Todo es culpa del segundo y un tercero, nunca del primero

Nada esta perdido si se tiene el valor de proclamar que todo esta perdido y hay que empezar de nuevo” Julio Cortazar.

Los servicios públicos son una responsabilidad intrínseca del Estado. Aunque en la actualidad la provisión de éstos se pueda realizar bajo diferentes modalidades de gestión, siempre recae sobre el Estado la responsabilidad y el compromiso de velar que la calidad, eficiencia, oportunidad y cobertura, finalmente ofertada sea la requerida. En el caso de Venezuela no hace falta recurrir a estudios especializados, basta solamente la regla del sentido común, para constatar que el ejercicio de esta función deja mucho que desear.

Son numerosos los indicios del incumplimiento de este rol. Hospitales colapsados, vialidad en mal estado, delincuencia en constante aumento, alumbrado público deficiente, servicio eléctrico y de agua potable intermitente y de muy baja calidad; transporte público escaso, entre otros; todos ellos verificables a simple vista por parte de cualquier ciudadano. No obstante, hay una perspectiva en el proceso de evaluación de estas deficiencias que no se hace tan obvia para la sociedad. La del impacto en el modo de vida.

Tomemos tres casos de ejemplo, la seguridad pública, el transporte y el suministro de agua potable. El impacto de la mala gestión de la seguridad publica ha conllevado a que los ciudadanos se encuentren en un toque de queda permanente. El disfrute de la noche quedó reservado para obtenerse solo en los espacios cerrados. Quedaron en el pasado las caminatas nocturnas por parques, plazas, calles y avenidas. La movilización y tranquilidad de cada individuo terminaron seriamente restringidas por una suerte de estado de acecho. Haciéndose normal la dependencia a mecanismos cada vez más complejos y onerosos para la protección personal, de la vivienda, el vehículo y demás pertenencias.

En el caso del transporte público la realidad es no menos lamentable. La anarquía, la desidia y el despropósito rigen en este ámbito. El ciudadano se encuentra sujeto, en la práctica, a una planificación de servicio improvisada, cuyo horarios, tarifas, y rutas no se cumplen. A una oferta de transporte, en la mayoría de los casos, sin las condiciones mínimas de seguridad. Lo cual ha traído como consecuencia que la utilización de medios privados para movilización (vehículos particulares) sea imprescindible. Y esto también se ha vuelto normal.

La falla en la provisión de agua potable es paradójica. Siempre se habla de las bondades de Venezuela en cuanto a la disponibilidad de agua dulce y en la realidad esto se traduce en tobos con agua, en camiones cisternas, en compra de agua por botellones, alternativas sumamente complicadas y costosas. Esto también es normal.

La vida indigna se ha vuelto costumbre, llegó para quedarse si no se rectifica. Lo complicado de la situación es que los responsables naturales, los representantes del Estado, los administradores de los servicios públicos en Venezuela, se niegan a reconocerlo. Negación inexplicable y absurda. Para ellos el ciudadano común o cualquier ente abstracto es el responsable. Poco haremos para revertir esta terrible y penosa realidad sino se reconoce el problema, sus causas y consecuencias.

 

cagraterol@gmail.com



Esta nota ha sido leída aproximadamente 2494 veces.



Noticias Recientes:

Comparte en las redes sociales


Síguenos en Facebook y Twitter