Algo sobre la ideología bolivariana




Una mirada apenas trivial a la historia humana muestra la descomunal contradicción y conflicto profundo que anida en el espíritu de cada hombre. Con capacidad para discernir lo bueno de lo malo porfía, aguijoneado por el resorte ético interior, que se le impone a todos los valores morales o principios de cada sociedad humana, haciéndolo sentir dolor, o al menos molestia, ante lo injusto, y satisfacción ante lo que instintivamente percibe como bueno. Esto, como he sugerido, independientemente de aquello que la práctica social o moral estime correcto o incorrecto.



Asúmase como ejemplo el evento comunicacional, vivido hace unos meses, en el cual, una mujer musulmana fue sancionada y ejecutada por haber incurrido en adulterio. Frente a la irracionalidad del hecho, sin importar la conformidad moral que las personas de una determinada religión o nación asuman frente al mismo, lo ocurrido repugna naturalmente a cualquier ser humano. Es innegable que la actitud moral ante una determinada conducta no sólo cambia en el tiempo, sino que aún dentro de la misma temporalidad varía de un espacio a otro. Impensable para una mujer de mediados del siglo pasado la simple moda de una mujer común de nuestros días. Del mismo modo que es impensable aplicar el reglamento policial contra los actos que afecten la moral y las buenas costumbres, hoy, al mismo tiempo, en una calle de Caracas que en un poblado Warao en el Estado Delta Amacuro, a tal punto sería absurda una costumbre caraqueña en el Delta, que una costumbre deltana en la metrópolis caraqueña.



De esto se puede colegir que, las tradiciones morales de los pueblos representan, para cada momento histórico, un conjunto de normas o hábitos los cuales deben regir la conducta del individuo para que esta sea socialmente aceptable, moral o inmoral. De allí que el discurso común entre generaciones tenga que ver con la infidelidad a la norma de la generación emergente, a juicio de la establecida, y la ausencia de dinamismo y frescura del establecimiento a juicio de las generaciones nuevas. La contradicción, nunca resuelta del todo, va encontrando salida aceptable, sin traumas excesivos, en el marco evolutivo del tiempo.



No obstante, los valores naturales del sistema sometido a estas tensiones, encuentra interrupciones y genera crisis extrema cuando por procesos revolucionarios ocurren drásticos cambios cualitativos que reclaman para sí nuevas placas de equilibrio, nuevas superestructuras y en fin, un nuevo marco en el cual encuentren espacios cómodos las nuevas infraestructuras. En ese sentido puede verse el efecto demoledor que algunos de estos terremotos han tenido a lo largo de la historia. No ocurren como hechos sociales estancos, aunque la manifestación mayor pueda ubicarse en un período, sino que son el fruto de contradicciones no resueltas en una especie de asalto final, en el cual, lo nuevo, la fuerza productiva del hombre, en conjunto, quiebra el equilibrio anterior y se otorga a sí misma unas nuevas placas de equilibrio hasta que, -como todo lo que nace muere, y muere para dar nueva vida-, estos equilibrios se vean enfrentados a sus mismas antítesis dialécticas.



El primer gran terremoto, el más extenso en el tiempo pues alcanza, al menos en el bloque del llamado mundo civilizado, desde unos 8 a 10 mil años AC, hasta el siglo XVIII de nuestra era, fue la capacidad humana para recrear los procesos naturales de producción agrícola generando los excedentes de alimentos necesarios para modificar la vocación nómada por la sedentaria. Allí, en la capacidad humana para obtener más frutos de la tierra de los que puede consumir, se origina un cambio radical en todas las superestructuras sociales: familia patriarcal, propiedad privada, y con ellas el nacimiento del Estado.



En un esfuerzo necesario para no convertir estas reflexiones en un aburrido ensayo, me atreveré a mostrar del mejor modo posible, en que forma necesaria, el advenimiento de la agricultura y la domesticación de animales de corral dan como resultado nada menos que: la familia, patriarcal, monogámica y nuclear; el sacro derecho a la propiedad privada por encima de cualquier otro derecho humano, y el estado como garante de que las normas morales fruto de estas nuevas relaciones económicas obtengan un marco adecuado.



¿IGUALDAD ENTRE LOS HOMBRES vs. DESIGUALDAD EGOISTA?



