Los dólares que asesinaron a Robert Serra

La muerte hizo su entrada a la casa. Llegaba vestida de verde, como fantasmas, eran. Seis sombras. Se movilizaron. Hicieron lo que tenía que hacer y se marcharon. A tras dejaron una noche con un manto rojo, rojito. Sangre joven. Sangre de esperanza. Sangre de lucha, de versos y plegarias. Dos cuerpos quedaron tirados, como dos objetos, agujereados por los certeros punzonasos. Estaban quietos. Quieticos. Idos del mundo que los vio nacer. Sus ojos aún estaban abiertos, y a través de ello se percibía un horizonte preñado de ideales. Los seis fantasmas, habían vendido el alma al diablo por un puñado de dólares, habían cumplido la orden. Y se retiraron apuraditos, como quien va cansado de trabajar la muerte. Grabado en la oscuridad de aquella noche fatídica, quedaron los rostros de aquellos seis fantasmas asesinos. Dejaron las huellas, sin saberlo y se perdieron en las calles oscuras de Caracas.

II

¿Quién lo iba a creer? El miércoles 3 de octubre de 2014, pasó. Pasó como pasan las cosas malas. Las cosas que duelen. Las cosas que golpean, como un mazo, lo más profundo de nuestro corazón. Un joven amaneció alegre, eufórico, como era desde niño. Era el amanecer de la vida. Un día más de euforia. De verbo. De lucha. De esperanza y de entrega al compromiso. Cuándo se baño, se secó y se vistió. Su ropa olía a tragedia. Pero él no lo percibió, y tarareó una canción de Alí Primera. Era el día miércoles 3 de octubre, día oscuro, lleno de malos presagios. Pero así siguió en su actividad. Era un joven lleno de vida y de esperanza. Pero nunca imagino de la visita que tendría en la noche.


III

Desde joven estudiante, en una Universidad privada, muy conocida, destacó por sus ideas claras y precisas. Por sus posturas combativas. No le importaba estar latiendo en la cueva llena de bichos raros. Se dio cuenta muy temprano que el raro era él. Pero eso no le importó. Por el contrario se motivo a luchar por sus ideas. Se enfrentó a la jauría. Había comenzado su vida política, sin saber que la trampa, la canalla y el destino, le preparaba una mala jugada. Le gustaba discursear. Practicaba, desde niño, frente a un espejo. “Muchacho, tú estás loco”, le decía su mamá. Pero el joven no desmayaba en aprender a jugar con las palabras. Alguien le había dicho que la palabra, bien manejada, era un poder. Por eso en sus años de estudios universitarios, se fijó en un líder venezolano que se llamaba Hugo Chávez. Este hombre le impactó. Se enamoró de su verbo, de sus ideas, de sus mensajes revolucionarios. Su mente, entonces, fue penetrada por las ideas de aquel líder. Y ya no pudo más que declararse chavista.



IV

¿Por qué siempre los jóvenes? A mi memoria se les escapan, por vieja, los nombres, pero los rostros siempre los guardo. Recuerdo a la joven estudiante Livia Margarita Gouverneur Camero, lideresa juvenil del Partido Comunista de Venezuela, quien fue abatida por una bala del régimen represivo de Rómulo Betancourt, el 1° de enero de 1961. Muchos jóvenes, liceístas y universitarios corrieron la misma suerte de Livia. El 2 de junio de 1962, caería yo preso por mi participación en “El Porteñazo”. Siempre la rebeldía, por delante. Eso me persigue desde que tuve uso de razón. Pero más aún a partir de cuándo me señaló un gringo y me dijo: “Usted no puede entrar a este bar”. Sucedió en Key West, Florida, Estados Unidos. Y también guardó con la nitidez del agua del tinajero, un día en que observé que un barman, en otro bar, en la misma Florida, quebraba los vasos donde yo había bebido la cerveza que el mismo me servía. Pero siempre lo mismo. Por eso mi rebeldía contra la injusticia creció del tamaño del cielo. Y lo será hasta mi segundo final.

