Del país profundo: Berta Cova, una mujer de Campoma

Estábamos entre los vientos del año 1974, cuando aquel viejo amigo Jesús Enrique Guédez, cineasta de la ciudad que nos ve, nos motivó con su chispazo a debatir la idealización del documental Campoma, una tarea hermosa en la que también participaba nuestro admirado Jean Marc Cellier de Civrieux. Partiendo de esa idea recorrimos una y otra vez la única calle polvorienta de aquel pueblo que sigue teniendo por patrón a Fray Martín de Porras, el primer santo negro de América. Aprendimos a conocer su gente, sus misterios, su modo de vivir secretamente detrás de las cercas de maderas espinosas, de los arbustos que separaban un patio del otro y donde las casas aún lucían sus techos de palma.

Era un antiguo ramal de cumbe y comprendimos que en los modales de aquella comunidad estaba la huella de África, estaba allí con su voz guardada en ese costado de la laguna de Campoma, que se abre al golfo de Cariaco con la fuerza del río Casanay desde las alturas de la sierra de Meapire, arrastrando al Nueva Colombia y a la quebrada del Guarapiche, buscando el mar, siempre buscando el mar hacia esa cuenca baja entre la ciénaga de Buena Vista y Campoma, allí, en el mismo territorio donde un 20 de octubre del año 1950, bajo un golpe de agua, con relámpagos y centellas nació Berta Cova, la única sobreviviente de los seis partos que durante aquel mes se registraron en su pueblo.

Tiempo después, otro gran amigo que tampoco está hoy con nosotros, me pidió escribir sobre aquella mujer para acompañar un reportaje fotográfico a partir de los peinados afrodescendientes, me refiero al inolvidable Sebastián Garrido, y así lo hicimos, me fui un día a Bojordá, entre Campoma y Queremene a conversar con ella y lo primero que me dijo fue que su nombre completo era el de Alberta Cova Lara, que era hija de Luis Antonio Cova y que su mamá Felipa Lara tenía un apellido de indio y tuvo 20 hijos repartidos entre 11 hembras y 9 varones y de esos 20 murieron 8, uno tras otro.

Berta sigue viviendo en el mismo lugar en el que le conocimos hace 20 años, ella lo nombra como finca La Fiera, porque así le han apodado, ha tenido 8 hijos, 5 varones y 3 hembras, desde que nació Pablo Roberto Cova Cova, al que dio a luz a los 13 años y es el mayor, hasta Paola Carolina que salió de su vientre un 18 de octubre de 1987. En total 15 nietos tiene ahora. Embarazo normal y nacimiento normal. En cambio, cuando Felipa Lara tuvo 8 partos seguidos de hijos varones, todos murieron y hubo que acudir a una curiosa para hacer posible que naciera el primer varón de la familia que se llamó Luis Beltrán Cova Lara, quien al venir al mundo fue protegido con la ceremonia indicada para que no muriera como los otros hermanos, por eso lo sumergieron en una olla, depositando también muchos alimentos que debían cocinarse en un simulacro donde se atizó la candela sin prender el fuego, era el simbolismo de un bautizo que se sumaba a las distintas creencias que existen en Campoma. Con el niño todavía dentro del recipiente, los concelebrantes sacaban todos los alimentos para brindar y finalmente al abrazarlo le dieron ese segundo nombre Beltrán, el del apóstol místico para que pudiera gozar de la vida y de la naturaleza y librarse de heridas, de llagas, de dolores, de enfermedades.

Berta Cova, una mujer de Campoma
Credito: Ángela Collins


En Campoma la rica compostura de la cabellera es todo un arte, un pedazo de historia, recuerdo vivo de las costumbres de los pueblos africanos del Congo, de Angola o del Golfo de Guinea que siempre han consagrado un cuidado especial a su atuendo, a su apariencia en el peinado. De aquellos conglomerados humanos que fueron perseguidos bárbaramente en sus sitios de origen, se trasladan al golfo de Cariaco parte de sus prácticas culturales y en el mismo lugar que sirvió de refugio a los esclavos cimarrones, se hizo mayor la protección de los saberes ancestrales.

