Hechos inéditos y hasta hoy no develados sobre la espantosa chorreada de la IV República, el 4-F

El caos en el despacho del Ministro de la Defensa, Fernando Ochoa Antich era incontrolable. Suena uno de los teléfonos y está llamando el Director Heinz Azpúrua para solicitar refuerzos y procurar contener el severo ataque de los rebeldes contra la DISIP. Por supuesto que el Ministro Ochoa estaba más bien para que lo ayudaran, aunque fueran los mismísimos policías de la prefectura de El Valle o de Coche.

En ese momento, desde el balcón del Ministerio de la Defensa podía oírse con perfecta claridad la arremetida militar de cañonazos AT-4, y los despiadados tableteos de ametralladora contra la DISIP. Heinz estaba aterrado.

Se comienzan a recibir informaciones de la Sala de Guerra de la Comandancia del Ejército en el sentido de que no hay contacto con el General Rangel Rojas, Comandante del Ejército, como tampoco con el Coronel Raúl Salazar Rodríguez.

Realmente lo que ocurría era que tanto el General Rangel Rojas como el Coronel Salazar se negaban a contestar las llamadas que les estaba haciendo el General Ochoa Antich. Pretendían hacer ver que no estaban en la Comandancia del Ejército, que se encontraban en el edificio de al lado. Tanto Rangel Rojas como Raúl Salazar en ese instante estaban en permanente contacto con el jefe del Comando Sur, Coronel Winston Cover.

Se comienzan a recibir informaciones de que mediante una acción comando de los bolivarianos se procederá a tomar el Ministerio de la Defensa, y que esto se llevará a cabo por parte de las propias unidades de la Comandancia del Ejército. Aunque se hace la observación de que con las Unidades de un tal capitán Ortega, que tienen a los oficiales presos, tal acción no será suficientemente segura y efectiva. Desde el balcón de ministerio pueden verse a los oficiales presos, todavía sometidos, cual corderitos, por los alzados. Se persiste en que si el asalto al Ministerio se hace, sería por parte de Unidades de la Comandancia del Ejército, con el pretexto de involucrar luego al pobre y taciturno General Ochoa Antich como jefe pasivo que juega a los dos bandos para confundir a ambos. En estas dudas terribles, el general Ochoa Antich tuvo en sus manos convertirse en director de la causa rebelde. Pero estaba totalmente maleado por los gustos palaciegos, estaba pasado de peso, no tenía ningún proyecto político y su arte de la divagación lo había inutilizado para ser un hombre capaz de conducir tal lucha.

En medio de estas dudas, convulsionado ya el país, pero en la entera confianza de que EE UU iba a dar el todo por el todo por mantener a CAP en su trono, Ochoa Antich decide salir del Ministerio de la Defensa, “antes de que esto se ponga más feo y nos jodan a todos”.

Con trece guardias de comando que eran los que se encontraban custodiando algunas dependencias de este Ministerio, y quienes portaban fusiles reglamento FAL, se procede a la fuga. Para la protección del ministro se utiliza un camión 350 que estaba en una calle lateral del Ministerio. Así el orondo ministro, nervioso y cansado emprende su azaroso camino hacia Miraflores. Ochoa Antich no cree sino en las decisiones que se estén tomando a nivel internacional, y específicamente desde el Departamento de Estado Unidos para controlar la situación.

El camino hacia el cogollo supremo del poder no lo van a encontrar tan expedito como se lo imaginaron: Por el Laguito llegaron a Los Próceres, de aquí a la autopista, e iban escuchando tiros dispersos por la ciudad; llegaron a La Plaza Venezuela, tomaron hacia la Avenida Bolívar; pasaron por el Túnel de El Silencio, haciendo el rodeo por el viaducto donde estaban los tanques de las fuerzas insurrectas.

Encontrarse Miraflores casi tomado, fue una gran sorpresa.

