¿Quién lamenta los estragos si los frutos son placeres?

Sobre un camino de siglos

los hombres pasan hambrientos.

Justicia y amor no han sido

sino palabras y sueños […]

Y el grito de ayer fue hambre!

y, hambre! es hoy el grito nuevo. […]

Hay que luchar sin descanso,

con fe y fervor, compañeros,

por la paz y la justicia;

porque tengan pan y techo,

--pan de trigo y pan de espíritu—

nuestros hermanos hambrientos.

(Antonio Spinetti Dini. Poemario Hambre)

Hace unos días, estando en un establecimiento comercial de víveres de nuestra ciudad, se acercó a mí un señor joven que estaba acompañado de sus dos hijos, uno de aproximadamente cuatro añitos y el otro de tres. Con un dejo de desesperanza y vergüenza, me pidió encarecidamente le ayudara con algo de comer porque ni él ni sus retoños habían podido probar un bocado de comida durante día y medio y estaba al borde de la desesperación, sin hallar que hacer. Quizás el modesto apoyo dado a este humilde padre de familia contribuyó en algo a aliviarle provisionalmente aquella honda angustia que lo atormentaba y que se reflejaba en su mirada extraviada y su rostro cadavérico, porque como decía el general Rafael Urdaneta: "En las grandes desgracias, cualquier lenitivo, por pequeño que sea, adquiere gran importancia". No obstante, quiero advertir que el relato antecedente ni es realismo mágico ni busca construir un discurso apocalíptico contra nadie, su fuente proviene de un hecho real, aciago, conmovedor, que pareciera salir de los viejos infolios del año 1912 y traernos otra vez el fantasma del hambre que en aquella oportunidad hizo que cientos de corianos y paraguaneros perecieran sin ningún auxilio en cualquier rincón de nuestra geografía. Esta es una verdad inocultable, desafortunada, inaceptable y lastimosa que de seguro resiente el alma de cualquier persona de buena voluntad y es razón suficiente para revisar criterios y actuaciones que han puesto en riesgo la continuidad de este inédito proceso político nacional, asediado sin pausa por las fuerzas reaccionarias de la oposición y del imperialismo norteamericano que aspiran la restauración de su antiguo y perjudicial dominio. Por eso, a la luz de lo dicho, vale la pena rememorar que en los últimos años de la república que nació con la constitución de 1961, situaciones similares se generalizaron en todo el territorio y se volvieron el pan de cada día para millones de venezolanos que cansados de padecer toda clase de adversidades, tomaron la decisión de producir un cambio de rumbo del país y votaron abrumadoramente en los comicios de 1998 por los COMACATES del 4 de febrero de 1992.

Ahora bien, mientras el presidente Hugo Rafael Chávez Frías estuvo al frente de la revolución bolivariana, esas dificultades fueron enfrentadas con un esfuerzo supremo hasta minimizar sus perniciosos impactos, por lo que es inexplicable que apenas tres años después de su muerte estemos atravesando una desproporcionada crisis que pone al descubierto la validez de la crítica muchas veces realizada en relación al hecho de que no se han emprendido como es debido los planes que fueron ampliamente anunciados por él para echar las bases de una economía pujante y fortalecida, capaz de soportar eventualidades y garantizar a todos, principalmente a los que menos tienen, el disfrute pleno de las necesidades primarias o básicas, de subsistencia, por ser éstas, como enseñaba Carlos Marx a la clase obrera, sujeto histórico de sus aportes intelectuales, "…la primera premisa de toda existencia humana y también, por tanto, de toda historia", y la que permite a los hombres estar "…en condiciones de poder vivir (y) para lo cual hace falta ante todo comida, bebida, vivienda, ropa y algunas cosas más. El primer hecho histórico es, por consiguiente, la producción de los medios indispensables para la satisfacción de estas necesidades, es decir, la producción de la vida material misma, y no cabe duda de que es éste un hecho histórico, una condición fundamental de toda historia, que lo mismo hoy que hace miles de años, necesita cumplirse todos los días y a todas las horas, simplemente para asegurar la vida de los hombres".

En este sentido, no es justo que nuestro pueblo esté atravesando por circunstancias tan difíciles como las descritas al comienzo de este artículo y que frente a ello sólo medien las exculpaciones que impiden mirar en profundidad sus causas y encontrar las formas de superarlas, sin importar que mientras eso sucede y se desaprovecha el tiempo, comienzan a volver flagelos sociales terribles que creíamos hace rato desaparecidos y que en el pasado diezmaron por falta de alimento y agua a la población de menos recursos.

