Dos hombres admirables

Hay fechas que no se olvidan, hay momentos que quedan grabados en la mente de uno para siempre, de esos momentos, los más tristes, van quedando amalgamados en la psiquis, se recuerdan con pesar y en la medida que envejecemos, afloran, generalmente cuando estamos en calma, listos a dormir.

Allí es donde uno evoca a sus seres queridos muertos y les pide protección, entonces, los recuerdos se agolpan y vuelves a vivir la situación. Así, en estas fechas, afloran dos recuerdos que no están conectados nada más que por el mes y el día, pero si a ver vamos, en realidad los unen lazos invisibles de enseñanza y aprendizaje, de lecciones morales y éticas compartidas; me refiero en este caso a la muerte de dos seres que ha tenido una profundísima influencia en mi vida y sus recuerdos afloran a cada instante, uno de ellos fue el Che Guevara, ejemplo constante de mi formación, el hombre nuevo que guió a toda una generación y que es referencia obligada en mi vida.

El otro es mi padre, Bonifacio Hernández, de Capacho Viejo, un hombre que sin temor a equivocarme, se hizo a sí mismo, se levantó él solo con la constancia y el empuje que nunca más he visto en otro ser, que partiendo de una época gomecista que marcó a Venezuela con el látigo implacable del equívoco, pasó de ser militar y copeyano, enemigo de la buena literatura y de los cabellos largos, con la suficiente intuición (y el tiempo) ´para darse cuenta que no era ese el camino; a convertirse en un socialista convencido, a vislumbrar, por ejemplo, en la figura del comandante Chávez, que "era el hombre que necesitábamos" contrariando mi pensamiento de "no querer nada con los militares". Así pasó a ser un fervoroso y entusiasta seguidor de la Revolución Bolivariana y más de una vez, ya viejito, nos acompañó en cuanto mitin había en la ciudad; un hombre con unas ganas de hacer increíbles, de hacer...cualquier cosa, cualquier proyecto era realizable, el pozo artesiano anillado, el enorme paredón alrededor de "su parcela", su eterno carro siempre falloso, sus ganas inmensas de vivir, sus ganas inmensas de proteger a toda su familia, ejemplo de esto, fue los consejos que nos dio a cada uno de nosotros, por separado, momentos antes de su muerte. Por eso elevo un recuerdo a sus memorias, empeñado en no salirme del cauce que me enseñaron, empeñado, con humildad, a seguir y enseñar sus ejemplos, convencido de esa educación impartida, una por los libros y la otra por los ejemplos, siga cayendo en terreno fértil, abonado con buena tierra andina.



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Bernardo Hernández Muñoz


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