Otro nobel innoble

Hay muchos seres poderosos ávidos de reconocimientos, aún cuando en verdad ya nada les hace falta.

Vean ustedes cuántos trofeos le han dado a Globovisión. Vean cómo premiaron con el Príncipe de Asturias y El Rey de España a Venevisión y a Patricia Poleo. Y para la entrega de preseas a Bobolongo y a El Universal ya no quedan espacios donde colocarlos.

El Nobel ahora se entrega para reforzar el mando de la derecha en el mundo, para reforzar el control de la mente y quien en él decide es fundamentalmente el grupo Bindelberg. El Nobel es otro de tipo de invasión, son los marines de la Academia.

Observen cómo a las pocas de recibir el anuncio de que había sido galardonado con el Nobel, Mario Vargas Lllosa comenzó a atacar contra Cuba y Venezuela.

Para eso se lo dieron.

Sin duda que el tipo sufre de grafomanía: es quien más escribe y ha escrito por la prensa (y en cualquier escenario público que se le presente) a favor del llamado laissez-faire o liberalismo.

Pero a medida que leemos a este preñado por los dioses del mercado, nos percatamos de su insigne ignorancia no sólo sobre temas sociales, en los que interviene mucho con su pluma, sino también en la estructuración de sus ideas intelectuales y sus conocimientos sobre la historia de América Latina.

Hay algunos hechos significativos al respecto, entre ellos, su discurso, con ocasión de su incorporación como miembro en la Academia de la Lengua Española, y dijo que Azorín había sido un escritor menor, por lo que recibió una enérgica réplica por tal estupidez de parte de Camilo José Cela; luego aquella afirmación que hace en su libro “El Pez en el agua”, de que Venezuela y Colombia padecimos guerras religiosas.

En un homenaje que se le hizo en Toledo a Marañón, dijo que ser “liberal” era todo lo contrario de fanático; no hubo un grupo político tan dotado de locos rabiosos y carniceros, como los liberales que tuvimos en América Latina.

Liberales son los de la ultra-derecha que llevan once año tratando de derrocar a Chávez. Liberales es toda la gusanera cubana radicada en Miami.

¿Acaso no llama la atención el hecho de que Mario Vargas Llosa jamás haya escrito algo sobre el pensamiento de Simón Bolívar, cuya vida y obra fue el esfuerzo más sublime y total de latinoamericano alguno, por encontrar un destino digno y noble para nuestro continente?

Otra de sus chapuzas intelectuales fue aquella famosa polémica que él sostuvo con el magnate George Soros, en la que Mario sostenía que el mercado es la panacea a los males económicos del mundo.

No sólo arremete Vargas Llosa con su propia pluma, sino que llegó a incorporar a sus más allegados e íntimos colaboradores, para dar la sensación de que hay un clamor mundial, que sostiene sus principios. En el best seller, El Manual del perfecto Idiota americano y... español, incluyó a su mariquita hijo, Álvaro, al colombiano Plinio Apuleyo Mendoza y al gusano Carlos Alberto Montaner.

En un largo e histérico artículo (El diablo predicador), Vargas Llosa decía: “George Soros se hizo famoso en septiembre de 1992, cuando “quebró” al Banco de Inglaterra, en una audaz especulación contra la libra esterlina, que sacó a ésta de la “serpiente” monetaria europea y le hizo ganar a él, en una noche, dos mil millones de dólares”.

Lo importante para Vargas Llosa era el hecho de que Soros hubiera ganado dos mil millones de dólares, por lo cual no tenía ningún derecho a criticar el sistema.

Además, lo que desquiciaba a Vargas Llosa, era que habiendo Soros (por su conocimiento profundo de los problemas del mercado, del sistema financiero internacional y de la filosofía del laissez-faire ), ganado dos mil millones en un “juego democrático”, producto del libre mercado, tuviese los riñones de sostener en su ensayo, publicado en el Atlantic Montlhy, que el capitalismo y la filosofía del laissez-faire constituían la más grave amenaza contra la sociedad abierta, la paz mundial y la cultura democrática.