Llegan a Miraflores cerca de las 02:30 de la madrugada, aunque algunos sostienen que realmente llegaron a los 02:10.

Frente a la puerta principal desciende de su vehículo el general Santeliz y comienza éste a discutir con uno de los oficiales apertrechados en el lugar, y luego de un corto impasse consiguen acceder a Palacio.

Ya a esta hora todo el tren supremo CEN de AD está enterado de la insurrección y se desata el pánico entre sus miembros: David Morales Bello, Octavio Lepage y Carlos Canache Mata preparan unas maletas y correrán, a las 5:35 a.m., a pedir asilo a la embajada norteamericana.

Aún, a las 2:30 del día 4 de febrero, nadie en el gobierno sabe quién está al mando de la rebelión. Los propios agentes de la CIA y los asesores militares norteamericanos no consiguen datos precisos. Se cree que algunos peces gordos dentro de los generales puedan estar dirigiendo de manera muy aguda una vasta conspiración. Finalmente, se recibe en Miraflores una llamada del Teniente Coronel, comandante Hugo Chávez Frías, la cual fue atendida por el Comandante General de División Romel Fuenmayor. Este oficial se niega hablar con el comandante Chávez y le pasa la llamada al General Santeliz, quien saluda al jefe rebelde. Tienen una corta conversación y lo que se sabe es que el Comandante Chávez no quiere hablar con el General Ochoa Antich. Pues, no cabe entonces ninguna duda de que el máximo jefe está atrincherado en La Planicie y se considera con suficientes fuerzas para resistir.

Es entonces cuando se le hace una proposición al Comandante Chávez; se le dice que se llegue hasta El Calvario, donde está un bombillo a la mitad del túnel, para que allí se entreviste con el General Ochoa Antich. Que lo haga sin su escolta y desarmado y que el Ministro de la Defensa hará lo propio desde el lado de El Calvario, es decir desde el sector de Miraflores. En este encuentro se podía dialogar sobre el estado de la rebelión, de lo que se exige y sobre la conveniencia de que no se llegue a escalar a una situación donde puedan seguir pereciendo miembros de las FF AA.

Chávez acepta estas primeras consultas pero Ochoa Antich vacila y receloso o temeroso, las retira.

Se le insiste de una y mil maneras al Ministro que no hay tiempo qué perder, que la situación se puede tornar de un momento a otro sumamente grave por la confusión reinante, y es cuando Ochoa Antich comenzó a decir:

- ¿Y si me pone preso? ¿Y qué pasa si los rebeldes me pone preso?



Se buscan otras salidas para procurar un encuentro con el jefe de los alzados y se está en estas diligencias, cuando aparece el General Sepúlveda, de la Guardia Nacional, con una avanzada de setenta guardias indagando quiénes se encuentran en Miraflores. Advierte que todavía no se ha lanzado un verdadero ataque contra el Palacio para tomarlo definitivamente.

El Ministro Ochoa Antich suspira y bufa como un toro. Vacila, escucha los informes del General Sepúlveda y es cuando cree haber allanado el problema del encuentro con el Comandante alzado. Comisiona al General Sepúlveda para que sea quien suba y vaya a entrevistarse con Chávez en el túnel de El Calvario. Aquí ocurre algo insólito: El General Sepúlveda se niega rotundamente, alegando que sólo cumple órdenes del Presidente de la República.

Se encuentra allí misteriosamente, palpando todo este cuadro surrealista, el doctor Luis Alberto Machado. Cómo llegó allí y por qué, todavía sigue siendo un misterio. Seguramente creyó que para resolver aquel meollo espantoso se requería de alguien muy inteligente, y como fuera él quien creó aquel Ministerio de la Inteligencia, seguramente en medio de la desesperación alguien del gobierno le llamó urgentemente para que prestara sus brillantes servicios en busca de una salida igualmente brillante y milagrosa. El pobre Luis Alberto comenzó a meditar, pero aquello podía prolongarse peligrosamente. De momento lo único que pudo obtener en claro era que la fuga de CAP había sido admirable, sin duda ninguna una salida realmente inteligente. Mientras don Luis Alberto meditaba, y sacaba cuentas en un papel, varios Generales se apartaron para buscar la salida que le resultase menos traumática a la estabilidad de la llamada Democracia Representativa.

