(La isla bolivariana)

Algo más que animales

Una querida amiga me cuenta que leyendo mi último artículo, “Ese algo más”, (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=48105), se encontró pensando que la revolución bolivariana generará su propia oposición. Le contesté que opinaba lo mismo, a lo cual me pidió si era posible que ilustrara un poco como veía yo ese proceso.

Aunque parezca un desvarío total yo comenzaría diciendo que por mucho que insistamos y lo intentemos, nunca seremos ni podremos reducirnos a animales, vegetales, zoologizarnos. Por eso digo que hay, siempre hubo “un algo más” que se llama, autodefine a si mismo como ser humano y se busca, trata de completarse en el espejo del mundo.

Y en tal intento va transformando el paisaje natural, humanizando el mundo hasta el punto de revolucionarse económica y culturalmente, estando a las puertas de un cambio sicológico. Podremos decir que somos ángeles o demonios de crueldad, pero todo eso es fruto de comparar nuestra libertad de elegir como vivir con la condición del determinismo natural

De hecho, lo admita o no nuestra época de predominio racional, desacralizado y masculino, todo este proceso tiene un profundo y poderoso componente mítico, que por lo general va asociado a un sentimiento religioso, místico, espiritual, ético. Dentro de tales imágenes a veces llamadas arquetípicas, van incluidas las de El-Ella, Adán-Eva o Lilith-Abraxas.

Creo que para cualquiera hoy en día resulta obvio que somos seres históricos y no solo naturales, gracias a lo cual podemos hablar de libre albedrío, evolución, revolución. Es así que heredamos, nos formamos y desempeñamos dentro de un modelo mental económico, cultural y religioso, aunque ni siquiera seamos concientes de ello.

En tiempos de normalidad esto puede pasarnos totalmente desapercibido. Sin embargo hay grandes ciclos de coyuntura histórica en que un modelo se agota y es sentido como limitativo, insatisfactorio, represor y generador de violencia, sufrimiento.

Es entonces que da señal “ese algo más” que parecía dormido e inexistente, y una nueva sensibilidad comienza a irrumpir en el escenario mundial. La conciencia colectiva sueña entonces por ejemplo que un nuevo mundo es posible y un nuevo hombre necesario para construirlo o traerlo a ser.

Esto no es un fenómeno moderno ni una utopía en el sentido que pretende hacernos creer despreciativamente nuestra gran inercia racional. Desde el Abraham bíblico cuando menos tenemos registros de tal acontecer inherente humano.

No otra cosa sucede en el Renacimiento cuando la conciencia colectiva vuelve a soñar el nuevo mundo y lanza a Colón a “descubrir” las Américas. A estos grandes ciclos en que se renueva la sensibilidad despertando a la conciencia de sus hábitos y creencias, de su “normalidad” y continuidad, les llamamos hoy revolución.

Un nombre y argumentación racional y moderna para una sensibilidad intemporal que se viste según la moda de las épocas en que se manifiesta. Hay una tradición indígena que la pinta como un gigante que duerme en las profundidades de la montaña, al que el beso de una india despertará.

A estos grandes ciclos de transición entre modelos mentales, en que lo más significativo es que el ser humano se reencuentra con su intuición y le da nuevas formas a sus presentimientos, se redefine a si mismo, se les ha llamado momentos pre-religiosos, de preparto del nuevo hombre-mundo.

Claro está que se habla de sentimiento religioso y no de religiones seculares que se van renovando como cualquier otra institución humana, si bien los tiempos son más amplios. Los estudiosos de estos fenómenos dicen que en estas encrucijadas históricas aparecen las llamadas “Escuelas” que aportan el libre pensamiento y técnicas de autoconciencia.

Dan por ejemplo a los esenios en tiempos de Jesús o a los masones cuando las revoluciones europeas y gestas libertadoras americanas. En estas transiciones se abriría entonces la posibilidad de elegir colectivamente un futuro deseado, el del nuevo mundo posible que la sensibilidad resuena, en lugar de ser un vehículo del tropismo histórico de hábitos heredados.

Todo este largo paseo del pensamiento para darle un contexto más amplio al momento colectivo, planetario, en que la revolución bolivariana se manifiesta como una isla del continente que comienza a aflorar.

Todo ello para poder diferenciar y no confundir las interpretaciones, las creencias epocales que en torno al acontecer circulan, de los hechos que intentan interpretar. Los hechos son los mismos para todos, las interpretaciones solo son variables reflejos en el espejo mental. Comparaciones interesadas de un trasfondo de hábitos y creencias aunque así no lo reconozcamos. Y bien, es así que la llamada revolución tiene un respaldo y sustento sicobiológico, así como también una acumulación temporal, histórica gracias a la cual hoy se acelera y revoluciona a si misma, diferenciándose del momento o instancia anterior.

No se puede hablar de una nueva dirección si no contamos con la inercia del modelo anterior que ofrece la necesaria resistencia inicial para tal diferenciación de dirección en los hechos. Pero es solo una diferencia grosera graficada por ejemplo como socialismo o barbarie. Sin embargo si bien ya sabemos que no queremos ese viejo e insatisfactorio mundo necesitamos otro nuevo.

