Del país profundo: Cruz Quinal, el oficio de músico

Recuerdo haber escrito en un tiempo lejano ya, que hay una montaña enorme que sangra, que se va quedando cada vez más sola, herida en sus costados, una montaña amurallada que se lastima con los roces de sus ríos cuando crece la lluvia.

Todavía entre sus caminos quedan pobladores que la vigilan y le cantan a las azucaradas laderas y a las vueltas que da para acercarse al cielo: El Olivar, El Riecito, El Cuchivano, el Buena Vista, El Cimarrón, el Curruquey, El Guamo, El Botucal, El Bijagual, El Capachal, son algunas de las palabras crédulas con las que se le nombra para señalar sus hermosos pedazos entre los cerros que rodean a San Lorenzo Mártir de Caranapuey, donde conocí a Cruz Quinal un mes de agosto del año 1974.

Trece indios mayoritariamente Coaca bastaron para fundar por doctrina ese sitio de San Lorenzo Mártir en un septiembre de 1696 y 37 años más tarde, en 1733, se descifra en la historia de la Nueva Andalucía, ya muerto Pablo Godojos, el terco misionero que llegó a labrar el destino de aquel pueblo, que se contaban más de 500 los indios, y era un lugar con escuela, con iglesia y cosechas de maíz, yuca tabaco y plátano.

De esas raices de los Coaca viene este Cruz Quinal bárbaro, él fue cuando niño y cuando joven conuquero, como sus antepasados, trabaja la tierra para ayudar a su padre Juan Montes y a su madre Juana Quinal, pero su verdadero oficio: el de músico, un músico completo, lleno de secretos, lleno de creencias. Entre aquella montaña y ese gran valle de los cañaverales, entre cosecha y cosecha de café, descubrió la grandeza de la música, música para los bailes, música para las fiestas de ese centro poblado que adora a las imágenes de San Lorenzo y Santa Rosa.

Indagó primero en las huellas más lejanas y en la adolescencia se mezcló en las celebraciones de los tocadores de carrizos y creció, y se se hizo cantador de maremare y de aguinaldos y de mediadianas y joropos con estribillos y ejecutante del tambor y las maracas, pero esa música le fue insuficiente y decidió hacer de todo instrumento de cuerda su propio arte, desde la marimba y la escarpandola monocorde, hasta su célebre invención de dieciséis cuerdas para un bandolín de dos brazos y dos bocas en un mismo cuerpo encrucijado entre pino, cedro y otras maderas escogidas.

Fabricó la guitarra, el tres, el cuatro, la bandola, el bandolín, el bajo, el violín y muchos más hasta contar 25 tipos de instrumentos de distintas características. Más de cuarenta años de su vida los dedicó por entero a este manantial de saberes y se hizo el más famoso de todos los músicos de su región. Funda su propio grupo con el nombre Hermanos Quinal, solo para la ejecución de sus composiciones con los cordófonos creados por él, así viaja (viajamos, como ocurrió en varios años) por toda Venezuela, y a la hora de su muerte, un día 17 de julio de 1987, no se pudo calcular con exactitud cuantas canciones inspiradas en su tierra natal dejó andando por este mundo, ni en cuanta madera hizo música.

Cada año Cruz Quinal construía entre 500 y 700 instrumentos musicales de cuerda, donde iba parte de su piel y de su espíritu. Calculamos en unos 20.000 la producción artesanal de toda su vida dedicada a la música en aquel rinconcito rodeado de pájaros entre las jaulas que cruzaban su taller “Fábrica de Instrumentos de Cuerdas El Rey del Bandolín”, donde todo lo inventó él solo, bajo el aroma de las cuatro últimas hijas llamadas Miriam, Delmira, Ana María, Carmen Adela y la buena mujer que las trajo al mundo, Rosa Elena Palomo, porque no aceptaba a ningún otro ser en sus largas horas de faena.

Los más finos de sus instrumentos llevaban la huella de lo divino entre maderas de varios siglos abandonadas en un solar cercano y que convertía en polen viejas vigas de la antigua construcción de la iglesia de San Lorenzo Mártir que él jerarquizaba devolvíéndole la vida en el cuerpo fresco y conmovedor de la música.

Allí en la calle Falcón de San Lorenzo, hice cientos de visitas a su aposento- taller por más de diez años y fui descubriendo su arte con asombro, allí, entre la humedad del aserrín y de las muchas virutas desechadas, los olores de la caoba, el pino, el cartán y otras maderas de troncos completos y cortezas de árboles distintos, todo un conjunto de elementos vegetales y metálicos que aprendí a nombrar, a describir y a escribir en un reencuentro amigable de faenas diarias: plantillas, prensas para bancos y para chapas adaptadas de los molinos de maíz, grazmiles, punzones, reglas, cuchillas, cepillos para aminorar el espesor de las tablas, serruchos, cinceles, escuadras, alicates, garlopas, escoplos y machetes de un filo y de dos filos para labrar , martillos, mandarrias y otras herramientas de su propia invención, todo el instrumental formidable del Rey del Bandolín para moldear sus creaciones y donde destacaba la disposición de su macizo banco de carpintería fabricado con jabillo, pardillo y zapatero, además del orden de las sierras.