Vargas Llosa remataba en aquel artículo, como todas sus certeras iluminaciones: “el señor Georges Soros, lo hace muchísimo mejor ejerciendo de capitalista que reflexionando y predicando sobre el sistema al que debe ser billonario.

Es decir, que por obtener dividendos cuantiosos en este sistema Soros estaba obligado a considerarlo maravilloso, sagrado y perfecto.

En aquella época en Venezuela, uno palpaba, sin necesidad de tener que hundirse en voluminosos tratados de filosofía económica, que lo realmente injusto y aberrante es el capitalismo, y que no hay ninguna mano invisible que esté conduciendo a la realización del progreso, ni de elevados sueños éticos, sociales o culturales ni mucho menos a la perfección del individuo.

Lo que uno percibe es que se ha engendrado una locura abyecta, un estado de codicia incontrolable por el dinero, porque a la gente como a cobayas se le ha inoculado el veneno del consumo. Pues, se vive si se tiene con qué comprar; un país va en vías de “desarrollo” para el capitalismo, si está en la capacidad de producir cosas útiles o inútiles, pero sobre todo inútiles, no importa lo que sea, pero que otros puedan comprar.

Y allí están, pues, los imperios, inundando al mundo de un "aparataje" tecnológico divagante mil veces peor que la droga, y cuya alucinación en los pobres países provoca graves distorsiones económicas.

De modo que esta locura que eleva el nivel de vida de estos países es la misma que esclaviza y arruina a los llamados subdesarrollados. Es decir que el subdesarrollo no es otra cosa que un exudado del desarrollo, como sostiene el pensador español, José Luis Sampedro.

Los países pobres venden lo esencial para el desarrollo a precio de gallina flaca: materia prima, sus minas de oro, petróleo, cobre, estaño, hierro, etc.; exportan productos agrícolas sin los cuales el hombre no podría poner en marcha el entramado mundo en que se vive. En cambio, en gran medida, los llamados países ricos se sustentan por la enorme cantidad de frivolidades manufacturadas con los que abarrotan nuestros comercios.

Uno realmente no vive de aparatitos de radio, de bolas de luces de colores costosísimas que a los dos días hay que desechar porque no funcionan; de esa infernal y condicionante chatarra de dos días cuyos componentes dejan de circular porque forman parte de la misma estrategia productora de mierda inservible del mercado. Crea esta obsesiva producción de aparatos con aditamentos nuevos una histérica necesidad del usuario por mantenerse al día, provocando una renovación incesante de chatarra que no hay dios que la pare ni controle.

Imagínese que todos los países del mundo se entregaran a la misma carrera productiva de tales artefactos, como hace Japón, EE.UU., los países europeos, Taiwán, etc., para alcanzar el ansiado desarrollo. Habría que buscar otro planeta que los pudiera adquirir, para que entonces todos fuésemos felices y desarrollados.

El poder económico no puede ser democrático. Sus métodos para la competencia, la manera de imponer sus productos al público con falacias y mentiras, la inescrupulosa forma de invertir en los países pobres exigiendo privilegios inaceptables para sus capitales e inversiones que en gran parte son especulativas, son de por sí denigrantes de la condición humana; responden a la avaricia, a la codicia sin límites, y que en muchos casos actúan como las mafias.

Y como mafias actúan los países poderosos con los pobres.

Si el poder económico fuese democrático jamás se habría permitido que países como Venezuela y Albania hubiesen sufrido un descalabro bancario. Los culpables no son tocados, porque los culpables jugaron “limpiamente” al laissez-faire.

Los culpables del descalabro nacional huyeron a EE.UU.; son esos gánsteres que se disputaron como perros el dinerillo de los más pobres; esos mercenarios del capital formados en la escuela del cinismo, en la más baja picardía, en la estafa y la trampa. Todos sabemos que los “ilegales” que no tienen dinero en EE.UU., son tratados como perros; no sucede lo mismo con aquellos estafadores que llegan cargados con maletas de dólares que han robado a nuestros pueblos. De modo que es más que evidente que el capitalismo no es sino un sistema desarrollado a base de dinero y mercancía puramente.

