¿Fidel? ¡Zape!

Fidel. Fidel, "el" dictador.

Fidel, odiado, execrado.

Fidel, asesino de su propio pueblo. Fidel, el enemigo jurado de la libertad. Fidel, el instrumento del diablo. El tirano sanguinario, perseguidor de todos los creyentes. El traidor a sus principios cristianos originarios. Aquel que traiciona su propio nombre: Fidel, ¿fidelidad? Fidel, ¡infiel! Frente a este monumento de infamia, todo el mundo –y sobre todo el mundo cristiano– se ha cuadrado. ¿Acaso merece un secuaz del diablo otra consideración que no sea la maldición? ¡Zape..! Muchos de nosotros hemos sido educados en este juicio categórico, ¡y cuán simplista! para condenar a una personalidad fuera de lo común, a un hombre que ha marcado profundamente la segunda mitad del siglo XX. Atrevámonos a formular una analogía que no persigue ningún propósito blasfemo: en algo, tuvo Fidel Castro una personalidad parecida a la del papa Juan Pablo II.

Ambos tuvieron dotes de profetas y de jefes (suma de cualidades, dice Max Weber, que implica una riqueza de carácter excepcional). Ambos fueron personalidades avasallantes, y ambos pusieron sus respectivos e inmensos dones al servicio de causas diferentes. Cada uno pudo justificadamente considerar la suya como sagrada. Para bien y para mal, en contextos evidentemente muy diferentes. Con defectos que la Iglesia reprochará siempre al dirigente cubano (¡no lo canonizarán!) y que el socialismo nunca aceptará en la Iglesia (¡tan obsesivamente contrarrevolucionaria!) ¿Debía provocar chispa e incendio, en Cuba, el encuentro entre el sueño revolucionario y la fe cristiana? Pensamos que no había ningún motivo decisivo. Pero la violencia real de cada uno de estos dos proyectos, en la vida concreta e histórica de la época, hizo abortar tristemente una posible alianza.

Hasta el día de hoy, cada uno de los dos actores sociales sigue culpando al otro.

Lo más grave es que, hoy y aquí, seguimos cultivando la misma exclusión. Hoy, en Venezuela, la pasión incontrolada de numerosos sectores deriva en auténtica sinrazón. Impide a la Conferencia Episcopal, por ejemplo, ser un factor de paz, fundada crítica y moderación, en medio de un ambiente cargado de excesiva polémica.

Sacerdote de Petare


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Bruno Renaud


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