El caso de Noel Rodríguez

Crimen e intolerancia en la IV República

Los derechos humanos fueron siempre un rubro olvidado en la Cuarta República. El Estado venezolano fue confeccionándose con un ideario intolerante. La añorada democracia fue anudando en su alma la barbarie. No en balde el chino Valera Mora habló de los muñones de la generación del 28.

Mientras se vivió la represión dictatorial, los líderes que lucharon contra Juan Vicente Gómez y Pérez Jiménez consideraron inaceptable el terror. Todo pareció haber cambiado cuando Rómulo Betancourt asumió la Presidencia de la República. La democracia fue traicionada. Los valores nacionalistas y democráticos del 23 de Enero fueron pateados por una élite adeca que se hizo servil del Departamento de Estado norteamericano y que fue envilecida por las riquezas malhabidas producto del peculado de Estado.

Con la democracia venezolana ocurrió lo mismo que les pasó a los ilustrados franceses. Lukacs ha sostenido que la burguesía pierde su conciencia de clase, su espíritu libertario cuando le toca gestionar sus propios intereses. Esto ocasionó la primera división de Acción Democrática. El MIR levantó las banderas de la equidad, de la inclusión y de las utopías revolucionarias. La represión ha sido siempre rasgo característico de los que no tienen razón. En la década de los sesenta la policía política betancourista reeditó la gavilla, allanó los sindicatos comunistas, declaró enemigo a todo aquel que desobedeciera. A cientos de venezolanos se los tragó la tierra en los cuarenta años de democracia representativa.

Las universidades nacionales cobraron centenares de víctimas, la tortura política se hizo plato de primera mesa. Simón Sáez Mérida en sus Siglos semanales denuncia el ring perezjimenista y la bolsa de hielo como formas de castigo, pero también ubica al ciudadano común en el sufrimiento que padece el detenido político de aquellos espeluznantes años sesenta. Las bandas enquistadas en el poder han perdido toda proporción de la justicia. Nereo Pacheco, aquel torturador de la Rotunda en la época de Gómez, había renacido. Los hombres eran metidos en los tigritos, se les sacaba la verdad a manoplazo limpio, o simplemente eran lanzados desde los aviones como se hizo con Víctor Soto Rojas durante el gobierno de Raúl Leoni.

Los hijos perdidos de familias militantes del ideario de justicia desaparecieron ante sus amigos, de sus universidades, sin que nadie supiera dónde estaban. El terror se había impuesto: preguntar, indagar, realizar las pesquisas respectivas convertía a los ciudadanos en peligrosos, por lo más mínimo los jóvenes podían ir a las cárceles, esto ocurrió muchas veces con jóvenes campesinos que fueron privados de libertad por una democracia que no aceptaba la crítica y terminó ensangrentando al país. Las cisuras de aquellos días aún persisten en la memoria.

Noel Rodríguez fue perseguido, acosado y muerto por una democracia de decisiones inaceptables. Ese orden político liquidó a Alberto Lovera, terminó con la vida de Fabricio Ojeda. Se trataba de silenciar al adversario satanizándolo, mostrándolo en lo social como un indeseable. Se trataba de preparar el entramado de factores que justificaran cualquier acción del Estado para con aquellos hombres. Venezuela es decana en violación de derechos humanos. En la década del sesenta del siglo XX hubo campos de concentración para purgar las penas. La Isla del Burro concentró a los jóvenes que estuvieron en desacuerdo con Rómulo. La impostura de la juventud fue reprimida con la muerte, con la tortura o con el exilio político.

Los gobiernos cuartorrepublicanos allanaron la inmunidad parlamentaria de los diputados del Partido Comunista de Venezuela. Asesinos connotados como Posada Carriles residieron en Venezuela convirtiendo el país en una carnicería. La democracia cuartorrepublicana jamás se deslastró de los métodos intolerantes de las ancianas dictaduras venezolanas y latinoamericanas. Venezuela se convirtió en esos años en un gran laboratorio de la violencia. Noel Rodríguez fue un joven estudiante creyente en la utopía socialista, nunca pensó que aquel bello ideal diera al traste con su vida, fue secuestrado torturado y desaparecido. Su único crimen fue ser marxista, defender el derecho de los venezolanos a la vida y a la inclusión.

