A la memoria de Tino Rodríguez

El canto como idioma de virtudes

Tal vez fueron los gestos la primera forma de expresión del ser humano. Una mirada tierna, una caricia, expresan afecto; una mirada fiera, un manoteo agresivo, expresan rabia.

Pero no cabe duda que la primera forma de comunicación entre los humanos fue la palabra hablada. Con el advenimiento del idioma, los descendientes del homo sapiens dejamos atrás aquél mundo crudo culturalmente, donde el bagaje sentipensante quedaba mudo, encerrado en la perplejidad de los primeros antropoides.

Simultáneamente, hombre y mujer testimonian sus andanzas primarias con la pintura rupestre y buscan el diálogo con la trascendencia a través de los sonidos arcaicos que sus pechos y bocas logran articular rompiendo la oquedad azul del aire.

Luego fueron los objetos sonoros, caracoles, bambúes, huesos, semillas, cuero y maderas. Sumerios, mesopotámicos, andinos, congoleses, indochinos, todos los pueblos fueron haciendo su lenguaje de piel. Los griegos invocaron musas y se hizo la palabra música: el arte más arte de todas las artes.

Siempre he pensado que si sublime es la poesía, con su armazón de jardines vivenciales que nutren el alma de profundos sentimientos y crean una estética luminosa capaz de cambiar el sentido lógico de la rutina existencial por una magia interpretativa que da color a la oscuridad y vida corpórea a lo invisible; cómo será de plus-sublime esa fusión cuasi-divina entre la música y la poesía que se da particularmente fértil en la canción…

Si el poema posee tu alma provocando el nacimiento de otra persona superior a la que fuiste antes del poema, y, si la música te abstrae de todo lo ruin que pueda haber a tu alrededor y te eleva a la traslúcida condición etérea del sonido mismo, pensemos entonces cuánto paraíso inmerecido hemos degustado siempre que la poesía se preña en la música y viceversa para hacernos humanos de verdad, más allá de lo bestial que permanece en nos como natura cósmica y telúrica per se.

Ah, canción canción canción, yo te ensalzo, te alabo, te bendigo, te amo, porque tu pueblas mi alma como banderas cálidas que atizan causas y emociones.

Por eso a cantoras y cantores tengo por santos de mi íntima religión. Religión humana la que más, que no arma ejércitos para conquistar continentes, ni impone cláusulas tormentosas ni saquea pobrezas ni infunde miedos.

La canción se abre paso en la apretada maleza de la indiferencia. La canción amalgama soledades y junta dispersiones para hacerse universo de convivencia y amistad. La canción enamora entregas y sugiere futuros.

Yo he visto gente que conjuga mil virtudes en el canto y comulga con millones por el canto. Don Tino Rodríguez, por ejemplo. Un camino de virtudes. Un coloso de la ternura transfigurada en ofrendas eternas por el canto.


caciquenigale@yahoo.es


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Yldefonso Finol

Economista. Militante chavista. Poeta. Escritor. Ex constituyente. Cronista de Maracaibo

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