La culpa no es de la vaca, es de la lenteja

-¡Voten por la mejor opción, vote por la Revolución!-. Así se dejaba escuchar el pregón del camión con el sonido bien dispuesto. Dominaban las franelas rojas aunque, para ser sinceros, el entusiasmo ha mermado significativamente. Ya no se trata de aquellas romerías rojas de Chávez. Apenas unas pocas personas escuchaban el pregón que repetía sin cesar aquella voz en off: "…no podemos permitir que nos arrebaten los sueños. La derecha apátrida y sanguinaria no quiere al pueblo…ellos son nuestros enemigos". Los pocos entusiastas que estaban ayer sábado en la plaza Bolívar de El Valle con sus franelas rojas y los "ojitos de Chávez" en el pecho, estaban allí como por descuido, como que su ímpetu político había entrado en franco declive. Hace un par de años, en esa misma plaza, vi actos realmente de devoción hacia el Gobierno. Ahora veo una pobre concentración de apenas una veintena de almas ataviadas en rojo Chávez. Parece que esas tácticas de convocatoria han perdido su ímpetu. Las marchas y las concentraciones parecen también estar crisis.

Frente a la plaza Bolívar de El Valle, medio diagonal (como yendo a mano derecha), pasando la isla, se ejecutaba la conspiración. Allí estaban apostados los conspiradores en trajes disímiles. A plena luz del día, sin rubor y sin pena. Serían como veinte personas en carpas. Estaban allí desde muy temprano. Eran conspiradores poco convencionales, pero conspiradores de todas formas. Los había de edad madura (algunos pasaban los 60), otros apenas si cruzaban la treintena; incluso, había algunos adolescentes. Se parecían tanto a los que estaban del otro lado de la acera, en la plaza; si no fuese por las franelas rojas con los "ojitos de Chávez", uno pudiera jurar que son gentes con un mismo origen, con las mismas inquietudes, con las mismas alegrías y los mismos problemas. Pero no, los conspiradores andaban en lo suyo; estaban muy concentrados en su trabajo.

Una de las conspiradoras me miró con cierta sospecha cuando le pregunté el precio del coliflor. El de al lado, frunció el ceño cuando pregunté por la cebolla. Seguí caminando, las cornetas del camión al otro lado de la acera propagaban eficientemente los pregones; a veces éstos se intercalaban con algún discurso del Comandante Eterno: "Yo no soy Chávez, yo soy el pueblo. Chávez eres tú, campesino; Chávez eres tú, trabajador; Chávez eres tú, estudiante…". Los conspiradores continuaban en lo suyo. Nada desviaba su atención. Al llegar al sitio de los granos pregunté (confieso que lo hice con cierto dejo de incredulidad) por el precio de las lentejas, la respuesta me abatió: "Ahora mismo no tengo, pero te cuento que en Quinta Crespo están en 2.000 bolos; eso si es que la consigues…de todos modos, si quieres granos, llévate unas caraoticas, te las dejo a 1.300, en Quinta Crespo están a 1.600".

Luego de las palabras de la vendedora de granos, y por muy extraño que parezca, no pensé en mis padres en Cumaná; ellos deben sortear toda clase de obstáculos para poder comprar un pollo; a veces pasan horas en algún supermercado para poder abastecer con algo la diezmada despensa. No pensé en mi gran amigo Wilmer "El Guaro" Pérez allá Barquisimeto, quien también pasa "las de Caín" para adquirir algunos productos de una cesta básica cada vez más inverosímil para el bolsillo de los venezolanos y venezolanas. No pensé en mis queridos alumnos, algunos son padres y madres, quienes también sufren los embates de una economía menuda y cotidiana cada vez más compleja e inentendible. No, no pensé en nadie; no pensé en las penurias que atraviesan los venezolanos y las venezolanas para poder satisfacer sus necesidades más inmediatas; juro que no pensé en nadie.