Si es verdad como dice Mario Vargas Llosa que el mercado exige sobre todo un sistema legal claro y equitativo que respete los contratos y defienda a los ciudadanos y a las empresas de los abusos, ¿cómo se explica que jamás hayan exigido los países poderosos estas condiciones a los gobiernos de las naciones pobres, para que sus empresas puedan negociar? Sino que pareciera todo lo contrario, que cuando han existido leyes serias y dignas, los inversionistas de los estados desarrollados se han ofendido y han protestado.

La más pavorosa de todas las estafas se dio lugar con lo de la famosa Deuda Externa que arruinó la economía de varios países, porque los poderosos concedían préstamos a diestro y siniestro, a manos llenas y además sin condiciones de ningún tipo. Y los países pobres que se arruinaron no pudieron protestar cuando los bancos internacionales impusieron sus rígidas reglas de pago, el incremento criminal de sus intereses; no se puso ningún cuidado en la forma como se concedían esos abultados y delirantes préstamos que fueron acaparados por los hijos pródigos del liberalismos, que en cosas de meses, y ante la inestabilidad temblores de la banca retornaron (la llamada fuga de capitales) retornaron intactos a los países que los habían concedidos.

Estos préstamos fueron concedidos de manera irregular, y para querellarse ante alguna corte internacional, no había argumentos morales, porque quienes lo habían despilfarrados (siempre en funciones de gobierno, los ídolos del neoliberalismo) no tenían interés alguno de reclamo o de realizar una investigación.

El capitalismo requiere de un aprendizaje, de una experiencia, de unos acuerdos y compromisos que los países pobres no están en condiciones de asimilar tan fácilmente. Y a medida que se han ido integrando en el sistema capitalista han ido padeciendo los abusos de los poderosos. De modo que muy poco han aprendido, y están anonadados perdiendo enormes capitales, quedando exhaustas sus finanzas a cada paso que dan para controlar la inflación, para corregir sus gastos, para enfrentar los desmanes irrefrenables de los especuladores. Y este gasto inmenso no lo toman en cuenta los desarrollados, porque ha de tenerse en cuenta que los países pobres no eligieron el sistema capitalista, sino que fueron obligados a seguirlo, por imposición de las reglas de un juego que se ha imponiendo a fuerza de metralla, de bloqueos económicos, de sangre, hambruna y muerte.

Y mientras los pobres hemos ido aprendiendo, nos encontramos de sopetón con que nuestra ruina nos ha inutilizado del todo; que no somos dueño de nada, que en definitiva carecemos de país. Ha sido una jugada maldita en la que todo se fue de nuestras manos. El hambre, las huelgas interminables, los paros, las insurrecciones permanentes, ese estado de histeria generalizada donde se pone la esperanza sobre bayonetas y golpes de Estado, de inestabilidad permanente, de inseguridad, sin salud, sin educación y con un rosario de frustraciones cada vez que se instala un nuevo gobierno, son situaciones que han sido provocadas, engendradas por la política de las naciones poderosas, en la idea de que nosotros debemos corregir los perfectos, en función de la visión que ellos tienen del progreso y de la economía.

La verdad es que nosotros no tenemos cabeza que pueda ordenar tal cataclismo de imposiciones. Y no la tenemos, no porque seamos brutos sino porque nuestra naturaleza y nuestros valores, nuestro sentido de la vida y de la muerte son distintos.

A medida que nos parecemos a ellos pierda sabor nuestra existencia. Nos han comprado nuestra manera de ser a cambio de hamburguesas, coca-colas, pizzas, chicles, jeans, zapatos de tenis, muñecos atómicos o siderales y toda la mierda delirante de Disney que está engendrado adultos ambiguos y esa proliferación de pedófilos asesinos y de locos que trafican con la prostitución de los niños.

Esa es la verdadera patria y los verdaderos valores del laissez-faire.

