SOLIDARIDAD en medio de la tragedia



En Santa Cruz de Mora se busca a una madre con sus cuatro hijas desde hace cinco días. En la casita de bahareque donde vivían sólo quedó el piso.

Un grupo intentó ubicar a la madre con sus cuatro hijas en el sector El Mamón, pero sólo consiguió las fotos de las niñas, la cédula de la desaparecida y una icotea. Las labores de rastreo de cuerpos se extienden por más de nueve horas. Participan más de 350 voluntarios en entrega de insumos y traslado de heridos.

En medio de la desolación de Santa Cruz de Mora, Mérida, pueblo arrasado por la furia de la creciente del río Mocotíes hace nueve días, se ve en los alrededores del perfil destrozado del valle el rostro de la sensibilidad: los grupos de rescatistas y voluntarios, quienes laboran más de nueve horas diarias para intentar ubicar sobrevivientes, rescatar cadáveres y llevar agua y alimentos a las 23 comunidades rurales aisladas.

Por una subida muy empinada y en forma de serpiente, que lleva hacia la escuela El Mamón, en Santa Cruz de Mora, desde hace cinco días se busca a una madre, Carmen Ruiz de Pereira, de 33 años, con sus cuatro hijas: Cinthya, de diez, Yenny Betania, de seis, Fabiana, con tres añitos, y Lismaira, una bebé de seis meses de edad.

Se presume que sus posibles cadáveres los haya tapiado el lodo arrastrado por una quebrada que despertó con violencia por la lluvia persistente del viernes y el deslave de la montaña, que sólo dejó de la casita de bahareque el piso de cemento.

En uno de los tantos rastreos para ubicar a esta familia, seis hombres, dos con trajes azules y el resto con franelas amarillas, pantalones negros y cascos de seguridad, se coordinaban en un diámetro de más de 20 metros, indagando de arriba hacia abajo con un equipo comandado por el cabo segundo Cléver Trejo, del Cuerpo de Bomberos, y el bombero Eduard Zambrano.

Removiendo la tierra entre sus manos mientras la olían buscando indicios de probables cadáveres, Johan Márquez y Jonatan Salas, del Comando Ambiental Organizado Ciudadano, y Alberto Espinoza, Jesús Parra y Elvis Maldonado, de la Brigada de Rescate Santos Marquina de Tabay, unos de los 350 voluntarios que están en la zona, intentaban sumar los nombres de esta mujer y niñas o bien a la lista de personas rescatadas o, en la peor de las situaciones, de cadáveres recuperados.

Hallazgos

Alrededor de la escuela El Mamón, por donde vivían, esa mañana se vislumbraban dos casas colgando del cerro, destruidas por la corriente.

El grupo, caminando entre el barro abrasador, esculcó en las paredes derrumbadas, el agua piche empozada en los cuartos, reventó los vidrios de la ventanas... Y nada.

“El olor nos ha despistado mucho sobre este caso, pues hay muchos animales muertos”, opinó Nelson Rojas, del Grupo Andino de Rescate, quien coordina las labores desde la sede de la Alcaldía de Pinto Salinas, municipio 70% afectado por la furia de la creciente.

Cargando la camilla para traslados por entre los árboles arrancados de raíz por la crecida del riachuelo y que chocaron con las viviendas, los rescatistas tuvieron hallazgos: la cédula de identidad de la mujer y las fotos tipo carné de las pequeñas con su ropita y cuadernos de clases, donde se veían las hojas de planas hechas posiblemente por Yenny Betania, quien aprendía a escribir.

Y consiguieron también en medio del lodazal una icotea. El animal, escondido entre la caparazón, asomó su cabeza dando signos de vida: “¿La llevamos?”, preguntó Espinoza, mientras buscaba la respuesta en los ojos de sus compañeros. “Sí, es un ser vivo”, afirmó Márquez.

Al bajar la ladera, en el sector El Mamón, con la camilla vacía y la esperanza a flor de piel de conseguir a la familia con vida, dos pobladores llenos de barro, Omar Velanchia y Alicia Sosa, cargaban un termo de agua de panela para ofrecerle al grupo de rescate. La recompensa por la búsqueda de la madre y sus niñas que aún no aparecen.

