¿Qué hacer?


He tomado el título de un libro escrito por Lenin en circunstancias muy especiales para presentar estas reflexiones porque me ha parecido oportuno y apropiado. Venezuela y su proceso bolivariano están en la mira de un poderoso cazador qué, amén de un inmenso arsenal, ha tenido, tiene y tendrá, la inmoralidad de la rapiña y la ferocidad de la bestia carroñera. El más poderoso imperio de la historia humana está determinado a erradicar, extirpar y borrar un ejemplo de soberanía, independencia, inclusión y justicia que pone en serio predicamento sus planes de dominación continental. No sólo se juega la valiosa joya de los recursos naturales propios de esta nación, por sí solos suficientes como para justificar cualquier acción de agresión e intervención, sino qué, sabe que está en peligro el programa económico-filosófico neoliberal desafiado gravemente por una novedosa experiencia de democracia participativa y economía social basada en la inclusión y la democratización del capital.



Contra Venezuela han hecho coincidir todas las estrategias desestabilizadoras conocidas e inventadas en los centros de inteligencia del activo Satán. El pueblo venezolano con su líder fundamental a la cabeza enfrenta una verdadera ensalada estratégica en la cual, dependiendo de la conveniencia y pertinencia de la acción se toman páginas del libreto aplicado a Chile en 1973, con su dosis de penetración de los cuadros militares, huelgas, acciones terroristas y guerra psicológica sin obviar, -como en efecto no han obviado- la “receta nicaragüense”, caracterizada por una variante de la doctrina desestabilizadora e intervencionista menos apoyada en la cosecha de pinochetes o videlas y más en la conducción del proceso a una trampa formal debidamente apoyada por el sistema internacional, en organizaciones como la OEA o el mismo Centro Carter, una furibunda campaña de guerra psicológica y un elemento de contraste basado en la existencia de un ambiente de guerra, desorden e ingobernabilidad cuyo fin sólo sería alcanzado si el pueblo decidía desprenderse de la “causa” de su angustia: la revolución sandinista.



Resultaría de una ingenuidad criminal suponer que la contrarrevolución ha optado por concurrir con limpieza a una lid electoral. El escenario de la campaña electoral por el referendo revocatorio es sólo un medio y sólo eso para alcanzar el único fin que la mueve y la alienta: Extirpar el proceso revolucionario bolivariano. Cualquier duda al respecto es mucho más que una necedad una falta imperdonable. El pueblo venezolano debe prepararse en dos aspectos fundamentales para salir victoriosos, sólo una vez más, en esta nueva batalla que el Comandante Chávez ha llamado la Batalla de Santa Inés. El primero: claro está, a lo interno, vigorizando, organizando y elevando su propia capacidad de combate, el segundo: reconociendo, detectando, descubriendo y examinando las estrategias, fortalezas y debilidades del adversario.



En el primer objetivo es claro, hay mucha tuerca que apretar, mucho panorama que iluminar y mucha basura que barrer. Al hacer memoria del caso nicaragüense es oportuno recordar que el propio comandante Tomás Borges, presente en Venezuela hace apenas unos días, reconocía con amargura que, “más que los aciertos y el poderío desplegado por la contrarrevolución en aquella batalla la derrota tuvo como aliado fundamental los errores, algunos de bulto y groseros, dentro de las propias filas del sandinismo”, así explicaba cómo muchos “sandinistas” encargados de la reforma agraria se habían enriquecido al mejor estilo burgués y cómo muchas acciones elitescas de estos camaleones habían terminado por enajenarle a la revolución la voluntad popular. En esa situación de angustia y desesperanza de las masas campesinas, la campaña psicológica centrada en la disyuntiva de “el sandinismo es guerra y sacarlos es la paz” tomó cuerpo y alcanzó el objetivo del imperio.



Otro error imperdonable estribó en las trampas electorales legitimadas por una desmedida campaña mediática, -a decir del Comandante Borges- y los centros internacionales implicados en la conspiración como la OEA o el Centro Carter, tan graves y tan bien presentadas estas trampas que, aún sabiendo que se había cometido fraude, no estuvieron en condiciones de denunciarlas para concluir aceptando que sencillamente habían perdido. ¿Acaso no es eso lo que denuncié hace unos días y acaba de ocurrir con los reparos?, ¿no se ha tenido que admitir un resultado aún conociendo de un fraude?, ¿no resultó políticamente imposible hacer otra cosa que admitir la sagacidad para la trampa del adversario?, ¿no es precisamente esa la medicina que nos acaban de administrar?, ¿cómo actuaron todos los medios ante las denuncias de fraude: cédulas clonadas, muertos, etc.,?, ¿acaso fue noticia la clonación de cédulas o la fue la “siembra” de éstas por el “oficialismo”?, ¿”vieron” los observadores internacionales alguna irregularidad, tanto ahora cómo en la recolección de firmas?.



Bien, “a lo hecho pecho”, lo que no puede ser es que estas situaciones se sigan dando y nos veamos obligados a repetir la mejicanada. Es inaceptable que Jorge Rodríguez dijera ayer que “como habían denuncias de muertos firmantes, por casualidad fuimos a la Dirección de Informática y descubrimos que la Dirección de Registro había retenido la información de más de 50 mil muertos por lo cual no habían sido desincorporados de los cuadernos”. Reitero, esto es inaceptable a menos que, como el Rey Boabil, debamos conformarnos a llorar como niños lo que no fuimos capaces de defender como hombres. No hago referencia a Jorge Rodríguez, señalo al Comando Ayacucho que aprobó el contenido de esos cuadernos y aquí soy definitivamente intransigente, ya sea con la estulticia, porque para eso existen muchos venezolanos revolucionarios y capaces o con la traición de haber sido el caso. ¿Cómo estuvieron en reuniones con el CNE durante cinco meses, aprobaron los cuadernos y no se les ocurrió preguntar por la desincorporación de los fallecidos?, ¿Es que acaso se ha de llegar siempre una hora después a la trampa o es que hay complicidad?.



Es hora de barrer y limpiar la casa o la perdemos, porque la campaña que se nos viene encima tendrá todos los condimentos de la nicaragüense elevados a la n: Campañas mediáticas de calumnias, paros, acciones de violencia, presiones internacionales, sabotaje económico y petrolero, guisos y todo cuanto puedan imaginarse. La contrarrevolución no tiene ninguna posibilidad real de derrotar este proceso en el entendido de una contienda leal, eso puede afirmarse sin ningún género de dudas, pero…la campaña no será leal, será sucia, terrible, tramposa, impúdica, indecente y obscena. Nuestra fuerza está en la gente, en el pueblo y es justamente éste quién debe ser protagonista de la batalla. Este pueblo no puede ser ninguneado por políticos de oficio a riesgo de perdernos. Se requiere una elevación de la conciencia revolucionaria, una profundización de sus objetivos, una verdadera campaña de organización popular, los sueños y las esperanzas de todo un pueblo no puede seguir en manos de conciliábulos cogolléricos que terminen anunciando sus errores. Sólo el pueblo salva al pueblo.



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Martín Guédez


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