Roy Chaderton le dio en la madre

Carlos Fuentes, racista, chulo de millonarios y el mayor hijo de la chingada de Latinoamérica

Carlos Fuentes se regodea mucho en los títulos que le coloca a sus carnavaladas. Los escribe y luego corre a verse en el espejo. Es un show, este tío morisquetero. Hace show con las palabras, con las frases, intelectualiza hasta sus bigotes, y así ha andado durante 50 años haciendo pasarela y poses de revolucionarios por medio mundo, el más grande racista ya desenmascarado. Es por ello por lo que resulta una perla preciosa para diarios como El Nacional, el medio más racista del continente. El diario El Nacional que pidió el desalojo de Chávez de la presidencia, por ser negro, por estar apoyado por la “chusma” y los muertos de hambre. Qué carajo de relación puede tener Carlos Fuentes con los zapatistas, aquellos que proclamaban el resurgimiento de los pobres que no morirían nunca. Regodeándose en una supuesta lucha antirracista, este farsante de siete suelas escribió un artículo que recorrió el mundo y por el cual lo premian cuanta fundación y centro cultural se precian ser defensores de los derechos humanos. Cumpliendo a la perfección su papel de infiltrado escribió: “El mejor indio es el indio muerto". "El mejor negro es el esclavo negro". "La amenaza amarilla". "La amenaza roja". El puritanismo que se encuentra en la base de la cultura WASP (Blanca, Anglosajona y Protestante) de los Estados Unidos de América se manifiesta de tarde en tarde con llamativos colores. A los que arriba señalo, se añade ahora, con el vigor de las ideas simplistas que eximen de pensar, "El Peligro Moreno".

“Su proponente es el profesor Samuel P. Huntington (profundamente amado y admirado por Gustavo Cisneros), incansable voz de alarma acerca de los peligros que "el otro" representa para el alma de fundación, blanca, protestante y anglosajona, de los EE.UU. Que existía (y existe) una "América" (pues Huntington identifica a los EE.UU. con el nombre de todo un continente) indígena anterior a la colonización europea, no le preocupa. Que además de Angloamérica exista una anterior "América" francesa (la Luisiana) y hasta rusa (Alaska) no le interesa. La preocupación es la América Hispánica, la de Rubén Darío, la que habla español y cree en Dios. Éste es el peligro indispensable para una nación que requiere, para ser, un peligro externo identificable. Moby Dick, la ballena blanca, es el símbolo de esta actitud que, por fortuna, no comparten todos los norteamericanos, incluyendo a John Quincy Adams, sexto presidente de la nación norteamericana, quien advirtió a su país: "No salgamos al mundo en busca de monstruos qué destruir".

Huntington, en su Choque de Civilizaciones, encontró su monstruo exterior necesario (una vez desaparecida la URSS y "el peligro rojo") en un Islam dispuesto a asaltar las fronteras de Occidente, rebasando las proezas de Saladino el sultán que capturó Jerusalén en 1187 y superando él, Huntington, la campaña cristiana de Ricardo Corazón de León en Tierra Santa cinco años más tarde. La cruzada antiislámica de Huntington Corazón de León definió que ese corazón era profundamente racista pero asimismo profundamente ignorante del verdadero kulturkampp dentro del mundo islámico. Islam no se dispone a invadir Occidente. Islam está viviendo, de Argelia a Irán, su propio combate cultural y político entre conservadores y liberales islámicos. Es un combate vertical, en hondura, no horizontal, en expansión.

El explotador mexicano. La nueva cruzada de Huntington va dirigida contra México y los mexicanos que viven, trabajan y enriquecen a la nación del norte. Para Huntington, los mexicanos no viven --invaden--; no trabajan --explotan--; y no enriquecen --empobrecen porque la pobreza está en su naturaleza misma. Todo ello, añadido al número de mexicanos y latinoamericanos en los EE.UU., constituiría una amenaza para la cultura que para Huntington sí se atreve a decir su nombre: la Angloamérica protestante y angloparlante de raza blanca.

(Carlos Fuentes tiene que escribir un prólogo a Gustavo Cisneros porque reflejada en lo más profundo de su alma la postura de míster Huntington).

