Del país profundo: Luis del Valle Hurtado, el diablo guerrero

Cuando las páginas del calendario indiquen un jueves 12 de enero de 2017, la fecha deberá coincidir con los 85 años de edad de Luis del Valle Hurtado, quien llegó a encontrarse en el humo del tabaco a la Reina María Lionza con su pelo larguísimo. Ella vino a darle un beso y a leerle la mano y le aseguró que viviría 90 años y para hacerlo posible le cambio el ojo izquierdo para el lado derecho y el derecho para el izquierdo. Eso me lo contó él mismo en Cumaná, en la casa del barrio Cochabamba hace ya cuatro décadas.

Un rito anual que empezaba en el mes de diciembre antes de navidad, se podía prolongar con fuerza hacia enero (de manera particular el 21, día de Santa Inés, patrona de aquel pueblo) y seguía hasta el carnaval, era la aparición del Diablo Hurtado en muchas calles, avenidas y plazas de la llamada ciudad primogénita del continente. Su protagonista principal era él, quien llegó a combinar la muerte de un niño indio que yacía tendido sobre el asfalto o alguna acera, según el lugar de la escenificación, mientras se escuchaba el sonido de un tambor cuadrado de hojalata y su propio canto explicando cómo se escapó del infierno. Era un reconocimiento íntimo al príncipe de las milicias celestiales San Miguel Arcángel.

Todo empezó cuando Luisa Beltrana del Rosal Hurtado, quien lo trajo al mundo un 12 de enero del año 1932, le pide cumplir con una promesa por haber sobrevivido al trauma ocasionado por un fuerte golpe en la cabeza mientras se divertía tumbando una piñata. Nadie supuso que intentar obtener un caramelo lo llevaría a esa fatal caída sobre el piso. Enfermo le llevan a Caracas y regresa a Cumaná, donde mejora en parte y decide que la promesa a cumplir estaría en la curiosa representación de un nuevo nacimiento a través de dos personajes antagónicos: Satanás y San Miguel Arcángel, del cual mantendrá en el tiempo una colección de cromolitografías y logrará pintarlo en miniaturas con los infaltables colores rojo y azul de justicia, además del cinturón dorado.

No usará espada en su representación, sino un tridente a similitud del orisha eshu de los yoruba y lo demás, fusionarse entre ambos héroes mitológicos con sus dos enormes alas negras y sus dos cachos. “ Primero, para ser diablo hay que saber de arte, hay que practicar piernas y pasos diabólicos, danza satánica, transformarse frente a un espejo, verse en el retrato de San Miguel Arcángel, ¿comprendes Benito?. Por ejemplo, el chivo tiene formas que también tiene el diablo y oyendo yo la voz del chivo que es la voz del diablo hice el personaje, el diablo es como el ratón que se vuelve vampiro, como la mariposa que se vuelve gusano, como la hormiga que se vuelve abeja asesina, todos esos animales de la tierra se van transformando, porque ellos vienen de la misma persona y a la vez pueden convertirse en otras personas que salen del infierno, allí donde vive el diablo que soy yo Lucifer y que me puedo convertir en otro peor todavía que es el propio Satanás y que vuelvo a ser yo ahora viéndome en el espejo los ojos que me brillan”.

“ Cuando yo me pinto y soy diablo siento furia en el cuerpo, una fuerza grandísima metiéndose dentro de mí y descubro frente al espejo que los ojos se me van llenando de gato, es un gato que llevo dentro, que me brinca dentro, entonces para ser diablo yo me pongo las manos junto a la nariz, me maquillo, me tizno, me voy transformando, voy sintiendo un escalofrío por todo el cuerpo y empiezo a volar, porque cuando yo voy por la calle vuelo, aunque la gente no sepa que estoy volando, después entro a soñar con el dinero, porque yo soy muy pobre y necesito dinero, no duermo pensando eso, y es allí cuando se me aparece San Miguel Arcángel, viene a buscarme, entonces yo me quedo tranquilo, me duermo y él desaparece, se retira para el paraíso escondido, el se va solo y yo no necesito rezarle, porque yo no sé nada de oraciones, yo lo único que se decir es ¡por la señal de la santa cruz, el espíritu santo de Dios que me acompañe!, pero yo soy un hombre de buena vida y buena sangre.”
Esto me lo fue explicando en las asociaciones de su delirio, mientras hacía contorsiones, se maquillaba frente al espejo y ejercitaba la voz imitando a algún animal. Repentinamente empapaba de alcohol un trozo de algodón, se lo llevaba a la boca y encendía un fósforo para empujar en un soplo la gran llamarada que siempre deseaba mantener entre los aplausos de su actuación en la calle, siempre en la calle.