Desconsolado, el Ministro Ochoa Antich cree ver otra luz al final del túnel. Le anuncian que está llegando el Jefe de la División de Inteligencia, el Contralmirante Hernández, apodado cariñosamente por sus compañeros “El Viejo”, subalterno directo en el Estado Mayor Conjunto, y Director de la División Estratégica del Ministerio de la Defensa. A este personaje se le impone la misma comisión que hace poco se le ha señalado al General Sepúlveda, pero igualmente el Contralmirante Hernández se niega también de manera determinante, dando la misma respuesta que Sepúlveda:

- Yo sólo cumplo órdenes del Presidente de la República.

Visto pues que con los Generales que se consideraban claves para procurar un diálogo con el jefe rebelde no se podía llegar a un acuerdo, Ochoa Antich va y le pide a Fernán Altuve Febres y a Santeliz que vayan y procuren hablar con el Comandante Chávez. Aún así, de manera muy escéptica, el General Ochoa Antich les pregunta antes de que salgan en su difícil comisión:

- ¿Y ustedes creen que el Comandante Chávez les atienda?

En ese momento sin esperar aceptación, confirmación o negación de la orden dada, estos dos personajes se dirigieron a La Planicie, sin ningún guión o plan definido.

OCHOA, TIMORATO, NO ACEPTA LA SILLA
Posterior a las novedades impartidas al Comandante Romel Fuenmayor, se produce una reunión en la Oficina de la Secretaría de la Presidencia (la que ocupa Beatriz Rangel la hija empresarial y pitiyanqui de Gustavo Cisneros pero cuyo verdadero padre es el economista marxista Domingo Alberto Rangel). Al encontrarse en aquella oficina se percibía los duros efectos que había ocasionado la arremetida contra Miraflores: encontraron dispersos por el suelo varios celulares, algunas pistolas, agendas, municiones, cartucheras, todo dejado como en medio de una espantosa desbandada. Allí se supo cómo fue que ayudaron al pobre Alfaro Ucero, embutido en una cobija, salir de palacio.

Hacía frío aquella noche.

Un Ministro de la Defensa menos ambiguo habría cortado por lo sano y se hubiera montado en las ancas del gobierno, como diría Páez, porque se le propuso a Ochoa Antich lo siguiente:

- El Presidente lo llamará en cualquier momento. Usted no es cualquier cosa General; usted tiene el mando de las fuerzas, y a usted le corresponde dar respuestas a las álgidas cuestiones que está exigiendo la República. Usted tiene una responsabilidad extraordinaria y determinante y una oportunidad irrepetible para dar pruebas de una gran calidad patriótica y humana. Actúe sin vacilaciones.

Afuera, por minutos, había un silencio sepulcral. El General Ochoa escuchaba mirándose las manos:

- Si fuera cierto como se nos informa desde la Sala de Guerra, que el Presidente está en la Embajada Americana, y hay la posibilidad de que por un helicóptero lo saquen de Venezuela, a un portaviones, esto representaría un claro acto de deserción, Ministro. Esto so pretexto de darle seguridad, pero él ya está en un territorio extranjero, de un lugar que goza de extraterritorialidad. Vea bien usted todas estas cosas, y sepa administrar lo que el destino está colocando en sus manos.

Volvíanse a escuchar los tableteos, los tiros dispersos al lado de esa calma chicha apenas cortados por el silbato de una ambulancia que se acercaba por la puerta principal:

- En ese caso usted legítimamente puede tomar posesión del Palacio y del gobierno, como Ministro de la Defensa, pues usted podrá decir que lo ha recuperado y que lo ocupa en nombre de las FF AA, en nombre de la República, y en medio de un total vacío de poder, y precisamente por la deserción del Comandante en Jefe de las FF AA.