¿Y cómo será ese mundo? Nos toca concebirlo, reconocer aquello que resuena con nuestra nueva sensibilidad que despierta. ¿Y cómo vendrá a ser ese mundo? Nos toca reconocer el viejo modelo que vive en nuestros hábitos y creencias heredadas y se opone, resiste, dificulta, desvía la posibilidad de lo nuevo.

Todo en la vida es dialéctico. Todos los miembros, sentidos y funciones del cuerpo, respiración, alimentación, etc., son dialécticos, por pares de opuestos complementaros sin los cuales la vida no es posible. A su vez las funciones de una especie o reino son dialécticas y complementarias con las de las demás.

Si no hubiese una función que convirtiese simultáneamente el anhídrido carbónico que nuestra respiración elimina nuevamente en oxígeno no podríamos respirar. Por tanto lo que para unos es malo, nocivo, tóxico, para otros es una necesidad ineludible en un equilibrio inestable que la vida va ajustando continuamente entre delicados umbrales de tolerancia.

Si nuestro nuevo mundo presentido no tuviese una historia previa tampoco tendría nada limitante, insatisfactorio de qué diferenciarse ni como concebir lo nuevo. Si tal inercia y resistencias no se escenificaran cual oposiciones, no habría nada que superar ni modo de manifestar lo nuevo y superador en hechos concretos.

Cuando comenzamos a superar las limitaciones del mundo natural de las necesidades, del placer-dolor, necesitamos un pensamiento que nos diera dirección trascendente a los sentidos. Ese fue el pensamiento racional, sígnico, diferenciándose del alegórico o analógico.

Pero no alcanzaba el pensamiento, necesitábamos estímulos que mantuviesen despierta nuestra conciencia y sentidos más allá de las horas de sol por ejemplo. Así fueron surgiendo el encendido eléctrico, los medios de comunicación, el cine, la TV, la radio y todo aquello que hoy nos mantiene artificial o virtualmente estimulados en las ciudades a diferencia del campo.

Hoy del mismo modo necesitamos crear nuestros propios estímulos para ir más allá de la violencia, barbarie y desechar, prescindir de aquellos que la sostienen. Es obvio que no será la guerra por muy legítima que sea la defensa, la que generará un mundo de paz.

Por tanto necesitamos la complementación, la colaboración solidaria entre las diferencias u oposiciones camino de la síntesis, para poder dar el salto, pasar de lo cuantitativo a lo cualitativo. Es en ese camino, a medida que la revolución, la decisión de cambio se profundice y acelere, que desde el mismo proceso se irán diferenciando y oponiendo los elementos con mayor inercia o menor capacidad de asimilar ese ritmo de cambio.

Porque como dijimos la ideología y aún las mejores intenciones no son suficientes. Prueba de ello es que para imponer las leyes o reglas sociales hubo que reprimir, castigar o premiar, estimular la siquis y el cuerpo. Pero si hemos de avanzar hacia la complementación ya no nos resultan útiles los estímulos dolorosos, nada que violente la conciencia.

Y es aquí donde entra la nueva sensibilidad, las emociones enaltecedoras a jugar una importante e insustituible función, la de dar y sostener el estímulo, las intensidad de energía necesaria para asimilar el ritmo acelerado de cambio. Es decir para revolucionarnos.

Por tanto es previsible que así como las olas del mar al ritmo que le imprimen sus corrientes profundas, desprenden de si todo aquello que no es de su propia naturaleza depositándolo sobre la playa, sea en efecto el propio proceso revolucionario el que irá desprendiendo de si crecientemente, los elementos que no dispongan de la suficiente flexibilidad para adaptarse a las nuevas exigencias. Y será su resistencia escenificada la que dará estímulo y dirección sostenida a los elementos más evolutivos para concretar nuevas formas de organización.

Formas que necesariamente han de surgir del reconocimiento de la estructuralidad de la vida, y por tanto ser mucho más inclusivas que las del pasado. Ya que han de abarcar y posibilitar la complementación de todas las diferencias en lugar de atemorizarlas para exacerbarlas y enfrentarlas en fieras competencias.

Para ponerlo ahora en imágenes concretas y más simplemente comprensibles, esto es lo que estamos viviendo y reconociendo en la revolución bolivariana. Una voluntad política, social que pasa de las respuestas intelectuales, ideológicas, que solo giran en círculo, a una nueva dirección de hechos concreta y superadora de los niveles y calidades de vida anteriores.

¿Alguien en situación de necesidad y en su sano juicio confundirá una respuesta fáctica de satisfacción al hambre, al frío, con una buena intención moral o la mejor explicación ideológica?

Los jueguitos intelectuales y morales están muy bien para después de comer y mientras tomamos un licorcito para ayudar la digestión. Pero mientras la siquis orgánica está sujeta a las fuertes tensiones de la necesidad no hay espacios para juegos ni relatividades.