El artículo El diablo predicador fue publicado el 26 de enero de 1996, y el 5 de febrero de ese año, apareció en El País de España, la respuesta de Soros, Una Peligrosa Falacia. Mediante una respuesta sencilla y serena, Soros dice: “Me temo que Vargas Llosa no comprendió la fuerza impulsora de mi razonamiento...

El evidente fracaso de las intervenciones estatales no justifican la creencia de que los mercados son perfectos... Considerar al mercado la respuesta final a todas las cuestiones sociales constituye una peligrosa falacia.” Sostiene Soros que hay que entender la sociedad abierta como un valor compartido, lo que no se ha hecho, como un objetivo común.

De haberse tomado esta posición de Soros, desde hace tiempo, no habría sucedido el descalabro de las deudas externas que ahogan a muchos países pobres; porque los países desarrollados cuando hacían sus abultados préstamos no pensaban sino en los beneficios materiales que de ellos sacarían, jamás del progreso que podrían obtener con este dinero los subdesarrollados, de modo que la mano invisible en estos casos, en nada se ocupó del interés común.

Cómo se explica ahora, que en lugar de progresar los países pobres, vayan en empeorando sus condiciones de vida. Se llenaron de préstamos y nada hicieron, sino crear una ilusión de bienestar de un día. Ha sido una condena horrible, una esclavitud irreparable que no se resuelve ahora con Derechos del Hombre ni guerras civiles o revoluciones. Los locos del despilfarro en Venezuela, de nuestros presidentes para abajo, y que comulgaban ciegamente con el liberalismo, están hoy presos o huyendo de la justicia en un juego y escamoteo ridículo que nadie cree.

Nosotros todavía no hemos podido entender claramente los fenómenos sociales que se dieron en Venezuela el 27 de febrero de 1989 y el intento de golpe del 4 de febrero de 1992 (éste último como una consecuencia del primero). El pueblo, había disfrutado una época de jugosas entradas monetarias, nuestros mercados estaban abarrotados de mercancías importadas, desde mediados de los setenta hasta principios de los ochenta. La gente hasta de los barrios bebía Whisky del bueno y del caro, pero a precios irrisorios; las líneas aéreas transportaban oleadas de turistas que hacían sus mercados más domésticos en Miami, su segunda patria, y muy pocos se planteaban de dónde provenía tal cataratas de dólares para gastar a manos llenas.

La gente llegó a asquearse de la facilidad con que le llegaba el dinero y lo tiraba, lo desperdiciaba con la misma rapidez con que lo recibía. Aquel dinero no servía para edificar porque no se conocía este sentido de su uso creador. No había tiempo para saber esto; lo que urgía era el derroche, deshacerse de un valor que daba vida únicamente cuando se gastaba sin reparo ni medida.

Fue como un relámpago de fortuna alucinante.

Un día, cuando quisimos seguir viviendo en medio de tan fabuloso sueño, y hurgamos en nuestros bolsillos y encontramos sólo centavos y lochas que de nada servían, el golpe fue catastrófico.

Siguió algún tiempo, en los que pusimos toda nuestra esperanza, en que volvieran aquellos “idílicos años”, hasta el inicio de la magistratura del presidente Carlos Andrés Pérez, quien ganó las elecciones bajo el señuelo de que nos llevaría a la época gloriosa de las Vacas Gordas, no obstante traía bajo el brazo un paquete que por primera vez auguraba con una crudeza que produjo un tenebroso pánico: lo que venía eran más sacrificios, más cinturones apretados y por ende nada del sueño sagrado por el que se había votado.

Se corrió la voz de que se padecería una hambruna africana, de que la miseria ahora si sería de padre y Señor nuestro, y que en fin se había urdido un engaño sin comparación en los anales de todos los pueblos. La histeria fue incontrolable. Tener, poseer, adueñarse de un tocadiscos, de un radio, de un trozo de carne, en una obsesión delirante, la gente forcejeaba en un último acto de reafirmación, y moría en medio de charcos de sangre, triturado por los tumultos, pisoteados o abaleado, pero abrazados a sus prendas, que eran el único dios que habían conocido y amado.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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