El 23 de Enero y la continuidad revolucionaria

El 23 de enero de 1958 es un punto descollante en la continuidad de nuestro proceso histórico. Acción multitudinaria, unidad cívico-militar, extinción de una dictadura cerril y proimperialista (aunque signada con ciertos contradictorios arrestos de nacionalismo), marcan el carácter de un hecho que no por traicionado deja de merecer el reconocimiento de la mayoría de los venezolanos. Fue culminación de un conflicto prolongado, liderado por revolucionarios y demócratas y cuyo desenlace sobrevino al ritmo de los clarines unitarios. Su celebración corresponde legítimamente al pueblo, a los luchadores que se mantienen consecuentes y a los nuevos revolucionarios, gracias a su sentido de la historia; jamás a quienes arriaron las banderas, enfangaron las esperanzas que hicieron aparecer esa acción como el alba de una nueva Venezuela y desembocaron en el cuadragenio vergonzoso, en el que todo principio fue perseguido, muerto y desaparecido --igual que buena parte de quienes enfrentaron la traición-- y donde, válganos la remembranza de Cervantes, toda inmoralidad tuvo su asiento.
Quienes en aquella época nos arrimamos imberbes al fragor de la política recordamos vívidamente los hechos y sus antecedentes inmediatos. Acciondemocratistas (para la fecha un título digno, amparado en el supuesto, que a tantos nos cautivó, de una “revolución popular, antifeudal y antimperialista”), comunistas, independientes progresistas y, en menor escala, urredistas y copeyanos, organizaron la lucha de casi diez años. Muchas y muchos quedaron en el camino, víctimas de la siniestra policía represiva que tenía cordones umbilicales con el Norte. Por eso, cuando quienes capitalizaron la victoria se voltearon y convirtieron en servidores de la oligarquía y el imperio, cuando del seno de los torturados de la dictadura surgieron los torturadores de la democracia e inauguraron aquí la figura del desaparecido --sí, aquí y no en ninguna de las satrapías que entonces asolaban el Continente--, los luchadores dignos se aprestaron a organizar los nuevos combates.

La contienda, frontal y terrible, intensificó su carácter de lid patriótica contra la antipatria. Pero errores de mucha monta, el principal una acción armada postiza, sin lazos orgánicos con el pueblo, que no la comprendía cabalmente, ocasionaron la derrota de los patriotas y con ella la desunión y la deserción de algunos. La dominación oligárquico-imperialista se fue afianzando, el país se sumió en somnolencia y toda esperanza parecía perdida. Mas la procesión andaba por dentro, en las barriadas populares y en las insospechables guarniciones castrenses, y de ese modo, en dos febreros que lucieron sorprendentes o inesperados, el pueblo estalló en los relámpagos trágicos del caracazo y se desencadenó la rebelión militar. Se produjo con ello el reencuentro entre el pueblo civil y su porción armada, de nuevo imbuida en el espíritu del Libertador, y el encuentro entre el pueblo como un todo y su líder, tremolante de las banderas del caraqueño inmortal. La Revolución Bolivariana había comenzado.

Vemos así el hilo que une al ahora quincuagenario 23 de enero con la sacudida político-social que está transformando a Venezuela. El mismo hilo que arranca de la resistencia indígena encarnada en la figura de Guaicaipuro y enlaza el curso de nuestra historia: oprimidos versus opresores, pueblo versus oligarcas, nación versus imperio. Siempre un enemigo externo fundamental: el coloniaje hispano tricentenario, los zarpazos imperiales anglo-franco-holandeses y el imperialismo estadounidense multiavasallador, que nos arrebató el siglo XX; éste con mucho el más perverso, pero que también será el último.

freddyjmelo@yahoo.es


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Freddy J. Melo


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