Del país profundo: Madame Harewood canta en París

En El Callao se sigue llamando madras a esos turbantes antillanos que rebasan de belleza entre todas las mujeres que saben lucirlo. No se acentúa Madrás, como es conocido en el sur de la India, el territorio tan famoso del actual Chennai, y de donde proviene ese nombre que también identifica al tipo de curry que gobierna en las cocinas del lugar (mezcla de sabores donde asoma el gusto a tamarindo, limón, jengibre, leche y aceite de coco, pimiento, cilantro y por supuesto en garam masalá que pone el toque agudo del picante.). Ese turbante y ese curry es parte de la vida de nuestra población minera del Estado Bolívar.

Conversamos sobre el tema con Iraima López, ya de regreso entre Etiopía y París, al día siguiente de la muy difundida declaratoria de patrimonio cultural inmaterial de la humanidad para El Carnaval de El Callao, representación festiva de una memoria e identidad cultural. Iraima sabe mucho de las dos formas de aplicación de la palabra, tanto en la preparación de los alimentos como en la confección del vestuario.

Cuando se quiere explicar el uso de madras en el traje de la madama, Iraima reconoce cuatro tipos muy comunes, el estilo de adorno en la cabeza, similar a una flor de tres pétalos muy almidonada que distinguía a “Lulú” Basanta entre otras lideresas del carnaval, el estilo de Lilia Brown que resaltaba hacia atrás con un gran pico fabulosamente encajado en su cabellera, el de Lucía Andrade, muy alto y enrrollado también hacía atrás como el que se ha puesto en tela dorada Iraima López en este viaje a Francia, y el más común y sencillo de todos los madras, denominado tipo cocinera y que se anuda con dos lazos hacia la frente. Se llega a decir que este último era característico de las mujeres esclavizadas de servicio en distintos hogares de las Antillas.

Además de madras a la altura de la cabeza,ellas se distinguen siempre con los vistosos zarcillos que antiguamente era de largos quilates de oro y los collares que no pueden faltar en el refugio de sus cuellos. Pero el traje de estas madamas tan dignas que se conocen como vestidos si van ajustados a la cintura con sus dos amarres, y batas do si resultan menos elaborados, más sueltos y arruchados (para determinar un status social) llevan también un distintivo que en otros tiempos solo era una tela delgada de algodón teñida con añil para los más pobres. Se llama fulá y significa pudor, sentido del decoro para proteger mucho más sus senos de las miradas envidiosas o agresivas, o de la maldad.

El fulá con sus colores recubre plenamente los pechos femeninos y ese nombre sigue vivo en la comunidad linguística afroantillana, en su papiamento que se desprende de aquellos grupos de esclavizados con dificultades para hablar el idioma español y el inglés o el francés. De esas combinaciones de léxicos donde Africa y Asia están presentes, toma forma lo que en un momento fue un lenguaje reducido y con el tiempo avanzó de manera más extensa hacia un idioma. Y por supuesto, el traje de madama completa su elegancia con el largo fondo de tela blanca acampanada, que puede ser fondo de gala o que puede ser fondo de diario y sus floridos adornos de colores en encajes, tiras bordadas y cintas, además del infaltable abanico también de origen asiático y muchas veces la cesta de faena que nos recuerda a las vendedoras de maní ofreciendo su mercancía entre aquellos mineros.

En París nos recibe y nos despide en el aeropuerto Charle de Gaulle nuestro Embajador y amigo de muchos años Luis Alberto Crespo, quien ha organizado junto con el Ministro Consejero David Osorio y todo el personal de la Delegación diplomática diversas actividades y encuentros con altas autoridades de la Unesco (Francesco Bandarín, Tim Curtis, entre otros), y a quienes les sorprende gratamente los avances venezolanos en la aplicación de planes de salvaguardia al patrimonio cultural inmaterial con participación muy positiva y destacada de las comunidades. Pudimos conocer que junto a Uganda somos los dos únicos países de todo el mundo que sucesivamente, en el período 2012 al 2016 hemos presentado el mayor número de expedientes nacionales con ingreso a las Listas año tras año.

El día de mayor participación en los actos públicos en la capital francesa, nos sentimos honrados con la ayuda de los músicos Cristóbal Soto, su esposa Hayley, y Orlando Poleo quienes se suman al repertorio callaoense en una hora de concierto después de las intervenciones diplomáticas de rigor. Todos estamos en escena y destacan los cantos y bailes de Jorge Clark, Mirna Harewood y e Iraima López. De distintas regiones de un continente y otro hay invitados al cálido sitio escogido para la actividad que se prolonga con las sucesivas variaciones en el repertorio liderizado por nuestra principal soprano de El Callao.

Mirna se vuelve radiante y genial y además de calipsos trae aguinaldos, polos, puntos, gaitas, valses, no para de cantar, llama a todos con la grandeza de su voz y casi hasta la medianoche va dando razones para ser aplaudida. “La noche está tan bella/ todo es silencio y calma/ se nos deleita el alma/ con luz de las estrellas”.Mirna Elena Harewood Henry se vuelve una bella ilusión vestida de azul con bata do, madra y fulá.

Llegué a conocerla, cuando ella, adolescente todavía, cantaba en el coro de un templo el Kristie Elleison y el Paster Noster en latín y compartía con personas adultas como Lorenzo Redhead y Kenton St Bernard o Manuel London. Aquel coro lo dirigía su madre Belén Octavia Henry, solicitada tanto en la iglesia anglicana como en la iglesia católica Nuestra Señora del Carmen. Fue esa Belén quien enseñó a Lourdes Basanta a tocar el piano y fue esa Belén quien le entregó a la niña Mirna para llevarla a la pila bautismal. A los 7 años empezó a participar en los desfiles de carnaval con la Asociación Amigos del Calipso, al lado de Isidora Agnes y del polifacético Kenton St Bernard y a los 15 estrenaría su primer traje de madama confeccionado por Stella de Small.

Por casualidades de la vida, justo al lado de la casa de la calle nueva, donde nació y vive hoy Mirna Elena, existió el Lirio Azul, el bar regentado por Angel Rivas, donde tomó fama el repertorio más poderoso de los sueños de amor en El Callao. Todas las canciones populares quedaron para siempre en su memoria y nunca llegó a imaginar que las interpretaría en París un mes de diciembre del año 2016.

Mirna Harewood, a la izquierda
Credito: Anaís Domínguez



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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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