V

Los jóvenes dan su vida por la patria, sin pensar en otra cosa que no sea el deber de servir con amor, con pasión y compromiso a los ideales de nuestros héroes de nuestra independencia. Por eso, el joven Robert Serra, se entregó por completo a su lucha por los pobres, siguiendo el ejemplo de Hugo Chávez Frías. Por su liderazgo joven y prometedor, por su claridad de pensamiento, la canalla lo escogió para hacerlo más líder de lo que era, antes de aquella tenebrosa noche del miércoles, 3 de octubre de 2014. De pronto la memoria de Robert dejó de pensar en Tronski, otro revolucionario hasta los tuétanos, perseguido por sus ideas adelantadas y radicales, se tuvo que ir al exilio, huyendo del dictador Stalin, y llegó a México, sin pensar que allí llegarían también los tentáculos del oprobioso régimen, en manos de Ramón Mercader, un comunista español a la orden del servicio secreto de la dictadura soviética, quien se infiltró en los guardaespaldas de León Trotsky y le rompió su cráneo hasta que lo vio copiosamente sangrante y muerto, muertico. Se había apagado en México una voz. La voz más pura de la revolución rusa. Serra, no podía dejar de pensar también en su segundo héroe: Ernesto “Che” Guevara. Había leído todo sobre el guerrillero heroico, pero se había detenido en la mala hora de su asesinato. Fue el 9 de octubre de 1967, e, la selva boliviana. Allí había a parar en su afán de extender la revolución cubana por todo el continente. Con su ideal revolucionario, pero también con su asma a cuesta. Hasta que lo capturaron en combate los Rangers. Lo llevaron a un sitio llamado “La Higuera”. Con miedo y todo. Pero más miedo les dio cuando recibieron la orden de La Paz. Le temían, a pesar de tenerlo amarrado, y herido, tirado en un rincón de la vieja casucha. El miedo les corría hacia abajo. Hacia las temblorosas piernas. Y con miedo y todo lo asesinaron, después que él los había instado a disparar. “Disparen, cobardes, que van a matar a un hombre”, les había dicho a sus captores. Y se fue la vida en el eco del sonido del fusil, aún temblando en las manos asesinas que acabaron con la vida del guerrillero heroico y eterno.

VI

Robert Serra, quedó prendado de esos dos asesinatos. Comprendió que la muerte persigue las ideas, estén donde estén. Pero esas muertes se convierten en semillas que se expanden por el mundo, y germinan millones de luchadores por la justicia, por la paz y por los pobres, como él. Pero el personaje que más lo impactó, por la cercanía, fue Hugo Chávez. Robert se prendó de él, y lo siguió en vida hasta que una enfermedad sospechosa le quitó la vida el 5 de marzo de 2013. Hugo Chávez ocupó el primer lugar en su corazón y en su fibra de joven luchador y comprometido con el proceso, más allá de su vida. Su voz se regaba por doquier: en la Asamblea Nacional, como el diputado más joven de la historia del parlamento venezolano (23 años), en las calles de Caracas y en los barrios populares, como su 23 de Enero. Sentía a esa populosa y popular parroquia en sus huesos. Por eso trabaja por ella. Por su gente. Por sus hombres. Por sus mujeres. Pero sobre todo por los jóvenes, donde llegaba su voz, alentándolos a luchar, luchar y luchar hasta morir, si era preciso, por la patria. Esa patria de Bolívar y de Chávez.




VII

Así transcurría su vida. Su actividad política y su entrega al proceso revolucionario. Hasta que comenzaron a seguirlo, como parte de un plan macabro para callarle su voz. Esa noche estaba alegre en su casa en la popular parroquia de La Pastora, en Caracas. Él y su compañera María Herrera, oían las canciones del cantor del pueblo, Alí Primera. Las sagaces sobras, convertidas largos y silenciosos punzones, entraron y se regaron por la casa. Sometieron a María, en la planta baja, la amordazaron y fueron por Robert en la segunda planta. También fue sometido y amordazado. Rapidito calló la torrencial lluvia de aguijonazos, sobre los cuerpos de los dos jóvenes revolucionaron. La lluvia ceso, cuando ya sus vidas se habían escapado. Solo quedaron inertes, como dormidos, los dos cuerpos. Afuera, en la calle, la noche corría, como si nada. Las sombras asesinas abandonaron la casa, y en su interior quedaron los dos cuerpos de Robert Serra y María Herrara, sin el brillo de luz en sus rostros.


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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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