Francisco de Miranda: “Me cago en el Tío Sam y en la Reina de Inglaterra”

En la desesperación, por salir de la tiranía de España, Miranda se dedicó a buscar ayuda en otros imperios. Estados Unidos para realizar su independencia contó con la ayuda de Francia y de España. Cuando nos tocó luchar por la nuestra, desde un principio imaginaron las potencias europeas y del Norte, que nosotros, por nuestra condición social, por nuestras tradiciones y cultura, por nuestro sentido de la vida y de la muerte, libres podríamos convertirnos en serios enemigos del avasallante comercio y poder europeo y norteamericano. Entonces se nos negó todo tipo de ayuda.

El carácter y la condición humana del latinoamericano son de lo más opuesto al sajón del Norte. En la larga historia de nuestra tragedia desde que surgimos de la oscuridad que nos imponía España, Estados Unidos se auto-designó el papel de protector de nuestro destino, y lo que hizo fue aprovecharse de pueblos inválidos, indefensos, mutilados, y trastornados por toda clase de desgracias o confusiones políticas o morales: papel bajo y denigrante el de utilizar a conciencia a pueblos que jamás han podido ser ellos mismos, con fines de provocar una corrupción generalizada en el continente latinoamericano.

Al principio se buscó ayuda en el Norte, aunque la gran esperanza se concentraba en Inglaterra, donde Miranda desde hacía casi treinta años realizaba una ardua labor revolucionaria. Estas esperanzas se desvanecieron cuando Inglaterra, dirigida, como siempre, por intereses meramente mercantilistas, decidió dar apoyo a España en su lucha contra Napoleón. ¿Qué hacía con respecto a la independencia suramericana el poderoso del Norte, nuestro vecino? La rica, fresca, impasible, extensa y vigorosa América del Norte contaba 35 años de haberse declarado independiente cuando nosotros firmábamos la declaración, por allá en el año de 1811. Así, pues, que no debía ser por falta de madurez y poder por lo que Estados Unidos se mostraba reacio a dar una contundente ayuda a nuestra lucha. A diferencia de los gobernadores del Norte, Simón Bolívar libertó el extenso territorio de la Nueva Granada, hoy Colombia; independizó también Ecuador, Perú, y fundó la República de Bolivia. No sólo eso, sino que Bolívar inmediatamente proponía liberar Cuba y Puerto Rico. Es de advertir que la libertad de Cuba se vio estropeada durante dos generaciones, porque Estados Unidos, en connivencia con Inglaterra, hizo saber a nuestros patriotas que no estaban de acuerdo con la inmediata independencia de aquella isla. Es decir, que si Estados Unidos permitía que nos debatiéramos en la más horrorosa escasez de recursos era sencillamente porque poco le interesaba el que fuéramos esclavos o independientes. Fue así como durante más de diez años mantuvo una inexcusable imparcialidad a pesar de los innumerables pedidos de ayuda de nuestros pueblos. A veces su imparcialidad se traducía en burla, en desprecio e incluso en una sórdida alianza con los enemigos de la revolución. Los patriotas, fatigados de recibir negativas y excusas de neutralidad con el invasor español, decidieron cancelar sus ansiosos pedidos a Estados Unidos. Mientras así nos trataba Estados Unidos, Haití, uno de los países más pobres del mundo, trastornado por toda clase de calamidades sociales, tuvo la infinita nobleza y generosidad de ofrecernos hombres, armas y dinero.

Norteamérica promulgó leyes para impedir toda clase de auxilios a los patriotas. Una de ellas decretaba diez años de presidio y diez mil pesos de multa a todo ciudadano que quisiera proteger la causa de los independientes suramericanos. Estas leyes estuvieron vigentes para el año 1819, ocho años después de haberse firmado nuestra declaración de independencia.

Miranda se entrevistó por primera vez con el Primer Ministro William Pitt en febrero de 1890, para un proyecto que debía sentar una base sólida para el futuro de la Gran Bretaña, y abrirle “una fuente inagotable de comercio”. Le pedía que ayudara a los hispanoamericanos sometidos por un gobierno de terror por medio de una fuerza naval y militar auxiliar, para emprender una revolución, mientras las colonias trataban de formar un gobierno independiente. Todo esto era imprescindible tal cual como Francia y España lo habían hecho para ayudar a Estados Unidos.

El gran misterio en todo esto era si realmente Estados Unidos estaba dispuesto a cooperar la emancipación de estas colonias. Las operaciones por parte de Inglaterra, y en esto era claro Miranda, no incluían en modo alguno ni conquista ni monopolios comerciales. Un plan destinado a acabar con la exclusión de los criollos en las funciones públicas, eliminar la perniciosa censura de la Inquisición que impedía una verdadera instrucción.