Antes de yo conocer a Luis del Valle Hurtado, ya un documentalista a través de una cámara pentax observó la botella del diablo con azufre, aji bravo, yodos y sal molida para aguantar las piernas, así como el jugo de la remolacha y la zanahoria que mezclaba en la sangre de su boca, además del carbón molido para tiznarse. El fotógrafo indica que en aquel tiempo usó una cámara asahi pentax sp de 35 milímetros y lentes de 28, 50 y 135 m.m. a plena luz del sol y con películas Kodak Tri X 400 asas, para seguirle en los alrededores de la playa del hotel Bellavista y el barrio cercano de pescadores en Porlamar, y más allá, en la calle de Punda, de donde salía con su indiecito y su tamborero para atravesar la Igualdad y llegar a la famosa playa de Nueva Esparta. Eso debió ser entre los años 1970 a 1971. Fue Andrés Salazar el autor de las fotografías y de diversas entrevistas en esa isla de Margarita que dieron origen al libro de testimonios “Nuestro amigo el diablo de Oriente”, como se conocía a Luis del Valle por sus frecuentes andanzas entre Cumaná, Carúpano y Porlamar. Posteriormente, serían muchos otros fotógrafos que se interesarían en el personaje, e incluso obtuvieran premios y participarían en salones de arte, me cuento entre ellos, además de Sebastián Garrido y Rafael Salvatore, quienes le seguirían sin descanso y más detalladamente por muchísimos años.

A Luis del Valle Hurtado en la capital de Sucre también le nombraban con el apodo de “Tarzán”, por ser este uno de los primeros personajes que interpretó en el recorrido final del río manzanares, cuando se lanzaba desde los árboles de guama en una orilla o desde un puente y se zambullía para asombrar al público por su especial habilidad de nadador y malabarista, tendría unos 15 años y empezaba con esa edad una larga carrera de actuaciones para alegrar a su pueblo, bien como el famoso indio Taguarí o Cacique Plumas Rojas Voluntario, el curandero Luis, el bailador de burriquita, sebucán, pájaro guarandol, torero, o diablo cara e’totuma en los barrios de San Francisco y El Salao, antes de aquel momento tan significativo en su vida, cuando decidió irse al matadero de Cumaná a buscar dos cachos de toro para incrustarlos al primer sombrero fabricado de cartones y tachuelas, y así cumplirle aquella promesa al guía del ejército de los ángeles y fortalecer su ego en la máxima simbología de héroe que ha sido el famoso Diablo de Cumaná, con las dificultades de su mano izquierda sin meñique, ni anular ni dedo medio, perdidos todos en el filo de una guillotina, mientras se desempeñaba en otro oficio, el de tipógrafo de la imprenta Renacimiento, propiedad de su padre Juan José Acuña.

Siempre me hablaba de sus sueños y entre los distintos niveles arquetípicos que encontraba en numerosas narraciones (a través de las cuales me describía sus procesos de cambio interior), estaba muy presente la manera de convertirse en un ser terrible que causaba mucho temor, que vivía del bien y del mal y poseía atributos divinos. En una de las tantas conversaciones que sostuve con él allá en el barrio Cochabamba llegué a preguntarle sobre la muerte y me entregó esta particular semblanza:

“Yo solo pienso en el diablo, el tiene unos cachos igualitos a los míos, las orejas igualitas a las mías, los dientes así, un poco gastados así como los míos, se diferencia de mí solamente en que él lleva bigote, y a veces cuando yo me dejo crecer el bigote no hay ninguna diferencia entre nosotros dos, porque hasta las alas que él lleva como un ángel, también son igualitas a las mías, yo me transformo y pienso en él para que no me salgan arrugas, pero no me gusta pensar en la muerte, aunque yo sé que aquí en Cumaná va a suceder algo, una lluvia, un temblor, un terremoto, y como hay demasiada gente yo no digo lo que va a suceder, no quiero que crean que fue culpa mía, me daría pena, por eso prefiero seguir pensando en un museo de cera, porque si a mí me llegara a pasar algo malo, una mala situación, por ejemplo, que yo pierda mis cachos, que yo pierda mis alas, debería quedar un museo de cera con una estatua mía, las alas puestas, los dientes, el tenedor del diablo, mis manos y un indiecito junto a mí, eso es lo que yo quiero que me hagan cuando me suceda algo.”


Luis del Valle Hurtado inicia su transformación en Diablo en 1985
Credito: Benito Irady







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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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