Nueve horas de labor

Cobijados por el Sol que no abandonó el Valle de Mocotíes durante esta semana, siete miembros de uno de los 15 grupos de ayuda que se ubican en la zona, la Brigada Águilas de Rescate El Playón, atravesaron la fuerte corriente de casi tres metros de ancho de uno de los brazos del río Mocotíes que se dividió en dos, para llegar a una isla y así indagar en un bus enterrado boca arriba.

Ya descartada la presencia de cadáveres por una averiguación en la superficie de los sabuesos policiales, el grupo de Gerardo Moreno, miembro activo y fundador, se metió debajo del techo en el agua empozada por donde no se vislumbraban ni siquiera los asientos del bus Encava, que quedó como a 300 metros del terminal. Cero rastros.

“Hemos evaluado San José, El Mirador, Paramito, Mesa de las Guacas, Bocadillo, Mesa de la Vieja, toda la parte de arriba de Santa Cruz de Mora.

Salimos a rastrear desde las 7:00 de la mañana hasta las 4:00 de la tarde todos los días. Llegamos el día siguiente de la tragedia”, explicó Moreno, mientras veía a los muchachos picar el techo con la “quijada de la vida”, una máquina hidráulica, ayudados con picos y palas.

“El pasado domingo logramos sacar un ‘muñeco’ en Santa Marta Baja, era un hombre adulto, entre 46 y 50 años, habitante de Santa Cruz de Mora, quien flotaba en el río boca abajo. Nos avisó un baquiano de la zona”, narró Moreno mientras mostraba una cuerda para describir la táctica para sacar el “muñeco”, como llaman los cadáveres.

Rescatando un cuerpo

Dos grupos, con cascos de seguridad, franelas amarillas y pantalones negros, se ubicaron en ambas orillas del río revuelto y aún crecido. Se ató el mecate en un árbol y, luego, tensando la cuerda, uno de los miembros se colgó como una pereza y flotó sobre la creciente, hasta que sostuvo el cuerpo y lo arrastró hacia tierra, donde lo dejaron hasta que llegara una unidad de Protección Civil de Mérida para trasladarlo.

“Se llama tirolina, un sistema de teleférico”, aclaró Luis Sánchez, de 23 años, quien formaba el equipo que intentaba localizar cadáveres en el bus junto con Jesús Peña, de 22, Héctor Prado, de 18, Adolfo Peña, de 23, Alexánder Caraballo, de 22, y Néstor Montilla, de 24, todos humildes jóvenes humildes oriundos de Tabay.

Luego de levantar el techo, el sabueso policial olfateó nuevamente. Sólo agua y lodo piche. Al día siguiente, una máquina retroexcavadora se abrió paso entre la corriente y terminó el trabajo: desmembró el bus para dejar un agujero en la isla de barro y piedras que alcanzó casi cuatro metros del altura.

Otro sabueso policial olió. Y movió horizontalmente la cabeza para anunciar: cero “muñecos”. “Gracias a Dios”, susurraron los presentes quienes veían con el alma en un hilo cómo la máquina desenterraba el bus vacío.

VOLUNTARIOS
Nelson Rojas, del Grupo Andino de Rescate, dijo que en el operativo Emergencia Mocotíes 2005 han participado más de 350 voluntarios, de las brigadas y grupos de rescate oficiales, con un promedio diario de 60 a 70 personas laborando al día y actuando en 35 sectores.
La lista de ayudantes: De Mérida, Grupo Andino de Rescate, grupos de rescate Santiago Kossozcki, Enrique Bourgoin, Domingo de Peña y Águila de Socorro; las brigadas de rescate El Playón, Los Nevados, Orión y Santos Marquina de Tabay; y el Comando Ambiental Organizado Ciudadano.
De la zona afectada, brigadas de rescate Santa Cruz de Mora y La Azulita. Y de afuera, grupos de rescate de Barquisimeto y de Lara.
“También tenemos a otros voluntarios, como del Frente Francisco de Miranda, el Centro de Cultura de Mérida, Cuerpo de Bomberos de Mérida, Bomberos de la ULA y Bomberos Forestales de la Facultad de Ciencias Forestales de la ULA”, explicó Rojas.
Las labores incluyen la detección y evaluación de lesionados.


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