brillante, parecía ser la última que derramaría. Su lágrima resultó ser una limpia alma, su cuerpo necesitaba sacar el dolor acumulado en los últimos 121 días.

La lágrima cristalina que recorría el rostro de Ella, realmente no era de Ella sola, arrastraba el pesar de su madre, de su familia, amigos y amigas de ambos. Dice el chaman del pueblo que aquella lágrima fue tan grande que el Rió Autana por primera vez tuvo un sabor salado. Todas y todos la vieron asumir sola a su niño al mes de haber parido. Él decidió planear su salida de la vida de Ella y de todos los afectos en común de un solo sopetón. Pensar en su bien era su prioridad de vida. Una semana antes de su partida, en una de esas conversaciones acaloradas de pareja en momento de rompimiento, Él le dijo a Ella que no debía tener miedo ni andar llorando por el pueblo porque era una mujer fuerte, inteligente, bella y profesional, por eso se iba tranquilo y decidió que antes de irse Ella se quedara con un hijo o hija suya.

Él sabía que el amor de un poco más de diez años no era el mismo, comenzó a experimentar a ser jefe, a ejercer el poder, a andar con “el cargo de funcionario” en su rostro con las cejas levantadas, a hacerse oír, más no oír al resto, ser el centro de atención de la vida de otras personas, incluyendo nuevas formas de amores. Se perdió en la soberbia de los valores machistas y capitalismo, dejó que le robaran la esencia de hombre lindo, humanista y solidario que mostraba ser a sus afectos. Desde su partida fue el ser más gris del pueblo. Cuenta el heladero de la plaza de los indios que una vez lo vio pasar y no llevaba su sombra de compañía. Una mañana dijo el heladero refiriéndose a Él “… parece que la sombra dejó de acompañarlo, seguro le daba pena ser testigo de su proceder” .

Cada noche, cuando Ella llega a su casa, al abrir la puerta de su hogar, una luz única la alumbra, la llena de una nueva forma de amor, la de madre. Es un lucerito que salió de su vientre. Seguro, de tanto amor que recibe su lucerito, cuando él sea grande no se permitirá, como hombre, repetir la historia que le hicieron vivir a él y a su madre. También probablemente buscará a su papá y le hará saber de su diferencia de asumir la vida y hasta lo perdonará.

En noviembre, mes de conmemorarse el Día internacional de la no violencia contra las mujeres, por las miles de Ellas y luceritos que salen a luchar por vivir solos y solas, les dejo éste relato. Quizás, mientras lo leen, están siendo abandonadas, golpeadas psicológica, verbal y físicamente más de nuestras mujeres por sus parejas. Ellas terminan siendo víctimas de violencia de género, cabezas de hogar. Nadie merece ser violentado, mucho menos en nombre del amor.


glara1602@gmail.com


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