Del legado de Chávez al legado de Mugabe

El presidente Chávez, sabiendo que el santo cristo de La Grita no le iba a dar más comodines, se dispuso a escoger a su sucesor, consciente de que no hacerlo era condenar al chavismo, pero con la angustia de saber que si lo hacía mal igualmente condenaría al chavismo y su revolución. Fue prácticamente un tín marín de dos pingüé ante la premura de la muerte, que sin embargo le avisó con lujos de anticipación.

Miró pa’ un lado, miró pal’ otro y no vio a nadie. Quiso pedir unos meses más, pero la muerte amenazó con llevárselo sin darle chance de nombrar sucesor y entonces el Comandante, entre la espada y la pared, se dispuso a tomar la que sería la peor decisión de su vida.

Entre la multitud de candidatos fue descartando: Diosdado y Elías Jaua quedaban relegados porque ambos habían sido derrotados por Capriles; José Vicente y Rodríguez Araque muy viejos; este y aquel muy jóvenes, aquellos allá muy impulsivos, estos de aquí con malas mañas, este y el otro muy grises, los de más allá muy a la derecha, estos muy en el centro, los de por aquí peligrosamente a la izquierda; hasta que vio al manso, obediente y humilde Maduro; tenía buena edad, venía de trabajar en el metro, de ser constituyentista y flamante canciller de la República, amigo de los amigos en el exterior; leal como perro de rancho, obediente como un siervo, honesto, sin rabo de paja, probadamente de izquierda, con más o menos alguna capacidad de orador…

Maduro no era el hombre, pero en la premura de la muerte no había más tiempo para seguir buscando, y con el dolor de la madre que le echa la bendición al hijo antes de mandarlo a morir en la guerra, tiró los dados jugándose a Rosalinda y antes de que los dados mostraran la jugada la muerte se lo llevó.

Maduro hizo lo clásico: lloró con la muerte del Comandante y juró mantener su legado. Para ello bailó, cantó, contó anécdotas, echó chistes, habló duro, hizo gala del conocimiento de la historia, se encadenó casi a diario, se dejó tocar y besar por el pueblo…eso era mantener el legado de Chávez. Maduro no supo que el verdadero legado de Chávez giraba en torno al malabarismo económico que el Comandante, junto a su equipo de ministros y asesores, había logrado sortear con bastante éxito y tal vez algo de suerte.

En cada esquina Maduro escuchó al pueblo decir: "auméntame el sueldo y mantén los precios a raya". Defender el legado de Chávez también era obedecer al pueblo y por lo tanto Maduro despidió al equipo económico de Chávez, que entretelones hablaba otro idioma, cifrado y antipopular, que nada tenía que ver con el legado sagrado. El pueblo quiere aumentos de sueldo y comida barata: démosle al pueblo de Chávez lo que Chávez les habría dado.

Entonces Maduro lo hizo: represó los precios y comenzó a aumentar el salario varias veces por año, porque esto quería el pueblo y nada le gusta más a un trabajador como que le aumenten el sueldo. Maduro, en su férrea defensa del legado de Chávez, no se preguntó cómo harían las pequeñas y medianas empresas productoras de alimentos con los precios represados y teniendo que aumentar los salarios y cesta tickets varias veces al año. Maduro acababa de institucionalizar el bachaqueo.

En lo que él creyó era su sagrado deber de defender el legado de Chávez, Maduro demolió la producción de alimentos al asfixiar a los pequeños y medianos productores, llevando al paroxismo algunos errores del Comandante, que al imponerle controles excesivos a los productores, les hicieron abandonar por un lado el campo y por el otro la producción: por un lado les entregaban los vaquillones uruguayos para producir leche y carne, y por el otro les prohibían vender por sobre tal precio, a la vez que les decretaban aumentos de sueldo y de cesta tickets con una regularidad desequilibrada, ocasionando que los productores despidieran a los trabajadores, les pagaran con los vaquillones uruguayos, se comieran el resto y vendieran las fincas.