Treinta y nueve años de sufrimientos padeció la familia de Noel para saber la verdad. En la tiniebla residió este caso, su padre murió en 2005 con el dolor de no haber recuperado el cadáver de su hijo, se impuso la mentira y el silencio. Noel Rodríguez, al igual que Jorge Rodríguez padre, fue asesinado bajo la complacencia de gobiernos impunes. El país vivía momentos luctuosos y de terrorismo. Las fuerzas revolucionarias habían sido castigadas hasta la exacerbación. La irracionalidad estaba dando al traste con la vida y liquidando las utopías. La democracia había sido tomada por el miedo, por la irracionalidad. Los cuerpos de seguridad del Estado se consideraban con el derecho de vejar, de torturar, de amedrentar a todo aquel que no simpatizara con la Cuarta República.

Época de humillaciones, de represiones estudiantiles, de encarcelamientos masivos. Si bien es cierto que el gomecismo encarceló a sus jóvenes intelectuales con motivo de la coronación de Beatriz, la reina de los estudiantes, no es menos cierto que en la Cuarta República se rehabilitó el San Carlos para convertirlo en cárcel política, se hizo lo mismo al confinar en La Orchila y Tacarigua a los presos políticos. Los adecos que fueron reducidos al castigo en la cárcel del Obispo cuando el general Marcos Pérez Jiménez, ahora blandían sus látigos y movían sus tribunales para convertir la justicia tribunalicia en una fuente de corrupción. Noel Rodríguez, como joven estudiante de Economía, fue un disidente de una sociedad injusta, por eso se le quitó la vida. La democracia cuartorrepublicana olvidó en sus gobiernos que el derecho a la vida es inalienable.

Fue motivo suficiente para detener a Noel Rodríguez su militancia con los sueños de un mundo mejor. El SIFA dio cuenta de su vida, se le castigó, se le torturó. Se hizo con él lo mismo que se le hizo a Víctor Soto Rojas, a Nicolás Ezequiel Montes Beltrán, a Felipe Malaver, a Alejandro Tejero Cuencas y a muchos otros. No es posible olvidar y hacer mutis con respecto al crimen. Los crímenes y las violaciones de los derechos humanos no expiran. Forma parte del derecho de los pueblos saber y conocer su historia. Los panteones de la izquierda venezolana y latinoamericana están llenos de víctimas de las dictaduras militares y de unas democracias punitivas que, obedeciendo no a la ley, sino a la violación, olvidaron que los hombres tienen derecho a conservar su honor y a gozar de libertades públicas.

Es un derecho inalienable la garantía a la integridad personal. Noel Rodríguez, militante de un partido como Bandera Roja que creía en la democracia radical, fue atropellado. La democracia adeco- copeyana allanó liceos y cometió crímenes en estos centros. Allanó universidades violentando a cada momento la autonomía universitaria. A finales de 1969 fue allanada la Universidad Central de Venezuela, se nombraron autoridades de facto y se interrumpió la vida democrática de aquel recinto del saber.

Esa democracia asesinó a mansalva en Cantaura a los estudiantes del Partido Bandera Roja. La mano de López Sisco no tembló para nuevamente sembrar el país de muertos que aún esperan la redención definitiva. La Comisión de la Verdad es una necesidad de los pueblos que han sido sometidos por la represión y el terror. En nada se diferencian los confinamientos gomeros de la intelectualidad cuando se encarceló a Andrés Eloy Blanco en el Castillo Libertador, con el cautiverio que sufrieron los presos políticos venezolanos en el Betancurismo y en los gobiernos de Leoni y Caldera. Nadie se reclama hoy en día de esos regímenes. En el caso de Noel Rodríguez se esperó 39 años para que el pueblo venezolano tuviese derecho de ser informado de aquella muerte que golpeó tan duro la voluntad democrática del pueblo venezolano.


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