¿Por qué han proliferado los bachaqueros y pirañeros?

Podemos convenir de entrada con quienes han estudiado el comportamiento social en situaciones de crisis, que así como surgen las “emergencias sistémicas” (p. e. el bienestar colectivo) como favorable producto más o menos inesperado de formas novedosas insurgentes de las interacciones que toman diversos aspectos que componen los sistemas que articulan a una sociedad en particular, las aberraciones sociales en las conductas (p. e. la “viveza criolla”: oportunistas, arribistas, comisionistas, corruptos, revendedores, etcétera) son productos o efectos perversos de las distorsiones o falta de articulación coherente de esos aspectos que promueven pautas de actuación contrarias a la convivencia y solidaridad social. Indudablemente, aquí entra en juego la consideración histórica de los dilatados procesos pasados de conformación ideológico-cultural (representaciones, creencias, valoraciones, etcétera) de la sociedad que forjan y perduran en las idiosincrasias de los pueblos, comunidades, grupos e individuaciones sociales.

Sobre la base de ese acumulado histórico-cultural que no es firme sino movedizo, mucho más en estos tiempos de crisis estructurales y no tan solo coyunturales, actúan confrontándose las fuerzas sociales que defienden intereses contrapuestos para tratar de incidir a favor de uno u otro rumbo sociopolítico, con base en también endebles y frágiles paradigmas o plataformas programáticas ya que a su vez, también están en crisis por desgaste de su fundamentación y de su legitimación. De allí que las promocionadas representaciones políticas, no sean percibidas como confiables promesas y propuestas desinteresadas como otrora (el caso de Chávez es una excepción debido a su ejemplaridad), y se produzca una precavida y desconfiada percepción sobre sus intenciones. Cuando más, se les respalda a corto plazo, con entusiasmo cauteloso a la espera de la demostración rápida de sus promesas. Aquí destaca la popular percepción enjuiciadora aprobatoria o desaprobatoria del comportamiento público y privado de los representantes políticos que fungen como dirigentes ante las comunidades.

Al no verse el efecto demostrativo de tales promesas, comienza un repliegue y puede llegarse a posiciones denostadoras de quienes las representan. No obstante, puede ocurrir que pese a demostrativos efectos de promesas cumplidas (creemos que es el caso del gobierno de Chávez y de Maduro, por más que este último desluzca ante el primero), se perciba, por algunas no realizadas, al gobierno como incumplido. Aquí, nos parece, que interviene otro aspecto que está operando de manera determinante en la formación de esta peligrosa percepción.

Con Chávez se percibía la inminencia renovada por su verbo y gesto de grandes transformaciones revolucionarias a favor de la mayoría de la población. Sin embargo, la postergación y la ineficiencia ha sido asumida como fracaso y desaliento colectivo (p. e. la erradicación de la corrupción con castigos ejemplarizantes, la desburocratización del Estado-gobierno, el gobierno contralor por parte del pueblo a través de los Consejos del Poder Popular desde abajo, la mejora estructural de la seguridad social y antidelictiva, enfrentamiento y castigo a los desabastecedores y especuladores, etcétera), llegando a rayar en escepticismo en algunos sectores. Las realizaciones cumplidas parecen de poca envergadura frente a las expectativas creadas de otras más trascendentales. Por otra parte, se evalúa que lo avanzado o logrado no se corresponde con un costo político y social muy alto. Como lo decía un extraordinario revolucionario venezolano fallecido recientemente “estamos vendiendo reformas a precio de revolución”. A pesar de que sepamos que este costo es resultante de la necesidad de enfrentar la oposición recalcitrante y violenta de la derecha contra todo reforma social a favor del pueblo.

Con base en lo expuesto, sostenemos que se ha producido una erosión de las expectativas y que en consecuencia, ello está produciendo efectos perversos en los comportamientos de la población que se han traducido, entre otros, en el bachaqueo y el pirañismo. Estos últimos además, son justificados por sus practicantes a través de la racionalización de que se les permite a los grandes industriales, comerciantes y altos funcionarios corruptos. Todo lo dicho nos permite afirmar, aunque parezca paradójico, que la única vía de restaurar y ampliar la confianza y el compromiso popular con el proceso transformador, es el de restaurar las expectativas trascendentes de cambios estructurales, el de profundizar los cambios sociales, económicos, culturales y políticos que afiancen el trayecto socialista.


diazjorge47@gmail.com



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Jorge Díaz Piña

Doctor en Ciencias de la Educación (ULAC), Magister en Enseñanza de la Geografía (UPEL), Licenciado en Ciencias Sociales (UPEL). Profesor universitario de la UNESR

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