Ochoa Antich abrió descomunalmente los ojos, vacilante, como si tratara de salir de una horrible pesadilla, exclamo:

- ¿Cómo podría saber todo eso que me estás diciendo, y realmente comprobarlo?

- Es muy fácil: El Presidente lo llamó a usted sólo para confirmar que usted está en Miraflores. Eso es lo que quería saber, pues a él alguien se lo ha dicho. Usted no conoce con qué intenciones le han dicho a él que usted está aquí. Pues bien, llame usted al Presidente, que nada le cuesta; está allí en la memoria del celular, y cuando replique y él le conteste, pregúntele dónde se encuentra; que usted quiere ordenar un destacamento para darle mayor protección y seguridad. Pérez no le va a decir dónde está, compruébelo; él desconfía de usted.

El General Ochoa dirá después que cuando Chávez le ofreció la dirección de su movimiento él le contestó que esas cosas no se le planteaban a un hombre de honor, y quizá por ello entonces preguntó:

- Y si eso fuera así, que el Presidente desconfía de mí, ¿entonces qué debo hacer?

- En tal caso, usted se tomará unos 45 minutos, los suficientes que estima la Sala de Guerra para que los americanos se lleven a Pérez al Portaviones. De seguro, de allí se lo llevarán a La Romana, en Santo Domingo, a casa de los Cisneros. Ya eso debe haberlo decidido Bush. Desde La Romana, lo llevarán después a Washington. Esto es cuento sabido siendo Pérez incómodo para los intereses americanos en Venezuela por todo el caos social que existe: la misma historia que se repite con la caída de Medina, la muerte de Delgado Chalbaud y el Golpe contra Pérez Jiménez. Los americanos lo van a remover sin hacerle daño, pero por eso se justifica el “Contra-Golpe” que no sólo iría contra Chávez sino contra usted mismo si no se decide. Recuerde que la popularidad de Pérez está por los suelos y nadie lo va a levantar. Hágase en este instante popular, señor Ministro. No lo piense tanto. Decídase. Este es un Palacio que está siendo atacado pero que no está tomado, y el jefe insurrecto, quien quiera que sea, no lo ha ocupado todavía. Entienda que se vive una situación excepcional, única, y usted está en el centro de ella.

Sorprendentemente, el General Ochoa, bostezó y se reclinó en su silla.

musitando: “Yo soy un demócrata, republicano y constitucionalista. Después, ¿cómo voy a quedar ante la jauría que querrá enfrentarme desde tantos flancos? Qué va, esto se va a tornar terriblemente ingobernable”

Apenas habían transcurrido unos 22 minutos, cuando el General Ochoa Antich cogió el celular y le ofreció a Pérez seguridades para que volviera a Miraflores y se metiera en su hornacina.

ABATIDOS, PERO CONTANDO CON EL APOYO DE EE UU


El Presidente Pérez había pasado por una tensión muy fuerte, y como en las ráfagas de una película interminable se vio varias veces sin el control del poder, desasistido de los altos mandos militares, sin el apoyo popular de esa “inmensa mayoría de pueblo” con qué caminó, la que le había dado el voto. Pero como una revelación mortal entendió que tenía toda una democracia con mucha fachada pero con poco o ningún fondo. El rumor que le llegaba era que las barriadas más populosas le estaban dando vivas a los insurrectos y mueras al gobierno, y que la clase media se mostraba sino temerosa al menos indiferente por lo que ocurría. Que su gobierno realmente estaba arruinado.