A la par de estas esperanzas, Miranda no perdía de vista el apoyo que le podría brindar Norteamérica, y seguía carteándose en este sentido con Washington, Knox y Hamilton. No obstante llegó un día a escribir en su diario que percibía que sus amigos estadounidenses ya no parecían arder con entusiasmo por la emancipación de su tierra, y que a lo mejor eran ilusorias sus aspiraciones. Pero a él no le correspondía dejar un solo instante en luchar y en persistir en sus ideas y proyectos. Carta tras carta, no quería que ninguno de sus amigos le dejara de recordar en sus esfuerzos por buscar la libertad de su tierra. Para que se vea que Inglaterra abrigaba más que propósitos generosos con nosotros, ideas que podían ser tan esclavistas como la de los propios españoles, el 18 de septiembre de 1791, llegó a escribir al Primer Ministro Pitt: “… nunca debería Vd. olvidar que todas las ideas involucradas en esos planes le fueron comunicadas expresamente con el fin de promover la libertad y felicidad del pueblo hispanoamericano y el bienestar y honor de Inglaterra como objetos enteramente compatibles uno con otro. Empero, si se sintiera Vd. inclinado a emplear esos proyectos de cualquier otro modo, puede estar convencido de que mis compatriotas no carecen de medidas de hacer fracasar sus siniestros propósitos… el dinero nunca ha sido el objeto de mis desvelos y podría Vd. estar convencido de ello, pues he rechazado los empleos y las dignidades que la más grande y magnánima Soberana del mundo tuvo la bondad de ofrecerme en servicio, la ejecución de un objeto que supera todo interés personal.”

Para febrero de 1798, la política del cálculo mercantil anglosajón entraba en juego porque los norteamericanos veían que los franceses podían adelantárseles en la Indias españolas y tomarlas para su provecho. Entonces sí se animaron un poco, pero advirtieron que esa empresa libertadora deberían ser ellos, los estadounidenses quienes la patrocinaran.

El Presidente de los EE UU, John Adams para septiembre de 1798, volvió a recibir las peticiones de Miranda por tercera vez, y las dejó de lado. Entonces, viéndose Miranda imposibilitado de conseguir nada ni de ingleses ni de norteamericanos, pensó lanzarse en un albur por sus propios medios, e inició un horrible y largo peregrinaje para que Inglaterra le concediese un pasaporte y así trasladarse a la isla de Trinidad. Inglaterra no quería aflojar esta carta que le servía al mismo tiempo mantener amenazados a España y a Francia. Pitt reiteradamente le estuvo negando el pasaporte a Miranda hasta ver si en los avatares de los espantosos vaivenes en que se debatía Europa, en algún momento lo podía usar en sus juegos diplomáticos.

El Indigente Solicitante, en su augusto peregrinaje, el 6 de diciembre de 1805, llegó a Washington para entrevistarse con el Presidente Tomás Jefferson a quien encontró conferenciando con miembros de su gabinete. Refiere Miranda que cuando él le mencionó a las naciones europeas Jefferson exclamó: “Las alimentaremos a todas mientras estén peleando”. “Si nos pagan”- añadió uno de los ministros presentes- y Jefferson dijo: “naturalmente”.”

El secretario de Estado James Madison le expresa que su gobierno no ve un modo de prestarle ayuda en ese momento sin faltar a la buena fe. Entonces Miranda desesperado le dice que los hispanoamericanos sólo desean una ayuda indirecta, semejante a la que Francia le prestó a los Estados Unidos en la Revolución norteamericana antes de firmarse el Tratado de Alianza. Que Estados Unidos muy bien podría dar su consentimiento y mirar favorablemente su empresa. Madison reacio replica (se ve que están seguros, felices, llenos de fuerza y de desdén por todo lo que no tenga que ver con los fines de desarrollo de su país) que ellos no ven la necesidad de que su gobierno tenga que mirar su proyecto con cólera o con sonrisas, pues los ciudadanos de Estados Unidos pueden hacer cualquier cosa que las leyes no prohibieran expresamente, especialmente en un “asunto honorable y útil”.

No hay ninguna duda de que el secretario Madison trató a Miranda con ironía, con desdén y hasta con desprecio. Cuando a los norteamericanos las leyes les sirven para no acudir a la ayuda del débil y sí para evadir luchar por una causa en la que ellos no dominan totalmente, la aplican con todo el rigor posible. La conjura contra los planes de Miranda fue total: el Departamento de Estado comunicó a España detalles sobre la expedición que estaba organizando Miranda.

El propio Madison le aclara a Miranda que como la amistad de España con Estados Unidos se encuentra en muy buen estado nada puede hacerse que pueda en forma alguna ser incompatible con el sincero y honorable respeto de las reglas impuestas por su respectiva posición. Con la frescura del que lo tiene todo y ninguna relación le hace falta para mantenerse fuerte en el mundo, agrega que si los Estados Unidos tomasen medidas hostiles contra España ello no podría hacerse bajo capa y en forma ilícita sino de un modo acorde con las leyes de la guerra y propio de nuestro carácter nacional. Le recuerda igualmente al venezolano algo que no puede sino entenderse como una velada amenaza a su estadía en el Norte: “que corresponde a los Estados Unidos castigar cualquier manejo dentro de su jurisdicción que de acuerdo con el derecho de las naciones implicara hostilidad contra España, y que un estatuto del Congreso había formulado expresas providencias para tal caso.”