O sí, pensé en alguien, lo confieso, pensé en José Vicente Rangel. Recordé aquel programa de José Vicente Hoy del 9 de junio de 2013 donde el veterano periodista denunció que la oposición venezolana había adquirido 18 aviones de guerra para invadir a Venezuela: "Luego de hojear los catálogos (los dirigentes contrarrevolucionarios) firmaron contrato por 18 aviones de guerra, que serían colocados en una base militar de Estados Unidos en Colombia, la cual tiene las coordenadas P 11° 25′ 31", M 72° 7′ 46" ". Recuerdo ese hecho porque la "compra" de los aviones invasores se realizó el 27 de mayo de 2013, día de mi cumpleaños. La noticia fue reseñada por el Correo del Orinoco (http://www.correodelorinoco.gob.ve/nacionales/oposicion-venezolana-compro-18-aviones-guerra-estados-unidos/).

¿Qué sentido tiene decir semejante cosa? ¿Acaso esa denuncia tan precisa (se dan hasta las coordenadas de donde estarían los aviones) no sería suficiente como para hacer un reclamo diplomático con todas las de la Ley en contra del Gobierno colombiano? De eso hace más de dos años; aún no sabemos qué pasó con ese caso tan delicado. ¿Será que ese asunto está en el mismo circuito de averiguación y experticia técnica del "supuesto" audio atribuido Mario Silva? ¿Será que las pruebas de esos aviones las van a presentar con la lista de los involucrados en el caso de los 25 mil millones de dólares que se "rasparon" los empresarios de maletín en connivencia con algunos altos personeros de CADIVI? A pesar de que ningún organismo del Estado (ni colombiano ni venezolano) ha dado pruebas fehacientes de estos aviones, la noticia fue lanzada. La "noticia", después de todo, como que no era noticia. Es decir, se "vendió humo". No obstante, este año JVR fue galardonado con el Premio Único Simón Bolívar en el marco del Premio Nacional de Periodismo. El jurado destacó que JVR: "…ha logrado, con su palabra y acción, promover la práctica de un periodismo ético, equilibrado y combativo". Ajá ¿y los 18 aviones que los conspiradores de derecha compraron para invadir el país?

En suma, y volviendo a la realidad conspiradora de los vendedores de verduras, granos y hortalizas frente a la Plaza Bolívar de El Valle, entendí que hay otra conspiración en marcha, una más real y destructiva: la realidad cotidiana de los y las venezolanas que tienen que hacer toda clase de peripecias y vencer toda clase de obstáculos para poder abastecerse. Entonces entendí que mi realidad, esa que siento y veo (demasiado cotidiana) y como diría Marx, esa realidad de las relaciones humanas concretas en el mundo material; pues sí, en esa realidad concreta prosperan las verdaderas conspiraciones: lentejas imposibles, cauchos inexistentes, papel tualé extinto, pañales virtuales; esa es la realidad conspirativa. Lo demás: la guerra bacteriológica en Maracay, los 18 aviones invasores, entre otros asuntos, terminan por ser retórica para masas, tramposerías discursivas para consumo masivo.

El Che decía que "cuando lo extraordinario se hace cotidiano, estamos en presencia de la revolución". Ahora, si jugamos un poco con la frase del gran guerrillero y decidimos darle un breve viraje y decimos: cuando lo cotidiano se hace extraordinario, qué pasa; o sea, que cuando comprar un pollo o un desodorante se hace complejo, difícil o "extraordinario"… a qué nos estamos enfrentando. En definitiva, algunas conspiraciones no son tan elaboradas como otras, algunas tienen que ver con una cotidianidad extraña y, a veces, absurda. Como bien dijo Tertuliano: "Lo creo porque es absurdo". ¡Hasta cuándo vamos a aguantar la conspiración de la realidad!: ¡Ni un paso atrás! ¡Cárcel para las lentejas ya!



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Johan López


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