Rómulo Betancourt: “Yo sin una perra no valgo nada”

“Andamos de perritas en perritas”, decía el gordito miserable del Ted Rooselvelt, el hombrecito del stick. Todo esto para referirse a las “despreciables criaturas colombianas” que se oponían a su proyecto de hacer un canal por Panamá. Después vino la historia de aquel otro Rooselvelt, Franklin Delano, el bello y el bueno, el de la “POLÍTICA DE BUENA VENCIDAD” (para ellos mismo) al que su Secretario de Estado Cordell Hulll le mostró una ocación, una invitación que se le hacía al presidente de Nicaragua; cuando FDR la lee, dice: “¿Y este tipo no es un hijo de perra?, a lo que Hull replica: “Sin duda Presidente pero es nuestro hijo de perra.” Ya veremos la gran afición que entonces coge FDR por coleccionar y recoger perras por el mundo.

El político latinoamericano que tenía por FDR una admiración que superaba con creces la idolatría era Rómulo Betancourt. Betancourt también tuvo sus perritas como veremos.

Antes de que el Pentágono le entregara fondos a Walt disney para que hiciera la película “La dama y el Vagabundo”, el propio Departamento de Estado se dedicó a adoptar una buena colección de hijos de perra, cuyos ejemplares (del más fino pedigrí) fueron: Adolfo Díaz (de Nicaragua), Rafael Leonidas Trujillo y su cachorrito Ramfis, la dinastía de los Somoza, Ricardo Adolfo de la Guardia (Panamá), Duvalier, Batista, Stroessner, Pinochet, Manuel Antonio Noriega, Juan Vicente Gómez y Marcos Pérez Jiménez, … según Washington, todos “muy bellos animalitos, dóciles demócratas a su política de buena vecindad y amantes de sus pueblos (hasta que el mismo Departamento de Estado se aburría y los sacaba a patadas con otro golpe militar).

Todos estos movimientos los seguía con sumo interés Rómulo Betancourt, el más experto estratega con el que contaba la famosa Doctrina Truman para América Latina, la que después se transformaría en Doctrina Betancourt.

Para 1955, Betancourt había cambiado mucho en sus pensamientos, en su estilo de vida; en la concepción sobre nuestros valores criollos o vernáculos; casi nada de eso le quedaba, y su visión del mundo poco tenía que ver con lo que moral y políticamente había estado defendiendo para la década de los años treinta o cuarenta. Puede decirse que para entonces su existencia había dado un vuelco total, afectada por el estilo de vida norteamericana. No se perdía las fiestas de Thanksgiven, las celebraciones de Eastern o Hawlloween, las patrióticas celebraciones del 4 de julio. Los himnos al trabajo de las empresas emblemáticas norteamericanas, que entonan esas niñas de faldas cortas, en algunas esquinas, agitando la banderas de las barras y de las estrellas. Le encantaban el espectáculo de las luces de artificio en Nueva York cada inicio de Año Nuevo; el maravilloso orden que veía en todo; la limpieza ejemplar de las venidas, plazas y mercados. Esos rutilantes edificios preñados de anuncios seductores. Pero fundamentalmente le encantaba la manera de hacer política de los gringos. Los bellos carteles, los coloridos escenarios de las convenciones de los partidos Demócrata y Republicanos con sus banderas y banderines y otra vez, con sus niñas de faldas cortas; las luces y voces con que se amenizan estos grandes encuentros. Los discursos cortos y sencillos. Esa manera de introducir elementos sicológicos penetrantes y avasalladores para impresionar a las masas. El uso genial de los medios y de la propaganda, el poder de la actuación, que pareciera realmente que todo Hollywood fuese en vientre mismo donde se gestan las actuaciones de los políticos. Los efectos mediáticos comenzaban a sustituir los programas ideológicos, las ideas de fondo, cualquier tipo de principio. Caía en la cuenta Betancourt la gente es sumamente moldeable, manipulable, que aquella aparición del presidente Eleazar López Contreras en un balcón, en momento en que su gobierno se tambaleaba, cargando a su hija, lo salvó de un inminente descalabro. Eso para él había sido un genial efecto sicólogico digno de lo mejor que se podía producir en los más clásicos films de Hollywood.

