Mapoyo

Del país profundo: La espada de Simón, el gran Capitán

A comienzos del siglo XIX, serían bolivistas los hombres y mujeres de la nación Mapoyo, aunque los partidarios de Bolívar preferían llamarse bolivianos. Marta Hildebrandt, en un estudio del léxico de Simón Bolívar al describir las formaciones sufijales empleadas por el Libertador, hace alusión a un escrito enviado a José Fernández Madrid el 7 de febrerode 1828 desde Bogotá: "El Sur, por ejemplo, está dividido en independientes y realistas; el centro, en santanderistas y bolivistas; y Venezuela, entre godos, federalistas y adictos a mí". Los mapoyo que han vivido por siglos entre cautivantes espacios de montañas graníticas y llanuras, y que se riegan del río Parguaza al río Suapure, habían oído aquel nombre de Simón Bolívar, el que estaba libertando a los indígenas y a toda la gente pobre, y ellos que eran esclavos, provocaron ritos, ceremonias, llamados espirituales, para que llegara hasta su territorio el valiente Libertador, así se hicieron adictos a él sin haberlo visto todavía, así se hicieron bolivistas.

Habíamos madrugado en la antigua Angostura, agosto, 2014, y en secreto invocamos el nombre de Bolívar para emprender un largo viaje más allá de Caracas, costeando el Orinoco medio hasta poder alcanzar en una punta rojiza parte de las posesiones de aquel pueblo que también pudo denominarse wánay y que se sitúa en la margen derecha del río padre, orillando hoy la carretera que une a Caicara del Orinoco con el Puerto Ayacucho de Amazonas.

Por estos caminos de agua tan extensos, enero, 1818, los Generales José Tadeo Monagas y Manuel Cedeño, movían sus tropas en decenas de buques para asistir al encuentro con Simón Bolívar en alguno de los puntos cercanos a La Urbana, a Caicara, a Cabruta, situada en la margen izquierda del río y próxima al Apure. El Libertador había dispuesto unirse al ejército llanero del General José Antonio Páez, a quien no conocía hasta esa fecha. Movimientos de escuadras, velámenes, batallones de infantería, convoyes, flecheras, miles de hombres y más miles de caballos se iban reuniendo en esa inmensidad geográfica donde afloró la libertad. También por primera vez, en aquel año dieciocho, Bolívar llegará a la famosa Villa de Caycara fundada por Don Manuel Centurión en 1769. A pocos kilómetros del lugar habitaban los mapoyo y ahora en el tiempo presente, agosto, 2014, después de todo un día de viaje, y con el balance de estos sucesos corriendo en la memoria "pensando dentro del torbellino", llegamos una vez más al sitio escogido: Palomo, apenas un punto de todo el espacio que abarcaba su territorio ancestral calculado en 2.500 kilómetros cuadrados.

Allí está Simón esperándonos con su bastón de mando y su pecho de batalla descubierto, tratando de reorganizar sus ojos que le duelen, es un dolor que se anilla en su cabeza y le lastima el rostro, nos ha dicho. Ha enfermado Simón en este mes de agosto, y al entrar a su caney nos devuelve un saludo de amigos y sonríe con todo el tamaño de su cuerpo mediano y nos habla de la cascada de Chaviripa que dejamos atrás en el trayecto y nos enseña un gran árbol de palma de coroba y nos explica cómo se hacen arepas de su fruto y nos da la relación de esos imponentes cerros de granito que figuran entre los más antiguos del mundo, el Caripo, el Caripito, denominado así por la proximidad de una quebrada del mismo nombre y el Piñal por el tipo de fruto que se siembra en su entorno, vienen con la edad de la era precámbrica y son decenas en sucesión numérica que se elevan hacia un cielo de luz, como templos majestuosos con sus acentuados tonos grises, él los conoce todos y los va describiendo con su gente encantada en esta breve lección de geografía.

Cada cerro tiene una historia, cada uno está cargado de riquezas, pero aquí todavía siguen confundidas las muchedumbres que abrazan la fiebre oculta y los sueños del Dorado, así que no todo es semejante a un paraíso, pues se fueron uniendo los tiempos y desde los devastadores momentos de los sarrapiales, hasta el aprovechamiento progresivo del oro, el diamante, la bauxita, el granito y el apetecido coltán, han sido sucesivas las oleadas de grupos humanos que contrastan en sus prácticas de vida con los pobladores originarios de la zona, y envueltos siempre por la sed incontrolable del dinero, destruyen sin clemencia los hermosos tatuajes de aquel paisaje milenario.

Simón hace referencia a las grandes rocas sagradas del camino de los ancestros, Simonero, Piedra Pintada, Cerro de Los Muertos y manda a buscar la espada mientras conversamos: "Nosotros le decimos las montañas, porque las montañas son el padre y la madre de nosotros, nos dan de comer de las plantas alimenticias que sembramos allí y de allí también nace el agua, nacen los ríos, es el territorio donde hemos nacido y hemos vivido siempre y cuando morimos vamos a las cuevas de esas montañas, se llama el lugar Cerro de Los Muertos, cementerio indígena de los mapoyo que es sagrado, porque nosotros no necesitamos urna para el que muera, nos da dolor meter a la familia debajo de la tierra, y por eso solo envolvemos los cuerpos con la corteza de un árbol que se llama caimito, uno saca esa corteza de la planta de abajo hacia arriba y mide con una cuerda el cuerpo del fallecido y se hace una esterilla del árbol para proteger aquel cuerpo al que se le zumban hojas de cucurita, hojas de esa palma por encima y se envuelve y se amarra para que la gente lo cargue en los hombros y lo vayan a llevar a la piedra, así es la cultura de nosotros".

