Prisioneros de guerra

Según un ya muy viejo chiste malo, la mejor manera de curar el dolor de cabeza es cortar la cabeza. Las últimas medidas tomadas por el Cencoex en relación a la asignación de divisas para viajeros responden a la misma lógica perversa del chistecito. Es, por desgracia, una lógica que se aplica profusamente en estos días y que, al fin de cuentas, no es más que una confesión de impotencia por parte de quienes tienen la responsabilidad de corregir los entuertos que unos pocos, o tal vez muchos vivos provocan en la economía del país.

La lógica que opta por afectar a toda la población, y no solo a los causantes del problema, se ha hecho moneda común. Desde la banal multiplicación de los policías acostados en las carreteras, cuya presencia es un aparatoso testimonio de la incapacidad de controlar la velocidad de los vehículos, hasta esta reducción de la asignación de divisas a niveles cuya ridiculez anuncia de antemano que nos hemos convertido en prisioneros de guerra. ¿De cuál guerra? Pues de la guerra económica que, si existe, parece que la estamos perdiendo.
Hace mucho tiempo escuché al Presidente decir, refiriéndose tal vez a alguna movida de Fedecamaras, que el gobierno no era mocho y tenía como responder. Confieso que a estas alturas no sé muy bien si las extremidades que garantizaban esa no mochitud aún existen. Porque tal pareciera que sí somos más que mochos contra los raspacupos, contra los bachaqueros, contra la delincuencia, contra la especulación, contra…

Lo terrible de la gravosa escasez que padecemos, de la exasperación, la rabia, la tristeza que se percibe en las colas del supermercado, en la farmacia, en la venta de repuestos, en la estación de gasolina, lo terrible, repito, no es la escasez en sí misma, sino la certeza reflejada en cada rostro de que poco o nada se está haciendo para corregir esa serie de problemas. Una certeza resignada y terrible, porque no anuncia ningún final de túnel donde brille una mínima llama que nos llene el alma de esperanza.

Se ha dicho siempre, y Chávez lo repitió hasta el cansancio, que el demonio está en los detalles. Habrá que preguntarse si el inmenso acopio de detalles ha llegado ya al punto en el cual el cúmulo de ineficiencias particulares termine por desdibujar el proyecto como un todo.

Hace ya muchos años pasó por Maracaibo Edmundo Desnoes, el novelista cubano autor de la novela Memorias del subdesarrollo. Planificaba, entonces, escribir algo sobre el modo cómo los latinoamericanos confundimos, quizás sería mejor decir simplemente fundimos, el decir con el hacer. La referencia viene a cuento porque uno no puede sino sentir que recurrentemente se trastoca la enunciación de una política determinada sobre cualquier asunto con su ejecución o su aplicación plena. Los ejemplos sobran, pero bástenos con traer a colación las famosas capta huellas que se instalarían en los supermercados y acabarían, por arte de la tecnología, con el contrabando y por ende con la escasez.
Ahora, en medio de una evidente victoria política en relación al infeliz decreto de Obama sobre Venezuela, el Cencoex, como para compensar el asunto, nos sorprende con esta supuesta solución al problema de los raspacupos, una solución de la que se puede decir cualquier cosa menos que sea feliz. El efecto más inmediato de la decisión, a no dudarlo, será que se nos haga cada vez más difícil encontrar, especialmente en las colas, a alguien que no despotrique del gobierno.

Será, además, imposible no pensar que quienes tomaron semejante decisión han de tener la certeza de no verse nunca en el riesgo de viajar, ellos mismos, a ninguna parte, con un máximo cien dólares diarios.


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Cósimo Mandrillo


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