Betancourt se embebió en la literatura rápida de magazines, bestsellers, prensa amarillista en general; todo tipo de los “mejores” periódicos que se editaban, primero en Estados Unidos; también recibía cada mes paquetes de periódicos de Chile, Colombia, Argentina, Costa Rica y México. Era, pues, todo un hombre muy bien informado.

Montar una tienda y olvidarse del resto del mundo. En verdad que en los Estados Unidos tenía todo cuanto había querido y soñado.

Pero bueno, había nacido con el gusanito de la política, era una figura de primer orden en el hemisferio occidental y en su país, políticamente, nadie le daba por los talones.

Había historias que le conmovían profundamente, y a veces soñaba con hacerse norteamericano. Los norteamericanos habían descubierto todo lo bueno y maravilloso de este mundo: el entretenimiento, la comida rápida, el poder tecnológico de las máquinas, lo más sublime del progreso, y sobre todo el amor a los animales. Igualmente el uso genial de los animales para dominar en el terreno de la política.

Esa historia que se le metía en los huesos, que le reverberaba cada mañana al tomar el café y leer los periódicos, era el momento en que la perrita Fala, de Franklin Delano Roosevelt logró que él ganara la reelección. Entonces Rómulo comenzó a sentir que no hay ciertamente amor más tierno que el que despierta una perrita. La gran pasión de Franklin Delano Roosevelt (FDR), a diferencia de Kennedy, por ejemplo, no fueron las mujeres, sino su idolatrado can Fala.

Un día, la prima de Roosevelt, Margaret Suckley, le dio un flechazo definitivo cuando, le llevó a un negrito y travieso cachorrito de terrier escocés. Entonces, emocionado, FDR levantó en brazos al hermoso perrito afirmando que hace años que deseaba criar un perrito desde tierno, ya que la mayor parte de sus perros le habían llegado ya adultos. Cuéntase que “hombre y perro se miraron a los ojos y la flecha de Cupido dio en lo más del corazón del presidente. Leonor, su fea esposa, puso sus objeciones afirmando que la Casa Blanca no era buen sitio para criar a un cachorro, pero FDR logró convencerla a fin de cuentas y el peludo bebecito se quedó, siendo llamado Fala. Toma.

Fala se hizo adicto a su socio. Era la viva sombra de FDR, siguiéndolo hasta cuando iba a mear. Era presencia segura en su estudio, comiendo en el despacho Oval (un lujo que ningún humano se ha permitido), echado en lujosísimas alfombras al pie de la cama de FDR[1].

Pocas semanas después de haber arribado a la Casa Blanca, Fala provocó un espanto de padre y señor nuestro, presentando una calamitosa infección intestinal. Regó su acuoso excremento fétido por alfombras carísimas, y FDR salió como loco para llevarlo al veterinario. Mientras el veterinario examinaba a Fala, FDR se mordisqueaba las uñas y trataba de ocultar sus lágrimas. Al ser devuelto sano a casa, Fala le devolvió con su presencia la tranquilidad al mandatario. Para evitar mayores líos, FDR emitió la orden de que jamás nadie le diera nada de comer al perro. "Ni una migaja a Fala al menos que venga de la mano misma del Presidente," dijo firmemente.

Luego veremos por qué esta historia va a tener toda una réplica republicana, en su versión criolla, en la vida de Betancourt a partir de 1958, una vez que se establezca en Venezuela.

Desde aquella pavorosa diarrea, Fala no volvió a padecer de dolencia alguna. FDR recordaba el percance con buen humor,"Perro maromero, que me hizo olvidar que precisaba silla de ruedas y salí corriendo como atleta!" La alimentación de Fala siempre corrió a manos de FDR personalmente. Fred D. Fair, portero del vagón personal "Fernando Magallanes" del presidente, dio este testimonio."Yo servía sus comidas y hacía su cama. Servíamos al presidente highballs antes de la cena. Antes de que FDR se sentara a cenar, preparaba la comida de Fala. El plato era sostenido por el presidente para Fala. Luego él formaba los bocados y los colocaba con infinita paciencia y ternura en la boca del perrito, quien incontables veces comió sentado en las piernas del presidente. A veces FDR le canturreaba y lo estimulaba a comer más. Muchas veces, importantes dignatarios y jefes de estado esperaban sentarse a la mesa mientras FDR se tomaba su tiempo dándole la comida a su perro. Hasta que quedaba estaba satisfecho, entonces FDR pasaba a comer él."