Con 200 hombres pobremente armados llegó Miranda a su amada tierra natal. Ya los españoles estaban preparados para recibirle. Primero intentó Miranda, el 27 de abril, entrar por Puerto Cabello, pero dos buques enemigos se lo impidieron. Allí perdieron dos goletas con unos sesenta hombres. La demencia incontenible de los españoles contra Miranda no se ha conocido en los anales de los pueblos. Toda clase de insultos y de maldiciones; casi no se le podía mencionar sin proferir la palabra “maldito”. Era tal la virulencia de los ataques que se llegó a decir que en los bajos insultos y el sanguinario triunfo de los españoles pudo leerse la verdadera apología del Precursor.

El 28 de mayo el Leander fue perseguido por un buque artillado, su tripulación ya descontenta y confundida y casi en estado de motín. En tal estado Miranda recibió dos fuertes impresiones, primero la muerte del ex Primer Ministro Pitt y la segunda el encuentro con el almirante inglés Cochrane, quien habría de ser famoso en las guerras navales del Pacífico en la independencia de Chile.

Vagando por las islas del Caribe y meditando cómo desembarcar en su patria, Miranda llegó a primeros de junio de 1806 a Barbados. El 20, zarpó vía Trinidad. Entre tanto llegaban informaciones confusas a Londres en las que se decía que Miranda había estaba cumpliendo con éxito su misión. Entonces ciertas poderosas firmas comerciales como la casa Turnbull de Londres, desesperadamente se adelantó a hacer ofertas al Precursor para que les diera preferencia y beneficiara de primero a su casa. Turnbull movió rápidamente todos sus contactos y el 7 de junio de 1806, escribió a Miranda pidiéndole que le indicara algunos puertos de las provincias de las Indias españolas a las cuales se pudiesen dirigir con seguridad sus buques cargados de productos manufacturados. Sobre la marcha Turnbull con grandes empresas de propaganda se dio a la tarea de redactar circulares que debían ir a los más importantes centros urbanos de Suramérica. Estos volantes anunciaban los gloriosos acontecimientos de la libertad en el Nuevo Mundo al tiempo que dicha casa ofrecía sus servicios comerciales a precios muy bajos. Le escribía Turnbull a Miranda: “Pero vm. puede contar fixamente que todos los productos de esa provincia que solían antes venir a Inglaterra recargados de expensas de toda clase, por vía de España, tendrán una ventajosa salida en esa, viniendo en derechura; y lo mismo sucederá con los renglones de estas fábricas, que solían antiguamente remitirse a esas Américas, por vía de España…”

Finalmente, el 1º de agosto de 1806, Miranda entró en la bahía de Coro, y debido a lo tempestuoso del mar pudo desembarcar el día 3. Avanzaron luego hasta el pueblo de la Vela de Coro y allí izaron nuestra bandera. La gente en lugar de recibirle con alegría, desbordada y amor por su patria, con aquella euforia que él tantas veces soñara en sus peregrinajes en Londres. En lugar de esas gloriosas manifestaciones, digo, se encontró con la horrible realidad de la desolación, del silencio, del mayor desconocimiento que pueda caber de su causa y de sus largos dolores y delirios en pro de la emancipación de estos pueblos. Allí sólo los jefes máximos españoles, armados hasta los dientes que anunciaban que un demonio había llegado a Venezuela, sabían de Miranda. La gente de la Vela de Coro huyó y Miranda encontró todo aquel pueblo desierto.

El 13 de agosto evacuaron la Vela de Coro con intenciones de hacer otro ataque, mejor preparados. Se dirigieron a Araba, luego pasaron a Trinidad y el 21 de octubre el Leander llegó a Granada, todo para enterarse el Precursor que había sido demandado por un empresario, que sus deudas eran tan grandes que se encontraba su proyecto en total bancarrota y que estaba siendo perseguido con pedidos enormes por los gastos en que había incurrido. Jefferson, Hamilton, Madison, Monroe vieron aquel fracaso como algo totalmente natural y seguramente con muy buenos ojos. La historia por venir así lo demostrará. El norteamericano Stephen Sayre, gran amigo del Precursor, expresaba que los elevados proyectos de Miranda no eran bien visto por los altos ejecutivos estadounidenses siendo que Inglaterra le había estado ayudando; que si Miranda tenía éxito el pueblo hispanoamericano se convertiría en enemigo de Estados Unidos porque se instalarían allí reinos con príncipes tallados por Gran Bretaña.

Cuando Miranda volvió a Nueva York, derrotado y frustrado, mucha gente dijo que aquella, su locura, había sido una empresa inglesa, no norteamericana, qué malparidos.

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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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