El heroísmo de Víctor Soto


Me tocó en agosto de 1964 transmitir ante un pleno nacional de la Juventud del MIR la triste noticia del asesinato de Víctor lanzado desde un helicóptero y compartir un llanto colectivo de dolor y rabia. Después de 50 años, Víctor sigue guardado en nuestro corazón como una espina, como un ejemplo y como una flor.

Hemos despedido a centenares de nuestros hermanos caídos en combate o en las cámaras de tortura o en asesinato premeditado. La vieja consigna “camarada tu muerte será vengada”, la he sustituido por tu muerte será honrada.

Nuestra derrota fue la derrota del programa democrático y antiimperialista del 23 de enero de 1958, cuando el pueblo venezolano derrocó a Pérez Jiménez.

Desde esa fecha hasta las elecciones de diciembre de 1958, ganadas por Rómulo Betancourt, se desarrolló un período de democracia directa pues el derrumbe de la institucionalidad dictatorial facilitó que el pueblo impusiera decisiones desde la calle. Prolongar este período de democracia directa era la tarea revolucionaria del momento, pero la dirección revolucionaria se esforzó por la convocatoria de elecciones, cuyos resultados legitimaron el puntofijismo y legalizaron la represión contra el movimiento popular iniciada por Betancourt. En agosto de 1959 ocurrieron los primeros muertos que abrieron el camino hacia la lucha armada. Imponer la violencia y sacar al pueblo de la calle era el objetivo imperialista. Profundizar la lucha de masas y derrotar la violencia debió ser nuestra política. Seguramente la lucha armada era inevitable, pero ha podido ser una lucha del pueblo y no la de una vanguardia, lo que favorecía el plan imperial de resolver los conflictos sociales mediante la violencia.

Para 1964, la lucha armada y los movimientos populares estaban derrotados. Esa derrota fue condición para que se impusieran las políticas neoliberales. Si nosotros hubiésemos triunfado, en el continente posiblemente se hubiese evitado esa larga noche neoliberal que hoy continúa provocando guerras, pobreza y hambre.

Víctor, tu alegría llanera, fraterna compañía, firmeza, son algo que seguimos extrañando. Tú y Jorge Rodríguez fueron de mis mejores hermanos. Hace poco despedimos a Francisco Prada y ahora una larga enfermedad se llevó a Freddy Yépez. Seguimos aquí como rayo que no cesa, incluso más allá de la inevitable muerte física cuando serenamente gritaremos ¡Presente!


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Julio Escalona


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