Se llama Simón porque vino a juntarse con la tierra un 28 de octubre y el calendario ha marcado esa fecha para celebrar a San Simón y a San Judas Tadeo que fueron apóstoles de Jesús. Se llama Simón Bastidas con el apellido lejano de su madre la ka'riña del Camurica, Eladia Ramona Bastidas. Simón, es hijo del Cacique mapoyo Juan Sandoval, con quien aprendió desde niño el uso del tabaco y la preparación de las bebidas para retirar a todos los espíritus malos y la entonación de los cantos secretos para nombrar a los dioses de las piedras, y de las aguas y de la selva, y para calmar a los enfermos desde sus creencias en los espíritus de quebradas y montañas. De su padre Juan Sandoval aprendió la sabiduría oculta en los signos pintados de las piedras y pudo entender el mensaje de las voces sagradas que en la noche dejan un murmullo en el Cerro de Los Muertos. Así se hizo el gran capitán, hasta el tiempo en que tuvo que cruzar el Orinoco hacia Puerto Carreño de Colombia y con el padre enfermo, una y otra vez repitió el viaje de sanación, pero ya no estaba en sus manos prolongarle la vida. Entonces heredó la autoridad del Cacique y una espada y una punta de lanza para proteger a todo su pueblo en el territorio de esas 45.000 hectáreas con lagunas y ríos y montañas sagradas que limitan con la Serranía de Barraguán.

La espada cortante fue pasando de mano en mano, la tuvo el Cacique Paulino Sandoval, como una muestra de agradecimiento de Simón Bolívar por la ayuda del pueblo indígena en los enfrentamientos contra bandas realistas, se dice que ocurrió cerca de la boca del Parguaza y forma parte de la memoria mapoyo, la nombran como la batalla del Cerro Los Castillitos, y para mantener la relevancia de la historia, de generación en generación la han custodiado José María, José Bonifacio y Demesio Sandoval, además de Juan y Simón, quien ahora ha preparado como nuevo capitán a su hijo Argenis para seguir empuñándola. No es una espada de oro, ni guarnecida de brillantes, ni decorada con dibujos, es una espada desnuda, una espada de libertad de pueblos, con el acero manchado del tiempo luchando todavía entre aquellas tierras donde se nombra a Nuestra Señora de Los Ángeles de Paruruma y al fortín de San Francisco Javier de Marimarota sobre la gran laja y a los sitios de San Isidro, Villacoa y Piedra Rajada en la margen derecha del Orinoco, y donde hubo un Paso Real que ya no está, sólo quedan regados bajo tierra restos de cuchillos, machetes, arpones, anzuelos, clavos, perdigones, balas, hebillas, monedas, botellas, espejos y muchos más restos de vasijas de cerámica, de cestería y de huesos humanos de los antiguos habitantes.

Los muchachos mapoyo iban a cazar y no regresaban, iban a pescar y no regresaban, eran tiempos de la lucha evangelizadora y la conquista y los habían convertido en esclavos; muchos llegaron a morir, nos relata Simón Bastidas, por eso hacían ritos para poder encontrarlos, hasta que un día le agarraron los pasos en la boca del río Parguaza a varios de ellos, eran hombres blancos los que los perseguían montados en bestias, y corrieron y corrieron asustados para que no los alcanzaran creyendo que eran los españoles, corrían y gritaban que no los mataran, pero el jefe de la tropa a caballo les dijo que no se asustaran, que él era el General José Antonio Páez y venía al mando de Simón Bolívar y pidió hablar con el capitán de los mapoyo para conocer los secretos de las piedras, las subidas, las bajadas y todo el territorio y el río donde tuvieron ese batalla que ganaron con la ayuda del pueblo mapoyo, nos sigue contando Simón. Así izaron una bandera que nosotros no conocíamos y Páez nos dejó una punta de lanza y Simón Bolívar pregunto qué queríamos y entonces se le dijo "lo que queremos general es conservar el territorio que depende desde el río Suapure hasta el río Parguaza y que es de nosotros". Simón Bolívar entonces trajo el escrito entregando las tierras y la espada para defenderla.

Después de un largo rato bajo el techo de su caney ha llegado esa espada de la que tanto hablamos, la espada que Simón mandó a buscar en la casa azul, la miramos nuevamente, tocamos su filosa punta y sin pedirle ningún otro detalle él rompe ese instante de silencio y nos dice: "Gracias a ella hoy tenemos lo que siempre quisimos, tierra para vivir tranquilos".

Simón Bastidas, Capitán Mapoyo
Credito: Rafael Salvatore





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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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