Feria del Libro de Caracas

Vladimir Acosta dedica obra literaria a mujeres asesinadas

La hija de la bruja o El agua roja del río, pieza escrita por el investigador venezolano Vladimir Acosta

La hija de la bruja o El agua roja del río, pieza escrita por el investigador venezolano Vladimir Acosta

Credito: Yvke Mundial

30-07-13.-En la Sala Hugo Chávez, fue presentado ayer el libro La hija de la bruja o El agua roja del río, pieza escrita por el investigador venezolano Vladimir Acosta y publicada por la Editorial Galac.

La actividad contó con la participación de Carlos Parra, gerente editor de Galac, quien hizo pública su satisfacción por tener los títulos de este escritor dentro de su catálogo, al tiempo que anunció que próximamente estarán presentando un estudio del tema de los reyes Magos de Vladimir Acosta, quien también estuvo presente en el lugar.

Acosta abrió su exposición explicando que esta novela es dedicada a todas las mujeres que han sido víctimas de ese periodo denominado Renacimiento (siglos XVI, XVII y XVIII), durante el cual se desencadenó la llamada cacería de brujas, momento en el que la Iglesia católica perseguía a la mujer con un odio profundo.

Los argumentos de la jerarquía eclesiástica de la época eran acusaciones, por lo general infundadas, de que las féminas se aliaron con el demonio para destruir el cristianismo. Se decía que las “brujas” orinaban la Cruz y cometían actos diabólicos, por lo que debían ser torturadas, quemadas, humilladas y asesinadas, sin que existieran juicios de defensa, pues los que intentaban ayudar eran llamados brujos.

Agregó que en pleno siglo XXI la violencia en la mujer y sus matanzas son recurrentes en países como India, España, Egipto, México y Estados Unidos. Acotó que la Iglesia católica tiene mucho peso sobre este tema, ya que, a su juicio, durante muchos años algunos de sus voceros han catalogado a la mujer como la culpable del pecado.

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Fragmento del capítulo La madre y la hija

La mujer que caminaba por una de las estrechas calles de una pequeña ciudad del sur de Francia al final de ese cálido atardecer de verano de un día y un año cualquiera de mediados del siglo XVII, se veía algo cansada.

No era cuestión de edad, porque era joven y sana, como revelaba su cuerpo flexible y firme; y porque al mirarla con atención era evidente que no tenía en ningún caso más de treinta o treinta y dos años. Es que en su rostro, sencillo, natural y hermoso, y en su caminar algo pausado podían apreciarse ciertos signos de cansancio.

Seguramente venía de culminar poco antes un día de arduo y agotador trabajo. Porque era imposible no percibir al verla que se trataba de una mujer trabajadora. Y que era pobre, porque sus ropas, gastadas por el uso, eran bastante modestas, e igual pasaba con las simples y maltratadas zapatillas de tela con las que calzaba sus pies y con las que sin darse cuenta iba levantando a cada lento paso un poco de polvo que cubría las sucias y descuidadas calles.

Caminaba por una de las zonas más pobres de la modesta ciudad, y debía venir del bosque vecino al río que la cruzaba, porque en su espalda sobresalía –como una suerte de extraña joroba– un tosco morral, también de tela, rebosante de hierbas y de ramas.

Y el bosque no debía quedar muy lejos, porque tanto el vivo verdor de las ramas y las hierbas como fragancia y frescura de varias hermosas flores que se asomaban aún llenas de vida entre el ramaje contenido en el morral, revelaban a las claras que habían sido cortadas poco antes. Y además, porque del cinturón con el que la joven mujer ceñía su larga falda, colgaba un pequeño pero bien afilado cuchillo del que seguramente se había servido para cortar unas y otras.



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La fuente original de este documento es:
YVKE Mundial (http://www.radiomundial.com.ve/yvke/)



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