Los sectores medios y el estancamiento nacional

Desde afuera

Sin duda, en la edad moderna de la vida de la humanidad, el ascenso de los pueblos, sin diferenciar la orientación liberal o controlada de sus regímenes de gobierno, es fundamentalmente el resultado de la acción de ese segmento social que Max Weber identifica como clase media. Específicamente las individualidades que conforman “la inteligentsia y los expertos profesionales (técnicos, empleados comerciales o de otra clase y burócratas)”, normalmente diferenciados entre sí “en proporción a los costos de su educación”, ya sean estos financiados por fuentes privadas (familia) o publicas (Estado), han sido el motor que impulsa el desarrollo de sus pueblos. Si examinamos los casos más recientes de la India y China, es fácil observar como el ascenso acelerado de estos pueblos esta directamente relacionado con el crecimiento cuantitativo y cualitativo de esta clase social. Un hecho que implica la transformación de las estructuras estamentales tradicionales, con pensamiento grupal, por una “situación de clase” relacionada, como afirma Weber, con las probabilidades típicas de: provisión de bienes, reconocimiento social; y, destino personal. Se trata de un segmento de la sociedad que teniendo conciencia de sus capacidades, las utiliza para la satisfacción de sus propias preferencias. A diferencia de las clases altas – la propietaria y la lucrativa – que interesadas en el rendimiento de sus haberes, tienden a asociarse por la igualdad de sus intereses y asumen actitudes conservadoras que propenden al estancamiento y hasta la decadencia de las sociedades. Mientras las clases bajas, por sus carencias educativas, privadas de conciencia de sus potencialidades, se limitan a su supervivencia. Por eso la revolución propuesta por Karl Marx, pasaba por la creación de “una conciencia de sí y para sí” en las clases proletarias, que de hecho significaba el colocar a sus miembros en la situación de clase que corresponde a este sector medio de la sociedades.

Vistas estas precisiones, y observando la conducta durante la presente crisis de una porción representativa de los sectores con altos niveles de educación, no propietarios ni “ejecutivos”, es posible concluir afirmando que la sociedad venezolana no ha superado la estructura estamental propia de las comunidades tradicionales. Una situación que expresa una “pretensión, típicamente efectiva, de privilegios positivos o negativos en la consideración social” basada en el modo de vida y, en consecuencia, en maneras formales de educación y en un prestigio hereditario o profesional. Como afirma el mismo sociólogo alemán, prácticamente ella se expresa en el parentesco; en el corporativismo, y, “con frecuencia en la apropiación monopolista de probabilidades adquisitivas privilegiadas, o estigmatización de determinados modos de adquirir”. Es una situación donde existe un pensamiento grupal definido por los intereses de cada estamento, que tiene como consecuencia la vinculación del destino individual con el destino de la parentela o la corporación. Es una sociedad, según sostiene Weber, ordenada jerárquicamente “por las reglas del tono de vida”, creadora de formas irracionales de consumo – recuérdese la moda de ciertos estamentos de consumir güisqui mezclado con agua mineral escocesa y otros usos similares – que impide la formación de un mercado libre por “la apropiación monopolista y por eliminación de la libre disposición sobre la propia capacidad adquisitiva”. La moda y el prestigio social determinan los hábitos de consumo, no las necesidades reales o sentidas de los individuos. En ese tipo de sociedad se acepta la sumisión de unos estamentos a otros, dado el modo de vida superior de estos, y por extensión la sumisión de los pueblos a poderes superiores externos que han alcanzado y propugnan formas de existencia óptimas. Esto se comprueba, en nuestro caso, con la sumisión de estos exponentes de la clase media a los estamentos superiores representados por las corporaciones que agrupan a los propietarios de medios de comunicación y de las empresas productivas, y a los “altos ejecutivos”, principalmente de nuestra industria petrolera. Del mismo modo que estigmatizan a quienes tienen como modo para adquirir la economía informal, o viven, como nuestras comunidades indígenas, en economías de subsistencia. Su rechazo al actual régimen carismático no es por la irracionalidad de la política que impulsa, es por la falta de consideración social a los estamentos establecidos en el orden jerarquizado de la sociedad y el irrespeto al poder de los pueblos que en el orden mundial han alcanzado los más altos niveles de desarrollo. No extraña que recurran a ellos para reimplantar el orden roto en Venezuela.

