Buhoneros metidos en cintura en Mercado Quinta Crespo, Caracas

A golpe de diez de la mañana de hoy (29-08-2014) me sorprendió el siguiente panorama dígase desértico del Mercado Quinta Crespo. No había buhoneros (o “trabajadores informales”, en términos más convencionales y “respetuosos”), ni mercadería de la canasta básica vendiéndose por ningún lado, sino en los interiores del mercado.

Me dije que los habían erradicado finalmente, posiblemente una acción del Estado en el marco de las últimas emprendidas en la frontera para controlar el contrabando de alimentos y otras especies. “Les tocó”, me repetía, revisando los rostros satisfechos de los viandantes que, por lo menos una vez en la vida, caminaban con libertad sobre la especie de plazoleta ubicada frente al mercado, delimitada por dos callecitas. “Así debe de ser”.

─¿Qué pasó con los muchachitos traviesos, vendedores de todo? ─le pregunté a un viejo.

─Los mandaron de vacaciones a esas plagas.

─¡Qué maravilla! ─soltó una señora más allá, que nos había oído.

Compré una arepa asada con queso y un jugo natural en una venta de las entradas del mercado, y seguí mi paso proviniendo desde el puente Casacoima hacia la avenida Baralt. Con la sensación periférica de vacío en mi ojo izquierdo, descubrí a unos cuantos metros la razón del fenómeno a mi lado derecho, justo donde está el busto de Joaquín Crespo, en una esquina del mercado. Allí estaban todos apilados, en medio de una congregación gremial, discurriendo sobre sus infortunios.

Pelé por la cámara e hice algunas fotos y, con la cautela con que debe procederse entre quienes con seguridad se sentían afectados por los recientes decomisos que le habían hecho las autoridades, me colé entre los asistentes de la informal reunión para saber un poco del discurso que soltaba su dirigente, una mujer gordita, cuasi rubia, de unos treinta años. Todos mostraban rostros de consternación, algunos de furia. Téngase en cuenta que antier, en medio de un operativo policial y de la Superintendencia de Precios Justos, le fueron decomisados en cinco locales espaciados en el Mercado Quinta Crespo, 13 toneladas de alimentos de la cesta básica del venezolano. Y yendo un poco más atrás y hacia otros mercados, en Catia, le fueron decomisados 6 toneladas de los mismos productos, acaparados en galpones donde además guardaban sus enseres como mesas, sillas, parasoles, parafernalia de su mercadería. Fueron presos los responsables de los galpones “aguantadores” y vendidos a precios justos los alimentos a la población.

─A mi me prensan de allá arriba ─les decía su líder, con voz trágica─ y yos los prenso a ustedes. No quiero problemas, se los recalco. Son órdenes directas del Superintendente, del ministro. No quiero ver más víveres sobre las mesas de venta. No quiero problemas con ustedes ni con las autoridades. Y entiendan que yo misma estoy afectada porque vivo de esa venta. Y esto va también con los que venden cervezas. Nada de cervezas. Y aquel que no tenga puesto asignado en este lugar que se busque otro trabajo porque habrá control. Y otra cosa, tengan más cuidado. Las personas a quienes ustedes les venden, ellas mismas los delatan, los denuncian. Gente chismosa. Hay que cuidarse. Hay funcionarios de civiles metidos entre la gente, verificando, simulando que compran. Así fue que nos descubrieron los depósitos. Así que ya lo saben, no toleraré más problemas e indisciplina entre nosotros.

Cuando yo mismo me revisé de pies de cabeza, no pareciendo un buhonero, perdón, vendedor informal, me salí de la reunión. Además, había fotografiado al grupo, sintiendo el apuro de parecer un espía al descubierto.

Tomé rumbo Baralt arriba y apenas lo hice me topé con un crítico más expresivo que yo que recién había visto la aglomeración y reaccionaba.

─Está bien que los controlen a esos hijos de putas, hambreadores de pueblo. ¿Quién ha dicho que se tiene que hacer negocio con el hambre y la necesidad de la gente? ¡No jodan!

Y me terminé de ir con la cabeza llena de satisfacciones, pensando que por fin accionaban contra esos delincuentes, bichos que escondían los alimentos de primera necesidad para venderlos a precios desorbitados en las orillas de la calles. En su descargo, controlando la efusiva felicidad que genera la corrección de tan indignos entuertos, pensando en la figura hasta ahora providencial del señor Superintendente, hice dentro de mi cabeza las siguientes distinciones:

“─No son buhoneros porque no venden baratijas, sino, al contrario, alimentos de gran valor para el pueblo venezolano. Lo buhoneríl lo tienen en el alma, en la escasa conciencia que significa enriquecerse con la necesidad del otro. Una monstruosidad, unos tantos monstruos. ¿Ah, que son venezolanos con necesidad de trabajo? ¡'Pues, tal cosa no justifica el crimen porque, si a ver vamos, justifiquemos entonces al criminal que de otra manera mata a la gente! Son trabajadores informales y eso los faculta a no tener un puesto formal de venta y una mercadería fija, pero no a especular ni a traficar alimentos. La informalidad no necesariamente apologiza un proceder delictivo”.

La sirena de una patrulla me acompañó hasta mi casa, corrigiendo el mantelero de muchos vendedores informales a orillas de la Baralt, a quienes se les invitaba a recoger su mercadería so pena de confiscación. El día de hoy la ciudad se desperezó con una prometedora aureola de civismo, por primera vez en años.


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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

 camero500@hotmail.com      @animalpolis

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