Del 4-F al 12 de agosto de 2006

¿Quién iba a imaginar que aquel comandante llanero, retenido en Fuerte Tiuna el 4-F de 1992, podía junto con Fidel convertirse entre los líderes más importantes del planeta? Recordemos todas las burlas que propalaron los medios en el mundo aquel febrero de 1992, sobre todo la prensa española. Hoy, ese mismo Comandante, después de mil odiseas, con la misma humildad de siempre, con el mismo coraje de aquel 4-F, más consciente de su misión y de su responsabilidad, va por la reelección a la presidencia de la República.

La acción del 4-F fue el acontecimiento político más importante de la democracia betancurista. Chávez lanzó aquel mensaje desesperado al pueblo, esperando una reacción firme, pero no estábamos en condiciones de enfrentar la maraña del poder adeco-copeyano que controlaba de manera férrea y terrorífica (con el coco de que venía el comunismo) a los medios, a las FF AA, a los sindicatos. Chávez entendió lo que pasaba y no se amilanó: comprendió que debía tener paciencia. Supo que aquel amago terrible de inestabilidad política provocaría a la larga algunos cambios esenciales en la mentalidad del pueblo que le iban a permitir organizarse y abrir senderos nuevos en la lucha popular. Puso sobre el tapete lo de una Constituyente, que sería fundamental para los cambios que había en lo inmediato que provocar.

Carlos Andrés Pérez, luego de aquel inesperado e incontrolable susto, comenzó desmoronarse, junto con toda la estructura del viejo poder; no daba pie con bola CAP, nombraba comisiones consultivas, recibía delegaciones de la OEA que le daban todo el respaldo del mundo, y la élite intelectual discurrió por Palacio en un esfuerzo supremo por evitar que el pueblo pensara por sí mismo: Allí estuvieron, tratando de darle fuerza al gobierno: José Ignacio Cabrujas, Pedro León Zapata, Manuel Caballero, Caupolicán Ovalles, Adriano González León, entre los más representativos de los prefectos intelectuales del país. Pero ni así, CAP cogió el menor repunte. No tenía pueblo, y la élite, pese a la enorme ayuda que le prestaban los medios, no conseguían levantar su imagen. Por otro lado, cierta ala de la misma derecha en la que se encontraba CAP, estaba decidida a reducir políticamente al Presidente, y trabajaron codo a codo, incansablemente, para presentar una salida que fuese aceptada por la embajada americana. Esta ala estaba conformada por Ramón J. Velásquez, Ramón Escovar Salom y Rafael Caldera.

¿Por qué Chávez cambió tan rotundamente el curso de la historia en aquel momento? Con qué contó para sacudir a un estado de cosas tan viejas, y que parecían inamovibles (inconcebibles)?
Los aliados formidables de Chávez fueron la colosal corrupción que el gobierno de CAP alimentaba y mantenía tan campante, heredada de los gobiernos del pasado, sobre todo el de Lusinchi; la obscenidad descarada de esas amantes que hacían lo que les daba la gana en Miraflores. Altos oficiales servían prácticamente de cabrones de estas amantes de los presidentes Lusinchi y CAP, y ponían a sus servicios los sagrados recursos de la nación: aviones, yates, islas exquisitamente atendidas para sus francachelas y caprichos, y la vida ostentosa de princesas que llevaban en el exterior.

Aliados formidables de Chávez fueron la degradación de los partidos; la mediocridad de sus jefecillos, la horrible desorientación y la canallada antipatriótica de los tecnócratas y empresarios que les apoyaban.

Cuando se atentó contra CAP hubo un suspiro largamente contenido: "-¡Al fin alguien se atreve. Esto no podía continuar!". No se trata, como pretendió hacerlo ver el miope y farsante de Abelardo Raidi quien monocordemente estuvo machacando que Chávez lo que hizo fue echar a perder nuestra economía, él, Abelardo Raidi, quien era uno de los asiduos visitantes del Palacio de Miraflores cuando allí gobernaba Blanca Ibáñez (para solicitarle ayudas para sus frívolas y faranduleras causas). Que el problema de la inestabilidad financiera que sobrevino luego del 4-F era sólo culpa de Chávez, y que los conspiradores dañaron la "buena imagen" que tenía el país para que aquí llegaran los inversionistas extranjeros. El cuento neoliberal de siempre.

