Algo más sobre el revés del SI

El revés del SI en Venezuela es un problema para darle cabeza y ciertamente después de escribir el artículo “Venezuela: las posibles causas del revés del SÍ” me acordé de algo realmente importante vinculado a un tema muy bien tratado en el libro recién publicado por Amilcar Figueroa titulado: La Revolución Bolivariana: los Nuevos Desafíos de una Creación Heroica, que realmente no desplegué como es debido en el trabajo mencionado.

Se trata de la denominada “cultura petrolera” ya referida, vinculada al paternalismo estatal, al reparto de la renta, al consumismo desenfrenado, al dispendio de recursos, al facilismo, a la profunda debilidad de la cultura productiva y a la satisfacción de la demanda a base de importaciones.

Esa cultura tiende al incremento en grande del consumismo en los periodos de vaca gorda petrolera, porque crece el dinero circulante y el poder de compra sin que pase igual con la oferta de productos nacionales; y así una buena parte de los petrodólares se revierten hacia el exterior, mientras los precios internos se elevan dada la multiplicación de la demanda la estructura oligopólica del gran comercio importador en manos privada y sin control social.

Ese fenómeno se ha vuelto a reproducir en le curso de la revolución bolivariana que ha logrado aumentar sensiblemente el gasto social, multiplicar y distribuir en amplia escalas los enormes ingresos petroleros, sin lograr todavía reemplazar la dependencia de las importaciones(en vista de los bajísimos niveles de las culturas productivas), ni las estructuras tradicionales del comercio exterior.

Muchas empresas cooperativas fracasan porque los fondos que deberían destinar a la producción se desvían hacia la voracidad consumista. Igual pasa con no pocas empresas congestionadas y de otro tipo.

Esa dinámica ha conducido no solo a un absurdo incremento de las importaciones de todo tipo (prioritarias, no prioritarias, superfluas, suntuarias…) bajo control oligárquico-imperialista, sino tambien a un periodo altamente inflacionario que vuelve a golpear el nivel de vida de mucha gente.

El informe del Banco Central de Venezuela no oculta esa delicada situación cuando revela que en el segundo trimestre del 2007 los valores de las importaciones ascendieron en 10,894 millones de dólares para un incremento del 38.7%.

La enorme brecha entre la demanda agregada y la débil producción nacional la cubren las importaciones a costa de un gasto irracional de divisas y de fuertes presiones inflacionarias.

La reforma agraria esta todavía en fase muy limitada, el desarrollo de la agricultura no ha despegado y el mercado interno sigue considerablemente atrofiado.

Otro tanto pasa en el plano industrial-manufacturero, pese a los buenos planes diseñados; mientras la importación de vehículos llega a cifras record, encabezando el gasto en importaciones.

Esa cultura, esa mentalidad no contrarrestada, obstruye los programas de autosuficiencia alimentaria que pone en marcha la revolución. Gran parte del financiamiento se cuela entre los dedos de la ineficiencia, del consumismo, del dispendio y de la corrupción.

Esto solo puede ser contrarrestado oponiendo una cultura revolucionaria y una mentalidad productiva a esa cultura tradicional. Y ciertamente el énfasis en esa dirección ha sido sumamente débil.

Esto se vincula a nuevos procesos de concentración de propiedad y de ingreso a cargo de “los nuevos grupos económicos en formación” bajo la sombrilla del voluminoso presupuesto estatal y amparado en el respeto y la hegemonía de la gran propiedad privada. Y contrasta con la tardanza de la llegada de los beneficios de la revolución a una parte- no a todo- del propio pueblo pobre chapista, aunque en general son significativas las nuevas conquistas sociales y económicas.

Y todo esto afecta la cotidianidad de esos sectores humildes, debilita el entusiasmo de una parte de ellos, golpea su existencia individual y familiar, y genera la decepción y el descontento que nutre la indiferencia y la abstención.

Estas trabas de más en más exigen de una profunda y extensa revolución cultural que hasta ahora no ha sido asumida ni desde el Estado ni desde las fuerzas políticas integradas al proceso. Exigen tambien otro modelo de conducta de los funcionarios electos y designados, una parte grande de los cuales tiende a reproducir algunas prácticas del pasado y otros militan desde hace tiempo y provienen de esa cultura que asume los recursos del Estado como patrimonio particular o fuentes de privilegios y de poder para sí y no para el pueblo.

El pueblo-pueblo excluye justamente a Chávez de las críticas respecto a esa situación y con razón confía en él. Pero por momento se cansa de esperar el viraje anhelado y una parte de él se inhibe. Eso aconteció ahora y eso exige de acciones capaces de devolverle el entusiasmo y la confianza.


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Narciso Isa Conde


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