Del país profundo: La bendición de Adams Delgado Marksman

Sobre el sitio de El Callao, donde el oro ha estado a la vista en todo su entorno y que ha sido tema en dos recientes entregas de estos relatos de domingos, según los documentos del doctor Luis Oramas, publicados por la tipografía Garrido “en 1842, 12 años después de la disolución de la Gran Colombia, se dio a conocer una verdadera mina, cuando el brasileño Pedro Joaquín Aires anunció el hallazgo de la cuenca aurífera del Yuruari, pero esto no conmovió gran cosa a los habitantes de Tupuquén, pueblecillo desmedrado y apático en las orillas del citado río y de la quebrada de Anacupay”. Oramas afirma que 5 años más tarde el francés Luis Plassard anuncia otra mina de oro a orillas del Yuruari y que luego, en 1856 un prusiano de nombre Federico Sommer en el sitio Caratal descubre una de las más famosas vetas que da origen a la aparición de varias compañías y a la existencia de “un pueblecito minero de 60 a 80 casas, de mucho movimiento comercial y herrería denominado Nueva Providencia”.

Se conoció como Buen Retiro a la compañía establecida originalmente, que dio inicio a una cadena de empresas en el lugar, y a la sucesiva llegada de molinos, pero el más famoso y rico filón entre los descubiertos sería el de El Callao, considerado en su momento como la primera mina de oro del mundo.

“En 1882 informaba la directiva de la compañía El Callao que desde 1870 hasta diciembre de 1881, esta mina había producido 380.000 onzas de oro fundido. En 1881 la misma compañía empleó 9.654 obreros y el oro en barras exportado por Ciudad Bolívar, en 17 años, desde 1866 hasta 1882 se calcula en 1.124.186 onzas...”, mejor lo escribo en letras, un millón ciento veinticuatro mil ciento ochenta y seis onzas. Nuestro propio oro se entregaba sin mayores requisitos a Europa y a los Estados Unidos de Norteamérica.

Cada día vemos más claro el ejemplo concientizador y digno de comunicar por todo lo alto, sobre nuestra gente común de las Antillas, hermanada con nosotros aquí y decidida a formar parte de la guayana venezolana, donde reafirmamos sus costumbres e hicimos patria con sus alegrías y sus tristezas. Hoy podemos acentuar con orgullo que esa condición de lo nuestromericano ocupa un espacio significativo del patrimonio cultural de la humanidad, certificado como emblema de diálogo entre los pueblos por la Organización de las Naciones Unidas. Que bella gente, esa gente nuestra, tan nuestra y del mundo y a la que se le negó siempre el derecho a tener tierra y se les calificó despreciativamente por trabajar sin descanso y entregar sus vidas sobre lo que fue considerado en un lapso de tiempo la primera mina de oro del mundo.

En documentaciones extraídas del famoso Libro Amarillo de los Estados Unidos de Venezuela presentado a las cámaras legislativas se informaba que del año 1913 al 1938, se exportaron 67.955 kilogramos de oro. Para la fecha los pobladores de El Callao no poseían la tierra. La tierra sobre la que nacían sus hijos y enterraban a sus muertos y celebraban estos carnavales le pertenecía por arrendamiento a las compañías extranjeras, y por vivir allí, sobre el suelo de la patria, debían pagarle a las compañías propietarias lo que se conocía como impuesto al derecho de piso.

Solo en el año 1939 la producción general de oro fue de 4.560.013,39 gramos, superando el rendimiento al de todos los períodos precedentes, pero la Nación exoneró ese mismo año a la empresas explotadoras con montos superiores a la suma total del pago de impuestos. ¿Qué nos resta decir?

Hasta hace poco no había ejidos para El Callao, sus verdaderos pobladores, los que nunca abandonaron aquel lugar, fueron considerados como marginales entre los gobiernos de la época, y solo tenían trato distinguido los accionistas que poseían el poder y el derecho a explotación aurífera, empresarios y grandes operadores de compañías transnacionales.


Un par de semanas antes de nuestro viaje a Addis Ababa, tuve la dicha de permanecer todo un día al lado sacerdote Adams Delgado Marksman, aparte de prepararle un merecido reconocimiento por su prolongado ejercicio teológico, quisimos recorrer en su compañía distintos sitios que podían resultar remotos en aquellos tiempos en que los capuchinos de la provincia de Cataluña avanzaban con sus misiones para someter definitivamente a los bravos caribes. Don Manuel Centurión gobernaba en Guayana y correspondía al Reverendo Fray Buenaventura de Sabadell levantar los censos de pueblos de indios.

Donde hoy quedan solo restos de un cementerio, a muy pocos kilómetros de El Callao está el famoso Tupuquén que empezó a fundarse en 1770 en una loma de sabana de piedra con bastantes montes para labranza y abundante agua. Jamás imaginaron que estaban encima de una de las minas de oro más grandes del mundo. En el corazón del verdadero dorado. Registra el censo que eran 567 el número total de almas existentes, clasificados entre indias e indios solteros, casados, viudos, párvulos. Se llamaría entonces Misión de San Félix de Cantalicio de Tupuquén.

Nos cuenta el padre Adams que también se habían fundado las misiones de Santa Rosa y del Carmen, distantes a unos 15 kilómetros y que a la vuelta del salto de Caratal, se instalaría lo que definitivamente se conoció como Nueva Providencia para dar paso con el tiempo al Remington, que sería el primer embrión de El Callao, seguirían La Corina, Nacupay y la sucesiva instalación de las grandes compañías como la New Goldfields of Venezuela Ltd, la Botanamo Mining Corporation, la Compañía Francesa de la Mocupia, y muchas otras entre decenas para tejer esa gran red territorial que se identifica hoy de manera más plena como Municipio El Callao.