¿Invaden los mexicanos a los EE.UU.? No: obedecen a las leyes del mercado de trabajo. Hay oferta laboral mexicana porque hay demanda laboral norteamericana. Si algún día existiese pleno empleo en México, los EE.UU. tendrían que encontrar en otro país mano de obra barata para trabajos que los blancos, sajones y protestantes, por llamarlos como Huntington, no desean cumplir, porque han pasado a estadios superiores de empleo, porque envejecen, porque la economía de los EE.UU. pasa de la era industrial a la post-industrial, tecnológica e informativa.

(Cuando dice que Gustavo Cisneros se muda a los EE UU porque allí la mayor masa hispana con recursos para adquirir sus productos, sin duda que está pensando como míster Huntington).

¿Explotan los mexicanos a los EE.UU.? Según Huntington, explotando él mismo la infame Proposición 187 de California que pretendía excluir a los hijos de inmigrantes de la educación y a sus padres de todo beneficio médico o social, los mexicanos constituyen una carga injusta para la economía del norte: reciben más de lo que dan.

Esto es falso. California destina mil millones de dólares al año en educar a los hijos de inmigrantes. Pero si no lo hiciese, --atención, Schwarzenegger-- el estado perdería dieciséis mil millones al año en ayuda federal a la educación. Y el trabajador migrante mexicano paga veintinueve mil millones de dólares más en impuestos, cada año, de lo que recibe en servicios.

El inmigrante mexicano, lejos de ser el lastre empobrecedor que Huntington asume, crea riqueza al nivel más bajo pero también al más alto. Al nivel laboral más humilde, su expulsión supondría una ruina para los EE.UU. John Kenneth Galbraith (el norteamericano que Huntington no puede ser) escribe: "Si todos los indocumentados en los EE.UU. fuesen expulsados, el efecto sobre la economía norteamericana... sería poco menos que desastroso... Frutas y legumbres en Florida, Texas y California no serían cosechadas. Los alimentos subirían espectacularmente de precio. Los mexicanos quieren venir a los EE.UU., son necesarios y añaden visiblemente a nuestro bienestar" (La naturaleza de la pobreza de masas).

En el nivel superior, el migrante hispano, nos dice Gregory Rodríguez de la Universidad de Pepperdine, tiene el más alto número de asalariados por familia de cualquier grupo étnico, así como la mayor cohesión familiar. El resultado es que, aunque el padre llegue descalzo y mojado, el descendiente del migrante alcanza niveles de ingreso comparables a los del trabajador asiático o caucásico. En la segunda y tercera generación, los hispanos son, en un 55 por ciento, dueños de sus propias casas, comparados con 71 por ciento de hogares blancos y 44 por ciento de hogares negros.

Añado a los datos del profesor Rodríguez que sólo en el condado de Los Ángeles, el número de negocios creados por migrantes hispanos ha saltado de 57 mil en 1987 a 210,000 el año pasado. Que el poder adquisitivo de los hispanos ha aumentado en un 65 por ciento desde 1990. Y que la economía hispanoamericana en los EE.UU. genera casi cuatrocientos mil millones de dólares --más que el PIB de México.

¿Explotamos o contribuimos, señor Huntington?

El balcanizador mexicano. Según Huntington, el número y los hábitos del migrante mexicano acabarán por balcanizar a los EE.UU. La unidad norteamericana ha absorbido al inmigrante europeo (incluyendo a judíos y árabes, no mencionados selectivamente por Huntington) porque el inmigrante de antaño, como Chaplin en la película homónima, venía de Europa, cruzaba el mar y siendo blanco y cristiano (¿y los judíos, y los árabes y ahora los vietnamitas, los coreanos, los chinos, los japoneses?) se asimilaban en seguida a la cultura anglosajona y olvidaban la lengua y las costumbres nativas, cosa que debe sorprender a los italianos de El Padrino y a los centroeuropeos de The Deer Hunter.

No. Sólo los mexicanos y los hispanos en general somos los separatistas, los conspiradores que queremos crear una nación hispanoparlante aparte, los soldados de una reconquista de los territorios perdidos en la guerra de 1848.