La franja entre el precio regulado y el precio al que se vendían en la realidad los productos se hizo tan grande que, por ejemplo, con el paquete de harina pan a 19 Bs., (la paca a 190 Bs.), precio que mantuvo por años, hasta mayo de 2016, cuando el salario mínimo estaba en 15 mil Bs., (sin meter los cesta tickets) cualquiera podía comprar con un salario mínimo 80 pacas de harina pan, es decir, 1.600 kilos, los cuales podía vender (aún por debajo del precio real), a 1.500 Bs cada kilo (cuando se vendían fácilmente a 2.000 Bs. cada kilo), obteniendo, con una inversión de 15.200 Bs., una ganancia bruta de dos millones cuatrocientos mil bolívares (2.400.000,°° Bs.), o lo que es lo mismo, 156 veces lo invertido, un escandaloso porcentaje de ganancia bruta de más de 15.789 por ciento. Por esta enorme brecha, creada no por la guerra económica de la oposición, sino por la guerra económica del gobierno de Maduro, cupieron cómodamente los que despachaban el camión, los conductores, los guardias encargados de su despacho y traslado, de su entrega, etc, etc, etc…para todos había. Se ponía en marcha el motor de la guerra económica que Maduro le declaraba al pueblo, creyendo defenderlo.

Maduro mantuvo el legado de Chávez de hablar hasta por los codos, escudriñar la historia, contar chistes y anécdotas, cantar y bailar; pero no pudo descifrar el legado de bailar en la cuerda floja de la economía sin que el pueblo siga sufriendo las consecuencias de sus improvisaciones.

Hoy, en su afán de defender el legado de Chávez que jamás entendió, anuncia, borracho de populismo, un aumento de salario de 50%, con aumento de la base de cálculo de los cesta tickets, de 3.5 a 8 de la unidad tributaria, lo que lleva el salario "integral" de 33mil 636 a 65 mil 556 Bs. "para defender a los venezolanos de las mafias económicas, proteger el empleo, la salud y la educación."

Ya Maduro tiene tres años "defendiendo a los venezolanos"; ¡ya no nos defiendas más compadre…!

La verdad es que el presidente, queriendo como el sapo atravesar la pared, acaba de cometer otro atentado contra la ya maltrecha economía venezolana, en la guerra económica que viene liderizando contra el pueblo, empujando aún más la inflación en un país donde de por sí la inflación ya es una pandemia por las patéticas decisiones económicas, lo cual ha ocasionado escasez de productos precisamente por las enormes brechas entre el precio regulado y el precio real, entre los productos disponibles y el dinero líquido para adquirirlo, entre el pueblo hambriento y los productores esmirriados por el exceso de controles: en un país donde no hay qué ni dónde comprar se aumenta la liquidez a más del doble, incentivando aún más el bachaqueo, el acaparamiento, la escasez, el quiebre de las pequeñas y medianas empresas, el despido a todo riesgo de trabajadores y la especulación.

Con esta nueva torpeza, Maduro acerca más a Venezuela a la Zimbabue africana de Robert Mugabe y le deja las puertas abiertas de par en par a la oposición y tras de esta a los gringos para que vuelvan a tomar el poder en nuestro país, lo cual va a llegar vía elecciones o vía rebelión popular, cuando el pueblo saboree una vez más el trago amargo de saber que las medidas sordas de Maduro lo que hacen es empeorar el caos que estas mismas medidas han provocado.

Un aumento de sueldo en un país donde no hay producción ni dólares para importar y donde los controles absurdos provocan la desaparición de los productos por distintas vías, equivale a un empuje a la inflación; el verdadero aumento de salario es incentivar la producción y llevar los precios a niveles realistas para que no sea negocio bachaquear y sub bachaquear en una secuencia de niveles viciosa, pero rentable.

En resumen, esta nueva improvisación populista e irresponsable de Maduro es otra puñalada por la espalda a la ya moribunda Revolución Bolivariana, mientras el chavismo deshoja la margarita entre si le pido la renuncia soy un traidor y pierdo el cambur, mejor me mantengo "leal" y salvo el cambur; aunque con mi "lealtad" esté en realidad apoyando el hundimiento del barco.

abogadosuceve@hotmail.com



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