Ocurrió una confluencia de gente muy distinta (así lo reconoce el padre Adams) , franceses, corsos, ingleses, hindúes, portugueses, españoles, alemanes, muchos de los cuales venían de trabajar el balatá, que llegó a ser otro de los principales productos de exportación hacia Europa y América junto a la aromática sarrapia y el caucho, aceite de copaiba, pendare, barbasco, diamantes, ganados y cueros de reses entre otros elementos comerciales. Todo salía desde guayana por el Orinoco. La aparición del oro en grandes cantidades fue un torbellino que arrastró también a centenares de familias descendientes de africanos desde esa diáspora de las Antillas. Entonces iba tomando forma un aspecto hermoso de nuestra venezolanidad.

El Remington era una pequeña localidad que da origen a El Callao a partir de un eje que integra Nacupay, la salida a Caratal, La Chalana, ¿y qué era La Chalana?, sencillamente el puerto de los ingleses, el único sitio para salir de El Callao a través del río Yuruari crecido por 5 meses en tiempos de invierno y en comunicación con el Cuyuni que desemboca en el Esequivo, y adonde llegaban balandras, barcas, gabarras, cargadas de materiales provenientes de las islas del Caribe. Una vida intensa de conglomerados humanos muy activos que ven transformado el lugar con la construcción del primer ferrocarril que atravesaba Remington y seguía hasta los Próceres con estadías en las afamadas plantas Cerro El Molino. Todavía hay puntos en El Callao que se reconocen como el camino de los rieles para recordar el ferrocarril.

Le pregunto al padre Adams aquel día por sus antecedentes familiares y me dice que a su bisabuelo lo trajeron desde África a las Antillas como esclavo, lo vendieron en una isla donde el dueño fue un hacendado alemán que lo identificó con ese apellido Marksman y que su abuelo materno llegó procedente de la isla de Martinica a El Callao y trajo el arte de la carpintería. Varias construcciones de este pueblo, incluida la iglesia anglicana donde efectúa el nieto sus actos religiosos fueron levantadas con una parte de su esfuerzo, de su amor a las maderas nobles que lucen en techos, puertas y ventanas.

La madre, llamada Laura Marksman había heredado de la casta de los antillanos que vinieron a El Callao las bondades de la gastronomía y enseñó a sus diez hijos el arte de hacer panes, no era un pan común, era un pan especial y de mucha fama que incluso se compraba crudo después que las manos de aquella familia lo había amasado, pan dulce o salado, envuelto o cortado, en torta blanca, o en torta negra y bombón, panes y postres como el pudín, el sorbete, en fin los conocidos panes y dulces de Madama.

Yo soy un panadero nato, nos afirma el padre Adams. Todo El Callao lo sabe. A los 6 años quedó huérfano tras el fallecimiento de Juan Bautista Delgado su progenitor y con la fabricación de esos panes de doña Laura, todos los hermanos pudieron culminar el bachillerato. Lo demás sería un esfuerzo mayor, porque venía de un hogar muy humilde. Tuvo que luchar solo para seguir otros estudios y no logró obtener la inscripción deseada en una universidad tras prestar servicios militares en la Quinta División del Ejército de Ciudad Bolívar, donde le prometieron formarlo como teniente, pero solo llegó a Cabo Segundo.

El destino y su vocación quisieron que fueran otros sus derroteros. “Yo tenía desde pequeño la servidumbre en la iglesia, yo fui monaguillo de la iglesia católica, apostólica romana y también fui monaguillo de la iglesia anglicana y cuando salgo de bachillerato tomo la decisión de irme al seminario a estudiar, entendí que podía ser un buen pastor del rebaño de Dios. Tuve un sueño en El Calvario de El Callao, alguien me llamaba en ese sueño y me decía, ¡prepárate porque mañana es tu llamado!, y me acuerdo que mi llamado al seminario fue justamente un día 24 de diciembre. Me llamó el Obispo desde Caracas para estar el 26 en aquella ciudad, sacar el pasaporte y salir el 1 de enero. Seguí en el Seminario de Santo Domingo en República Dominicana y en cinco años obtuve una licenciatura en teología y después vine casado a Venezuela, trabajé en varias iglesias de Caracas y de nuevo regresé a El Callao hasta el día de hoy... Yo me crié entre el carnaval y la iglesia y opté por la iglesia.”

Nuestro querido Adams Delgado Marksman sigue atendiendo uno de los principales vicariatos de la Iglesia Anglicana de Venezuela, adscrita a la Iglesia Episcopal de los Estados Unidos. En el momento de elaborar el expediente sobre Los Carnavales de El Callao, representación festiva de una memoria e identidad cultural, él estuvo entre los más sabios y entusiastas colaboradores de la comunidad que compartía a través de la iglesia, por eso decidimos antes de salir del país reunirnos todos a celebrar en aquella hermosa capilla que fue la primera iglesia anglicana construida en Venezuela con maderas talladas entre otros de sus antepasados africanos, por su propio abuelo nacido en Martinica. Así tuvo lugar su bendición. Al llegar a Ethiopía las puertas se abrieron con su ayuda y entendimos que sí se podía levantar el edificio para hacer más visible y más grande y unida esta patria que Bolívar soñó.



Adams Delgado Marksman junto a la maestra Inés Wood en la iglesia anglicana de El Callao
Foto cortesía de Rafael Salvatore.





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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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