Viaje a Rusia, una Nación que se debate entre ser y no ser

Sólo recuerdo que al aterrizar el avión en Maiquetía, mi vecina, de apellido Pacheco y residente en San Cristóbal, suspiró y me dijo: “compadezco a los que siguen de viaje.” Efectivamente, había pasajeros que harían conexión para seguir a Bogotá, Panamá, Costa Rica, Quito, Lima. Nunca he entendido cuando nos dicen al entrar al avión: “Bon boyage”. La señora Pacheco venía de Munich y había abordado Aire France en París. Nosotros veníamos de Moscú y habíamos hecho conexión también en París, en el mismo vuelo 2545. Aquel avión, hasta los tequeteques, parecía un ferry con emigrantes cruzando el mar de China. Ni un espacio para colocar las piernas y moverse sin acabar agrediendo o pisando, o golpeando al del lado. Por doquier expresiones de “perdón”, “disculpe”, “qué pena”. Como reses en camión dándonos de codazos, culazos, tropezones. Toda una estructura hecha para evitar que se lea, que se descanse, escriba o piense. Nueve horas ensimismado en la infinita espera, entre nubes y la nada, y preguntando o preguntándonos: “¿Cuánto horas faltan para la llegada?”

Diez días atrás habíamos emprendido el viaje a la fabulosa y siempre extraña Rusia, sabiendo que allí ya no hay comunismo, no hay revolución, pero aún con la posibilidad de que se revivan las egregias figuras de la santa y noble tradición rusa que hemos leído en Gogol, Tolstoi, y Dostoyevsqui. Que se yergan otra vez pero ahora en una nueva odisea de guerra cultural, los ideales de Lenin y de Trostky. Vamos al encuentro de otro país que está siendo profundamente corrompido por el exquisito y putidantezco capitalismo, pero que está comprendiendo que su destino no puede ser otro que hacerle frente al imperio euro-americano. Las rusas se destapan a los ardores del mercado, los rusos son sifilizados por las mafias y Lenin, en el Kremlin está sofocado al lado de un Mc Donald’s, entre enormes joyerías con ventas de relojes Rolex y un Citibank.

Los revolucionarios tenemos que hacer una cruzada internacional para liberar a Lenin de la gentuza del gran mercado.

Air France como pudo nos vomitó en el aeropuerto de París, y lo previsible fue lo que ocurrió, perdimos la conexión a Moscú. De todos modos ni que hubiésemos volado por entre los gates habríamos llegado a tiempo. El aeropuerto de París es laberíntico, y en cada chequeo te auscultan hasta el neuma; en nombre del anti-terrorismo tienes que perder la virginidad por lo menos unas siete veces.

En estos viajes, son tantos los papeleos y chequeos que siempre se tiene la sensación de que a lo mejor nunca llegarás, con pérdida cierta de la razón, a tu destino. Pero como en un sueño ya estabas en otro vuelo con gente toda que hablaba rusa, con figuras altas, enormes, de voz gruesa y pausada, y con un pasajero a tu lado que era la fiel copia del poeta Maikowski. Entre humo de viejas y nuevas industrias, con el Volga plácido y oscuro allá abajo, entre grises nubarrones y anacaradas luces lejanas, al fin caías en la cuenta de que ciertamente ya estabas en la gran ciudad de Moscú, y que sólo faltaban hurgarte unas diez más en tu alma.

Cuando íbamos camino al centro de Moscú ya era de noche. Enormes colas de carros, y que las estadísticas hablan de unos cuatro millones de coches y unos 16 millones de habitantes (tomando en cuenta que unos cuatro millones ingresan de los alrededores).

Abriéndose paso el “progreso” por entre venidas de cuatro enormes canales que ya no son suficientes. Ya se ven los viejos y hermosos bulevares siendo arrasados por las inclementes máquinas que deben ir abriéndole caminos al mar de los coches. Vestidas de luces las otroras grandes capillas del Padrecito con las seductoras truculencias del libre mercado. Ya lo había predicho Trostky, que si la dictadura burocrática no era reemplazada por un nuevo poder socialista siempre iba a estar pendiendo la amenaza del regreso al sistema capitalista, con una aplastante caída de la economía y de la cultura. Pero el regreso ha superado todas las oscuras predicciones, hoy Moscú es la capital burguesa del mundo con la mayor concentración de casinos de juegos. Precisamente al hotel donde llegamos, lo primero que nos recibió fueron la proliferación de máquinas traganíqueles y un descomunal arco con luces con la palabra CASINO. Aún es verano y la temperatura se mantiene cerca del 20º C. pero nadie se puede fiar. Pronto, otra vez, Rusia puede convertirse, gracias a los bellos rasgos de la sociedad burguesa en la meca de la mendicidad, la prostitución, el desempleo y el crimen. Allí en el hotel unas bellas adolescentes reparten propaganda de sexi-shows; también más tarde llegarán esbeltas jóvenes a ofrecer sus cuerpos por un buen puñado de dólares. Oleadas de chinos se agolpan en el lobby del hotel, toman fotos, compran souvenirs y lánguidos se dedican a revisar cartapacios de mapas y libros de viaje. China también se está imponiendo en el mercado ruso y uno apuesta porque le ganen a los gringos, auque todo mercado es a fin de cuentas el desmadre de la explotación y el reinado de las víboras y de la muerte. Veo a una bella rusa que en una tiendita está vendiendo unas franelas con estampas donde la imagen Lenin aparece surcada por la M de Mac Donald’s; miro otra franela estampada en la que Lenin muestra su fucking dedo maldiciendo a su “revolución”. Le pregunto a la chica, que se ve no tiene puta idea de quien fue Lenin, si hay ahora alguien que crea en el comunismo. En un inglés mataburrero me contesta: “Nobody wants here comunism.”