Aquí el Estado estaba podrido, envilecido, todo el mundo denunciando, pero el pueblo incapacitado para hacerse oír, para poder cambiar en algo positivo el sofoco de la improvisación, del caos, de la injusticia y del desdoro en todos los niveles del gobierno.

Sin embargo, después del 4-F, se produjo un extraordinario reacomodo de la derecha: los partidos del status y los empresarios, con todo el poder de la información en sus manos, con las inmensas redes todavía de la banca haciendo sus macabros negocios bajo cuerda, en su poder los ministerios claves, los recursos fundamentales de la nación, en poco tiempo pretendieron aprovecharse de los misma reacción contra CAP para terminar de saquear al país.

Rafael Caldera, sibilino y astuto, puso en marcha cincuenta años de sus arteros golpes contra sus propios conmilitones de partido y la refinada máquina de sus ardides divinas le hicieron ver que sólo tocando las fibras patrióticas de una población en el más alto grado de frustración, podía recuperar para los eternos delincuentes nacionales un Estado que estaba a punto de ser pulverizado.

Tanto Caldera como Eduardo Fernández querían salvar a CAP, porque salvándolo salvaguardaban sus propios intereses y los de su prole de holgazanes politiqueros; pero Eduardo Fernández no tenía el talento siniestro de su maestro, y Caldera se puso a llorar en el Hemiciclo, quebrada la voz, a lanzar imploraciones al cielo, y conmovió con sus arengas hasta a sus propios y más feroces enemigos.

Caldera, claro, no podía estar explicando su plan magistral a sus viejos conmilitones, y fue moviéndose por todas partes con la espada de la redención en plazas, calles y mercados. Mucha gente estaba asustada, pues como había capitalizado las simpatías de los enemigos al sistema que eran la inmensa mayoría, bajo cuerda comenzó a reunirse con algunos bastardos de la banca, con militares de derecha que habían sido desechados por CAP y les hizo saber que todo iba a volver a su antiguo cauce, pero que tuvieran paciencia, que le dejaran a él jugar sus cartas maestras.

Cuando triunfó, se fue de bruces creyendo que ya Chávez era un "desperdicio" y le ofreció un cargo; pero el doctor Caldera se equivocaba: Chávez no se iba a convertir en el funesto intérprete y canalizador de su gran trampa contra el pueblo.

Recuperado el sistema, salvadas las eternas lacras de los partidos, abierto el campo para las elecciones, Caldera creyó haber inhabilitado a Chávez, haberlo arrinconado, sin banderas y sin empuje social, porque creyó que del modo más asombroso la Nación estaba volviendo de nuevo al pantano de su pertinaz sofoco y frustración. Hasta tal punto que una mafia de dueños de periódicos y de televisión comenzó a prepararle el regreso a CAP. Ya se hablaba de: “El Gocho para el 98”.
Chávez tuvo que aprender una manera diferente, audaz y novedosa de hacer política; él estaba aprendiendo de su fracasó. Ahora trataba de escuchar a mil diferentes sectores, escuchando sobre todo a su corazón, a la confianza en sí mismo, como lo hacía Simón Bolívar.

Al mismo tiempo Caldera trataba de ganar tiempo, conociendo profundamente a toda la podredumbre politiquear del país, y pretendía que también podía asesinar el sentimiento nacionalista y liberador que Chávez había dejado en el pueblo.

Caldera había hecho el milagro que nadie pudo imaginarse: el de desagraviar históricamente a CAP, hacer que CAP volviera a la política como un héroe, como un dios y un salvador. Caldera logró un milagro realmente fabuloso, al estilo de aquel que en su momento también provocó Rómulo Betancourt quien hizo que un inmenso grupo de venezolanos que había luchado contra la tiranía de Pérez Jiménez, llegara a suspirar porque Tarugo tomara otra vez el poder.

Las jugadas de Caldera no iban a producir ningún beneficio a la derecha mientras Chávez estuviera en el escenario político. Ya estaba totalmente devaluado y destrozado el Pacto de Punto Fijo. Se vio venir la avalancha Chávez, y el propio Caldera le pidió cacao a EE UU. Se tomaron ciertas medidas, se procuró revertir la marea roja, no se pudo y es esa misma marea que ayer colmó el Silencio y que estará escribiendo la historia de nuestra patria por mil años.
¡POR LOS DIEZ MILLONES POR EL BUCHE, CARAJO!


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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