El sentido de la vida y la muerte

A veces pareciera que ni la vida ni la muerte tienen sentido, si ambas dimensiones las vemos desde el vacío de la nada. Aclaro que no escribo estas palabras desde la nostalgia ni tampoco desde los altares tormentosos de los pensamientos, esos que nos elevan la existencia hasta el infinito resplandeciente o  nos conducen hacia los laberintos intrincados de  la inexistencia oscura y sin sentido. Y de verdad, cuántas personas andarán  por allí  caminando de prisa o tal vez lentamente, pensando que están vivas cuando en realidad están muertas en alma. También por allí, por los rincones del palpitar, encontrarás personas pensando que están muertas cuando en realidad están más vivas que un chigüire  bipolar.

         La esperanza de la vida tiene que mirar más allá de las rendijas de la muerte, porque no tiene sentido vivir una vida intensa pero perfumada con el estiércol de la perversidad, de la zancadilla, del rencor, de la inmundicia,  de la viveza y la falta de solidaridad. Como diría el poeta, no todo está perdido, porque todavía hay amigos y amigas; familiares, compañeros de trabajo e ideales por los cuales vale la pena luchar para vivir o para morir con fe sublime hasta donde nos alcance el aliento.

          Mueren los grandes hombres y mujeres y por allí quedan sus legados que sirven para darle vida a la vida de un pueblo, de una nación libre y soberana. Nosotros –los venezolanos- somos hijos de esos legados que nos dieron la libertad  en el Siglo XIX y nos despertaron la consciencia  a fines del Siglo XX. Hoy, en esta primera zancada del Siglo XXI  andamos con ganas de vivir la patria, conscientes del reto que nos reclama la historia que no es otro que defender nuestra dignidad como pueblo.  ¿De que vale vivir en este suelo sagrado si no estamos dispuestos a defenderlo para bien?

          Hay que darle un vuelco a todo y establecer  una estrategia –como diría mi hermano y gran amigo Freddy Parada-. De verdad, hay que desamarrar los nudos que nos atan para tener bien claro el sentido de la amistad, de la solidaridad, de la familiaridad y  de  la  convivencia con todas las personas que están allí, donde quiera que nosotros estemos o vayamos. A veces resulta que nos cuesta o no tenemos bien claro el sentido de la amistad y mis amigos y amigas son  cada 100 años cuando los vemos. Hay casos  en que no consolidamos amistad ni con la familia, ni mucho menos con particulares. La amistad y el contacto tienen que ser de todos los días. Normalmente nos movemos en ese mundo de la vileza, de la celada, del resentimiento, de la inmundicia, de la ligereza y la falta de solidaridad. Esto último es la muerte, porque quien así  actúa no vive sino que cree que vive.

         Todo lo criticamos, todo lo cuestionamos y casi nunca aprobamos nada. En nuestra familia tiramos lazos enredados para que todos anden amarrados a nuestros designios. Con los amigos y amigas, nos cuesta expresarle el cariño y el aprecio, a nuestros compañeros de trabajo les clavamos de vez en cuando una que otra puñalada trapera. Y así andamos, matando a la vida y dándole vida a la muerte. “De tanto darle vida a la muerte fuimos matando a la vida”, y cuando la vida y la muerte no tienen sentido, entonces nada valió la pena.  Espero que ya en el ocaso de la vida todas y todos podamos decir: valió la pena vivir, valió la pena amar, valió la pena luchar. Mis amigas y amigos lectores, ahora es que queda vida.



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Eduardo Marapacuto


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