En la última semana de diciembre de 1941, 26 naciones que estaban en guerra contra el Eje negociaron una declaración de unidad y propósitos. El documento fue firmado a las 10 de la noche en el despacho del presidente. Mientras los invitados no hacían un solo ruido al darse la firma, los ronquidos de olla de nacatamales invadieron el ambiente. Era Fala quien dormía a pierna suelta en un sillón, dándole cero importancia a la firma. Para colmo, el 6 de junio de 1944-día del desembarco de Normandía- FDR estaba pendiente del desarrollo de la más grande operación militar anfibia de la historia. En el despacho Oval, FDR no se perdía un detalle de las noticias junto a sus invitados, pero Fala andaba correteando entre las piernas de los invitados.

La eterna presencia de Fala a veces ponía en aprietos a FDR, sobre todo cuando quería echar su canita al aire sin que nadie lo supiera. El Servicio Secreto informaba que por más que quisieran mantener secreta la presencia del mandatario, dos cosas delataban que FDR andaba por ahí. Primero era la construcción de rampas para su silla de ruedas. La otra era la presencia de Fala, quien a menudo insistía en que lo pasearan sin importar protocolo o itinerario del tren. Fala llegó a ser tan célebre como su socio, y los del Servicio Secreto, viendo que FDR jamás viajaría sin el perro, acuñaron el código "El Informante" para Fala.

Fala hasta logró que FDR saliera electo para el último período presidencial que no habría de completar debido a su muerte el 12 de abril de 1945. En septiembre de 1944, FDR debió hacer un viaje a las islas Aleutianas. El barco ya había arrancado en su viaje de regreso cuando FDR notó que faltaba su alter ego. Afligido, hizo que un acorazado se regresara a la isla para recoger al perro, costando este viajecito millones de dólares al pueblo contribuyente de los Estados Unidos. Al retorno a los Estados Unidos, varios medios criticaron que FDR hubiera mandado un buque militar a rescatar su perro, y fue cuando FDR montó en cólera. Pronunció su famoso "Discurso de Fala", el 23 de septiembre de 1944, en el que dijo: "Ah, bueno. Ahora los líderes republicanos no solo atacan mi persona, o a mi esposa, o mis hijos. No pudiendo contentarse con eso, ahora incluyeron a mi perrito, Fala. Por supuesto que yo no resiento los ataques y a mi familia no le importa, pero a Fala le resiente. Uds. saben que es escocés, y al saber sobre el chisme de quedar abandonado, su furioso espíritu escocés se ha enojado. No ha sido el mismo perro desde entonces. Y yo me arrogo el derecho de resentirme por tales ataques contra mi inocente perrito!" Fala se garantizó un lugar de honor en el corazón de los votantes, y FDR pudo ser electo por cuarta vez gracias a su buen rendimiento como presidente, pero también ayudado por Fala.

Más tarde esta candorosa historia habría de ser utilizada por uno de los hombres más farsantes, más tristes, deprimentes y desgraciados que pudo haber parido Estados Unidos: Richard Nixon. La vivió íntegramente Betancourt y lo discutió largas noches en su apartamento de Nueva York, con Gonzalo Barrios, Raúl Leoni y José Figueres.

Nixon que no hubo recurso del que no echara mano para lograr la presidencia, y encontró un día la gran oportunidad para utilizar un perrito como Fala, para conmover a ese ridículo e igualmente deprimente público norteamericano. Lo hizo con un animalito que llevaba el nombre de Checkers.