Entretanto, el curso de los acontecimientos actuales va demostrando que el hecho de que hayamos pasado abruptamente de unas condiciones económicas más o menos desahogadas a otra tormentosa e incierta, es sólo comprensible por la indecisión o falta de claridad político-ideológica que ha tenido el liderazgo revolucionario al momento de proponerse resolver la contradicción fundamental capital-trabajo en favor de este último e impulsar los grandes proyectos dirigidos a fundar y echar a andar la base material y científico-técnica que garantizara al menos soberanía en esas prioridades de las que habló Marx, asegurando el tránsito del poder de manos de la minoría burguesa a la de la clase obrera, solidaria, organizada y consciente de su papel histórico de sepulturera del viejo orden. Hablar de socialismo y no actuar en esa dirección, es simplemente una antinomia y no haber sabido aprovechar la oportunidad que se ha tenido de contribuir con el parto de esa nueva formación social, pues, ésta es principalmente obra del proletariado, por cuanto, como bien lo demostró el propio pensador alemán: "Si los obreros descartaran la lucha contra los rapaces atentados del capital, degenerarían en una masa informe de pobres envilecidos y carentes de salvación", ya que "...todo el capital de nuestros banqueros, comerciantes, fabricantes y grandes propietarios rurales es trabajo acumulado y no retribuido de la clase obrera", y por ello, agrega F. Engels: "La exigencia de la revolución social descuella con meridiana claridad".

Igualmente, es preciso recordar que en el capitalismo la producción tiene por objeto lograr máximas ganancias mediante la apropiación de plusvalía (trabajo no remunerado al trabajador del que se adueña su explotador), la actividad financiera y el comercio de los bienes y servicios (incluyendo la especulación y el llamado bachaquerismo en sus respectivos mercados). En ese sistema, las necesidades serán en parte remediadas sólo si los consumidores reciben un ingreso o salario suficiente que se los permita, caso contrario su suerte será la misma o peor a la que corrieron las dos criaturas y su progenitor que he referido líneas arriba o a la de quienes están en la indigencia y en estos últimos días tristemente se ven a menudo disputándole los desperdicios a los animales en cualquier basurero de nuestra ciudad, drama que resulta inaceptable que ocurra en un gobierno de orientación humanista, de justicia e igualdad. De allí que, o se trabaja para liberar a los hombres y mujeres humildes de nuestra patria del despojo y la inopia de la que siguen víctimas por culpa del régimen del capital, o de una vez por todas se reconoce que una cosa es lo que se cree y se dice en la propaganda gubernamental y otra es la que muestra la selva neoliberal que tiraniza la calle con sus valores egoístas, mezquinos, consumistas, mercantilistas, individualistas y contaminadores de la conciencia y subjetivad ideológica del pueblo. Por lo tanto, es imprescindible profundizar en la destrucción de la estructura socio-económica capitalista aún existente y que en su lugar germine la formación social socialista que al colectivizar los medios de producción y ponerlos bajo control y administración de los trabajadores (verdaderos creadores de la riqueza), garantizará que todos tengan acceso a los bienes, servicios, la cultura y a la formación de una moral fundada en valores verdaderamente humanos. Es un error restar importancia al papel de vanguardia que tiene este sector en esta trascendental lucha de clases. Sabemos que toda revolución socialista nace y se desarrolla en terrenos del capitalismo y que por tanto, la tragedia del hambre es consustancial con ese sistema de opresión que se formó a partir de la expropiación del fruto del esfuerzo de unos por otros. De manera que mientras algunos acumulen muchas riquezas, la vida del que las produce con su fuerza de trabajo y la de los necesitados en general, se seguirá llenando de privaciones a extremos tales de llegar a carecer hasta de un poco de pan que le evite morir. No hacen falta otros diecisiete años para aprender esta conclusión, a menos que ciertamente se esté convencido "que lo peor ha pasado", o que se insista en mantener en la ejecución de las políticas públicas a liberales de todo género que se han aprovechado y beneficiado groseramente del poder y no están interesados en que nada cambie porque, como dijera J. W. Von Goethe, ¿Quién lamenta los estragos si los frutos son placeres?

luisdovale@hotmail.com



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Luis Oswaldo Dovale Prado


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