La afirmación marxista que reza: “la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases”, que podríamos sensibilizar aún más como: “la historia de la humanidad es la historia del enfrentamiento de los que tienen mucho por tener más en contradicción con los que no tienen nada por tener algo”, y que fue satanizada hasta el límite del paroxismo al punto de convertir -por reglas de etiquetado- a un marxista o comunista, en culpable de crimen de lesa humanidad, en antropófago, carnicero, insensible y bestia, porque la lectura interesada que se le dio fue: el objetivo del proletario es: “quitarle a los que tienen todo cuanto tienen, y convertir la sociedad plural en una formada por pobres expropiados”. Resulta gracioso que semejante etiqueta tuviese éxito y resonancia justamente en la inmensa mayoría de las personas, a las cuales habría que expropiarles los sueños, porque el sistema ya los dejó sin propiedades, salvo la de su fuerza de trabajo, pero, así funciona la propaganda sobre los miedos del hombre.



Del lado de los dirigentes proletarios, la sustitución del terrible sistema de explotación del hombre por el hombre, sólo puede lograrse aplastando, obligando o forzando a la clase poderosa a desprenderse de sus privilegios. Esta afirmación, con más o menos fidelidad permeabilizó el pensamiento del revolucionario durante siglo y medio, hasta casi la última década del siglo XX, forzado por la historia. Esta demostró hasta la saciedad que los privilegios no se ceden sino que se deben arrebatar.



Así se alcanzó la última década del pasado siglo sin aparente solución pacífica para tales contrariedades. Cuando hoy se hace una propuesta original y se propone un tercer camino: la revolución bonita, no puedo evitar una sonrisa íntima pensando en que ridículo haríamos si -intemporalmente- tuviésemos que convencer de nuestros argumentos a Kart Marx, Engles, Lenin, Trostki, Mao o el mismo Ché Guevara. La razón es sencilla, cada uno de ellos, verdaderos gigantes de la humanidad, no eran sino hombres, y por tanto, atados a su tiempo y en modo alguno pitonisos o brujos, pero estoy persuadido de que todos a una, hoy, serían entusiastas expositores de la Revolución Pacífica, de la Revolución Bonita, de la Revolución Bolivariana.



El capitalismo moderno no subsiste sobre la pobreza de las mayorías. La pobreza de las mayorías las incapacita para ser útiles al sistema: su pobreza las excluye de un mercado de bienes y servicios cada vez más sofisticados, y desde luego las convierte en un peligro, antes que en un recurso, para las avanzadas tecnologías de este tiempo. En 1930, la producción en línea de la Ford Motor Company estaba apoyada en un conjunto de obreros técnicos con una escolaridad promedio de 5 años, hoy, la misma empresa produce 10 veces más, con 10 veces menos obreros, pero con una escolaridad promedio de 17.5 años.



El capital contemporáneo requiere una clase trabajadora bien alimentada, sana, educada, equilibrada, serena y feliz qué, además, posea una capacidad de consumo y productividad ascendentes. ¿Cómo podría algún troglodita de la patronal venezolana Fedecámaras entender que la patronal francesa se siente en la mesa con los trabajadores a planificar el mejoramiento de su calidad de vida y la garantía de su capacitación? Eso está fuera del alcance mental de personajes que, como la señora Muñoz de Fedecámaras, o el señor Cova de la CTV, que a duras penas alcanzarían en cualquier sociedad moderna el estatus de alfabetas, de tal grado es su incultura e incapacidad. Ese es uno de los grandes problemas que sobre la marcha debe resolver la revolución bonita. Hoy la conversión de factores cuantitativos en cualitativos por la vía de la lucha seca y estricta de los contrarios, posee un nuevo escenario que no convierte a los contrarios en sinérgicos, pues sus intereses son y serán siempre contrarios, sino que alcanza el nuevo camino, el Tao, por la vía de la complementariedad inteligente. Del mismo modo que el cuerpo humano para dar vida no niega las diferencias entre el varón y la hembra sino que las complementa en victoria vital de la luz sobre la oscuridad, del mismo modo, sin ingenuidades tontas, requerimos hoy, un capitalista, un inversor, con su vocación intacta, invertir para ganar y un trabajador al cual, su trabajo le conceda la calidad de vida y bienestar como para garantizar que sus hijos no tendrán ninguna vocación humana fuera de su alcance.



Esa y no otra es la vocación fundamental del proceso revolucionario que se está viviendo en la patria de Bolívar. Corresponde a intelectuales, pensadores y en general a todos los seres humanos conscientes conducir el debate de las ideas hasta despojarlas de la tara miserable de las etiquetas y llevarlas el universo fecundo del pensamiento universal. Es la hora de los verdaderos intelectuales.


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J. Martín Guédez


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