Somos los principales responsables por nuestra salud

No resulta una exageración sostener que hace menos de un siglo no había mucha diferencia entre un médico académico y un brujo o curandero, con la certeza de que si este último era versado en hierbas medicinales, con seguridad era más efectivo que el primero. Los expertos calculan que en el último siglo, en cada 20 años apenas si se ha mantenido vigente el 30% del saber médico previo, por lo que es dable suponer que aquello que era la “ciencia” a finales del siglo XIX, hoy tendría visos de delito si fuera practicado por un médico.

Este panorama cambió drásticamente con los avances reales en las ciencias médicas de la última centuria, que han surgido vertiginosamente y en forma creciente y cada vez más efectiva apoyados en los adelantos tecnológicos de las décadas más recientes, sobre todo en los campos de la genética, la biotecnología médica y las técnicas quirúrgicas.

Es indudable el progreso general de la medicina en nuestros días, pero también resultan innegables dos grandes fallas en el modelo médico que tenemos; la primera, la enorme desigualdad de la disponibilidad y accesibilidad de dichos progresos de la medicina entre los distintos países, regiones e incluso entre los estratos poblacionales de un mismo país de los llamados desarrollados, y la segunda, los costos enormes y crecientes de los métodos de diagnóstico y tratamiento más avanzados desarrollados en la actualidad, costos que abonan la desigual accesibilidad ya apuntada.

Parece evidente que la vía para mejorar la salud y prolongar la vida en condiciones plenas de toda la población mundial, en igualdad de condiciones para todos, no es, de ninguna manera, la mera extensión, financieramente inviable por lo demás, del modelo clínico del que disfrutan las minorías pudientes de cada país. Resulta inviable extender a toda la población mundial el hasta ahora imperante paradigma capitalista de atención médica, basado en el modelo clínico del que disfrutan las minorías pudientes. En efecto, las mejoras en las ciencias médicas no están al alcance de todos, debido a que esos adelantos son de muy alto costo.

No es un secreto que bajo el enfoque capitalista, la salud pasa a ser una mercancía más, de muy alto precio dada su naturaleza: él que puede, paga lo que sea por su vida y salud o la de sus allegados. Pero, apartando esta perversión especulativa, es un hecho que la medicina moderna basada en la intervención curativa, es socialmente muy costosa de por sí. Bajo cualquier enfoque u orientación política, sea sobre base de atención privada o del Estado o mixta, la búsqueda de tratamiento y curación requiere de altísimas inversiones.

La formación de especialistas cada vez más sofisticados; la investigación médica básica; el diseño, fabricación, operación y mantenimiento de los cada vez más complejos y avanzados equipos médicos y la construcción, operación y mantenimiento de grandes centros hospitalarios, son todos factores que exigen mayores recursos financieros. Dicha masa creciente de recursos financieros en cualquier caso representa una erogación social, ya que, si es asumida por el Estado, proviene de los recursos comunes de la población; pero si es asumida por los particulares privilegiados con fondos pretendidamente privados, estos igualmente provienen del acervo común, apropiados bajo forma de plusvalía o asimetrías en la distribución del ingreso generado por la sociedad en pleno.

El punto no es negar el tratamiento médico, pero sí racionalizar y socializar, en la acepción sociológica del término, nuestra actitud hacia la salud. Socializar la medicina no es sólo la asunción de la prestación de los servicios de salud por parte del Estado. Socializar, en el sentido sociológico, significa que la sociedad debe asumir la salud y la medicina como asuntos sociales, esto es, como corresponsabilidad y deber de todos.

Hay corrientes médicas y sociales en todo el mundo, alejadas del enfoque mercantilista de la medicina, que cuestionan con seriedad y argumentos, la pertinencia social de la clínica médica de alta tecnología y la muy costosa “terapia intensiva” para casos en los cuales, con altísima probabilidad el paciente no sobrevivirá. No se trata de negar el tratamiento médico, pero sí racionalizarlo en función del mejor uso social de los recursos escasos. Al final, el costo es un recurso social que deja de emplearse en otras necesidades.

Desde el punto de vista del Estado, se hace imperativo el enfoque que desde hace años han desarrollado los camaradas cubanos, que han privilegiado la PREVENCIÓN por encima de la curación. Se favorece más la salud integral de la sociedad si se invierte en la prevención, menos costosa que la curación y que da mejores resultados, como lo muestra Cuba que con mucho menos recursos que Venezuela y aun mucho menos que los Estados Unidos de América (EUA), presenta mejores índices de vida, de salud, de morbilidad y de sobrevivencia infantil que esos dos países. Los índices de salud de Cuba están entre los mejores de mundo, con un gasto social por persona mucho menor que los EUA.

Se han concentrado nuestros hermanos cubanos, ante la escasez relativa de recursos, en evitar que el cubano se enferme, lo cual es más sencillo y de menor costo social que tener que curarlo. La vacunación universal y exhaustiva; la medicina familiar y el fomento y monitoreo médico de los sanos hábitos de vida, son los elementos del éxito cubano en la salud de su población. La prevención es el enfoque que se debe privilegiar por parte del Estado, en relación con la salud: evitar que la población se enferme es más fácil, cuesta menos y mejora más los índices de vida y morbilidad que el enfoque meramente curativo.

Pero también debemos señalar que todos los miembros adolescentes y adultos de la sociedad, sin excepción, somos corresponsables de nuestra propia salud y la de los menores a nuestro cargo. No se trata de pagar porque somos privilegiados; ni de que paguen nuestros familiares o una aseguradora porque nosotros o nuestro empleador cancelamos la póliza; ni tampoco sólo reclamar la Estado más y mejores servicios de salud. Somos responsables de lo que ingerimos o dejamos de ingerir, de nuestros hábitos de vida, de cómo alimentamos y educamos a nuestros hijos, de las vacunas preventivas que les ponemos y nos ponemos y, en general, de cómo vivimos.

Al menos el 70% de las enfermedades son atribuibles a la ingesta de alimentos y bebidas poco saludables. La práctica del sexo riesgoso y la ingesta de drogas añaden no pocas enfermedades a la población y otro tanto es debido a accidentes y discapacidades temporales o permanentes, producto de conducir y tripular vehículos de manera imprudente, a velocidades excesivas o bajo la influencia alcohólica o de otras sustancias nocivas. También están la escasa o nula práctica de actividades físicas y el exceso de estrés a que nos sometemos.

Todos esos factores que enumeramos son responsabilidad nuestra, lo que significa que responder por nuestra salud parte de nosotros mismos; y el recargo que sobre nuestros familiares, el Estado y la sociedad causamos en la atención de salud puede y debe ser reducido, tomando conciencia de que somos corresponsables de nuestra propia salud y la de nuestros seres queridos y que somos nosotros los provocamos la mayoría de nuestras enfermedades.


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José Gregorio Piña


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