Las malditas hordas fascistas de mocosos gozando otra vez del Chávez permisivo de siempre

Iban felices y arrechas en un país comunista donde no existe la libertad, donde nadie puede disentir porque lo matan; donde no se puede protestar porque a uno lo destrozan a pedradas, a tiros. O lo llevan a ergástulas espantosas donde se le tortura sin compasión, y donde se le incomunica horriblemente y no valen abogados, ni jamás pueden ver a un familiar, a un sacerdote. Eufóricas hordas de la Universidad Metropolitana, Santa María. Ávila, UCAB, USB y la propia UCV. ¡Vivan los estudiantes porque son la levadura/ del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura! Sus padres ricos, mucho más felices, orgullosos de ellas, les seguían paso a paso por Globovisión mientras campaneaban un whisky.

Las hordas irredentas con la mayor cantidad de furia enloquecida jamás vista; hijos bellos todos del adorable perro rabioso de Leopoldo Castillo, el de los bigotitos hitlerianos que mira por debajo de sus lentes, y reivindica cada tarde la lucha de esta otra copia idéntica batalla de los valientes de la generación del 2007, cien mil veces más inmarcesible que la de 1928.

Catiritos bellos, rosagantemente papeados, embutidos en trajes androjasamente de marca aunque parezcan dulcemente amariconados.

Uno de estos bellos hijos de papi, vio cuando a un joven se le cayeron unos afiches con el SI, que evidentemente asustado trataba de tomar el pasillo central y huir cual “rata sucia y canalla”; pensaba el chavista que podía irse tan tranquilamente después de haber matado a tantos niños inocentes, después de haber robado y apoyado con su atroz figura y peor facha al asesino dictador de cada hora, de cada segundo. El bello hijo de papi le estaba siguiendo con sigilo, hasta que le pareció que debía dar la alerta, y valientemente gritó: “¡Ahí va un chavista, nojoda!”, “¡Es una mierda, tiene propaganda comunista! ¡Está tratando de huir, coño! ¡No lo dejen, coño…!” Los bellos hijos de Leopoldo corrieron diestros, vigorosos, y lanzaron sus piedras al brutal comunista. Qué tino, qué precisión, qué fuerza. El comunista asesino aterrado vio sobre sí aquella lluvia y el pánico lo paralizó antes de que lo mataran.

Los bellos hijos de Leopoldo Castillo lo vieron caer bañado en sangre y temblando en el piso, diciendo ininteligibles expresiones de comunista sucio y asqueroso. Estaban contemplando al fin algo que siempre habían estado deseando cada noche en sus sueños: MATAR UN COMUNISTA. Nada más reconfortante, nada más dulce y grandioso, ni siquiera cuando por primera vez fuer


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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