Y la condición histórica que propicia y sostiene la globalización o mundialización económica irreversible, ejerce esos sistemas límites de tensión, tanto sobre el ser humano como sobre su ecosistema. Es justamente esa presión la que puentea y hace inevitable la transición del ideal a la voluntad impulsora de acción concreta.

El nuevo orden viable no puede ser otra cosa que ecológico y solidario, porque ante estos elevados sistemas de tensión se pone en evidencia que toda la vida es estructural y que no hay soluciones privadas. Las respuestas que apunten en esta dirección encontrarán eco en la nueva sensibilidad y se abrirán camino, las demás van camino de su extinción.

Desde la misma célula como ser vivo que es y genera continuamente energía, se pone en evidencia que a cierto nivel de tensión interna se produce la diferenciación, desdoblamiento o reproducción. Que es la función gracias a la cual la vida puede adaptarse a su entorno y continuar, desarrollarse y crecer en el espacio-tiempo.

El impulso reproductor es inversamente proporcional a la capacidad de adaptación. Cuando nos desadaptamos se intensifica. Pero que dos células se diferencien no quiere decir que sean independientes ni muchos menos enemigas, siguen siendo órganos y funciones del mismo cuerpo, son diferencias complementarias que continúan operando dentro de la estructuralidad.

Lo mismo sucede en niveles más organizados de vida. El enamoramiento es la condición de la pareja reproductiva humana y preparatoria para la familia. Los elementos sexuales no son pareja, ni los familiares configuran una familia. Es la economía sicobiológica del enamoramiento en su intensidad la que pone la condición para todo ello.

Igual para las economía grupales, todas están sujetas a una condición natural que solo por el aporte acumulativo de experiencia y conocimiento de incontables generaciones, a lo cual llamamos historia, economía, cultura y religión, logran ir superando tal condición, ganando cierta movilidad, cierta capacidad de transformar su realidad.

Hoy como ya dijimos nuestra revolucionada y poderosa tecnología o capacidad de influir sobre el ecosistema, nos pone ante la evidencia que nuestra economía debe desarrollar una cultura de colaboración ambiental y humana para seguir siendo viable. Esto no necesariamente es resultado intelectual deducido de los estudios.

La alteración del ecosistema se siente a flor de piel y en cualquier m omento comenzarán a desencadenarse reacciones irreversibles que afectarán nuestros organismos y formas de vida. Estas no son ideologías y relatividades, son hechos que afectas nuestros cuerpos y siquis y exigen cambios de dirección fácticos.

Las aceptaciones inversamente proporcionales del Alba y el Alca puestas en evidencia la semana pasada por la giras de los presidentes de EEUU y Venezuela, dejan en claro cual es la nueva sensibilidad que le abre camino a una y se lo cierra a la otra. Puede haber muchas alternativas intermedias, resistencias y desvíos circunstanciales.

Pero el que en solo dos años ocho estados se hayan adherido al Alba, sin contar gobernaciones y asociaciones civiles deja en claro que es lo que está naciendo y qué lo que muere. El Alba va directo a los hechos solidarios necesarios, dejando de lado toda ideología, religión, raza, género o cultura.

Es obvio que ha de ser así, porque una idea es solo para realizarse en los hechos, y cuando está concretada ya no hace falta tal idea ni buena intención, ha dejado de ser un ideal para efectivizarse. Lo mismo sucede con los sueños de un cielo postmortem.

Si nos encaminamos hacia una sociedad que sea una sola familia humana, que ponga la vida por delante de todo y cuide al planeta como su propio hogar, que sepa que solo estructuralmente es posible el crecimiento y que eso justamente es la felicidad, pues ya no necesitamos seguirlo soñando, anhelando, sino construyéndolo con alegría y fe.

La posibilidad de esa nueva dirección ya está demostrada en los hechos y creciendo geométricamente. La conciencia colectiva ya está polarizada en esta imagen e intención, ya no hay posibilidad de volver a ideologías confusas, a discusiones inútiles y contradictorias. Ese girar en círculos ya se rompió y quedó atrás aunque aún no seamos concientes de ello.

Solo nos falta vencer nuestra tendencia unipolar, ampliar nuestra tolerancia a las diferencias y reconocer que enriquecen y siempre son complementarias, porque no pueden dejar de estar dentro de un organismo o forma mental mayor que las contiene, relaciona y mantiene unidas.

Las diferencias siempre son superficiales, de forma, son respuestas a circunstancias situacionales que antes o después serán superadas por nuevas respuestas. Jamás son diferencias esenciales. Por mucho que nos diferenciemos cultural, racial, genéricamente, jamás dejaremos de ser humanos.

Ese es pues el sentimiento religioso que trasciende y nos impulsa más allá de toda diferencia. Pese a la riqueza de variaciones infinitas y justamente por ellas, el ser humano da testimonio de ser uno solo. No existe en toda la naturaleza otra especie capaz de tal variedad de respuestas, ni por tanto del mismo nivel de unidad. La variedad es proporcional a la unidad.

michelbalivo@yahoo.com.ar




















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Michel Balivo


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