Pérez, un hombre de más de setenta años, había sufrido pérdidas graves y dolorosas de su equilibrio emocional: en ocasiones había alzado la voz con desatino en sus propósitos y con falta de coherencia en sus decisiones; brotaba de su interior un quejido horrible, asmático y seco que le provocaba tos; había golpeado varias veces la mesa de su despacho y en uno de esos arrebatos, viendo que se le iba el poder de las manos y que con aquel ramalazo su celebridad internacional y su figuración en la historia (dos cosas que le preocupaban) se iba todo una vida de alta figuración en el mundo por los suelos, llegó a lanzar gemebundos suspiros que pudieron vergonzosamente haber terminado en llantos delante de sus más íntimos colaboradores.

Sus médicos temieron lo peor, ya que le bajaba por su rostro un sudor frío. De sus repentinas cavilaciones pasaba a airadas exclamaciones que se manifestaban en dolorosos y desacertados juicios. Sus vagos y pequeños ojos en ocasiones, ante el tráfago de las confusiones se apagaban como en una modorra letal.

El Presidente estaba fuera de sus cabales, la Nación en un total limbo y el mundo conmocionado con aquello que se daba en decir era la más sólida democracia del continente. Los famosos inversionistas, por lo que tanto se clamaban que vinieran (para que nos sacaran de abajo) no se comieron ese cuento. Los inversionistas nunca se comen ningún cuento de democracia; ellos sólo creen en los portaaviones de EE UU, y en aquel momento se estaban preguntando si había uno en el Caribe. No tenían por otra parte de qué preocuparse, porque como hemos dicho, aquí ellos no tienen sino factoría de tercer o cuarto orden, a excepción, claro, de lo que tenga que ver con el petróleo, pero esto es ya cosa que le compete de manera exclusiva a la CIA y al Departamento de Estado.

Venezuela adrede había sido siempre colocada por los grandes intereses internacionales sobre un polvorín, pues lo único que importaba de ella, insistimos, era el asunto del petróleo, de su materia prima, de sus enormes recursos minerales. La fulana “Democracia Representativa” no consolidó estabilidad social y económica alguna, por cuanto que todo progresivamente fue empeorando de manera brutal y descontrolada, a partir de 1958: corrupción, caos urbanístico, crecimiento desmesurado de los sectores pobres y un estado de pesimismo y un estado de creciente frustración para lograr cambio alguno en toda la Nación.

Lo que más abatía a CAP era ese persistente estado de inutilidad de sus fuerzas militares que le decían estar afectas a su gobierno pero que no acababan por reaccionar. Sobre todo la participación de la aviación que pudo destrozar los focos insurrectos en La Planicie y que sólo tardan cinco minutos en ir de Maracay a Caracas y habían transcurrido horas desde que sus Generales aseguraran que varias naves habían partido de la base Aérea Libertador, y no se percibía ningún resultado.

Uno de sus arrebatos convulsos, CAP escuchó:

- Señor Presidente, los aviones tienen hora y media que supuestamente partieron y no han llegado, cuando sólo deben tardarse cuatro minutos. ¿Entonces qué pasa? Aquí no hay un Mirage, un F-16 ni siquiera una avioneta. Aquí se ven volando dos helicópteros que están hacia la zona de La Florida. ¿Sabe usted señor Presidente, de quién son esas naves? Hemos oído que van atacar a Miraflores, y que se encuentran volando sobre el Club Valle Arriba.

Sobre la presencia de estos dos últimos helicópteros, se estaba descaminado: Esa madrugada entre las 4 y 5 de la madrugada cayó una neblina en Miraflores, en el área del 23 de Enero, detrás de Tacagua. Había un frente frío inusual en la capital, y La Planicie estaba absolutamente a oscuras. El General Iván Darío Jiménez seguía alimentando con vanas esperanzas al Presidente:

- Señor Presidente, ya los aviones salieron de Maracay.

Pérez se asomaba a la ventana, veía hacia aquel cielo brumoso, silente y amargo como su destino, y fue cuando dijo por primera vez: “Hubiera preferido otra muerte”. En verdad estaba muerto y moriría muchas otras veces más. RIP. RIP. RIP.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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