Locura y chocolate

Nos cuenta Don francisco Herrera Luque:

En el año de 1660, de acuerdo a lo estipulado en la Paz de los Pirineos que puso fin a la guerra entre España y Francia, el rey Felipe IV, quien para la fecha no tenía hijos varones, casó a su hija María Teresa con su sobrino Luis XIV de Francia. No era muy agraciada la princesa, como se colige de esta conversación del Rey Sol con su ministro Mazarino, al verla llegar a la isla de los Faisanes. Luis XIV: (Disgustado) ¡Vaya birria la que me habéis conseguido por mujer! Enana más que baja y redonda como un tonel…

Mazarino: Y tonta como perdiz… Pero bien lo dijo vuestro abuelo Enrique IV: “París bien vale una misa.” Os costará trabajo catar las golosinas de vuestra real consorte, pero el imperio español os vendrá de herencia apenas muera vuestro tío y suegro, el rey Felipe IV.
Luis XIV: Las cosas que han de hacer los que ofician de cachirulos.
La reina María Teresa: (Voz aguda e infantil) Luis, Luisín, al fin te veo, vida mía.
Mazarino: Perdonad Majestad, pero vuestro real esposo es éste…

Luis XIV, que era hombre de muchos recursos, supo bandearse lo mejor que pudo con la infanta María Teresa, quien además de andar rodeada de frailes y enanos, tenía particular pasión por el chocolate; y en especial por el de Chuao. Esa tarde el Rey Sol entró a sus habitaciones. La reina merendaba con una humeante taza del aromático brebaje.

Luis XIV: ¿Qué es ese raro brebaje negro que vuestra Majestad paladea con tanta fruición?
María Teresa: Probad, Lucho y decidme qué os parece. Es chocolate de una provincia nuestra llamada Venezuela.
Luis XIV: (Silabeando) Ma-ra-vi-llo-so. ¡Simplemente maravilloso! ¿Cómo es posible que yo por tanto tiempo me haya privado de algo tan exquisito? (Brusco) Racine, probad de inmediato y componed una oda en honor al chocolate de Chuao.

La afición de Luis XIV fue tan grande y manifiesta que cuando no desayunaba con cacao de Chuao montaba en divina cólera. Como es de suponer, la real afición fue sucedida por general imitación de la corte francesa, pasando a los burgueses y al pueblo llano. Como Francia era el país hegemónico de Europa, el hábito de consumir chocolate se extendió a todo lo largo y ancho del Viejo Continente. Al punto que la fanega de cacao que hasta entonces vendíamos a 80 reales subió bruscamente a 160, el año de 1665, en que murió Felipe IV de España. La exportación que andaba por las 5.000 fanegas subió hasta 23.000, cotizándose hasta 320 reales la medida.
La riqueza cayó sobre la hasta entonces paupérrima provincia y, al igual que ahora, nos sumergimos en una política consumista que le hacía exclamar a la gente: ¡Viva la reina María Teresa y el cacao de Chuao!

La suerte, sin embargo, le jugó una mala pasada al Rey Sol. Al año justo de su matrimonio, la reina de España, Mariana de Austria, le dio a Felipe IV un hijo varón. Con lo que se esfumaba la posibilidad de que Luis XIV heredase el imperio español.
Mazarino: Os traigo buenas nuevas, Majestad. Vuestro real cuñado no es un niño.
Luis XIV: (Malhumorado) ¿Qué es entonces?

Mazarino: Un aborto que berrea… un engendro abominable, nadie le da un año de vida.
Luis XIV: Buenas nuevas me traéis. ¡Bridemos con chocolate!
El real engendro no murió como se pensaba y al cumplir los trece años fue coronado con el nombre de Carlos II.
Mazarino: Es retrasado mental, sufre de alferecía y les tiene aversión a las mujeres.
Luis XIV: (Benévolo) Todavía no tiene edad…

Mazarino: Vamos, Majestad, que a la suya vos ya hacíais y deshacíais.
Mazarino: Majestad, vuestro real cuñado ya ha cumplido los veintidós…
Luis XIV: Y a mí qué me viene que tenga cien…
Mazarino que es cada vez más torpe y rechaza a las mujeres. Ha dicho públicamente que dará de puñaladas a quien le ofrezca una amante…
Luis XIV: (Indiferente) Seguramente quiere llegar virgen al matrimonio.
Mazarino: Pues de eso mismo deseaba hablaros. Los consejeros de la corona de España insinúan que vuestra sobrina María Luisa de Orleans case con él.

Luis XIV: (Soltando una carcajada) Ahora sí la pusimos buena, que el adefesio de mi cuñado case con la potranca de María Luisa que hace la toma de La Rochelle en treinta y dos partes.
Mazarino: (En tono de reconvención) Vamos Majestad… más consideración con la que ha de ser vuestra cuñada.
Luis XIV: ¿Y si lo hace reaccionar la muy endemoniada como lo hizo con el Duque de Nesle, a pesar de sus ochenta años?
Mazarino: (Socarrón) No hay cuidado, Majestad, es mula probada.

Luis XIV: ¿Y qué haréis con el adminículo extraviado? Bien sabéis lo celosos que son los españoles sobre el particular.
Mazarino: Tranquilizaos, Majestad. En esta casa al igual que en Venezuela se cosen, se bordan y se forran caireles.
El terror cunde entre los consejeros del Rey de España. Con real dispensa del Cardenal de Toledo el Rey, antes de su matrimonio, ha inventado practicar el himeneo con resultados totalmente negativos.

En 1680, diecinueve herejes fueron quemados vivos en honor de los reyes, en el día de sus esponsales. La enfermedad del rey continuó, a pesar de los exorcismos, dando paso a una florida esquizofrenia. Luis XIV acecha. Los españoles desesperan. Descubren la treta de Mazarino. María Luisa, en la flor de la edad, muere misteriosamente. Los ciegos —que eran el correo del pueblo— insisten en que ha sido envenenada. Nuevo matrimonio del Rey en 1690. Ningún resultado. Carlos II —como diría Marañón— es el último eslabón de una larga cadena de miserias. En 1699 muere el Hechizado. Luis XIV reclama sus derechos sucesoriales e impone en el trono de España a su nieto. Felipe V será su nombre. Con él se inicia la dinastía de los Borbones, que llega hasta Felipe VI.

Con él toman un giro distinto las relaciones entre la Metrópoli y sus provincias de ultramar. La América Hispana dejará de ser una prolongación de la Península para ser simplemente colonia, lugar de explotación. Con la muerte del Rey imbécil, parece mentira, Hispanoamérica y con ella Venezuela se van divorciando de España. A veces la inteligencia no es buena política.
Saludos: ¿Qué le parece, la historia? Un poco larga, tal vez.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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