El espejo

El aliento de las hienas

Leopoldo Puchi es hombre de la oposición. De la sensata. La que por igual hace críticas al gobierno de Chávez y a los sectores que lo enfrentan. Que no le mete a la aventura y trabaja para que la opción no chavista se democratice. Lo conozco de hace años, cuando compartimos proyectos socialistas comunes en las experiencias electorales en las que participé con el MAS y otros sectores de izquierda. A través del tiempo hemos diferido y coincidido con respeto, y soy atento lector de su columna, Enfoque, en este diario.

¿A qué viene -se preguntarán los lectores- la mención de Puchi?
La hago porque me parece importante su trabajo, El Olor de la Revancha, publicado el jueves 4 de los corrientes. Copio su introducción: "Ya se discute qué hará la oposición en caso tal de que obtenga la mayoría en las elecciones.

Se habla, aquí y allá, de 'transición', por más que la comida esté cruda y el mandado lejos de ser hecho. Los números de las encuestas estimulan las glándulas salivales. Hay quienes discuten si se debe proceder a 'destituir al Presidente' o si se espera 2012.

Otros, dioses del Olimpo, disertan sobre castigos y perdón. Se siente en la maleza la ondulación de la revancha". Y agrega: "Se trata, por supuesto, de una posición primaria, reptil, pero que es asumida por intelectuales y medios de comunicación. Y estos sentimientos tenderán a imponerse si la oposición no reformula su visión sobre lo que ocurre en el país, y si continúa considerando, equivocadamente, al chavismo como un simple 'ejército de invasión', un accidente histórico o una banda de asaltantes.

Al mantenerse este punto de vista y al plantearse una 'transición', en lugar de una alternancia republicana, se está legitimando una revancha política y social, que en muchos planos puede adquirir rasgos de venganza".

En su columna Puchi hace otras consideraciones con las cuales, sin duda, desatará el reproche en el campo opositor. Ejemplo: "Esa perspectiva (la venganza) es percibida, con razón, por los sectores populares como una amenaza vital". En efecto lo es. Lo escucho en boca de dirigentes de la oposición que se expresan sin recato. Lo percibo en la mirada de odio y la amenaza -velada o franca- de determinados grupos sociales que, por cierto, lejos de ser perjudicados por el gobierno de Chávez se han beneficiado con holgura. Semanas atrás un columnista de la oposición, Quirós Corradi, deslizó en El Nacional un comentario que lucía como alerta ante posibles desbordamientos, pero que sutilmente incitaba a pases de recibo en esa hipotética situación que ahora llaman "transición".

El odio en la oposición es monumental, y, en particular, en los intelectuales. Éstos suelen ser punta de lanza -aun cuando luzca contradictorio- de las posiciones extremas de cualquier signo en tiempos de conflicto. Es el odio del intestino que se impone al cerebro.

Escatológico. Petrificado. Inmutable. Que el tiempo no mella. Odio igual al que movió a la España reaccionaria, la de la inquisición y el Cristo legionario, a acabar con la República y, luego de lograrlo, a seguir matando. O el odio clasista de los "momios" chilenos que condujo a la destrucción del Estado de derecho y a la instauración de una de las dictaduras más sórdidas que conoce Latinoamérica.


Estoy convencido de que la oposición venezolana de hoy, su conducción, los nexos internacionales que mantiene y el peso que sobre ella ejercen factores con mucho poder económico, carece de calidad democrática.

Al no tener definición política e ideológica para oponer al proyecto socialista bolivariano una oferta concreta como sería la capitalista y reformista, queda flotando en una letal indefinición y se convierte -como está ocurriendo- en presa fácil de los aventureros. Puchi lo intuye, y en lo que escribe se capta su angustia.

El mandato de violencia que emana de 2002 es demasiado poderoso y constituye referencia indescartable: una obsesión. Lo que sucedió en aquella oportunidad demostró que si Carmona y el equipo que asaltó el poder -que aún marca a la oposición- hubiese permanecido unas semanas más en Miraflores, se habría consumado una masacre igual a la de Indonesia o Chile.

La oposición que tiene el país da sólo para eso: para la violencia y para acariciar la turbia aspiración de hacer tabla rasa con los cambios sociales logrados en esta década.

Claro está que, ante todo, viene por Chávez; pero también viene por Barrio Adentro y todas las misiones, y, desde luego, por Pdvsa.

El olor a la revancha del que habla Puchi equivale, para mí, al fétido aliento de las hienas, prestas a saltar sobre la presa.

Así están planteadas las cosas. Y los energúmenos, tanto intelectuales como mediáticos, que atizan el fuego, así como los dirigentes partidistas que los secundan por carecer de política, quizá no se pasean por el riesgo de esa revancha anunciada. Del peligro de azuzar a las hienas. Porque no hay duda de que el chavismo reaccionaría de inmediato.

Ojalá que no se equivoquen de nuevo.


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José Vicente Rangel

Periodista, escritor, defensor de los derechos humanos

 jvrangelv@yahoo.es      @EspejoJVHOY

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