Cómo prácticar garrocha para un espectacular salto de talanquera

 De esta guerra no saldremos vivos;

peor, saldremos locos.

Argenis Rodríguez.


Fue un sábado 2 de junio de 1962, cuando estalló una revuelta en la base naval de Puerto Cabello; ésta debió realizarse con el grupo de oficiales que provocaron el Barcelonazo y el apoyo de un grupo numeroso de miritas. En este Golpe estaban comprometidas 32 guarniciones y 20 barcos de guerra; quien delata la intentona es el vicealmirante Carlos Larrazábal. Los jefes de este movimiento, los que más resistencia presentaron al gobierno, fueron: los capitanes de navío Víctor Hugo Morales, Manuel Ponte Rodríguez y el capitán de corbeta Pedro Medina Silva.

Más de cien guerrilleros entrarán en esta acción que dejará según datos oficiales 400 muertos y 700 heridos. La putrefacción de cientos de cuerpos cubrió la ciudad durante más de cinco días.

Había que calificar de héroe al gobierno venezolano, y Estados Unidos se apresuró a “conceder” a Betancourt el Premio Pulitzer de fotografía por una foto que tomó Héctor Rondón, donde aparece el sacerdote Luis Manuel Padilla (capellán de la base militar) sosteniendo a un soldado muerto. Al fondo de la foto aparece el nombre de la Carnicería La Alcantarilla.

“Esta guerra la gano yo”, debió considerar Betancourt, porque él mismo se comparaba con Winston Churchil, enfrentando a los jóvenes armados que querían derrocar a su gobierno. Porque podía compararse al Churchil cuando recogía preseas en su lucha colonizadora en África. Porque, digo, la guerra de Betancourt era también a favor de la colonización. Entonces el dirigente comunista Teodoro Petkoff comenzó a dar los pasos que Betancourt había dado en 1939, porque entrevió que para gobernar en América Latina era (lo hemos dicho mil veces y nunca se remarcará suficientemente) imprescindible contar con el apoyo de los norteamericanos. Ya admiraba el temple blindado del hombre de Miraflores, de quien había aprendido una cosa meritoria: no tener remordimientos por todas las mentiras que sostuviese, hablando de socialismo, de revolución política y transformación social, haciéndole llamados a los estudiantes para que salieran a la calle o se fueran al monte a resistir. Aquella horrible falacia de su otro carnal, Pompeyo Márquez diciendo que la guerra sería larga, la urdieron ambos en un hotel mientras libaban buen licor y compartían con magnates adecos y copeyanos y agentes extranjeros.

Cuando se logra esta falta de escrúpulos un dirigente de “izquierda”, está maduro para debutar como profesional en el campo del cinismo político. Petkoff y Pompeyo ya lo estaba. No fue que se hicieron revisionistas, que renegaban del aventurerismo o les interesaba la paz. No, nacieron para venderse, y su fuerte fue siempre los negocios y los pactos secretos de partidos. El revisionismo es revisarse en el espejo; ellos conocían todos los trajes de la impostura política. No necesitaban mirarse largamente a los ojos y hacer morisquetas reformistas a solas.