Lo que está en pie en cuanto tenemos al frente es una revolución vilmente traicionada, y pienso en el destino de la nuestra en Venezuela. Lo que puede matar a nuestra revolución es la falta de conciencia bolivariana y el brutal burocratismo que acabó sofocando a la rusa. Los jeques de la burocracia nuestra, con los mismo matices con que lo predijo Trostky, con tal de mantener sus privilegios intentarán apoyarse en la seductoramente egoísta propiedad capitalista. Es falso que en Rusia hubiese fracasado el socialismo. Con Stalin en el poder era imposible establecer un sistema justo y honesto, y para seguir al mando de la nave del Estado se hizo imprescindible imponer el terror desde las purgas, desde las policías. Fue la maldita burocracia y la corrupción de una dirigencia que se desconectó totalmente de la base del pueblo. Por eso al disolver Yeltsin la Unión Soviética, la nomenklatura rusa sale a romper sus carnés del partido y sus miembros se declaran “emprendedores”. Hay que ver esta derrota del pueblo, como dice Alan Woods, como otro episodio de la lucha por la transformación socialista de la sociedad a escala mundial.

El motivo del viaje era representar a Venezuela en la Feria Internacional del Libro de Moscú que se inauguró el miércoles 5 de septiembre. Una delegación compuesta por Pedro Cabrera (Colección Ayacucho), Carolina Álvarez (Monte Ávila), Yhajaira (Librerías del Sur) y como conferencistas Luis Britto García, William Castillo y Sant Roz.

Pero nuestra delegación trabaja, indaga, investiga, participa. Entre más de sesenta países sólo de habla hispana se encontraban Cuba y Venezuela. En los actos de la Feria se dictaron conferencias sobre la Reforma Constitucional, sobre la acción de los medios poderosos del mundo contra la revolución bolivariana y parte de la historia del Precursor Francisco de Miranda en su paso por Rusia. Pensaba en Miranda viendo el gigantismo de las construcciones rusas, y en aquel recinto ferial que es un monumento a las proezas espaciales de Rusia, con cohetes, aviones y figuras de cosmonautas. Vimos una gran estatua de Lenin, con otros viejos símbolos del pasado bolchevique orgullo de los revolucionarios del mundo que parecieran encontrarse seriamente desplazados por el nuevo ventarrón de los cambios políticos. Miranda encontró un gran parecido a Moscú con Constantinopla. No dejaba de intrigarme la pregunta, ¿qué hacía un hijo de las Indias españolas en Rusia? Él se hizo presentar como “el conde de Miranda”, y no llegó a este país por la puerta trasera sino por la grande: visitó la mansión destinada al conquistador de la península de Crimea, Gregorio Potemkin, convertido en príncipe tuerto de Táuride. El famoso honorario de la emperatriz Catalina II. Potemkin quien era el primer ministro y jefe militar de Rusia. Tanta amistad cobró el cíclope ruso al criollo que le invitó a visitar la Crimen, donde se encontraba su augusta amante, Catalina II, quien realizaba una gira triunfal por la región meridional de su imperio. Miranda atravesó las estepas rusas y visitó Inkerman y Sebastopol. Con un traje de paño azul y espada al cinto se dirigió a Kiev, donde encontró al ministro de Relaciones Exteriores nominal de Rusia, príncipe de Bezborodko y al ministro francés, conde de Ségur. Fue presentado Miranda al favorito reinante del momento, conde Alejandro Mamonov, quien le recibió con gentileza. Miranda concurrió a una misa celebrada de acuerdo con el rito griego. Monarca notabilísima de una época notable, la Gran Catalina contaba a la sazón 58 años de edad y Miranda 37. La emperatriz era de baja estatura y gruesa, de aire dominador y de rostro hermoso, encuadrado por su ya blanca cabellera.

Esta historia continúa.

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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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