L. B. Prieto Figueroa, su anti-comunismo y el “don oportuno del silencio”

Establecido Rómulo Betancourt en Nápoles, en 1964, solían visitarle con frecuencia, don Luis Beltrán Prieto Figueroa, Reinaldo Leandro Mora (quien era embajador ante la Santa Sede), Gonzalo Barrios y Jesús Ángel Paz Galárraga, entre otros. Todos precandidatos por AD, quienes sabían que el viejo zorro era el depositario de la confianza norteamericana hasta su muerte (como Juan Vicente Gómez): el único que podía certificar quién sería el sucesor de Raúl Leoni. Betancourt sentía hacia Prieto un rechazo íntimo que le costaba disimular, aunque el “Negro” le hubiese mostrado tanta fidelidad en los momentos más difíciles de la vida del partido. El pobre Prieto, para él, sencillamente carecía del don de saber aceptar órdenes y de callar ante ciertas cuestiones que para Rómulo eran extremadamente delicadas. Nadie apreciaba más el don oportuno del silencio en política que Betancourt, y por eso muchas veces debió decirle: “Ten cuidado que acabas de perder una buena oportunidad para callarte”. Pero aquello era inútil. Y lo veía muy claro Betancourt: si Prieto llegaba a la Presidencia, los humos se le irían a la cabeza, y todo un enjambre de bichos perniciosos y peligrosos comenzarían a rondarle para colocarle toda clase de trampas y seductoras ideas de cambios. El fin sería enredarle y hacerle perder el control. Entre ese enjambre veía clarito a Miguel Otero Silva (haciéndole declarar “sandeces” por El Nacional), a Jóvito Villalba (apartándolo del programa del partido), a los pro-comunistas enconchados en cualquier cueva universitaria. Que en pisando el Negro una sola de esas trampas, todas las demás se desencadenarían y el país entraría en un caos total. Por eso, después de él, Leoni con su nulidad inmensa como político resultó una continuación nada traumática para la estabilidad democrática del país. A Leoni no podría sucederle sino alguien muy audaz pero a la vez declaradamente pro-estadounidense y aferrado a su programa, como Carlos Andrés Pérez, por ejemplo; o en su defecto otro similar a Leoni, igualmente incapaz de salirse del marco que él señalase, y estaba claro que éste no podía ser sino Gonzalo Barrios. En todo caso, nunca alguien que en lo más mínimo fuese a ser visto con desconfianza por los empresarios, la Iglesia, el Alto Mando de las Fuerzas Armadas, como evidentemente resultaría en el caso del Negro Prieto si salía electo.

Prieto, por otra parte, era de una versatilidad extraña: Dirigía una revista para pedagogos, intelectuales, políticos y profesionales llamada “Política[1] con el fin de ir creando un espacio para su futura candidatura presidencial y su jefe mayor se enteraba de estas cosas, y las veía con malos ojos. Aparecía como un personaje indefinido, y a Betancourt le estremecía esa meliflua viscosidad. A veces hablaba de darle un vuelco al país, y aunque para Rómulo era pura demagogia, estas posturas molestaban a un partido que estaba siendo minado horriblemente por el negocio sucio, la mordida y el clientelismo. Prieto que había sido elegido senador (por dos períodos consecutivos) por las Isla de Margarita jamás se preocupó siquiera en resolverle el problema de un acueducto, el asfaltado de una calle o la puesta en marcha de algún alumbrado, en algún barrio. Se la pasaba encerrado en su castillo de cristal, malhumorado, repartiendo recomendaciones para sus acólitos y pidiendo colaboraciones contantes y sonantes para su revista que era exageradamente muy bien financiada por Miraflores y varios despachos oficiales. De Miraflores recibía un subsidio de 25 mil bolívares mensuales (unos 5.000 dólares para la época).

Prieto igualmente le avaló a la política Betancourt en todas sus posiciones anticomunistas: asumió total indiferencia cuando se perseguía con saña a los excluidos jóvenes del MIR, cuando se los hostigaba sin compasión para él estar a la altura del jefe máximo, y hacerle sentir cuán apegado estaba a su línea de guerra sin cuartel a los “extremistas”. Él convalidó, y esto es lo más horrible, la represión desatada durante el gobierno de Leoni: las torturas y los asesinatos, la gran cantidad de desaparecidos, y con esa indiferencia justificó las acciones fascistas de Gonzalo Barrios cuando éste era ministro de Relaciones Interiores. Dijo Prieto –léase la prensa de la época- que Barrios era un hombre incapaz de ordenar la represión o de tolerarla. Cuando se le preguntó por qué razón no había elevado su voz de protesta contra el monstruoso crimen contra el profesor Alberto Lovera, y contra los desaparecidos y los fusilados, entonces contestó: “¿Cómo lo iba a hacer siendo yo el presidente del partido?”[2]. Para Prieto, cualquiera en AD que criticara a sus propios compañeros quedaba como un tonto, y él no estaba para asumir ese papel tan ridículo.