Si diésemos vuelta a esta tortilla, nos encontraríamos con que la lengua occidental más hablada es el inglés. ¿Considera Huntington que este hecho revela una silenciosa invasión norteamericana del mundo entero? ¿Estaríamos justificados mexicanos, chilenos, franceses, egipcios, japoneses e hindúes a prohibir que se hablase inglés en nuestros respectivos países? Estigmatizar a la lengua castellana como factor de división prácticamente subversiva revela, más que cualquier otra cosa, el ánimo racista, éste sí divisor y provocativo, del profesor Huntington.

Hablar una segunda (o tercera o cuarta lengua) es signo de cultura en todo el mundo menos, al parecer, en el Edén Monolingüe que se ha inventado Huntington. Establecer el requisito de la segunda lengua en los EE.UU. (como ocurre en México o en Francia) le restaría los efectos satánicos que Huntington le atribuye a la lengua de Cervantes. Los hispanoparlantes en los EE.UU. no forman bloques impermeables ni agresivos. Se adaptan rápidamente al inglés y conservan, a veces, el castellano, enriqueciendo el aceptado carácter multiétnico y multicultural de los EE.UU. En todo caso, el monolingüismo es una enfermedad curable. Muchísimos latinoamericanos hablamos inglés sin temor de contagio. Huntington presenta a los EE.UU. como un gigante tembloroso ante el embate del español. Es la táctica del miedo al otro, tan favorecida por las mentalidades fascistas.

No: el mexicano y el hispano en general contribuyen a la riqueza de los EE.UU. dan más de lo que reciben, desean integrarse a la nación norteamericana, atenúan el aislacionismo cultural que a tantos desastres internacionales conduce a los gobiernos de Washington, proponen una diversificación política a la que han contribuido y contribuyen afroamericanos, los "nativos" indígenas, irlandeses y polacos, rusos e italianos, suecos y alemanes, árabes y judíos.

El peligro mexicano. Huntington pone al día un añejo racismo antimexicano que conocí sobradamente de niño, estudiando en la capital norteamericana. The Volume Library, una enciclopedia en un solo tomo publicada en 1928 en Nueva York, decía textualmente: "Una de las razones de la pobreza en México es la predominancia de una raza inferior". "No se admiten perros o mexicanos", proclamaban en sus fachadas numerosos restoranes de Texas en los años treinta. Hoy, el elector latino es seducido en español champurrado por muchos candidatos, entre ellos Gore y Bush en la pasada elección. Es una táctica electorera (como la proposición migratoria de Bush hace unas semanas).

Pero para nosotros, mexicanos, españoles e hispanoamericanos, la lengua es factor de orgullo y de unidad, es cierto: la hablamos quinientos millones de hombres y mujeres en todo el mundo. Pero no es factor de miedo o amenaza. Si Huntington teme una balcanización hispánica de los EE.UU. y culpa a Latinoamérica de escasas aptitudes para el gobierno democrático y el desarrollo económico, nosotros hemos convivido sin separatismos nacionalistas desde el alba de la Independencia.

Acaso nos une lo que Huntington cree que desune: la multiculturalidad de la lengua castellana. Los hispanoamericanos somos, al mismo tiempo que hispanoparlantes, indoeuropeos y afroamericanos. Y descendemos de una nación, España, incomprensible sin su multiplicidad racial y lingüística celtíbera, griega, fenicia, romana, árabe, judía y goda. Hablamos una lengua de raíz celtíbera y enseguida latina, enriquecida por una gran porción de palabras árabes y fijada por los judíos del siglo XIII en la corte de Alfonso el Sabio.

Con todo ello, ganamos, no perdimos. El que pierde es Huntington, aislado en su parcela imaginaria de pureza racista angloparlante, blanca y protestante --aunque su generosidad la extienda, graciosamente, al "cristianismo". Porque seguramente Israel e Islam son peligros tan condenables como México, Hispanoamérica y, por extensión, la propia España de hoy, culpable según Huntington de indeseables incursiones en antiguos territorios de la Corona.

Pregunta ociosa: ¿cuál será el siguiente Moby Dick del Capitán Ajab Huntington?

