Política eclesial

Todo da de pensar que el momento actual del mundo, y en especial de América Latina, nos sitúa en una encrucijada que invita a una nueva definición social.

En favor o en contra de un orden económico y político diferente (¿nos satisface la perspectiva de una injusticia social de proporciones cada vez mayores para este siglo XXI?) y, a largo plazo, en favor o en contra de una nueva armonía entre culturas y religiones. De allí que valga la pena examinar la postura de la Iglesia frente a la política latinoamericana actual. Veamos brevemente cómo se posiciona la Iglesia.

Aquí, ya se sabe: gran parte del alto y bajo clero se ha ido definiendo contra el proyecto político nuevo. La institución tiene poco olfato de futuro. Sus referencias son social y teológicamente anticuadas. Hace tiempo que la Iglesia ya no es aventurera del evangelio ni buscadora de auténtica solidaridad social.

En Bolivia, en Ecuador, la jerarquía eclesial no es muy favorable al combate por una dignidad indígena nueva. Pero la Iglesia de los bautizados no está con su jerarquía. En Paraguay, el presidente Lugo tampoco encuentra mucho apoyo eclesiástico. Roma hizo lo posible para impedir su elección. En Honduras, la Iglesia liderizada por el Opus Dei, y por el cardenal que fue considerado un tiempo como "papabile" (a Dios gracias, ya está "quemado"), ha sido determinante en favor del golpe de Estado. En Nicaragua, el episcopado siempre fue contrario al sandinismo.

En El Salvador, tal como en los tiempos del recordado obispo mártir, Mons. Oscar Arnulfo Romero, el conjunto de los obispos sigue desaprobando sordamente el no conformismo, así como lo había hecho también el propio papa Juan Pablo II. En Perú, Colombia y México, las jerarquías siguen aferradas a los gobernantes más conservadores y optan contra cualquier cambio serio. En Argentina, la dictadura pasada encontró un apoyo decidido en la Iglesia, y esta casi no se ha enmendado...

Paremos de contar lo mismo. La excepción pequeña estaría en Brasil, donde 5% de los 400 obispos puede ser considerado moderadamente progresista. En pocas palabras: la Iglesia sigue a su líder, Jesucristo, con exagerada "prudencia".

Sacerdote de Petare


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Bruno Renaud


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