El caos represivo en Venezuela entonces alcanzaba niveles horrendos. Se dio el caso de que un Cuerpo de las Fuerzas Armadas publicó un aviso del general José Agustín Paredes Maldonado en el que se ordenaba detener vivo o muerto a un ciudadano venezolano. Cuenta José Vicente Rangel[3] que un Fiscal del Ministerio Público se atrevió hacer una interpretación de esta barbaridad gravemente anticonstitucional, y el general Paredes Maldonado respondió: “Dígale a ese fiscalito que no me adorne el aviso en esa forma, porque lo que yo he querido decir está muy claramente dicho.”

Docenas de venezolanos se encontraban siendo juzgados por tribunales militares y en las detenciones que practicaban los efectivos del Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas, SIFA, se atribuían funciones que sólo le correspondían a la Policía Judicial. Se comenzaron a instalar en distintos lugares de Venezuela, los famosos campos anti-guerrilleros como los de Cachipo, Urica (en el Tocuyo), Cabure, Yumare, Cocollar, Isla del Burro, en los que centenares de ciudadanos eran torturados. Las cárceles se encontraban hacinadas de presos políticos y de las de Tacarigua, San Carlos y Maracaibo llegaban denuncias sobre frecuentes violaciones de los derechos humanos. En Cachipo torturaba los propios oficiales de las Fuerzas Armadas y allí mataron al pintor Juan Pedro Rojas y de allí desaparecieron a los presos Roberto Bastardo y José Pulido Núñez, entre muchos otros.

Venezuela vivía una perfecta dictadura militar gobernada por un civil que estaba creando la matriz de opinión, apoyado por Washington, de que era el hombre más democrático del continente. Lo más cruel es que hombres dentro de Acción Democrática que se consideraban cultos, pedagogos y con altas responsabilidades dentro del gobierno como Prieto Figueroa, nunca dijeron una sola palabra para criticar y condenar estos crímenes.

El caso del profesor Alberto Lovera (dirigente del PCV) no era en absoluto como para que el doctor Prieto Figueroa lo pasara por alto, mucho menos siendo presidente de su partido. A Lovera lo detuvieron el 18 de octubre de 1965, a las 6 de la tarde cerca de la Plaza de las Tres Gracias, a pocos metros de la UCV. Lo detiene una comisión de la Digepol encabezada por el “capitán” Carlos Vegas Delgado. Era entonces ministro de Relaciones Interiores el doctor Gonzalo Barrios.

Alberto Lovera fue de inmediatamente trasladado a la sede de la policía política, Digepol, en el Edificio “Las Brisas” donde comenzó a ser torturado. El director de la Digepol era J. J. Patiño González, quien el 23 de octubre ordena que Lovera sea llevado al Retén “Planchart”, en Puente Mohedano. Allí continúan las cruentas torturas contra este comunista, a quien en estado sumamente delicado sus verdugos deciden llevárselo al Campo anti-guerrillero de “Cachipo”, en el Estado Monagas. Al llegar a Cachipo, los jefes de este centro viendo la gravedad del detenido se niegan a recibirlo. Continúa así el macabro ruleteo, hasta que la comisión que lo lleva y trae de un lado a otro, decide devolverse a Caracas. En el camino se les muere el preso, entonces aquellos monstruos deciden depilarle el cuerpo, le destrozan la placa dental, le rebanan los dedos de las manos. Luego lo amarran con una larga y gruesa cadena de hierro que la unen a un pico a la altura del cuello y así lo lanzan al mar. El 27 de octubre un pescador encuentra flotando este cuerpo, en Lecherías, Barcelona. El ministro Barrios no asume la responsabilidad del horrible caso. Entonces la Digepol, con su director J. J. Patiño González a la cabeza inicia una campaña por prensa, radio y televisión diciendo que ese cadáver no corresponde al de Lovera y que si lo han asesinado “han sido sus propios compañeros de militancia por disensiones internas respecto a la lucha armada.”

En aquella época, Prieto Figueroa escribió en un artículo en su revista Política, en la que decía: “Betancourt es superior a Jesucristo, porque éste en su cruz de moribundo estuvo entre dos ladrones y a uno de ellos le prometió su reino. Rómulo no tiene esa clase de condescendencia. Para él, el puesto de los ladrones está en la cárcel.[4]

Por todo esto, Prieto será fuertemente enjuiciado por la historia.

"jrodri@ula.ve


[1] Hubo una edición especial de esta revista en la que se insertó una serie de pautas publicitarias con la memoria de cada uno de los institutos Autónomos y de las gobernaciones, cada uno de los cuales pagaron 8000 bolívares.

[2] “Conversaciones con Luis Beltrán Prieto”, editorial Ateneo de Caracas, Caracas, 1978, pág. 79.

[3] En su libro “Expediente Negro”, Editorial Fuentes, Caracas, 1972, págs. 32-33.

[4] “Los Adecos”, Juan Bautista Rojas, Editorial Fuentes, Caracas, 1973, pag. 180.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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