Lamentablemente, Carlos Fuentes no da en el clavo por cobarde. El señuelo por el que la gran masa de hispanos emigra hacia EE UU, lo constituye el llamado sueño americano: tener un buen carro, pasearse por la quinta avenida de Nueva York, engullir comida chatarra, visitar Disneylandia, atragantarse de películas porno y violentas, adquirir el último grito en electrodomésticos, vídeos, televisores, celulares. A los mejicanos y a muchos cubanos se les coloca esa vitrina fabulosa y se les dice: vengan, que aquí todo es muy fácil, aquí sobran las oportunidades, el que quiere puede. Y se aventuran los “espalda mojadas” y los cubanos, para alcanzar esta dicha cruzando desiertos, el mar. Muchos mueren en el intento. Pero los que llegan hasta aquel país de las maravillas, de las oportunidades, y se asientan, y consiguen prosperar o sobrevivir, descubren que allí no está en absoluto la vida que tanto anhelaban. Que allí no está la vida para la que verdaderamente nacimos los hispanos. Que nuestro sentido de la existencia no tiene nada que ver con las ranas plataneras del Norte.

En cuanto se establecen en Miami o en Los Ángeles, allá está esperándoles la mierda de las telenovelas de Gustavo Cisneros, las rancheras, los vallenatos y las cumbias miserables que distribuyen las disqueras de míster Gustavo. Un mar de mierda mil veces peor que el que tienen en sus propios países. Y es triste ver a estos pobres hispanos verse entre la codicia de los partidos Demócrata y Republicano que se disputan sus votos. No son pues ni gringos ni hispanos sino simples y miserables consumidores de lo que les ofrece Gustavo Cisneros. La cultura que tienen es la que les llega de los programas como “Cheverísimo”, “Don Francisco”, “Cosita Rica”, “Sábado Sensacional”, y por esas bazofias se dice que es quien más ha difundido el castellano y que por lo tanto se le debería dar el Premio Cervantes. De allí no pasan. De estas bazofias a caer en la droga hay menos que un paso. De la droga a vivir como piltrafa y entre piltrafas, y ser un vulgar consumidor de miasmas.

Gustavo Cisneros piensa de manera idéntica a Huntington, que realmente los mejicanos invaden a EE UU, y que tanto mejicanos como cubanos y los restantes latinoamericanos que llegan al paraíso de Tío Sam a buscar la felicidad, no hacen otra cosa que “to take advantage of” cuanto tiene la angloamérica protestante, de pura raza blanca.

Es mentira que Cisneros esté pensando en programas educativos para los inmigrantes hispanos en EE UU. Cisneros va a lo suyo que es vender entretenimiento, vacuidad, frivolidad, vulgaridad y fiambres mediáticos.

Cisneros primeros los envenena en su propio terreno, mostrándoles películas y enlatados gringos con mujeres bellas y descomunales tetas, carros deportivos, tarjetas de crédito doradas, ropa de marca, bellos escenarios con lujosas casas en la playa, con lanchas y guardaespaldas, y les dice: “Todo eso pueden tenerlo ustedes, hijos. Atrévete”. La pobre gente que busca la vida fácil por la vía más corta, se atreve. Para allá coge, a colmar sus sueños de hombre de éxito. Y se jode. Hasta allí. Entonces llega Cisneros y lo remata: toma tu sueño, toma tu libertad, y lo pone a ver allá lo que Venevisión y la Organización Cisneros produce para los campos de concentración hispanos.

De EE UU, con tamaña educación que les está trasmitiendo Cisneros a los nuestros es imposible que surja un pensador, un creador, un verdadero hombre humano que piense o sienta como latinoamericano, como Bolívar o Sandino, como Zapata o Morazán. El verdadero hombre latinoamericano que entienda nuestras luchas y anhelos de libertad no provendrá de Puerto Rico, de Miami o Texas. Nunca se ha dado un hombre hispano que formado en el Norte haya emprendido una lucha por la libertad de nuestros pueblos. Eso es imposible. La supuesta formación moral y humana de Cisneros nunca lo dotará de suficientes condiciones para elevarnos cultural y dignamente. La plata no forma a nadie. Los negocios no les dan fuerza creativa y humana a los empresarios para que sean menos egoístas o más generosos. El libre mercado está sustentado sobre el sensualismo, sobre la filosofía de la usura, y no tiene nada que ver con la libertad humana, sino con la libertad de la libre empresa y del libre movimiento de capitales.

jrodri@ula.ve




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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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