El combustible que mueve la historia

Pueblo éramos todos aquellos seres humanos que en la selva desarrollamos herramientas para prevalecer y no ser aniquilados por otras razas de animales. Éramos aquellos que descubrimos el fuego y a quienes el espíritu de sobrevivencia nos enseñó a lanzar una piedra para espantar las fieras, a hacer fogatas y antorchas para defender nuestros territorios, a curtir las pieles de tigres o de osos para cubrirnos del frío y escribir con carbón o a cinceladas las primeras páginas de nuestra historia en las paredes de las cavernas.

Pueblo aquellos que creamos el lenguaje y la conciencia, los que supimos aprender decodificando con la observación y la lógica el mundo en donde vivimos. Pueblo era la raza de los humanos que desde el paleolítico se abrazaban para protegerse de la ley de la selva.

Las estaciones, el frío quizá, las carencias, la falta de alimentos, los enfrentamientos entre etnias, comenzaron a diferenciarnos y a organizarnos. Creamos los primeros valores, las primeras leyes, las primeras autoridades que velarían por su cumplimiento y los dioses donde veneraríamos nuestra ignorancia acerca del universo.

El egoísmo era la peor herencia traída de la barbarie, éste sentimiento individualista que en la selva sirve como fuerza irracional de preservación, no tardó en convertirse en la primera fuerza de dominación entre nosotros mismos. El salvajismo, el sometimiento y la imposición de unos sobre otros dieron paso al poder, al poder perverso que empezó a enfrentarse al poder del entendimiento con que nos arropábamos ante la inmensidad. La trampa, el beneficio propio, el abuso, la mentira, la intimidación y la represión se hicieron presentes desde aquellos días y hasta hoy siguen presentes como una terrible peste que nos obliga a luchar con nosotros mismos. La propiedad, la mercancía y el mercado son el desfiladero por donde ruedan al abismo los más altos designios del humano. La guerra entre unos y otros, la ambición de poder y propiedad crearon a los poderosos y los demás entonces, fuimos llamados pueblo.

Unos aprendieron a servir al egoísmo y otros aprendieron a tener hermosos sueños. Unos anhelaron y construyeron imperios de riquezas e injusticias y otros se les opusieron con ideas y sangre en defensa de nuestro propio espíritu, así ha marchado sobre los rieles del tiempo, entonces, eso que llamamos historia, como una enorme locomotora a la que se pone en marcha con el sacrifico de los hombres que como trozos de carbón son echados al fogón para mover las ruedas. Unos persiguen la zanahoria que los capitalistas y mercaderes les cuelgan frente a sus narices para arrastrar con su sudor el carro de la miseria y los otros, que despiertan, disponen sus fuerzas y sus ideas para la liberación y para restituir el sentido verdadero del hecho de la vida, de la justicia y del amor y así liberarnos de aquella enajenación en la que nos extravió la plusvalía.

El paso de los siglos devino en este conflicto planetario, ahora de dimensiones en la que se arriesga la vida del planeta mismo, en el que aquella maravillosa cualidad de poder entender, interpretar y conocer nuestro medio ambiente nos permitió llegar a la estratosfera y a dejar nuestras pisadas o cohetes en otros planetas, que nos dio la capacidad hasta de partir en dos un átomo, ha sido una historia de luchas incansables, la lucha por la igualdad y la equidad, por la oportunidad a todos y la justicia, la lucha contra un paraíso que se idealiza en la sociedad de consumo: el de la propiedad y la riqueza material; la lucha por el mundo posible y necesario, con los valores simples que nos impone el universo y en cuyo desplazamiento pagamos con la vida el precio de lo que no tiene precio.

Aguaceros de bombas lacrimógenas, de metralla y de mentiras son lo que recibe el pueblo cuando sale a reclamar su derecho a decidir su propio destino. Con nuestra sangre se tiñen las mentiras de los imperios de la información, la confusión, la dominación intelectual y la mentira son la armadura para defender el poder decadente de quienes sólo buscan obsesivamente más dinero y propiedades materiales, quienes hoy son cómplices de las grandes industrias de la mercancía, del mercado y de la guerra.

El pueblo sale a enfrentarse a los demonios con los ojos húmedos de sueños. Con grandes paladas, los ejércitos trogloditas los echan al fogón para mover la locomotora de la historia hacia el imperio de su dominación. Cabalgando sobre los caballos del hambre y del absurdo, de la poesía y la esperanza, los hombres del pueblo salimos a galopar tras el tren para asaltarlo, sin camisas y con la furia del fuego, los hombres simples y humildes, los pobres, los trabajadores y los asalariados vamos a por ellos, dispuestos a descarrilar la historia.

brachoraul@gmail.com

Fundación Hombre Nuevo.


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Raúl Bracho


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