Disparar contra el árbitro

Monseñor Roberto Lückert, que no es un cualquiera en la jerarquía de la Iglesia Católica –actualmente vicepresidente de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV)–, arremetió en estos días contra el gobierno del presidente Chávez, lo cual ya es normal en él y no debe sorprender a nadie en este país. Pero también lo hizo contra el Consejo Nacional Electoral. En declaración a los medios criticó severamente "la falta de transparencia en el proceso electoral", y responsabilizó de ello a los rectores del máximo organismo comicial. No es raro que el obispo de Coro se exprese de manera estridente y agresiva. Él suele usar con prodigalidad, y sin cuidarse de los excesos, la lengua con que lo dotó el Señor. Hace poco, por ejemplo, incurrió en una macromentira cuando sostuvo que Sofía Aguilar, la ex policía de Mérida agredida por Nixon Moreno –asilado en la Nunciatura Apostólica–, se había retractado de la grave acusación que formuló en contra de éste.

Aguilar, con motivo de semejante falsedad, ratificó su denuncia y se lamentó de que la Iglesia, sus pastores, no la consideraran hija de Dios.

Pero las afirmaciones de monseñor Lückert no hay que banalizarlas. Ni atribuirlas a un incontenible afán de figuración. O a la facilidad con que se le van los tiempos cuando está ante los medios. Hay la tendencia en algunas personas, incluyendo sacerdotes y hasta obispos, a decir más o menos lo siguiente: "Ésas son cosas de monseñor Lückert". O sea, que las suyas serían actitudes que no comprometen a la Iglesia por tratarse de reacciones personales. De alguien con las características que a él lo distinguen. Pero resulta que lo que el obispo de Coro dice a menudo, siempre en la línea de opositor al Gobierno, de defensor de determinados intereses y de asumir políticas contrarias a lo que formalmente es la posición de la Iglesia, jamás es refutado desde la institución. Es más, casi siempre otros destacados colegas suyos coinciden, tácita o directamente, con él.

Pienso que todo cuanto dice monseñor Lückert, sus palabras cargadas de intemperancia, su reiterada inclinación a calificar o a descalificar a priori, constituye un buen indicador de lo que traman ciertos sectores de la sociedad venezolana. Es la voz que anticipa derroteros. Que expresa lo que subyace en el escenario nacional, y lo que otros no se atreven a decir. Por eso le doy importancia al señalamiento que él acaba de hacer sobre el "ventajismo del gobierno de Chávez" en el campo electoral, y, en especial, al ataque que ni los representantes de los partidos de oposición se han atrevido a hacer contra del CNE. Textualmente afirmó: "Parece que son personas que no oyen ni ven los abusos que se están cometiendo". Lo que en plata blanca significa que los rectores son unos irresponsables entregados al Gobierno, que no garantizan imparcialidad en la jornada electoral. Con lo cual su función específica está cuestionada, al igual que los resultados del 23 de noviembre. Sin duda: comenzaron los disparos contra el árbitro. Lo dicho por el prelado confirma algo que cocinan en la trastienda sectores recalcitrantes. Con propósitos, por cierto, non santos.

Se emplea el inefable argumento de la descalificación –por anticipado– del árbitro, en previsión de un resultado adverso. Porque hay quienes piensan que llegó la hora de darle el palo a la lámpara.


Las acreditaciones

Se trata de un problema de Estado. Me refiero a la proliferación de las acreditaciones por parte de los organismos de inteligencia y seguridad. En la anticultura del venezolano existe la chapa que sirve para protegerse de la crónica arbitrariedad imperante en el país. La gente siempre ha apelado al recurso del carnet de cualquier organismo policial para garantizarse un mínimo de seguridad frente al atropello. Pero ahora esa vieja y deleznable práctica tiene otros fines y modalidades. Ha escalado socialmente, y a la luz de recientes acontecimientos la credencial permite introducirse en las altas esferas oficiales y en el mundo económico y comercial. Por lo que reportan las noticias, por ejemplo, el grupo de procesados en Miami por el caso del famoso maletín contaba con credenciales de la inteligencia de la Armada.

Hay numerosos casos en los que las acreditaciones, casi siempre otorgadas por razones de amiguismo y no para labores de seguridad, corresponden a los componentes Ejército, Aviación y Guardia Nacional. Más de un delincuente porta, cuando es detenido, este tipo de identificación. Más de un contrabandista elude la acción de la autoridad mostrando un carnet.

Por consiguiente, no es posible que siga este relajo que revierte contra el Estado y en algunos casos contra la propia imagen del país en el exterior.

Debe existir un método riguroso de selección que limite al máximo la acreditación por parte de los organismos de inteligencia y seguridad, y, más aun, en el caso de aquellos que pertenecen a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Por cierto, ¿se abrió alguna investigación en torno a los hechos que se conocen? ¿Hay sanciones para los responsables de tamaña irresponsabilidad?


LABERINTO









Me agrada
leer a Simón Alberto Consalvi los domingos, sin importarme que cada día esté más radicalizado. Este es un fenómeno nacional al que es difícil escapar. Pero el amigo Consalvi escribe bien y eso me basta. Me deleité el pasado 19 de octubre leyendo su crónica "El golpe de Estado (bueno)". Sobre todo por lo que omitió. Pero el columnista de El Nacional se solaza escribiendo acerca de dos golpes (malos): el del 24 de noviembre contra Gallegos y el del 4 de febrero contra Pérez, y silencia –pasa por sobre la historia con una venda en los ojos– los golpes del 18 de octubre contra Medina y el del 11 de abril contra Chávez. ¿Buenos o malos? Leí y releí su artículo para ver si me había saltado la mención: ¡inútil! El historiador y acucioso periodista simplemente se olvidó de ellos. ¿Por malos o por buenos?...







Obama tiene
prácticamente ganadas las elecciones. Pudo superar el desafío que para él representaba el color de su piel en una nación donde el racismo sobrevive disimulado, y a partir de su elección tendrá que encarar los retos de un poder tan complejo como el de EEUU. No le bastarán los atributos demostrados durante la campaña electoral. Deberá apelar a recursos insólitos para no defraudar a quienes han puesto su fe en él y para enfrentar las presiones del terrible establecimiento económico-financiero y militar del imperio. Por ahora es innegable que el luto se apoderará de los pitiyanquis venezolanos. Han callado su apoyo al candidato de Bush, McCaine, por razones obvias, pero tienen sembrada en el corazón la política que encarnó el binomio siniestro: Bush-Chenney, promotor fundamental del 11A y del golpe petrolero. ¡Sentido pésame!.


Las elecciones

del 23 de noviembre en el país van a deparar sorpresas. Pueden cambiar, en los días que faltan, algunos pronósticos; otros se fortalecerán. Hay resultados que serán reñidos y que producirán infartos...

*A MÍ me llamó la atención la encuesta de la empresa PLMConsultores, publicada por el diario Panorama. Responde a la consulta de dos mil personas en todo el estado Zulia y da para la Gobernación a Di Martino (Psuv) con 54,1%, a Pablo Pérez (UNT/AD/Copei) con 36,1% y a Saady Bijani (Abriendo Caminos), 3%.

¿Explican señales de este tipo la desesperación que se observa en la oposición?

jvrangelv@yahoo.es


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José Vicente Rangel

Periodista, escritor, defensor de los derechos humanos

 jvrangelv@yahoo.es      @EspejoJVHOY

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