Doy cuenta en esta entrega, de lo que constaté en la sabiduría sin límites de Cruz Quinal, el prodigioso invento de marimbas, maracas pequeñas, maracas grandes, cajas de resonancia, tambores redondos, tambores cuadrados, marímbolas, bajos, tres grandes, tres pequeños o requintos, guitarras grandes y guitarras pequeñas, escarpandolas, bandolas, violines, bandolines corrientes pequeños, bandolines corrientes medianos, bandolines corrientes grandes, bandolinas o bandolines tres, el sorprendente bandolín morocho y por supuesto, aquella formidable variedad de cuatros para los que él vivía, desde un llamado cuatro rústico o de cargazón o medio cuatro que elaboraba con maderas sin escoger, solo pino y cedro, aquel cuatro encharolado de 12 trastes, cada uno a medida diferente, hasta el llamado cuatro para muchachitos o requintico que igual lo hacia solo encharolado, con maderas sin escoger, pero con 11 trastes. Estos dos fueron de los primeros tipos con los que empezó sus creaciones desde el año 1946, como también desde ese año se propuso la fabricación del llamado cuatro nueva ola que era el más grande de todos con 14 trastes.

Desde el año 1970 empezó a trabajar con maderas escogidas y 15 trastes el llamado cuatro completo de cajón y dos años más tarde, desde 1972, enarbola la inventiva de dos nuevos tipos, el llamado medio cuatro de cajón, con maderas escogidas, pino y cedro y 14 trastes y el llamado cuatro completo de cajón, también con maderas escogidas, pino y cedro y 14 trastes.

¿Cómo los fabricaba? ¿Qué marcaría la diferencia entre un cuatro de la creación de Cruz Quinal al de otro fabricante? , y el me decía que el secreto estaba en la altura del aro, porque lo más común en otros cuatros era una medida entre 10 y 14 centímetros, y él mantenía el aro entre 8 y 9 centímetros, porque “el cuatro que tiene un aro muy alto tiene un sonido burdo”, me decía.

Yo lo miraba primeramente trazar los fondos del cuatro de madera de cedro curada para hacer la tapa trasera y de pino la delantera, después labraba el brazo también en madera de cedro, luego el tacón y la espiga con el mismo cedro, y lijaba y recortaba y pegaba la chapa donde va la boca que abría a compás, marcaba la orilla de las carreras para colocar los dados y pegaba dos bancos, uno en la tapa delantera y otro en la trasera, de allí la fuerza del cuatro. Rebajaba el brazo, lo emparejaba para marcar los trastes y enterrar las espigas para seguir en el mismo orden colocando el paral, ubicando esas tapas en contacto con el brazo, y paso a paso midiéndolo al ojo para dejarlo a la altura indicada, de forma tal que las cuerdas pudieran ajustarse debidamente, y así, después de armar la mayor parte llegar al secreto de los aros, doblados a fuego con un calentador, cimbrándolos y sosteniéndolos a prensa entre sus maderas y sometidos a sus técnicas, hasta envolver el cuatro en un veloz tejido de finas cabulleras, secarlo, refinarlo y pulirlo con goma laca y motas de algodón, para después darle lujo con la marquetería entremetida en diversos colores, jugando siempre con el gusto y la policromía de las maderas secadas al aire y al sol. Eran sus dos manos creadoras las que se esmeraban en una ceremonia diaria para marcar sus huellas entre un momento y otro, hasta lograr la impecable obra que se multiplicaba en miles

Todo nacía de sus manos de artista, las manos prácticas de un campesino envuelto en el perfume entremezclado de los árboles. No tengo palabras exactas para decir como fue verdaderamente Cruz Quinal y dónde estaba su magia. Tantos años estuve a su lado, tanto le conocí, tanto le vi sufrir y tantos secretos me reveló que hoy puedo nombrarlo como un ejemplo único y estremecedor de hombre grande de la patria, esa patria a la que le sirvió también como soldado bajo el número de matrícula 010129 y donde llegó a Cabo Segundo del Comando de la Escuadra de Fusileros de las Fuerzas Navales, sin perder nunca el alto valor de su oficio de músico.

Cruz Quinal trabaja en su taller frente a la madre Juana Quinal, en 1980
Credito: Rafael Salvatore




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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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