Berta Cova tiene sangre de africanos y la moda que hace lucir en Campoma y mucho más allá, forma parte de su más antiguo memorial. Campamento de rebeldes monte adentro, lugar anegadizo con ojo ardiente de agua, donde se hizo posible vivir entre hermanos alejados del duro cautiverio, pero arriesgados permanentemente al desafío de una naturaleza malsana. De allí vienen estos cabellos raramente anudados a la belleza y a los que nunca les sobra ni les falta adorno natural en la confección de sus peinados, algunas veces entretejidos con la mezcla de pequeñas cuentas de colores llamadas canutillos y otras con las diminutas cintillas de tela sirviendo de tenazas.

“Mi mamá y mi hermana Nana, quien me crió, hacían peinados, pero no como los que yo hago ahora. Antes uno decía en Campoma: agárrenme unos moños metidos, que era el peinado favorito, o decían agárrenme los caribes, para nombrar otro peinado, o agárrenme los moños empatados para decir un tercero, pero yo fui superando todos esos peinados y creando otros nuevos por mucho tiempo. Yo conocí en Campoma gente que se peinaba una vez por mes, se agarraban dos moños y esos les duraban tiempo. Mi papá decía que la mujer debía bañarse una vez al mes para que el hombre la oliera bien, además, mucho baño acortaba la vida, decía mi papá y también decía que el marco de la belleza de una mujer era el pelo y que la mujer jamás debía cortárselo y yo creo que es así. Mi papá era muy sabio, eso fue una belleza de padre, Luis Antonio Cova se llamaba, nació a finales del siglo diecinueve y murió a los 95 años, un 17 de noviembre de 1984. El me decía: hija, hay gente y gentualla y usted tiene que ser gente. Yo no sé cómo mi papá aprendió tanto en esa serranía de Campoma, él era descendiente de una negrita esclava que llegó a Campoma huyendo y se escondió en este pueblo. Mi papá salió negro con el pelo crespo, el lleva el apellido Cova que es mi apellido, pero él decía que no era de nosotros, que nosotros no teníamos ese apellido porque descendíamos de esclavos y ese era un apellido ajeno".

"La bisabuela de mi papá que fue esclava se llamaba verdaderamente Rosa Enchalmar y a ella la trajeron de África y llegó a las costas de Trinidad como esclava. Según decía mi papá a ella la agarraron con una moneda de plata escondida entre sus cabellos, de Trinidad la traen como esclava a tierra firme y la ponen en Tarabacoa, cerca de aquí. El jefe de los esclavos en Tarabacoa tenía un hierro con la marca “C” de ese apellido Cova y con ese hierro caliente marcaron en Tarabacoa el cuerpo de esa esclava Rosa Enchalmar, allì la tenían como esclava trabajando horriblemente, hasta que logró fugarse y se escondió en Campoma y tuvo una hija que fue la abuela de mi papá, desde ese momento los descendientes llevamos el apellido Cova, que fue el apellido del hierro con el que marcaron su cuerpo. Esa esclava Rosa Enchalmar parió a la abuela de mi papá y la abuela de mi papá tuvo dos hijas, una llamada Pía y otra llamada Eugenia, antes en vez de decir señora se decía Ña, y ellas fueron Ña Pía y Ña Eugenia. Ña Pía fue la que parió a la mamá de mi papá, mi abuela llamada Severa Cova y Severa Cova encastró y trajo a mi papá Luis Antonio Cova a este mundo de Campoma de donde vengo yo y donde he aprendido mucho con la naturaleza y con la vida.”

Esta mujer de Campoma que tiene el color equilibrado de África cuida su cabellera con aceite de coco, romero, agua de limón tierno y jabón azul. Siempre viste elegantemente, y ella misma diseña sus propios trajes de serpentina y los turbantes que acrecientan su gracia, ella borda, ella cose, ella cuece los alimentos y aliña deliciosamente las comidas, se agacha junto al fogón para atizar el fuego de la leña, ella le pone pintura a sus labios preparando una mezcla de pétalos, ella se crece más allá de su propia belleza y se fija mucho en la vida donde aprendió a sanar con un pañuelo impregnado de misteriosas oraciones. Cuando le avisamos en la finca La Fiera que iríamos a publicar esta crónica y nos hacía falta su autorización nos respondió amorosamente: ¡Que la gran fuerza de la fe te acompañe!


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Benito Irady

Escritor y estudioso de las tradiciones populares. Actualmente representa a Venezuela ante la Convención de la UNESCO para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial y preside la Fundación Centro de la Diversidad Cultural con sede en Caracas.

 irady.j@gmail.com

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