Se podría pensar que esta estructura estamental venezolana es la herencia cultural de la colonización española realizada bajo la égida de las misiones católicas. Ciertamente, la religión católica, del mismo modo que la islámica, se configura como una corporación universal altamente jerarquizada, con un pensamiento grupal dogmático, que exige una consideración social dada, sustentada en la pretensión de tener privilegios positivos sobre los restantes estamentos de una sociedad. Se podría entender así el porque de su alianza, en la actual coyuntura nacional, con los estamentos superiores de la sociedad venezolana, aun cuando estos nieguen su preeminencia y hasta su propia doctrina, no sustentada en la idea original cristiana, de “déjalo todo y sígueme”, sino en el pensamiento de san Pablo sobre la imitación mística de Jesús. Por ello no extraña que en los pueblos que accedieron tempranamente a la modernidad, por el desarrollo de la ciencia, se encubara el movimiento religioso reformista que ha conciliado el espiritualismo con el materialismo implícito en el desarrollo del conocimiento, con impulso al libre pensamiento. Un estimulo que refuerza el individualismo que supone la “conciencia de sí y para sí” típica de las clases medias propias de la modernidad. Sin embargo, si esta herencia cultural tiene algún peso, posiblemente influencia, ella no es dominante en la explicación de este comportamiento. Más peso tiene la influencia del carácter de exportador petrolero del país. El le proporciona a nuestra clase alta – que si tiene el sentido moderno de clase – la posibilidad de olvidarse de la comunidad política a la cual pertenece y asociarse, como lo hace, con sus iguales a escala mundial dentro del proceso de globalización de orientación neoliberal, en defensa de sus intereses lucrativos. En ese marco, los estamentos medios, representados por los gremios profesionales y los sindicatos, son ahora “clientes” – lo cual supone “un patrón” - de esa clase social, cuando antes lo fueron de la “clase política” también transnacionalizada. Un hecho que se complementa con el trabajo de Jofrei Sachs y Andrew Warner, en el cual se demuestra que mientras más depende un país de la exportación de recursos naturales –en especial del petróleo – menor es su desarrollo económico-social. La conclusión es obvia: la alta dotación de grandes recursos naturales conduce a pobres políticas económicas, que en nuestro caso se dirigieron a respetar la consideración social de los estamentos que se asociaron en el Pacto de Punto Fijo. Un hecho que consolidó la situación estamental de la sociedad venezolana.

En ese contexto es imposible la racionalización del régimen de gobierno venezolano. Estos estamentos medios de la sociedad han aceptado todas las deformaciones de los regímenes racionales – la tiranía de la autocracia, la oligarquía de la aristocracia y la demagogia de la democracia – mientras estos respeten sus consideraciones sociales. Aceptaron esa ficción de la llamada “democracia unificadora”, que fue en sí un gobierno demagógico de carácter oligárquico, producto de un pacto interestamental, hasta el momento en el cual irrespetó sus consideraciones sociales para favorecer groseramente a las clases propietarias y lucrativas. Del mismo que aceptaron la tiranía de J. V. Gómez y la oligarquía del régimen autoritario-burocrático militar encabezado por Marcos Pérez Jiménez, mientras estos le mantuvieron la consideración social que respetaba sus privilegios positivos. Y así como hoy rechazan el gobierno carismático de Chávez, por el irrespeto a sus consideraciones sociales, del mismo modo rechazaron la “revolución de octubre del 45” dirigida por los adecos por las mismas razones. Su afiliación a los partidos políticos no reflejó nunca los intereses personales de sus miembros. Fue su necesidad litúrgica de tener un dogma lo que los impulsó a agregarse a estas organizaciones políticas. Glosando a Manuel Caballero, hoy pasmosamente inserto en un pensamiento y conducta grupal, se puede decir que como sus líderes mundiales los destinaron a realizar la modernización de sus sociedades después que se completara en sus propias sociedades y sus satélites asiáticos y europeos, ellos estaban obligados a darle mayor importancia a sus corporaciones religiosas – sus partidos - que a la llegada al reino del desarrollo económico-social. Tenían detrás de ellos una tradición intelectual que los preparaba para eso. Los “importadores” de la socialdemocracia, la democracia cristiana, el socialismo y el neoliberalismo en Venezuela, eran mayormente intelectuales, y estaban ya habituados a practicar una fe, que facilitaba la conversión a algún nuevo credo, que aun cuando opuesto al católico tradicional, tuviese puntos de coincidencia con este. Tal vez lo que atrajo a estos estamentos medios venezolanos hacia las proposiciones de estos movimientos políticos transnacionalizados, fue que ellas no eran propuestas desconocidas: el internacionalismo (la globalización) no era una concepto extraño para gente formada en el catolicismo, esto es universalismo. La fidelidad a un centro extranjero – Bonn, Moscú o Washington - era una experiencia que ya había sido vivida con Roma. Tal vez en algunos casos, como los correspondientes a los de los socialdemócratas, los demócratas cristianos y los socialistas, les permitía cambiar su apasionado antiprotestantismo anglosajón por un moderno antiimperialismo, y también a cambiar su tradicional desconfianza hacia la democracia, por la confianza a una oligarquía representada por las cúpulas partidistas, con la defensa moral de unas doctrinas que buscaban el mejoramiento, por la caridad o el asistencialismo, de los más pobres. En ese contexto fue imposible racionalizar las políticas públicas dentro del marco de la lógica del costo / beneficio propio de la modernidad, como lo es ahora, cuando los estamentos medios venezolanos, clientes de las clases propietarias y lucrativas, se resisten a tomar “conciencia de sí y para sí” para imponer en el país la situación de clase propia de la modernidad. Es una realidad que, en tanto no se supere, mantendrá estancada a la nación venezolana e, incluso, esta propiciando, como lo hace actualmente, una regresión hacia el caudillismo primitivo del siglo XIX.


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Alberto Müller Rojas


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