Mi partido y yo, yo y mi partido

Ya para mi generación, injustamente, Jóvito Villalba era un personaje de programa cómico de TV. Fue un estupendo orador. El jefe de una de las organizaciones (URD) que le enseñaron a los venezolanos lo que es un partido político. Todas (AD, COPEI, PCV) sufrieron divisiones y desprendimientos que, a su vez, reprodujeron el mismo modelo, cuya genealogía se remonta a la socialdemocracia alemana y a la Tercera Internacional de Lenin. Esas enseñanzas incluían una doctrina, unos liderazgos más o menos caudillescos (Betancourt, Cardera, Jóvito), unas estructuras jerárquicas rigurosas que tenían presencia en cualquier rincón del país y, sobre todo, la disciplina, acompañada por una solidaridad automática que, en la lucha de calle o clandestina, permitía la supervivencia, y una vez en el poder el partido, se convertía en "palanca" o complicidad llamada eufemísticamente "lealtad".

Una de las características de esos partidos inaugurales de nuestra modernidad política, fue que se construyeron en la calle, en la lucha clandestina o de masas; es decir, fuera del poder. Eso no quitó que, una vez que accedieron a él, devenidos en gobiernos, se hicieran burocracias, hasta degenerar en "roscas" o "bandas" que terminaron robando los bienes públicos. Esto, por supuesto, fue disipando cualquier doctrina, sustituida por frases ruidosas. La traición a los ideales ocasionó el alejamiento de las masas, de sus bases que, eventualmente, se sacudirían de su influencia y buscarían otros líderes, otras ideas.

Esta trayectoria parece viciosa, repetitiva. Los mexicanos tienen un dicho según el cual "la revolución (la de ellos, la mexicana, se enciende) degeneró en gobierno". El PSUV, a diferencia de nuestros partidos inaugurales, es un partido construido desde el poder, desde un gobierno que es estado y partido a la vez. Ha contado con el apoyo de las masas y con la renta petrolera, que históricamente le ha dado ilusiones de mago a los gobernantes. Por eso la velocidad de la degeneración ha sido mayor.

No hay otra explicación que la corrupción para el mercado especulativo de dólares, para que el dólar "controlado" se haya ido para otro lado, y hoy determine la sequía de divisas para una industria que desde siempre fue dependiente de insumos, tecnología y capitales, y en 15 años se hizo aún más dependiente. No hay otra razón que la corrupción para explicar el contrabando de combustible, calculado en cientos de miles de barriles, hacia los vecinos. No puede ser que no haya altos militares implicados en el contrabando masivo de productos. Eso para no hablar de la corrupción de la ineficiencia, de los "potes de humo", de los retardos criminales de las obras, de la compra rápida en la ferretería de la esquina para mostrarle al presidente que ya la planta está produciendo, de los retardos en el pago de las cotizaciones del Seguro de los maestros estadales, de las compras sin licitaciones, de esa subasta urgente de dólares para comprar repuestos que da escalofríos.

Eso no es chavismo. Al chavismo hoy lo representa (en parte) todo ese montón de jóvenes y de base popular, que participaron en las primarias del PSUV, tal vez con más entusiasmo, candor y buenas intenciones, que coherencia en sus discursos llenos de "mitos movilizadores" (Sorel): "Poder Popular", los héroes que van desde Guaicaipuro y Bolívar hasta Chávez. Especialmente, esos precandidatos que no contaron con el apoyo de la burocracia. Los que "aguantan el chaparrón" de una crisis que no es sólo "guerra económica" del enemigo, sino, en gran parte, errores históricos, criminales, de la dirigencia. La única esperanza de que el círculo vicioso de la degeneración de la revolución no se termine de cerrar, son esas bases, que sólo desean ser como Chávez: responsables, valerosos, decididos, entregados, visionarios.

 

 



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Jesús Puerta


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