Checkers fue el principal aliado de Nixon en Washington en los trepidantes días 1952. El joven político, con las manos algo manchadas de tanto tratar con McCarthy, tenía dificultades para lograr un apretón de Ike Einsenhower, el Presidente, y así lograr la candidatura a la vicepresidencia. Checkers fue la toalla con la que se limpió. Una intervención en televisión, con su cariacontecida mujer al lado -tuvo que soportar que millones de chismosas y ricas americanas supieran que no tenía abrigo de visón pero sí uno republicano, según lo definió su tacaño marido- con una adecuada y medida mención a su querido Checkers- que le ganó el cariño de millones de futuros votantes. Este discurso, llamado My Side of the Story, aparece en el sexto puesto de los 100 de mayor impacto en la Historia de los Estados Unidos de América.

Asediado por las críticas y las sospechas, Richard Nixon acudió a un programa de televisión en 1952 para limpiar su honor ante las voces que le acusaban de buscar contribuciones financieras no declaradas para su campaña política y de emplear en su propio beneficio los fondos electorales.

El candidato a la vicepresidencia del gobierno de los Estados Unidos (aún no era Presidente) realizó en un programa de televisión de máxima audiencia y con el formato “Confesiones”, una declaración de sus bienes. Sus bienes inmuebles, dinero líquido, las hipotecas que debía, el dinero que había en la caja fuerte en la residencia de sus padres… Un discurso ciertamente técnico de sus posesiones. Sin embargo el candidato aún se reservaba un giro sentimental que le haría ganarse el favor del público. Con este objetivo, comentó que su mujer Pat no poseía ningún abrigo de visón, a pesar de desearlo, como casi todas las mujeres estadounidenses, sólo tenía un abrigo de “respetable paño republicano” (Checkers).

Tiempo más adelante se sabría que lo que parecía una inocente declaración fue en realidad un ardid preparado con ocho días de antelación en el que se ensayaba una y otra vez como transmitir mejor los mensajes hasta llegar al potente resultado y que fue conocido como el “Checkers speech”. Por lo tanto, lo que parecía una confesión improvisada y llena de emotividad no era más que la interpretación de un buen guión escrito por algún especialista en persuasión. Al conocerse el detalle, el golpe de efecto que consiguió dar gracias a la construcción de este Nixon más próximo a los ciudadanos, se derrumbó, dando paso al hombre sombrío que en realidad era, lastre que le acompañó toda su carrera política.

Casos como el de Nixon, inteligente vendedor de slogans y spots publicitarios, sólo puede darse en un país de enormes ignorantes como Estados Unidos. Este deprimente ser diría un día: "Uno de los mejores momentos de la celebración de mi sexagésimo primer cumpleaños (...) fue cuando Tricia me sugirió que necesitábamos hacer un "alto" en nuestro camino a Palm Springs y nos dirigimos a un McDonald's. Hacía años que oía decir a nuestras hijas que el Big Mac era realmente algo especial, y aunque suelo atribuir a la señora Nixon el mérito de hacer las mejores hamburguesas del mundo, ambos estamos convencidos de que McDonald's no le va muy a la zaga... La próxima vez que el cocinero tuviera una noche libre, ya sabíamos adónde ir para conseguir un servicio rápido, una agradable hospitalidad y, probablemente, uno de los mejores lugares donde comprar comida de Norteamérica". McDonald's hizo distribuir por millones esta declaración de Nixon, las estampó en sus anuncios, vasos y servilletas, y claro, le pasó una buena pasta al que expresamente la había hecho, para ganarse un dinerito. Así era Nixon, y Betancourt ya no veía nada malo ni anti-ético en esta clase de negocios. Eso estaba bien.

Pero esto no era nada inocente: "En 1972, Kroc dio 250.000 dólares a la campaña para la reelección del presidente Nixon (...) Nixon tenía, pues, muchas razones para que le gustara McDonald's ya bastante antes de probar una de sus hamburguesas. Kroc no conocía al presidente, la donación no se debió a una amistad o afición personal. Aquel año, la industria de la comida rápida estaba presionando al Congreso y a la Casa Blanca para que aprobaran una nueva ley —conocida como "ley McDonald's"— que permitiría a los empresarios pagar a los muchachos de dieciséis y diecisiete años salarios un 20 por ciento inferiores al salario mínimo (...) La administración de Nixon apoyó la ley McDonald's y permitió que la cadena subiera el precio de su Cuarto de Libra, a pesar de los controles preceptivos de salarios y precios que limitaban la acción de otras cadenas de comida rápida".