Petkoff cae perfectamente dentro de la categoría de los intelectuales de izquierda, que según Bakunín, intentarán tomar el poder aupándose a través de los movimientos populares de masas. Luego de hacerse conocer mediante acciones espectaculares, tomar contacto con el enemigo para dominar y neutralizar a sus grupos a cambio de dinero. Es decir, convertirse en servidores del “capitalismo de Estado”. Esa fue la evolución de Teodoro hasta que llega a ser ministro de Rafael Caldera en su segundo mandato. Noam Chomsky nos dice que es extremadamente fácil pasar de una posición a la otra. Que es extremadamente fácil experimentar el denominado síndrome del “Dios fracasado”, algo que en Venezuela veremos de manera contundente en casi toda la década de los setenta y ochenta: la élite intelectual de la izquierda se pasó casi en cambote a la derecha, aunque siguieran sosteniendo que no renegaban de Marx: Adriano González León, Rafael Cadenas, Pedro León Zapata, Manuel Caballero, Caupolicán Ovalles, Américo Martín, el propio Domingo Alberto Rangel, etc. Dice Chomsky, que se empieza básicamente como leninista y formando parte de la “burocracia roja”, que luego desde allí adviertes que ese no es realmente el poder y que entonces poco a poco fácilmente te vas volviendo un ideólogo de las derechas; que dedicas a denunciar los pecados de los antiguos camaradas, que aún no han visto la luz ni se han subido al carro del poder. Y para ello apenas tienes que cambiar, simplemente actuar bajo una estructura formal de poder diferente. En la Unión Soviética los mismos tipos que fueron los matones comunistas, pasaron a dirigir bancos, a ser entusiastas partidarios del libre mercado, elogiando a Norteamérica, etc.

El “marxista” Manuel Caballero, quien estaba ansioso por ser invitado algún día al palacio de Miraflores, para ver cómo y qué se comía allí; cómo se manejaba el poder desde esas alturas, en cuanto consiguió un pase, reconoció que estaba equivocado. Miró hacía abajo, con lástima hacia toda su generación de extremistas y subversivos que en alguna época compartieron los mismos ideales. “Así no se lucha. Así no se hace una revolución ni se transforma positivamente a un país”. Al odiado Rómulo Betancourt, le miró en su perfecta dimensión: con un “coraje físico y mental admirables”. “Rómulo –descubriría-, es nacionalista porque siempre prefiere las caraotas negras y el caviar le da rubéola.”

Poco a poco iría Manuel Caballero echándole flores a los adecos, hasta concluir que él mismo había desperdiciado su vida colocándose del lado de un marxismo que no provocaba alientos de grandeza en nadie; por el día cuando el presidente Jaime Lusinchi le haga palpar las dulzuras de los platos que se servían en Miraflores, se volcará sin pruritos hacia la exaltación del héroe máximo del Partido del Pueblo, y dirá en un artículo, en El Nacional, que Jaime Lusinchi es superior a Simón Bolívar[1].

Las cárceles seguían llenas de presos políticos, de torturados, como el doctor Carlos Savelli Maldonado, Edgar Domínguez Michelangueli, Luis Alvarez Montero, Elías Manuit, Simón Jurado Blanco, Máximo Canales, Ramón Márquez Velasco, Luis Eduardo Monsalve, Alí Dáger (quien luego de ser torturado en la policía lo llevaron a Miraflores para que José Agustín Catalá lo interrogara), Douglas Bravo, Germán Matos Nava, Antonio Ramia, Edito José Ramírez, Víctor Hugo Morales, Hugo Barinillas, Emilio Figueroa, Hely Mendoza Méndez, Víctor Gabaldón Soler, Fernán Altuve Febres, Mario de Giulio, Pastor Suárez, el mayor Cardier, Teodoro Molina Villegas, Tomás Mendoza, Enrique Sucre Vega, Juan Macías, Tesalio Murillo, Pedro Vegas Castejón, Pedro Medina Silva, Juan de Dios Moncada Vidal, Régulo Díaz, Saúl Maduro Garcés, el mayor Vivas Ramírez, entre muchos otros.

Es una época en que comienza a pagarse con mucho dinero las delaciones. Se podría escribir todo un volumen con los comunistas y miristas que siendo dirigentes de centros de estudiantes de liceos y de universidades, pasaron luego a ser fichas de la policía política y que aparecían cobrando en las nóminas, como funcionarios de la propia DIGEPOL. Algunos, incluso se hicieron torturadores.

 


[1] Después tendrá el coraje de decir, cuando triunfe Hugo Chávez Frías: “Seguiré en la oposición, como siempre.”

jrodri@ula.ve


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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