La Venezuela del pasado: un harapo social

Para los que vivimos en pobreza, no nos es difícil hablar de la Venezuela del pasado, tan elitezca y tan pobre. Recuerdo que mi primera muñeca la recibí a los catorce años, y tuve que dedicarme por fuerza en ese año a jugar a las comadritas, a pesar de estar en plena adolescencia, pues era mi primera muñeca, debía experimentar aquel regocijo que se sentía con una muñeca en los brazos en mi condición social.

Crecí en un barrio pobre, con gente pobre, amigos pobres, casas de pobres, sin bancos para sentarse, sin las tres comidas diarias, con camas sin colchón, con suelos agrietados entre el cemento y la tierra, paredes sin terminar, con cerros llenos de ranchos y muchos árboles de frutas, el alimento de los pobres.

Vestíamos con ropa curtida por los años, remendada, sin estrenos, con zapatos de cartón que arrastrábamos para poder lucir nuestros pies tapados. Éramos los pobres de la cuarta república venezolana, y allá en la otra calle o más allá, la opulencia. Las casas hermosas con árboles gigantes con aire de clase, las niñas preciosas con mejillas rosadas comiendo chocolates. Los únicos chocolates que comí en la niñez junto a mis amigos, los obtuve del robo que hacíamos a un supermercado Victoria, recuerdo que nos distribuíamos para realizar la jugarreta, unos vigilaban y otros robaban, yo robaba.

Los pobres no podíamos ir de paseo, no había dinero para ir a pasear, todo lo hacíamos a pie. Caminábamos kilómetros para encontrarnos con las grandes mansiones de los ricos venezolanos, y ver aquellos carros por las avenidas. La abundancia alejada de nuestro mundo, nos permitían soñar y a eso íbamos, íbamos a soñar. Este carro es mío, este carro es mío, este carro es mío, esta casa es mía, esta casa es mía, esta casa es mía. Cuatro carros o 20 tenía yo y tres casas inmensas o 15, todas eran mías. Todos soñábamos con vivir igual que ellos. Que lindo es vivir bien y que diáfanos son los sueños de los pobres.

Caminábamos tanto que olvidábamos comer, bueno, no había comida. Lo que más hacia junto a mis amigos del barrio era jugar. Jugábamos y creábamos. Elaborábamos nuestros propios juguetes con la bondadosa naturaleza, eso nos indica que también los pobres somos creativos. Éramos ágiles para construir y recolectar, siempre íbamos a buscar juguetes que unas bondadosas niñas de cuatro años aproximadamente, perteneciente a clase alta nos tiraban por la ventana de su habitación, claro a esa edad los ricos no son arrogantes y burlescos, son niños y niñas con su corazón de azúcar.

Pero más allá de mi barrio, había también otros barrios llenos de pobres con cañadas que en los aguaceros parecían lagos, con niños y niñas bañándose en el agua sucia, a mi me encantaba cruzar la cañada, me salve de milagro que me arrastrara. Eso nos permite pensar, que los pobres, además de soñadores, creativos, son osados Y crecí entonces, mirando los barrios, soñando luchar por los barrios, los barrios llenos de gente con harapos en la Venezuela petrolera del pasado.

En harapo social, fue convertido nuestro país. Pobres con harapos extendidos como herbaje en territorio venezolano, sin posibilidades de erradicar su miseria.

Los sueños no mueren en el pobre (decía mi madre), la creatividad tampoco y la osadía mucho menos. Y fueron entonces los pobres, el pueblo pobre venezolano, el pueblo con remiendo, con harapos, con casas de latas, de cartón, de adobes sin terminar, el gran visionario que dio la oportunidad a un hombre valiente de luchar junto con ellos para hacer realidad sus ilusiones.

Un pueblo consciente de su realidad histórica, de su vida sumergida en migajas manipulados por políticos que solo en momentos de elecciones, los identificaban como venezolanos y saltaban a darles, el cemento para levantar las paredes de su rancho, el zinc para el techo, nunca, nunca una casita decente con habitaciones dignas para las familias venezolanas. Esas casas bonitas que hoy vemos construir para ellos con la puesta en marcha de la Misión Vivienda en el gobierno actual..

Hoy tenemos progreso aunado con esperanzas. Poco a poco iremos construyendo el país que queremos, nuestro presidente Chávez, elegido democráticamente para una vida digna, lo desea así, y va de la mano con su pueblo lleno de gozo. Así nacen los sueños, los míos en aquel barrio pobre y surgen los sueños de muchos, y muchos pobres. Queremos casas, queremos estudiar, queremos carros, queremos comer, queremos vivir bien, queremos sonreír, queremos un gobierno bueno que nos de felicidad.

Podemos lograrlo, superar los errores, las Misiones que se emprenden en la Venezuela de la democracia representativa y protagónica, son programas sociales que darán bienestar al pueblo. Y eliminaran la pobreza, como resultado del abuso de los gobernantes cuatorepublicanos.

No es ironía, ni ofensa hablar de harapo. Yo vestí harapos, nací pobre y viví en pobreza, a los 14 años tuve mi única muñeca y a los 17 años tuve que trabajar. Éramos muchos los pobres, y crecimos más y más. La Venezuela del pasado nos convirtió en un verdadero harapo social. Luchemos y construyamos la patria sin pobreza, en esta nueva Venezuela, merecidamente lo tiene el pueblo, quien siempre ha sido un forjador de sueños.

(*) Socióloga


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Carmen Arelis Contreras M. (*)


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