El 24 de junio de 1960 le hicieron un horrible atentado a Betancourt en la Avenida Los Próceres. Recuperado llamó a una rueda de prensa, y cuando estaba por terminar se le quebró la voz y se le salieron las lágrimas. Fue entonces cuando habló de Little Gay, un perrito que lo acompañó en el exilio en Costa Rica, EE UU, La Habana y Puerto Rico. Little Gay, el Pequeño Vagabundo, después del atentado, en vista de que Betancourt no regresaba a su residencia presidencial de “Los Núñez”, escapó de casa. La familia presidencial se alarmó. Betancourt, postrado en una cama en Miraflores, preguntaba quejoso por Little Gay, y decía: “Lo que me faltaba: el pobre no está acostumbrado a andar solo por la calle, y me lo puede matar un carro, y se le quebraba la voz.”

Fue tal la investigación que hicieron los cuerpos policiales, que a los tres días lo encontraron, y Betancourt lo mencionó en su discurso: “Mi leal perro del exilio”.

Little Gay había cambiado la vida y hasta la estructura de la casa presidencial: en cada baño y varios ángulos de la piscina había poncheras con agua potable.

La historia de Little Gay es larga y conmovedora. En una ocasión se hizo una colecta, en el exilio, Juan Pablo Pérez Alfonso, Manuel Pérez Guerrero y Carlos Dáscoli hicieron una “vaca” y le compraron a Virginia, la hija de Betancourt, por cien dólares, un bello perro de raza. El animalito murió a los pocos días, lo que fue un “golpe brutal para la niña”. El vendedor del perrito se entero de la desgracia y para calmarle la tristeza a Virginia le regaló Little Gay. Betancourt solía decir que Little Gay tenía olfato político, y abandonó a su dueña, convirtiéndose en inseparable amigo del caudillo. “Virginia se calentó, pero nada pudo hacer en cuanto a sus preferencia”.

Cuando Little Gay murió, años más tarde, Betancourt pasó tres días sin probar comida, y en ocasiones se quedaba pensativo y se le vía las lágrimas correrle por la mejilla.

El 5 de agosto de 1981, Rómulo, poco antes de morirse, llevó a su perrita Tutú al veterinario.

Quién lo iba a pensar, que aquel Rómulo que se vanagloriaba de que: “Ni me empantuflo ni me enchinchorro”, se encontrase ahora realmente emperrado.

Finalmente, Betancourt cogió sus maletas y con su esposa Renée se fue a la fabulosa Nueva York. Llevaban a Tutú; Alfredo les acompañó al aeropuerto y llevaba a la perrita en las piernas. Fue una época que los petrodólares estaban provocando en los venezolanos una fiebre por adoptar perros y perras, y a esos animales los llevaban a recorrer al mundo. Era casi una vergüenza, perteneciendo a la aristocracia criolla andar por el mundo sin una bicha de cierto pedigrí. La gente de la "high" para darse caché le preguntaba a los de su clase cuando los encontraba en las grandes urbes y metrópolis: "-¿Y tu perra?, ¿donde dejaste a tu perra?". Y cuenta la señora Hartmann: "Nos dimos cuenta de que la perrita sangraba, es sumamente nerviosa y creo que los arreglos del viaje le adelantaron el primer celo" (p. 415). ¡Dios mío, quién podía llegar a imaginarse que Tutú fuera un día a hacer pipí en Central Park! "Los americanos que tienen debilidad por los perros, la piropeaban, llovían (sic) los "nice", "pretty", "beatiful" y Rómulo se sentía lleno de orgullo". ¡Qué cosa más tierna! El 10 de septiembre los escoltas de la pareja pasaron el día buscando a Tutú quien se perdió en Central Park. Fue algo terrible. Arroyo, uno de los guardaespalda decía: "Si no la alcanzo me asilo a la Embajada de la Unión Soviética, porque yo no me presento delante del Presidente sin ella" (p. 415).



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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